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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | No other choice (어쩔수가없다, Park Chan-wook)

    || Críticas | Venecia 2025 | ★★★★☆
    No other choice
    Park Chan-wook
    La fragilidad de lo idílico


    Carlos Grau
    Venecia |

    ficha técnica:
    Corea del Sur, 2025. Título original: «어쩔 수가 없다» (No Other Choice). Dirección y guion: Park Chan-wook, Don McKellar, Lee Kyoung-mi, Lee Ja-hye (inspirado en la novela The Axe de Donald E. Westlake). Compañías: CJ Entertainment, Moho Film. Festival de presentación: 82.º Festival Internacional de Cine de Venecia (Competición Oficial). Distribución: Neon (EE. UU.); CJ Entertainment (Corea del Sur). Fotografía: Kim Woo-hyung. Montaje: Kim Sang-bum. Música: Jo Yeong-wook. Reparto: Lee Byung-hun, Son Ye-jin, Park Hee-soon, Lee Sung-min, Yeom Hye-ran, Cha Seung-won, Yoo Yeon-seok. Duración: 139 minutos.

    El gran director surcoreano Park Chan-wook (Seúl, 1963) ha realizado con No Other Choice (No hay otra opción) su película más ruidosa hasta la fecha: terapias esquizofrénicas, sangre, hiperviolencia, humor negro y absurdo, crítica social, capitalismo feroz y un largo etcétera. No es que muchos de estos temas sean nuevos en su filmografía, que no lo son, sino que es ruidosa metafórica, por acumulación, y literalmente: en una hilarante secuencia del filme, una situación límite de vida o muerte, el devenir de la vida de dos personas depende de la comunicación entre ellos, pero el uno ha puesto tan alta la música que el otro no puede entenderlo. Tan alta que el propio director recurre a unos subtítulos para que se entiendan. Y ni aun así.

    Mas allá de su evidente (in)genio, es un cineasta que sigue reinventándose por la senda esteticista de un cine arquitectónico en la composición de cada plano – cuyo epitome alcanzó en Decision to Leave (2022)- una pasmosa desenvoltura para alternar interiores y exteriores y, digámoslo ya, narrar como los grandes maestros. El coreano y David Fincher son los dos directores vivos más dotados relatando thriller y suspense. Park vuelve a trasladar historias occidentales a su tierra, como ya hiciera en La doncella (2016), basada en la decimonónica novela británica de Sarah Waters, adapta ahora para su nuevo trabajo la novela estadounidense de 1997 The Ax, un visceral thriller de terror en el que un buen hombre y padre de familia, tras ser despedido sin misericordia del trabajo al que ha dedicado media vida, desarrolla un plan demencial mediante la farsa y se embarca en una espiral de violencia a merced de otros desempleados. Es ese talento en la narración anteriormente mencionado el que salva unos primeros cuarenta minutos donde asoma no tanto el bostezo sino cierta indiferencia. Porque se desdibuja la mano del director en las concatenaciones del largo tramo inicial: desde el despido, pasando por la desesperación, riesgo de caída en desgracia y hasta las bobaliconas terapias de autoconfianza y merecimiento personal, se persigue en demasía epatar al espectador a través del patetismo y la risa inmediata de personajes arquetípicos. A partir de ahí, toda vez que Man-soo, nuestro protagonista, vislumbra el plan para no perder su alto tren de vida, reconocemos en una escalada demente à la Park la singularidad de un realizador que lleva en su ADN la violencia y no la comedia simplona mainstream.

    No Other Choice abre con una perfecta familia feliz, papá y mamá con dos hermosos hijos en una pomposa casa junto a un gran y frondoso jardín. Todo es color saturado y excesivamente idílico, los árboles, las flores, las nubes, el cielo azul, el sol acariciando las sonrisas. Los perros corriendo, la felicidad. Suena el Concierto para piano n.º 23 de Mozart. El Paraíso. Es tan perfecto porque es palmario que todos los elementos, a excepción de los seres humanos, son imágenes creadas por ordenador. Lo que sucederá a continuación es la notificación a Man-soo, el padre de familia, de su inminente despido. Fin del espejismo.

    El plan implica a los competidores, esto es, a los aplicantes a los puestos de trabajo de la industria papelera, teniendo que ocultarlo a su familia y en especial a su mujer, cuya relación se alza como uno de los mayores aciertos de guion en una atmósfera de loco romanticismo. La obsesión de todos los hombres de la historia con el papel y sus derivados resulta maniaca e irracional, un brainwashing fruto de años de loas al sector y burdas campañas comerciales que apoyan la sostenibilidad y niegan la deforestación; una índole de amour fou que representa la irresponsabilidad y ceguera de la sociedad respecto al cambio climático. Y así, no a través de incendios, sequías o el aumento de las temperaturas, sino del protagonismo del papel, las mujeres luchan estoicamente por sacar a sus maridos de su deriva autodestructiva. La sociedad convencional como un laberinto enrevesado donde ellos no pueden escapar de sus propias ilusiones y ellas corren el riesgo de verse arrastradas y engullidas. Un laberinto tan bellamente elaborado, tan cinematográficamente logrado. Mientras que cada elemento de la puesta en escena está minuciosamente calculado para reflejar la interioridad de los personajes, creando una correspondencia poética entre el espacio y la psique, la música acompaña la acción en vez de subrayarla, la empuja hacia un registro emocional más profundo, cual voz invisible que guía al espectador a través de los pliegues de la narración.

    Por supuesto que sí hay otras opciones, pero solo las mujeres son capaces de verlas. La disparidad entre el sentido común y pragmatismo de ellas frente al infantil ofuscamiento histriónico emocional de ellos es tan palmario que podría decirse que Park ha realizado un filme feminista-pesimista, en el que la debilidad del hombre procede de la falta de seguridad en sí mismo, provocado por un sometimiento laboral caracterizado por el yugo de la amenaza del despido en un capitalismo feroz, lo que deviene en un bloqueo de la mente que impide el desarrollo de la inteligencia emocional y, en última instancia, deviene en idiotismo. O no. En realidad, seguramente todo sea fruto de esa cultura anticuada y aun presente en tantos lugares del mundo de que el hombre es el elemento que debe proveer a la familia. De esa presión, de ese viejo concepto de patriarca, nace la ilusión de que la autorrealización masculina solo puede venir dada a través de un trabajo. De un buen trabajo.

    Corea del Sur es un país donde, junto a Japón, es común el nomikai (literalmente “reunión para beber”), un tipo de esclavitud que se refiere a las veladas de los compañeros de trabajo tras el fin de la jornada laboral para irse a bares. Las nomikai son siempre propuestas por los jefes y los empleados no pueden negarse, convirtiéndose en largas y extenuantes horas de farsa donde se finge una falsa amistad y se ríen y beben las gracias al jefe. Aun no siendo tan estricta como solía ser en el pasado, esta práctica sigue todavía muy vigente. Como vigente es la influencia que causó Parásitos (2019) en tantos filmes posteriores, incluida No Other Choice, describiendo situaciones o individuos impulsados por una necesidad extrema y una falta de alternativas viables, lo que conduce a relaciones de explotación o dependencia. En ambos relatos, la falta de opciones fomenta un entorno en el que una parte se beneficia a expensas de otra, personas que se explotan entre sí por desesperación igual que un organismo fagocita a un huésped. En una película la niña de la familia rica iba a clases dibujo, aquí las clases son de violonchelo.

    Aunque el abordaje es distinto en forma y modo, ambos filmes presentan guiones que desde la comedia ofrecen tramas extremas e increíbles para, en teoría, comentar la lucha de clases y la desigualdad económica, explorando las presiones destructivas del capitalismo y la desesperación. Mientras que Bong Joon Ho se centraba en la infiltración mediante el engaño de una familia pobre en una casa burguesa, No Other Choice describe una respuesta más extrema y violenta, también mediante el engaño, de un hombre desesperado económicamente que busca abrirse camino en un sistema de libre mercado ultracompetitivo.

    ¿Pero, cual es la gran diferencia? Pues es que, brillantemente, Park sacude las bases de la masculinidad tóxica y sus nociones arcaicas de agresión, hipercompetitividad y merecimiento, como elementos transversales y comunes al imaginario de los hombres desquiciados de No Other Choice. A través del patetismo de un hombre idiota como disparador y conductor de la historia - igual que el icónico Oh-Daesu de su obra de culto generacional Oldboy (2003)- el realizador bebe de uno de los elementos principales del cine de los hermanos Coen: gente buena pero emocionalmente idiota realizando actos deleznables. El padre de la nueva industria cinematográfica coreana debutó en el año 2000 con la excelente y no del todo ponderada Joint Security Area (2000). Desde entonces, muchos compatriotas han transitado el camino con éxito, siendo su máximo exponente Bong Joon-Ho. Sin Oldboy, sin Chan-wook, probablemente no existiría Parásitos (2019), que a su vez nunca hubiera volado tan alto y tan lejos en los Oscar sin la Burning (2018) de Lee Chang Dong: la obra magna del cine coreano contemporáneo hizo historia en ser la primera de su país en meterse en unos Oscars en una shortlist a mejor film de habla no inglesa. Pero era demasiado compleja, exigente y ambigua para una Academia que requiere una historia más mascada con narrativas de seguimiento sencillo. Un año después Hollywood colmó de premios a Bong Joon-Ho.

    Y sin Parásitos probablemente no existiría No Other Choice, porque es la primera película de Park, en una ya dilatada carrera, en la que abraza la comedia como genero trasversal a toda la historia, desde el principio hasta el final: caricaturesca y burlesca en su primer tramo, se oscurece luego hasta mantenerse con dificilísima pericia en un continuum de humor negro respirando la memoria de Oldboy, pero atravesada aquí por la depuración formal y la madurez expresiva de sus últimos trabajos. Parece que el camino completo del cineasta ha llevado de manera inevitable a esta narrativa, donde los temas de la violencia, la responsabilidad y la salvación no aparecen solo como repeticiones, sino como una nueva herida, enfocada en un mundo que se deshace con desprecio de los cuerpos y las existencias de los trabajadores, vistos como partes intercambiables en una máquina sin identidad.

    La trayectoria de Park no tenía otra opción: aunar los elementos claves de su cine y los temas en boga de nuestros días; también conjugar su depurada condición de esteta con la comedia visual y aceleración narrativa que hoy gusta a las grandes audiencias. Su protagonista es ahora una celebridad por su papel en El juego del calamar, el actor Lee Byung-hun, quien ya participó en el debut del director hace veinticinco años, los mismos que su personaje dedicó a su empresa papelera. La cuadratura del círculo de un plan urdido por el director coreano en No Other Choice: cambio climático, feminismo y masculinidad tóxica disfrazados de un hiperviolento y cómico thriller en torno al capitalismo salvaje, un lugar donde la búsqueda de lo idílico como vía de escape conduce indefectiblemente a la destrucción. ♦


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