|| Críticas | Karlovy Vary 2025 | ★★★★☆ |
Rebuilding
Max Walker‑Silverman
Lo imperecedero
Aarón Rodríguez Serrano
ficha técnica:
Estados Unidos, 2025. Título original: «Rebuilding». Dirección y guion: Max Walker‑Silverman. Compañías: Cow Hip Films, Fit Via Vi, Present Company, Spark Features. Festival de presentación: Festival de Cine de Sundance. Distribución en EE.UU.: Bleecker Street; internacional: mk2 Films. Fotografía: Alfonso Herrera Salcedo. Montaje: Jane Rizzo, Ramzi Bashour. Música: James Elkington, Jake Xerxes Fussell. Reparto: Josh O’Connor, Meghann Fahy, Lily LaTorre, Kali Reis, Amy Madigan, Jefferson Mays. Duración: 95 minutos.
Estados Unidos, 2025. Título original: «Rebuilding». Dirección y guion: Max Walker‑Silverman. Compañías: Cow Hip Films, Fit Via Vi, Present Company, Spark Features. Festival de presentación: Festival de Cine de Sundance. Distribución en EE.UU.: Bleecker Street; internacional: mk2 Films. Fotografía: Alfonso Herrera Salcedo. Montaje: Jane Rizzo, Ramzi Bashour. Música: James Elkington, Jake Xerxes Fussell. Reparto: Josh O’Connor, Meghann Fahy, Lily LaTorre, Kali Reis, Amy Madigan, Jefferson Mays. Duración: 95 minutos.
El matiz es importante porque, de entrada, voy a realizar una afirmación un tanto osada. Puede que Max Walker-Silverman haya sido el único autor, al menos que yo conozca, capaz de negarle la mayor al plano final de Centauros del desierto (The Searchers, John Ford, 1956). El célebre reencuadre de Ethan (John Wayne) con la puerta que se cierra sumergiendo el encuadre en la oscuridad es, con todo derecho, uno de los momentos más emocionantes, cruciales y portentosos de la Historia del Cine. Me atrevería a decir que pocos teóricos, pocos analistas nos hemos privado de citarlo, reproducirlo, incluso vivirlo. Ahora bien, Rebuilding vuelve en su plano final a esa composición para modificarla con el máximo respeto. Ahora es el umbral de un tráiler recién pintado, la cámara está ligeramente escorada y no apuesta por la frontalidad. Al otro lado, un padre y su hija contemplan el horizonte. La puerta no se cierra.
Podría ser un simple detalle anecdótico pero está lejos de serlo. No es una cita posmoderna. Es toda una declaración de intenciones. Una apuesta absoluta por el mundo, el cine, la comunidad y la vida.
Es cierto que Dusty (Josh O´Connor) es algo menos que un héroe. No salvará a su sobrina de los temibles indios en un trayecto épico. Es, si se me permite, un simple hombre que cree en la posibilidad de actuar correctamente. Quiere ser un cowboy en 2022, en un mundo donde los que amenazan los asentamientos de las familias son los bancos y las políticas estatales que especulan y fagocitan todo. Quiere permanecer al lado de su hija, mantener una tregua honesta con su exmujer, cocinar para sus vecinos. Está delimitado por las barreras inevitables de la masculinidad contemporánea —la melancolía, la dificultad para expresarse emocionalmente—, pero las sortea con toda la elegancia y la complejidad que puede. Walker-Silverman le acompaña en ese devenir cotidiano a partir de una serie de escenas cortas, bien delimitadas, construyendo una estructura narrativa delicada a partir de un puñado de gestos más o menos simbólicos. El centro de la película (la «reconstrucción», como su propio nombre indica) acontece en muchísimas direcciones: en el plano íntimo, en el plano comunitario, en el plano geográfico. En la paternidad, en el lenguaje, en lo económico. Es el viejo sueño humanista tomado muy en serio y bañado, tal y cómo ocurrió en la época dorada del cine de Hollywood, con un inevitable baño de elementos netamente norteamericanos.
La película confirma, aunque sea de manera tardía y en cierto sentido muy digna, que lejos de resurrecciones apresuradas o de «cantos crepusculares» hay un western que sigue muy vivo y completamente actualizado. Los que quieren enterrar con toda prisa el clasicismo deben tomar aire y comprender, en primer lugar, que en 2025 no puede regresar con los mismos mimbres y que, por otro lado, es algo que no está condenado a desaparecer. El relato clásico con su inagotable creencia en la nobleza universal del ser humano y su potencia para generar un marco de sentido en el que anclar la propia responsabilidad configura desde su origen mismo lo más profundo de nuestras narrativas y no es negociable. Puede parodiarse, modificarse, negarse o erosionarse. Puede ponerse al servicio de regímenes y religiones injustos y homicidas. Puede copiarse y desactivarse. Pero siempre, cada cierto tiempo, reaparece con un mecanismo nuevo y arrebatador. Se impone y destruye la tentación de caer en el cinismo o en la parcelación identitaria tan propia de nuestros días. Puede que Rebuilding sea la gran apuesta estadounidense del lustro para no dejar caer esa herencia, la película que nadie esperaba y de pronto se impone con una poderosa brillantez que no tartamudea.
Está más allá de Trump, más allá de Estados Unidos, más allá incluso de 2022 y debería invitarnos a transitar sus inevitables localismos (los caballos, las praderas, las banderas y las autocaravanas) con la exigencia de los símbolos imperecederos. De no hacerlo, la película se desgasta y se agota y, lo que es peor, el espectador o espectadora puede negarse a tocar esa dulce seriedad, esa dulce trascendencia que lo impregna todo. Al final, Rebuilding habla de lo que realmente es importante: la vida, la muerte, el amor, la familia, la comunidad, la supervivencia, el lugar en el mundo. Y lo hace sin miedo y sin caer en simples citas nostálgicas al relato clásico.
Es, sin duda, una gran película norteamericana.
O, si me lo permiten, diría más: es una gran película. ♦

















