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    Cine Alemán Siglo XXI

    Ibérico 2025 | Primera crónica

    || Festivales
    Ibérico 2025
    Primera sesión
    Primera crónica del Festival Ibérico de Cinema de Badajoz - 31ª edición


    David Tejero Nogales
    Badajoz |

    fechas
    | Del 7 al 11 de julio en Badajoz, Olivenza y San Vicente de Alcántara |

    A casi todos los operadores de cine les costó un mundo deshacerse de las antiguas películas de celuloide. Existía una conexión especial, casi espiritual y religiosa, entre el trabajador y las cintas en 35 milímetros. No sabría explicarlo con exactitud, pero solía ser algo muy común en la mayoría de los operadores y gentes del cine. Lo que casi nadie cuenta es el increíble esfuerzo físico que suponía manipular aquellas viejas cintas. Solían venir en sacos, mas tarde en cajas de cartón. Las películas estándar de una media de 2 horas de duración pesaban alrededor de 25 kilos cada una. Dentro de las sacas entraban ocho o nueve bovinas de unos 20 minutos, más o menos. Todo eso solía cargarse a peso muerto, o bien por el propio operador, o por algún trabajador de las salas de cine. Antiguamente, y me estoy yendo pues a la época de mi abuelo, las películas se recogían en las estaciones de trenes y normalmente se transportaban en carromatos, o incluso en bicicletas (como vimos en la famosa Cinema Paradiso), y se llevaban a los teatros y a los cines. Me consta que mi abuelo cargó a lomos más de una y de dos películas cruzándose a pie todo el puente viejo lastrado como cualquier mula de carga.

    Años más tarde todavía era corriente ir, alguna que otra vez, a las estaciones de trenes o autobuses a esperar las películas en coche o taxi para no demorar la entrega antes del estreno. Una vez se hallaba la película en el cine o recinto había que subirla a la cabina de proyección. Otra gesta hercúlea, puesto que, como es habitual, una sala de proyecciones debe estar situada en lo más alto del edificio. Los teatros y cines antiguos solían tener escaleras muy empinadas y estructuras elevadas por las que subir a cuestas kilos de cinta. No había ascensores y el propio operador carecía de la paciencia para subir muchas veces esas mismas escaleras repartiéndose el trabajo rollo por rollo. Mi abuelo, mi padre o mi tío, se partían el lomo escalando el Everest mientras yo de niño veía el componente romántico de todo aquello. Recuerdo un operador muy simpático y cariñoso que trabajaba en el antiguo López de Ayala que subía esas escaleras a cuestas con mi hermana pequeña y conmigo de la mano, lo hacía con unas copas de más, y aun así era pasmosa su naturalidad y dominio de la situación. Luego cuando lo vives en primera persona y lo sufres en tus propias carnes ya no hace la misma gracia. Las pasábamos canutas cada vez que llegaban las nuevas copias de las películas. Pensemos en la época del boom de las multisalas, en donde cada jueves recibíamos una media de cinco nuevos estrenos. Es decir, haciendo cálculos matemáticos un día de montaje teníamos que arrastrar y levantar unos 125 kilos de celuloide.

    Además, el montaje de las películas también ha ido evolucionando desde los inicios hasta la casi extinción del soporte cine. Las bovinas eran bastante grandes y en principio se colocaban en vertical una debajo de otra, después llegarían los platos más grandes dispuestos en horizontal lo cual facilitaba el traslado de las películas a la máquina. Cargabas con toda una bovina de miles de metros y la subías a los engranajes del proyector. Otra opción eran bovinas más pequeñas, pero tenías que estar muy pendiente de cada cambio de partes, o hacer parones constantemente. Si estamos atentos a muchas de las películas que todavía emiten por televisión – copias sin remasterizar – se puede apreciar de vez en cuando la presencia de una muesca o circulito brillante en el margen superior derecho de la pantalla, eso marcaba los distintos cambios de rollos y de bovina. La irrupción del digital apela al silencio y a la limpieza, nada que ver con el traqueteo de los rodillos y el ruido de los bucles de la máquina. Antiguamente el oído finísimo del operador identificaba cualquier anomalía en el discurrir del proyector, o no menos llamativo la vista de lince de muchos de ellos, por ejemplo mi padre, que tenía especial obsesión con el enfoque perfecto de la imagen. Cambiar una simple lámpara de luz era una tarea física y ya no digamos el mantenimiento de engrasar o de cambiar las correas de la máquina que se acercaba más al trabajo de un taller mecánico que a la de poner películas a la gente. Más increíble aún los tiempos de pasar los rollos a mano con la manivela que era mucho mejor y más efectivo que apuntarse al gimnasio.

    En El moderno Sherlock Holmes (1924), Buster Keaton es un operador de cine que ensimismado en su cabina sueña con traspasar la pantalla y mimetizarse con los actores. El rectángulo de la cabina de proyección supone una ventana abierta al mundo de los sueños y de la fantasía, sin embargo el poder del celuloide se parece en todo a la adicción de una droga, una que nos arrebata, como el tenebroso poder vampírico de la película de Zulueta. En estos momentos dar cine no es un trabajo físico, la digitalización facilita y ahorra esfuerzos adentrándose en las posibilidades de un universo liquido más conciso y transparente. Pero nos siguen quedando esfuerzos de carácter psicológico necesarios para abordar y visionar los más de 1.200 cortometrajes recibidos en esta edición del Festival Ibérico (FIC31). No todo vale, pero todo merece nuestro respeto y nuestro tiempo. El trabajo de selección es un trabajo en equipo en el que repartir responsabilidades para no saturar nuestras cabezas y hallar buen cine. Por eso es meritorio una selección de veintiún cortometrajes en la sección oficial entre tal cantidad ingente de material audiovisual. Da muchísima pena dejar atrás obras de altísimo nivel, pero es imposible cuadrarlo todo y favorecer unas proyecciones diversas y para todos los gustos.

    MATER BENEFACTA | PORTA-TE BEM


    Este año arrancamos con Mater Benefacta (Marc Riba, Anna Solanas, 2024), rodada con la técnica del stop motion. Sus creadores ya cuentan con una amplia experiencia en el campo de la animación con muñecos. En este caso su historia se desarrolla en un convento de la España franquista en donde las monjas ofrecen cobijo a jóvenes necesitadas. Un relato de claroscuros en el que se hace hincapié en el contexto decadente y terrorífico de la época y que evoca, en su fotografía, a las pinturas negras de Goya. El brillante uso del blanco y negro y la definición del personaje principal lo acerca en estilo a esas primeras películas de Tim Burton. Una obra de regusto gótico y fantasmal, en el que la crítica se transfiere por medio del virtuoso aparato escénico.

    Porta-Te Bem (Joana Alves, 2024) es una pieza hermosa de hondo sentimiento. Su directora proyecta sobre el paisaje rural una delicada historia generacional en donde los entornos de la geografía portuguesa no solo sirven de arraigo telúrico, sino de memoria y huella poética. El cortometraje se centra en dos personajes, abuela (Teresa Faria) y nieta (Inés Costa), excelentemente escritos cuyos caracteres encuentran la predisposición de dos actrices en estado de gracia, que saben transmitir más allá del dialogo con gestos, miradas y matices. Alves habla del paso del tiempo, de la vida y sobre todo de la muerte, sorteando la sensiblería y dejándose arrastrar por ecos de halo fantasmagórico. Los contrastes entre exteriores e interiores corresponden a esa línea temporal de pasado y futuro. La fotografía apuesta por colores otoñales e invernales con tonos grises y gélidos y la naturaleza entronca con los lazos de sangre y protección. Mención aparte para la excelente banda sonora de Miguel Vilhena con predominio del piano, una música suave que evita invadir la escena y que recuerda a los trabajos más emblemáticos del mítico compositor Francis Lai.

    El musical sigue teniendo presencia en el festival yendo un poco de la mano de este nuevo revival que estamos teniendo los amantes del género y que parece trasladarse también al mundo del cortometraje. Escribe cuando llegues… (Daniel Cuenca, 2025) es una bonita y refrescante historia con el cine de telón de fondo. El protagonista trabaja en una sala de cine evocando la tristeza de esos amores efervescentes que desaparecen con el tiempo. La cinta recorre con orgullo los imaginarios musicales del cine de Jacques Demy, cantando aquello que pensamos o sentimos. Destaca la sobresaliente música original compuesta por Alberto Rodway de Detergente Líquido y pese a ciertas lagunas o estereotipos, el cortometraje funciona gracias a su energía contagiosa, intenciones recreativas y homenaje cinéfilo. Lo mejor es que su apuesta musical se parece más al Rent de Jonathan Larson que a los tics de la ola músico festivalera de Los Javis.

    El consagrado y polifacético actor Eduard Fernández dirige, escribe y protagoniza El Otro (Eduard Fernández, 2024), un trabajo asfixiante en el que se exploran la ansiedad, el miedo y la conciencia en un soberbio aprovechamiento de ángulos y espacios. El interior de una casa alcanza a convertirse en un rompecabezas tridimensional gracias a la profundidad de campo y una cámara inquieta que no deja de balancearse filmando en círculos y paneos la deriva del protagonista. Son evidentes los trasfondos literarios y, hasta filosóficos, que la emparejan con El doble de Dostoyevski o la identidad “nietzschiana”. Además, la realización de Fernández articula un dominio notable de la mixtura de géneros en paralelo a su educación cinéfila (tintes noir, terror, drama existencial y re imaginación pictórica). Una interesante opera prima.

    ESCRIBE CUANDO LLEGUES | O PROCEDIMENTO


    Presentada en la última edición del prestigioso festival Annecy de animación, El cambio de rueda (Begoña Arostegui, 2024) sobrepasa las barreras del género en una excelente combinación de matrioskas narrativas que juegan con la psicología de esa extraña mujer dentro de un coche. La mente disocia esa realidad abriéndose a fugas del pasado en una retrospectiva de vida en el que el discurrir por carretera sirve de llave para desactivar símbolos y estímulos dentro de un gran galimatías. Un relato de líneas claras, trazos sencillos, y minimalismo estructural, que basa su guion en un poema de Bertolt Brecht y que certifica la amplísima experiencia de su realizadora en el tejido de la animación. Cuenta además con la edición y montaje del cineasta Fernando Franco, que también ejerce como productor del cortometraje.

    De Sucre (Claudia Cedó, 2024), no es ni mucho menos una propuesta cómoda o sencilla, sus autores subliman las diferentes perspectivas de las personas con discapacidad intelectual en un artefacto muy lejos del oportunismo o las tendencias maniqueas de la actualidad. El cortometraje reabre diferentes vías y lanza numerosas preguntas para impulsar debates de diversidad y ética. La película, basada en la obra teatral de la misma directora, hace un uso extraordinario de los escenarios y de la dificultad de una mirada nómada e itinerante que no deja de excavar en la psique y pensamiento de su excelente protagonista (Andrea Álvarez). La actriz irrumpe con fuerza en la pantalla desde la primera escena, interpelando al espectador mirando a cámara en una declaración de intenciones.

    La muerte de Sol Roth, personaje interpretado por Edward G. Robinson en la distópica y más actual que nunca Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, 1973), sigue siendo a día de hoy una escena de fuerte impacto colectivo. Imágenes que perduran no solo por la muerte real del propio actor, enfermo de cáncer terminal, a poco de concluir el rodaje de la película, sino por como despertaba conciencias en temas puntiagudos como la eutanasia o la muerte inducida. Aquello era una trama de ciencia ficción que rompía sin tapujos las cadenas de la ficción para erigirse casi en documento histórico. En O Procedimento (Chico Noras, 2024) salen a relucir esos mismos temas que en la mítica cinta de Fleischer; la diferencia es la idea mucho más grotesca y salvaje de una comedia repleta de humor negro y ciertas dosis de sadismo. La puesta en escena bascula entre las producciones de El Deseo o cine de Almodóvar - los interiores barrocos y cargados, o el remarcado uso del color -, y el folclore ibérico. Una obra atractiva de carácter surreal, violencia tarantiniana, y duro alegato anti corporativo, que cuenta con una gran interpretación de la actriz Paula Só.


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