|| Críticas | ★★★★☆
La receta perfecta
Louise Courvoisier
Los murmullos del Jura
David Tejero Nogales
ficha técnica:
Francia, 2024. Título original: Vingt Dieux. Director: Louise Courvoisier. Guion: Louise Courvoisier, Thèo Abadie. Productores: Muriel Meynard. Productoras: Ex Nihilo, France 3 Cinema, Canal+, Cine+, Orange Cinema Series, Cinemage 18, France TV. Distribuida por: La Aventura Films. Fotografía: Elio Balezeaux. Música: Charles Courvoisier, Linda Courvoisier. Montaje: Sarah Grosset. Diseño de producción: Ella Courvoisier. Diseño de vestuario: Perrine Ritter. Reparto: Clèment Faveau, Maiwene Barthelemy, Luna Garret, Mathis Bernard, Dimitri Baudry, Lucas Marillier, Damien Bilon, Armand Sancey Richard, Hervé Parent.
Francia, 2024. Título original: Vingt Dieux. Director: Louise Courvoisier. Guion: Louise Courvoisier, Thèo Abadie. Productores: Muriel Meynard. Productoras: Ex Nihilo, France 3 Cinema, Canal+, Cine+, Orange Cinema Series, Cinemage 18, France TV. Distribuida por: La Aventura Films. Fotografía: Elio Balezeaux. Música: Charles Courvoisier, Linda Courvoisier. Montaje: Sarah Grosset. Diseño de producción: Ella Courvoisier. Diseño de vestuario: Perrine Ritter. Reparto: Clèment Faveau, Maiwene Barthelemy, Luna Garret, Mathis Bernard, Dimitri Baudry, Lucas Marillier, Damien Bilon, Armand Sancey Richard, Hervé Parent.
Me gustan e interesan mucho estos primeros minutos de película tanto o más que el resto del lenguaje aplicado por una realizadora con un estilo muy característico, fluido y hermoso, que, de una forma, directa e indirecta, apela a la tradición clásica del mejor cine francés sobre adolescencia y juventud. La receta perfecta toma consciencia de la elegante construcción de escenarios haciendo honor a la idea de un espacio cinematográfico ambulante que perdure a lo largo del tiempo. Para André Bazin «nuestra experiencia del espacio constituye la infraestructura de nuestra concepción del universo». Podríamos debatir sobre ello, pero lo cierto es que nos viene a la memoria trabajos bellísimos como el Jacquot de Nantes (1991), de Agnés Varda, en el que la realidad parece medirse constantemente con el espacio fílmico como si fueran ventanas abiertas a un universo paralelo, transgrediendo la barrera del realismo y llevando su cine a una dimensión mágica y fantasiosa. En esa maravillosa película la cineasta no solo dialogaba con el pasado de su difunto marido, Jacques Demy, sino que albergaba una herencia de espacios reales entreabiertos a la imaginación del grandísimo realizador francés. Los lugares, incluso los objetos, toman partido antes que las acciones siendo artefactos de la nostalgia. Significativo percibir las cosas que nos rodean e interrogan como una melancolía atemporal, que no entiende de espacios cerrados. Varda contaba la vida de Demy emplazándonos a los lugares donde creció, y donde vivió, pero los hacía dialogar con las propias escenas de su filmografía, o mejor dicho mantenía una correspondencia entre los recuerdos narrados, y la idealización o mentira del cinematógrafo. Situados en el garaje de Demy, un único y estático espacio y a la vez tan eterno e infinito, tendíamos puentes con muchas de las obras del director de Los paraguas de Cherburgo. Sinceramente el mayor logro de Varda, residía en la mirada de ese espacio, tierno, dulce, misterioso, en el que el cine como cuerpo, entidad, teatro, local o decorado, cobraba mayor importancia que las propias películas.
Esa atemporalidad se aplica en La receta perfecta desmarcándose de las tentaciones sujetas a unas fechas o épocas concretas y que respira mediante los paisajes de la región del Jura, al este de Francia. Huyendo de la contemporaneidad la cineasta adopta una visión milenaria contextualizando el relato alrededor de la creación y elaboración del queso Comté, una actividad que lleva haciéndose en la zona desde hace más de mil años. Totone, de 18 años, pasa la mayor parte del tiempo de fiesta con sus amigos, bebiendo, fumando y yendo a discotecas, pero la repentina muerte de su padre determina un cambio brusco en la vida del joven que tendrá que asumir responsabilidades y ponerse a trabajar para criar a su hermana pequeña. Las escenas nocturnas antes de la tragedia exhuman una extraña tristeza y melancolía filmadas con texturas más propias de los años 80 transitando diferentes géneros y estilos. Cabe ir un poco más allá y señalar que Courvoisier, tomando como punto de partida el coming of age o películas de iniciación, muy habituales de la cinematografía británica e inglesa, nos entrega una entrañable carta de amor al modo de vida en el campo, a los granjeros y a las tradiciones agrícolas, una bonita mezcolanza de sentimientos con trazas de cine quinqui - la afición por los coches -, comedia de colegas, y sobre todo drama, mucho drama, sin dejarse caer nunca en el patetismo de lagrima fácil. Existe también una interesante proyección de la masculinidad, desde un prisma mucho más sincero la directora explora el comportamiento de Totone y sus amigos. Todos asumen el rol de personas mayores, de tribu o de gran familia, tanto en el cuidado de la hermana de Totone como en el acercamiento al primer amor. Las escenas de sexo y descubrimiento del cuerpo femenino evocan a los mejores trabajos con niños de Pialat, Eustache o Truffaut.
A veces tragicómica, pero siempre fresca y esperanzadora, la cinta alberga una gramática luminosa en donde se evitan siempre las distancias cortas con escasos primeros planos y muchas panorámicas e imágenes que dejen latir el horizonte, FORDIANO, del lugar. Courvoisier encuadra de fábula, dándole espacio al paisaje verde que nos rodea y filmando los colores intensos del verano con una cámara que campa libre a sus anchas. Exactamente como Demy o Varda, la joven directora muestra desconfianza ante la realidad enfocando otras realidades diferentes en una bonita conciliación de mundos y sueños. Esa alquimia traspasa la pantalla en un trasunto de fantasía dentro y fuera. Por eso mismo la cineasta se rodea de amigos y familiares para llevar a cabo una preciosa simulación infantil de gran teatro de marionetas. Su hermano y madre se encargan de la música, otra hermana se encarga del diseño de producción, lo hermoso reside en la encapsulación de esos lazos fílmicos como una raíz telúrica que abraza todo el conjunto, incluso los actores no profesionales son gente de la zona. Destacar la naturalidad y carisma de Clément Faveau, o la interpretación de Maiwène Barthèlemy (César a la mejor actriz revelación), de asombroso parecido a la actriz Anais Demoustier. Junto a ellos todos los demás interpretes aportan frescura en este bonito homenaje a lo rural que sirve de espejo a la propia infancia de la realizadora. Incluso la música, excelente, nominada también a los César, se basa en los murmullos y susurros como notas de carácter sobrenatural venidos desde lejos para proteger y marcar el camino de Totone. Una banda sonora delicada, pastoral, que sirve de contrapunto y construye una atmósfera etérea y fantasma. A la música original se le añaden temas preexistentes elegidos con mimo, tal es el caso del Kisses Sweeter Than Wine (1957), de Jimmie Rodgers que subraya espíritus limítrofes al western y al cine extraterritorial.
Pensar en esta extraordinaria película es pensar en uno de los muchos diálogos de la citada Jacquot de Nantes, exactamente uno parecido a esto: «La opereta me aburre un poco, tienes que verlo todo desde el mismo lugar, en el cine sin embargo la mirada se pasea. Ves los rostros, los detalles. El cine es mejor». La receta perfecta hace honor a ese paseo por los detalles de un cine que sabe escorarse en los márgenes, ofreciéndonos una de las mejores, y más sentidas, óperas primas de los últimos años. ♦
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