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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | It All Ends Here

    || Críticas | Mostra de Valencia 2024 | ★★★★☆ |
    It All Ends Here
    Rajko Grlić
    Hijos de la ira


    Aarón Rodríguez Serrano
    Valencia |

    ficha técnica:
    Croacia-Bulgaria-Serbia-Montenegro, 2024. Título original: «Svemu Dodje Kraj». Dirección: Rajko Grlić. Guion: Rajko Grlić, Ante Tomić, basado en la novela de Miroslav Krleža. Fotografía: Branko Linta. Montaje: Tomislav Pavlic. Reparto: Živko Anočić, Boris Isaković, Jelena Đokić, Janko Popović Volarić, Emir Hadžihafizbegović, Ksenija Marinković, Marina Redžepović.

    El thriller, cuando está bien temperado, suele tener una relación privilegiada tanto con el dispositivo cinematográfico como con los grandes públicos. Hay algo del género que se esbozó al final de la época silente, quedó fijado en el clasicismo y ha mantenido un encanto y un sabor indudable con el paso de las décadas. En Europa hemos sido siempre más de un thriller sucio y seco, quizá porque siempre hemos vivido más cerca de los suburbios que de los estilizados interiores de Los Ángeles. Nuestro thriller tiene siempre una capa de mugre que le sienta bien, que lo hace nuestro y cercano, casi diría que extrañamente castizo. De hecho, esa sequedad que maneja aquí Rajko Grlić le sienta como un guante. Dispone todos los elementos que necesita para hacer una buena película: una pareja con un pasado, una pelirroja inteligente que esconde un arma, una prueba incriminatoria, matones que acechan detrás de las esquinas nocturnas para robarte el reloj y darte una paliza. Por tener, tiene nada menos que a Boris Isakovic, uno de los mejores actores del cine balcánico contemporáneo —ha trabajado con Jasmila Zbanic y con Vladimir Perisic, pero ante todo fue el terrorífico Milosevic de Los últimos tres días (Porodica, 2021), la estupenda miniserie de Bojan Vuletic. De hecho, si tuviéramos que ponerle una pega a la película sería, quizá, que no juegue todavía más a ese villano salvaje y sardónico, un villano como de títere-político-europeo, que es algo que nos gusta mucho y que Isakovic, como se pueden imaginar, despliega con una personalidad absoluta.

    La cinta no necesita hacer alardes formales ni subrayar nada: parte de un héroe trágico que carga con su culpa y se proyecta hacia un pasado que no necesita de la tramoya de la guerra para resultar creíble. Hay dos víctimas inocentes que claman justicia, y un autodescubrimiento de la miseria, que eso es algo que siempre da mucho juego en el policiaco. Eso, por supuesto, y una policía que no funciona y que invita un poco de refilón a la ciudadanía a tomarse la justicia por su mano. La cuestión es que aquí la ciudadanía anda un poco enfrascada a otras cosas: a los móviles, a las redes sociales, a servir como telón de fondo en el que, no nos engañemos, la acción salvífica que esperamos de los protagonistas no parece que vaya a cambiar mucho las cosas. La cinta habla de Croacia, pero podría ser cualquier otro país de los que suspiran por los fondos de ayuda europeos y encumbran a figuras del mundo de la construcción con más cadáveres en el armario que cuentas paralelas en paraísos fiscales. «¡Esto es el capitalismo! ¡Alguien tendrá que trabajar!», señala en algún momento un personaje con un muy socarrón sentido del humor. El trabajo, por supuesto, suele ser un intercambio de selfies e influencias muy del siglo XXI, con la diferencia de que en lugar de un hospital infantil hoy el villano estaría probablemente abriendo pisos turísticos. La novela original de Miroslav Krleža —traducida y editada en nuestro país por Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pistelek hace apenas cuatro años— es de 1938, y quizá por eso la adaptación contemporánea de sus tramas básicas se experimenta como radicalmente nuestra. No chirría en ningún momento esa colección de políticos corruptos, de tómbola funeraria y salchichera con aroma a provincialismo cutre, no chirría esa colección de lugares y frases que conocemos bien, que ya forman parte del ADN de nuestras sociedades, de nuestra querida y siempre poco valorada democracia. Allí citan a ciertos partidos, utilizan la metáfora de la constitución como un chistecillo brutal para no enseñar los dientes y aquí, la verdad, lo mismo.

    De ahí que la película esté llamada a contar con un público generalista, agradecido, un público que puede ver en la cinta de Grlić lo mismo un espejo que un estupendo thriller con el que pasar la tarde. Al contrario de lo que se suele decir, el director no ha venido del documental —su último trabajo, Vsaka dobra zgodbja je ljubezenska zgodba (2017), iba en esa dirección— para hibridar ficción y realidad. Antes bien, se ha marcado una película de género con todas las letras: seria, rápida, efectiva, bien trazada, contundente. Paradójicamente, al mirar hacia el pasado para recuperar un relato de hace ya casi ochenta años y darle una pátina que hubiera funcionado bien en una producción cualquiera de la Warner de los cuarenta, se ha encontrado de bruces con el presente mismo de Europa. Esa es una de las muchas y felices contradicciones del cine: a veces, cuando se escribe con sencillez y se mira hacia el pasado se pueden rodar películas que sobrevivirán sin ningún problema en el futuro. ♦

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