|| Críticas | ★★★☆☆ ½
Cuando las nubes
esconden la sombra
esconden la sombra
José Luis Torres Leiva
Lo perdido, perdido está
Miguel Martín Maestro
Valladolid |
ficha técnica:
Chile, Argentina, Corea, 2024. Dirección: José Luis Torres Leiva. Guion: Alejandra Moffat, José Luis Torres Leiva. Intérprete: María Alché. Productora: Catalina Vergara. Compañía productora: Globo rojo producciones. Fotografía. Cristian Soto. Música: Darío Noguera. Montaje: Torres Leiva, Andrea Chignoli. Sonido: Claudio Vargas, Ernesto Trujillo, Peter Rosenthal. Duración: 70 minutos.
Chile, Argentina, Corea, 2024. Dirección: José Luis Torres Leiva. Guion: Alejandra Moffat, José Luis Torres Leiva. Intérprete: María Alché. Productora: Catalina Vergara. Compañía productora: Globo rojo producciones. Fotografía. Cristian Soto. Música: Darío Noguera. Montaje: Torres Leiva, Andrea Chignoli. Sonido: Claudio Vargas, Ernesto Trujillo, Peter Rosenthal. Duración: 70 minutos.
Torres Leiva, una vez más, juega con el cine dentro del cine. La sinopsis argumental es simple: una actriz viaja para filmar una película, pero llega antes que el equipo. Las malas previsiones climáticas suspenden los transportes por mar, única forma de acceso, y ese equipo no puede llegar. María queda, a la espera, en tierra de nadie, fuera de cualquier zona de confort y limitada para entablar relaciones porque carece de más contacto que el de una mujer que colabora con la producción y se presta a trasladar a la actriz de un lugar a otro o a conseguirle un vehículo. Si jugando al cine en la anterior película de Torres Leiva Vendrá la muerte y tendrá tus ojos sería la muerte en directo ante el progresivo apagamiento vital de una de las protagonistas el, con Cuando las nubes esconden la sombra estaríamos ante un esperando a Godot patagónico donde la excusa termina revelando el porqué. El más reciente cine del director chileno habla de la ausencia, de la pérdida, pero cuyas reverberaciones nos dirige a la desaparecida Rosario Bléfari, actriz argentina muy próxima a Torres Leiva y a su cine (Verano). Viendo esta película se siente la natural condición de pensar que está dedicada, no como homenaje, a la actriz, sino como relato de un duelo que es preciso exorcizar para evitar su cronificación.
El personaje de María, a fuerza de permanecer en ese espacio sin salida que es la isla Navarino, termina por entablar contacto sincero con los habitantes, ya sean comerciantes, artistas, escolares, autoestopistas ocasionales. Aquí el director es donde aprovecha para manejar nuevamente, de manera efectiva y muy conseguida, su mezcla habitual de ficción con documental. Mientras la actriz espera y se relaciona Torres Leiva no duda en mostrarnos, sin subrayados, la forma de vida y de comunidad que caracteriza a esta zona de Chile, cercana en lo geográfico pero muy alejada en lo asistencial del continente, una forma de narrar que mientras ficciona ensambla los elementos del día a día como si formaran parte del relato. Porque es en ese contacto efímero pero sincero de María con los habitantes donde advierte que hay un daño emocional consustancial a lo humano, el de la pérdida de seres queridos. El recuerdo permanece pero ya se ha eliminado la carga, justo lo que María no ha conseguido superar. Cada duelo es personal, cada espera tiene sus ritmos, cada situación un mundo; pero es en el sentido de comunidad donde Torres Leiva pone el foco sanador, en escuchar y que alguien sea capaz de corresponder. Nadie es capaz de ayudar hasta el punto de ser esencial para superar el duelo, pero cualquiera puede ser suficiente para acompañar. Cuando María llega a Puerto Williams está sola, más sola que antes de llegar; porque echa de menos a su hija, que quedó en el continente, lo que ayuda, incluso, a sentir más acusadamente la pérdida reciente de la amiga. Según pasan las jornadas de espera ociosa el personaje va asumiendo el ritmo vital de las personas que le rodean y consigue abrirse a desconocidos que cuentan sus problemas y están dispuestos a escuchar los de otros.
En apenas 70 minutos, con un cine contenido, preciso, quirúrgico para no caer en el sentimentalismo facilón, Torres Leiva traslada el peso de la transmisión de sentimientos a su actriz, y también directora, Alché (Familia sumergida, Puan) consiguiendo una transferencia entre actriz y dirección claramente ayudada por la doble condición de Alché, jugando con esa idea metacinematográfica de jugar a la filmación de una película y su preparación, aunque sea algo que, progresivamente, va quedando fuera de campo, empujado por la verdadera alma del relato; esa necesaria búsqueda de uno mismo para asumir que lo perdido perdido está y hay que seguir hacia delante hasta que seamos los siguientes, porque no sufrir no es olvidar, es aceptar y convivir con lo irrecuperable. No tiene que ser imprescindible llegar al fin del mundo austral para conocerse y asumirse, pero en el viaje está la metáfora, los viajes físicos pueden equipararse a viajes interiores, sólo depende de cuál sea el motor de cada uno. Ir a filmar es una excusa para recuperarse, unos pueden pensar dentro de sus casas y otros necesitan cambiar de lugar para ser capaces de encontrar lo que tienen dentro y asumir el dolor como algo consustancial a la vida. ♦
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