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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | My stolen planet

    || Críticas | ZINEBI 2024 | ★★★☆☆ |
    My stolen planet
    Farahnaz Sharifi
    Hay un poco de grano en tu recuerdo


    Javier Acevedo Nieto
    Bilbao |

    ficha técnica:
    Alemania, Irán, 2024. Título original: «Sayyareye dozdide shodeye man». Dirección: Farahnaz Sharifi. Guion: Farahnaz Sharif. Productoras: Jyoti Film, PakFilm. Fotografía: Farahnaz Sharif. Montaje: Farahnaz Sharif. Música: Atena Eshtiaghi. Duración: 82 minutos.

    Hasta ahora, buena parte de la programación del Zinebi de este año ha optado por disimular los mecanismos de enunciación más explícitos. Ha huido de emplear un punto de vista subjetivo, de recurrir a planos, angulaciones y escenas construidas alrededor del sujeto y, naturalmente, ha optado por no emplear una voz narradora omnisciente ni mucho menos la primera persona. Estas decisiones han configurado una programación donde el cine hace política en la forma y no tanto en el discurso. La emoción ha quedado relegada como objeto de reflexión estético a una mera consideración de juicio moral por parte del espectador y del crítico. Todo funcionaba así hasta que ha llegado My Stolen Planet lista a dinamitar la línea marcada previamente. El documental o, quizá, mejor dicho, videoensayo intimista de Farahnaz Sharifi es un recorrido por imágenes de archivo domésticas de su propia vida que no huye ningún mecanismo que establezca un diálogo consigo misma y componga un discurso muy claro sobre la vida en Irán desde los primeros días de la Revolución hasta la actualidad. La narración en primera persona muestra una familia rota por los abusos de poder y el montaje, lejos de erigirse en un instrumento quirúrgico, es un arma mucho más contundente que golpea cada imagen con rabia para hacer llegar consignas empapadas de rencor, dolor y trauma.

    Sharifi afirma que en su familia la felicidad se celebraba bailando y, a continuación, se muestra una secuencia elaborada que confronta la ilusión de la voz con la impotencia de la imagen. Toda la película se construye alrededor de esta relación de opuestos o negación constante: por cada esperanza, algo más de rabia. Si Camus afirmó que la Guerra Civil española había demostrado que “mi generación aprendió que uno puede tener razón y ser derrotado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a veces el coraje no obtiene recompensa”, la película de Sharifi vuelve a mostrarse políticamente precisamente por el modo en el que decide no ser reivindicativa, sino derrotista por una vía sorprendentemente constructiva. Reconstruir a través de la rabia impregna a cada imagen de una emoción que, lejos de convertirse en una mera excusa para transportar narrativamente al espectador, lo sitúa constantemente en una posición muy incómoda. No es testigo o copartícipe de la tragedia narrada. Es un voyeur al que se le proyectan imágenes de familias rotas, mujeres zaheridas y violencia. El documental de Sharifi no es un “testimonio de”. Es una película que quiere incomodar a cualquiera que se le acerque. Esta condición voyeurística afecta también al acto creativo, pues la cineasta compró muchas de las grabaciones domésticas que aparecen en la película junto a su propio metraje encontrado.

    Cuestionable o no, esta decisión lleva a que My Stolen Planet sea una mirada a un universo personal compuesto de muchos retazos. El alzhéimer que sufre su madre acelera las imágenes y dota al recuerdo de una agónica textura que se rompe cuando la voz en primera persona incorpora grabaciones y extractos de fanáticos y falsos profetas. El relato de varias generaciones de mujeres silenciadas abarca desde los primeros días de la Revolución hasta las últimas protestas y, en el proceso, el registro sonoro otorga más voz a ellas que a ellos. De este modo, la progresión lineal del ensayo es también un recorrido espacial muy concreto: desde un planeta personal perdido a un planeta colectivo recuperado. Habitar los espacios llenándolos de voces. Estas voces, muchas veces anónimas, constituyen una polifonía que, en lugar de guiar al espectador, lo descoloca. Las palabras no aportan claridad ni contexto; crean, en cambio, una sensación de asfixia que acompaña al espectador a lo largo de la película. En este sentido, el montaje sonoro se convierte en una extensión de la opresión política que ha moldeado la vida de tantas mujeres iraníes.

    La densidad emocional de My Stolen Planet no es producto de una simple exposición de imágenes privadas, sino de una intencionalidad clara: cada secuencia lleva el peso de una historia marcada por la lucha entre identidad y represión. Al utilizar el material personal y adquirido, Sharifi no solo resignifica la memoria, sino que desafía las nociones de intimidad y propiedad. Este uso heterogéneo del archivo, con una manipulación deliberada de los tiempos y una estructuración que parece quebrarse a medida que el relato avanza, da forma a la historia personal en la que se entreteje y se pierde entre los eventos históricos de Irán, borrando así las fronteras entre lo individual y lo colectivo. La cineasta parece cuestionar la permanencia de la identidad cuando la memoria se disuelve, dejando en suspenso la pregunta sobre qué permanece cuando los recuerdos se pierden. Así, My Stolen Planet no es solo un acto de denuncia, sino un intento por restablecer, al menos por un momento, los fragmentos rotos de una identidad cultural y personal.

    En última instancia, la película sublima el dolor explorando un horizonte que, si bien es sombrío, no es totalmente cerrado. La reescritura es un proceso arduo en el que la cineasta crea un microcosmos donde los afectos perdidos permanecen sin forma visual. Cuando la reescritura se enfrenta a aspectos de la memoria sin imágenes definidas, los recuerdos se desestabilizan, y es entonces cuando el montaje emerge como herramienta para remendar vacíos y tratar de otorgar sentido a lo que se percibe. My Stolen Planet avanza en una tensión permanente entre su condición autobiográfica y la necesidad de migrar a imágenes ajenas para narrar relatos que siempre están empezados y nunca estarán terminados. Cuando aflora esta tensión y la película abandona los registros más efectistas y dramáticos, Sharifi entra en el terreno donde toda documentalista se sincera. Es el terreno donde una misma observa la propia como una Otra situada fuera de ella. A veces, volver a las imágenes que una vez protagonizados es el mayor exilio emocional que podemos cometer. ♦


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