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    Cine Alemán Siglo XXI

    Annecy 2024 | Cobertura

    || Festivales
    Annecy 2024
    Cobertura
    Un juego compartido


    Carles M. Agenjo
    Barcelona |

    fechas
    | Del 9 al 15 de junio |

    Antes de cada proyección, la gran sala del teatro Bonlieu se llena de aviones de papel que revolotean por el patio de butacas. La mayoría se pierde entre los espectadores. Algunos impactan inoportunamente contra el cogote de alguien. De repente, el más aerodinámico de los proyectiles llega tan lejos que aterriza sobre el escenario. Es entonces cuando el público, alegre por la hazaña, prorrumpe en aplausos. Así empiezan las películas en Annecy. Con ilusión infantil, deseo compartido y una conducta lúdica que haría las delicias de Jean Vigo. Hasta el anuncio de campaña de este año –donde un conejo que parece salido de Zootrópolis (2016) y su grupo de amigotes descansan a orillas del lago mientras un pequeño aeroplano rompe un globo– indica que la práctica no es precisamente nueva. Más bien es tradición inocente para sacar a relucir al niño o la niña que llevamos dentro. Este año, Annecy ha homenajeado el cine portugués de Regina Pessoa y Abi Feijó y, en su gala de clausura, recordó al gran Akira Toriyama, otras formas de recuperar la infancia de un certamen que, entre el juego y la memoria, sirve de plataforma para invocar las distintas formas de la animación. Desde el dibujo a lápiz o el modelaje de plastilina y marionetas hasta procesos más sintéticos en 2 o 3D, incluso técnicas no tan extendidas como la pantalla de sombras y alfileres u otra de rabiosa actualidad –que despertó cierta polémica en redes– como los diseños generados con inteligencia artificial.

    El conglomerado es heterogéneo, pero permite la puesta en diálogo. Flow de Gints Zilbalodis y The Storm de Yang Zhigang son dos títulos llamativos de gran ambición técnica que provienen del sector independiente. Justo es reconocer las virtudes de su viaje inmersivo, aunque el resultado sea más que discutible. Como si fuera necesario alzar la voz con las imágenes para despuntar sobre el resto. Nada que ver, desde luego, con la modestia del veterano Jean-François Laguionie. A boat in the garden, su séptima película en solitario, de mirada nostálgica y reposada, es un ejercicio de trazo delicado que no necesita abrumar para contar una historia. Basta acercarse con sutileza a los afectos de una familia en tiempos de posguerra para brillar. Por otra parte, llama la atención la forma en que se complementan dos auténticos maestros del stop-motion. El australiano Adam Elliot con Memoir of a Snail –deslumbrante revisión a su melancólico universo que ha ganado el Cristal a Mejor Película– y el suizo Claude Barras con la ecológica Sauvages. Algo parecido sucede con el anime. Aunque The Colors Within y Ghost Anzu Cat compartan etiqueta, su naturaleza es distinta. La primera nos devuelve la poética teen de Naoko Yamada, la responsable de A silent voice (2016), mientras que la segunda se entrega a los placeres de una sátira picarona que dirige Nobuhiro Yamashita. Ahora bien, ¿qué sucede con la nueva de Michel Hazanavicius? ¿O con la psicodélica Rock Bottom de María Trénor? Vayamos por partes. A continuación, una panorámica de la selección oficial de largos que han competido en la 48ª edición de Annecy. Una por una. Pasen y lean. ♦


    The Most Precious of Cargoes

    ★★☆☆☆

    Francia, Bélgica, 2024. Título original: La Plus Précieuse des marchandises. Dirección: Michel Hazanavicius. Guion: Michel Hazanavicius. Compañías productoras: Les Compagnons du Cinéma, Ex Nihilo, Les Films du Fleuve, Studiocanal, France 3 Cinéma. Música: Alexandre Desplat. Producción: Patrick Sobelman, Florence Gastaud, Delphine Tomson, François Mergier, Christophe Jankovic, Valérie Schermann. Voces: Dominique Blanc, Grégory Gadebois, Denis Podalydès, Jean-Louis Trintignant. Duración: 81 minutos.

    Expresionismo de garrafa

    A Michel Hazanavicius le puede el subrayado. No tanto en su variopinta filmografía como en su primera película animada. The Most Precious of Cargoes –que inauguró Annecy– es puro énfasis. Se nota al escuchar la banda sonora de Alexandre Desplat, que –según declaró en rueda de prensa– empezó con «la simplicidad» de instrumentos como «el acordeón, la balalaika, la guitarra y el címbalo» y acabó incorporando una orquesta para «aportar un poco más de fuerza emocional». La narración tampoco se resiste a cargar las tintas de un melodrama que circula en sentido único. Hasta la silueta de cada personaje está recubierta por un grueso contorno. Como si Hazanavicius quisiera dejar claro que ahí reside un cuerpo, un alma, una vida. El resultado habla por sí mismo. El director de The Artist (2011) remarca las fibras dramáticas de La Plus Précieuse des marchandises, un cuento moral –adaptado con ayuda del escritor de padres deportados en tiempos del nazismo Jean-Claude Grumberg– sobre el milagro de una leñadora que encuentra un bebé en la nieve y lo adopta a escondidas en un clima de sospechas propias del régimen de Vichy. La mejor parte reside ahí, en la supervivencia de un matrimonio sin nombres ni apellidos que salva a una niña por amor. Éste –reza la voz narradora de Jean-Louis Trintignant– es el valor más preciado y lo demás es silencio. Con la pantalla en negro y una cámara de visión termal, Jonathan Glazer llegaba a reflexiones mucho más profundas en la imbatible La zona de interés (2023). Lástima que Hazanavicius prefiera evidenciar antes que sugerir mediante grandes planos generales y un expresionismo de garrafa que, en su momento más autocomplaciente, traduce el terror de Auschwitz en una splash page de caras monstruosas en blanco y negro que parece una portada de Limp Bizkit. ♦


    Memoria de un caracol

    ★★★★☆

    Australia, 2024. Título original: Memoir of a Snail. Dirección: Adam Elliot. Guion: Adam Elliot. Compañías productoras: Arenamedia, Snails Pace Films. Fotografía: Gerald Thompson. Música: Elena Kats-Chernin. Producción: Adam Elliot, Liz Kearney, Tu Nhi Lam, Grace Adams, Michael Agar, Carole Baraton, Yohann Comte. Voces: Jacki Weaver, Sarah Snook, Eric Bana, Kodi Smit-McPhee, Dominique Pinon, Adam Elliot, Magda Szubanski, Nick Cave. Duración: 94 minutos.

    Australia melancólica

    Si en el melodrama de Hazanavicius, el gran Trintignant encarnaba al narrador, aquí nos guía otra forma de abrazar el mundo. Adam Elliot ha construido un universo de agridulce melancolía sin cambios de rumbo que sirve de espacio seguro para empatizar con el misfit por enésima vez. Sus narraciones de arcilla en stop-motion –como demiurgo de clayographies de diseño asimétrico– se inspiran en experiencias vividas en los suburbios de una Australia doméstica, de boca a oreja, para acercarnos a personajes marginales e incomprendidos que sufren y tocan fondo, pero que, gracias al santo grial de la amistad, consiguen levantarse y releer su pasado. Esta mirada clásica de aprendizaje y redención define a Gracie, la entrañable protagonista de Memoir of a Snail –inspirada en la madre de Elliot– que esconde sus miedos y obsesiones bajo un disfraz de caracol. Tras la muerte de su padre, la separan de su gemelo Gilbert –alter ego del director– y ambos empiezan una frágil relación epistolar con ecos a otras juventudes tormentosas donde la intimidad se revela catártica como la extraordinaria Mary and Max (2009) o el temprano corto Brother (2000). A veces, esta densidad melodramática se repite en un mismo arco dramático y se acerca peligrosamente a la fórmula, pero todo respira frescura, vitalismo y humor excéntrico en su segundo largometraje. La virtud de este miniaturista afincado en Melbourne reside en su inventiva para tejer microrrelatos, encadenando personajes y situaciones de lo más extravagantes –la secta de las manzanas que adopta a Gilbert o las vidas posibles de una vecina de Canberra que perdió un dedo bailando sobre la barra de Els quatre gats de Barcelona– y otras de inmensa belleza, como el film casero de Gracie con la Bolex de su padre. Memoir of a Snail es cine para reparar el alma. ♦


    Flow

    ★★☆☆☆

    Letonia, Bélgica, Francia, 2024. Título original: Flow. Dirección: Gints Zilbalodis. Guion: Gints Zilbalodis, Matiss Kaza. Compañías productoras: Dream Well Studio, Take Five, Sacrebleu Productions. Música: Rihards Zalupe, Gints Zilbalodis. Producción: Matiss Kaza, Gregory Zalcman, Ron Dyens. Duración: 83 minutos.

    Gameplay gatuno

    El mundo se despliega como una sucesión de cinemáticas majestuosas gracias al letón Gints Zilbalodis. Flow –inspirada en su magnífico corto Aqua (2012) y segunda triunfadora de Annecy– convierte la pantalla en portal de acceso a junglas, montañas y mares de un mapa de inmersión hiperrealista donde el nivel del mar sube y baja de forma cíclica y lo humano permanece en ruinas. No es extraño que el protagonista sea un gatito negro de mirada asustada y unos gestos que recuerdan al Simba de El rey león (1994). Si alguien podía guiarnos en esta utopía gamificada en plena emergencia climática tenía que ser un animal doméstico, más propio de la habitación de un gamer que del entorno salvaje. No estamos tan lejos del cine familiar de Jean-Jacques Annaud en la hechizante El oso (1988), pero aquí la apuesta es mezclar lo exótico y lo cercano –como un Golden y un capibara– mediante un lenguaje interactivo, aunque Flow no esté diseñada para pilotar con mando, sino como la modulación de un gameplay de aventuras de rol. Al igual que en Away (2019), la anterior propuesta de Zilbalodis, el cine se reduce –¿o maximiza?– a la evocación sensorial. La diferencia es que en su debut descubríamos la odisea de un joven –en sintonía con el videojuego Rime (2017)– recorriendo paisajes de inquietud surrealista con elefantes desfilando sobre la superficie cristalina del Salar de Uyuni; mientras que Flow limita lo fantástico para dar lecciones de cooperación entre amigotes peludos que parecen sacados de una teleserie infantil. Lo mejor aparece como un destello: esa mística de levitaciones sobre una cima o la inundación de un mundo atrapado en círculos. Estos paréntesis abren un nuevo portal. La promesa de un viaje que reclama desatarse de lo ya conocido. ♦


    Rock Bottom

    ★★★☆☆

    España, Polonia, 2024. Título original: Rock Bottom. Dirección: María Trénor. Guion: María Trénor. Compañías productoras: Alba Sotorra Cinema Productions, Jaibo Films, GS Animation, Empatic Production. Música: Robert Wyatt. Producción: Alba Sotorra, Miguel Molina, Robert Jaszczurowski, Adán Aliaga, Joaquín Ojeda, Dani Bagur. Duración: 86 minutos.

    Mallorca temblorosa

    La cultura posthippie también aparece como un portal de acceso en el estimulante debut de María Trénor, pero aquí el digital no obedece al espectáculo. Más bien a una percepción embriagada de lo real. En vez de firmar un biográfico al uso, la directora valenciana aborda el emblema de la escena de Canterbury, Robert Wyatt, y el proceso creativo de Rock Bottom –el intrincado álbum que da nombre a la película– como un compendio desordenado de recursos entre la rotoscopia y el simulacro de acuarelas, brochazos con óleo e imágenes en 16 mm a caballo entre las pinturas psicodélicas de Mati Klarwein y las ventanas granadinas de José Val del Omar. Este experimento no siempre funciona. Cuanto más lisérgico, más alto vuela el drama de pasiones y desencuentros entre el cantante de Bristol y su eterna musa Alfreda Benge. Una humeante fiesta neoyorquina, osos bailando en un comedor y una grabación en el baño de una masía del tardofranquismo –donde las montañas de Mallorca ondulan irisadas– permiten medir la fiebre de este irregular antibiopic. Según Trénor, que entrevistó a Wyatt y contó con su aprobación, aborda su figura como espíritu dionisíaco extensible a toda una generación. Esto fuerza las cosas. Si algo aprendimos de Isaki Lacuesta en su increíble Segundo premio (2024) es que lo generacional no se busca. Se imprime casi sin querer. Ya sea a través del no-biopic de Los Planetas o la creación de un gran disco de rock progresivo. Por otro lado, la precisión histórica no es imprescindible –¡Wyatt se cayó de un cuarto y se quedó parapléjico en Londres, no en NY!– y sí las derivas de este álbum filmado donde canciones como Sea Song y Alifib o la O’Caroline de Matching Mole son el reflejo deformado de un artista en plena psicodelia vital. ♦


    Sauvages

    ★★★★☆

    Suiza, Francia, Bélgica, 2024. Título original: Sauvages. Dirección: Claude Barras. Guion: Claude Barras, Catherine Paillé. Compañías productoras: Nadasdy Film, Haut et Court, Panique! Production. Música: Charles de Ville, Nelly Tungang. Producción: Nicolas Burlet, Laurence Petit, Barbara Letellier, Carole Scotta, Vincent Tavier, Hugo Deghilage. Duración: 87 minutos.

    Como una pantera nocturna

    La ternura es un latido constante en las formas de Claude Barras. La gran baza del autor suizo radica en los gestos que dan forma a los sueños. En su primer corto, Banquise (2005), se atrevía a describir la dulce muerte de una niña obesa para acogerla en un insólito paraíso de hielo rodeada de pingüinos andantes. Este poso melancólico no tardaría en adoptar la técnica de plastilina en movimiento. La delicada Sainte barbe (2007) descubría las manos de un niño enterrando la espesa barba de su abuelo para abordar el duelo con una sensibilidad atenta a sonidos de textura háptica. Todos coinciden en que el cénit de Barras llegó con la tiernísima –y coguionizada por Céline Sciamma– La vida de Calabacín (2016), un refugio contra el dolor de la infancia desamparada que se llevó el Cristal a Mejor Película. Lógicamente, este año, era improbable que pudiera superar a la ambiciosa Memoir of a Snail de Adam Elliot, pero donde el australiano realimenta su universo de fragilidades en busca de amor, Barras apuesta por algo inédito en su filmografía. Sauvages tiene la virtud de redirigir la empatía que despiertan sus diminutos personajes hacia un lugar atávico. Lo que empieza como un drama sobre la deforestación industrial que amenaza comunidades nativas en Borneo se impregna de una pátina ancestral. Kéria es una adolescente atada a su móvil que permite a sus amigas burlarse de su primo indígena Selaï, pero la llegada a casa de una cría de orangután que ha perdido a su madre será la primera piedra de un camino de transformación espiritual hacia el corazón de sus miedos. La identidad se manifiesta como una pantera nocturna de mirada penetrante y la jungla acoge un santuario materno en este cuento de mística sutil con especial atención al detalle. ♦


    The Storm

    ★★☆☆☆

    China, 2024. Título original: 大雨. Dirección: Yang Zhigang. Guion: Yang Zhigang. Compañías productoras: CMC Pictures China. Música: Hank Lee. Producción: Yang Zhigang. Duración: 102 minutos.

    Sacar músculo

    En 2017, los directores Yang Zhigang y Cloud Yang ganaron en Annecy el Premio del Jurado Joven con The Valley of White Birds, un cuento mágico sobre magos enfrentados en un bosque de trazo impresionista que, por sus propiedades regenerativas, entroncaba con la línea ecológica de La princesa Mononoke (1997). Siete años después, Zhigang no sólo se acerca peligrosamente al imaginario de Hayao Miyazaki, sino que renuncia a toda armonía formal al plantear un choque estético entre dibujos con tinta china y unas aguas descaradamente digitales. The Storm –su segundo largo en solitario– es un ejercicio de épica wagneriana que no encuentra su centro. Zhigang vuelve a caer en un pantano de confusiones narrativas –como en su caótico debut Dahufa (2017)– para contar la senda heroica de Mantou, un pequeño bribón con casco de madera y bichito redondo encima que, a orillas de un lago, descubre un barco centenario repleto de criaturas monstruosas; y su padre Daguzi, víctima de una maldición que lo convierte en un ser viscoso a punto de esfumarse. Resulta sintomático que los personajes de este periplo paternofilial –fregonas venenosas, medusas que desprenden luz, un ejército de mosqueteros con capa y un joven de cuerpo nuboso– se acerquen a joyas como El viaje de Chihiro (2001) en un momento crepuscular para la Ghibli –¿qué herencia deja y a quién?– aunque la raíz mitológica de Zhigang hunda sus raíces en la mitología china. Especialmente relevante es la aparición de un ave gigantesca que evoca el fénix Fenghuang, símbolo totémico de virtud y gracia. Muy discutible, en cambio, es la falta de cohesión y profundidad, además de un plano secuencia para marcar paquete que agrupa a todos los personajes como si fuera la fotocopia de la gramática orgánica de Joss Whedon en el clímax de Los Vengadores (2012). ♦


    Totto-Chan: The Little Girl at the Window

    ★★★☆☆

    Japón, 2024. Título original: Madoigwa no Totto-chan. Dirección: Shinnosuke Yakuwa. Guion: Shinnosuke Yakuwa, Yôsuke Suzuki. Compañías productoras: Shin-Ei Animation. Música: Yuji Nomi. Producción: Takanashi Rena. Voces: Liliana Ôno, Koji Yakusho, Shun Oguri. Duración: 114 minutos.

    Fragilidad narrativa

    El Premio Paul Grimault discurre paralelo a la zona alta del palmarés de Annecy. A modo de homenaje, recuerda al veterano director galo de imaginería entusiasta y ensoñación desbordante en títulos como El rey y el ruiseñor (1979) y la desapercibida La bergère et le ramoneur (1952). Muy acertadamente, el año pasado, el Grimault fue para El túnel de los deseos (2022), un drama fantástico de Tomohisa Taguchi, director encargado de traducir mangas a la pantalla pequeña y grande. Este año, el Grimault ha vuelto a caer en Japón. El nombre premiado es poco conocido. Shinnosuke Yakuwa ha puesto el oficio en nuevos encargos de Doraemon –la mítica serie donde ya participó como corealizador– hasta que ha encontrado un primer éxito tras dar un giro de timón a su corta trayectoria. Yakuwa se aleja lo justo del cine familiar para dar con una propuesta que, sin renunciar a su público objetivo, se atreve a lidiar con la adaptación de un superventas. The Little Girl at the Window parte de las memorias sobre la infancia de la celebridad televisiva Tetsuko Kuroyanagi cuando era alumna de una escuela tokiota de enseñanza no convencional en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Dicho de otra forma, Yakuwa se ha visto en la posición de traducir un clásico de consumo masivo –que llegó a vender 25 millones de copias– sobre un modelo educativo especial, obra de Sosaku Kobayashi, enfocado en valores de trascendencia vital al margen de las escuelas ordinarias de la época. El resultado es gratificante. Sobre todo, por la aparente sencillez de sus diseños, que entroncan con la fragilidad de una etapa y un pueblo en plena catástrofe. Las limitaciones narrativas del libro son evidentes dada la forma expansiva con la que están escritas, por lo que no tiene mucho sentido pedirle peras al olmo. ♦


    Angelo dans la fôret mystérieuse

    ★★★☆☆

    Francia, Luxemburgo, 2024. Título original: Angelo dans la fôret mystérieuse. Dirección: Vincent Paronnaud, Alexis Ducord. Guion: Vincent Paronnaud. Compañías productoras: Zeilt Productions, Je suis bien content, Amopix, Gao Shan Pictures, EV.L Prod, France 3 Cinéma, Le Pacte, The Creative Holding. Producción: Laurent Witz, Marc Jousset, Mathieu Rolin, Arnaud Boulard, Florent Steiner, Amélie Terrier. Música: Olivier Bernet. Duración: 80 minutos.

    Monstruoso pastiche digital

    Se puede leer el cine de Vincent Paronnaud a partir de algo tan cambiante como la paternidad. Si en Raging Blues (2004), su primer corto sobre las miserias de una familia disfuncional, se palpaba un humor ácido de alma underground, el díptico que firmó con Marjane Satrapi resituaba a este antiguo dibujante de la revista Ferraille en el melodrama de denuncia política –la aclamada Persépolis (2007)– y el romance con espíritu de cómic –la menos lograda Pollo con ciruelas (2011)– para dar un giro de timón hacia lo doméstico. The Death, Dad & Son (2017) –Premio del Jurado Joven de Annecy al Mejor Corto– conservó algo de humor negro marca de la casa al servicio de un cuento con guiños metalingüísticos al rótulo The End que, justamente, versaba sobre la relación entre un esqueleto viudo y su hijo travieso, que aprendía el oficio de clasificar almas recién separadas del cuerpo para reconectar con su padre. Han pasado siete años desde aquel delicioso cuento de fantasía cadavérica. Angelo dans la fôret mystérieuse parece la consecuencia directa de una inocencia que el director galo ha visto en el rostro de sus hijos. De hecho, esta vez juega en casa. La película –codirigida con Alexis Ducord– adapta un cómic suyo para preadolescentes sobre la peripecia de un niño olvidado en una gasolinera que, para llegar a casa de su abuela enferma, protagoniza una hazaña artúrica de resonancias carrollianas donde Excálibur es un trozo de pizza en un mundo paralelo de termitas medievales, un coloso herbáceo que recuerda a El gigante de hierro (1999) y un ogro con parches anticarne que se enfrentan a un dictador alienígena para evitar que destruya el bosque. Todo respira ritmo en esta aventura más pendiente de asegurar la velocidad que de nutrir algo tan importante como la poética de sus imágenes. ♦


    Ghost Cat Anzu

    ★★★★☆

    Japón, Francia 2024. Título original: Bakeneko Anzu-chan. Dirección: Nobuhiro Yamashita, Yôko Kuno. Guion: Shinji Imaoka. Compañías productoras: Shin-Ei Animation, Miyu Productions. Producción: Keiichi Kondo, Emmanuel-Alain Raynal, Pierre Baussaron. Música: Keiichi Suzuki. Duración: 97 minutos.

    Portal en el retrete

    Doraemon se queda en pañales ante el desparpajo de Ghost Cat Anzu. El primer largo codirigido por Nobuhiro Yamashita –autor de estéticas barrocas como La La La at Rock Bottom (2015)– y Yôko Kuno –que debuta después de firmar cortos y videoclips animados– es pura frescura. La vida de Karin, una niña de 11 años que llega al Japón rural sin un yen en el bolsillo, el luto materno todavía reciente y un padre endeudado y ausente, se ve patas arriba por el descubrimiento de un vecino gatuno en las antípodas de lo políticamente correcto que, no obstante, se convertirá en empático protector de la función. Anzu es un fantasma condenado a vivir eternamente en el templo de Souseiji. Lleva un smartphone colgando del cuello y se pasa los días con la bici, comiendo lo que puede y tirándose pedos. Su rostro es esquemático, con ojos de un ridículo delicioso y gotas de sudor que no resbalan sobre la piel, sino suspendidas en el aire. Como si no fuera preciso detallar apariencias en este cuento estupendo de fantasías veraniegas. Como si Anzu fuera el contrapunto idóneo a la melancolía de una pequeña comunidad. Hasta aquí, la historia se quedaría en revisión macarra de cuentos morales con amigo imaginario si no fuera porque, de repente, se produce un giro que la distorsiona hacia lo grotesco. El melodrama deviene épica bufa sobre las otredades del folclore japonés. Tras meter la cabeza a lo Trainspotting (1996) en el váter de un tanatorio para saludar a la madre de Karin en el inframundo, un grupo de demonios armados con cachiporra persigue a los protagonistas y acaba apalizando a los fantasmas de una pobre seta y un mapache. Esta fiesta del absurdo se disfruta como un sano disparate contra normas y tradiciones. ♦


    The Colors Within

    ★★★☆☆

    Japón, 2024. Título original: Kimi no iro. Dirección: Naoko Yamada. Guion: Reiko Yoshida. Compañías productoras: Story Inc, Science Saru Inc. Producción: Yoshihiro Furusawa, Genki Kawamura, Eunyoung Choi, Wakana Okamura, Kohei Sakita. Voces: Sayu Suzukawa, Akari Takaishi, Taisei Kido. Música: Kensuke Ushio. Duración: 101 minutos.

    El rock de la empatía

    Naoko Yamada sirve el almíbar a granel, pero no engaña a nadie. Su quinto largometraje, The Colors Within, coge la antorcha de la expresividad romántica de A silent voice (2018), gran hito del anime sentimental tras la rutilante Your Name (2016) de Makoto Shinkai. Esta vez, el drama no es tan acentuado como el de un joven en busca de redención tras el acoso perpetrado contra una compañera de clase sorda, pero las emociones estallan por igual en este drama musical de milimétrica puesta en escena. Totsuko es la estudiante de una residencia de monjas que nos guía por un mapa de colores donde, a veces, la pantalla se inunda de blanco para dar cobijo a sugerentes pinceladas. Su amiga Kimi, que ha dejado los estudios y finge asistir a clase para no decepcionar a su abuela, representa el azul marino. Su amigo Rui, en cambio, encarna el verde claro. ¿Cuál es entonces el de Totsuko? Sus rutinas parecen un puzle de celebración daltónica donde los tonos aparecen con mayor o menor intensidad en función de la compañera o maestra que aparece en su camino. En ocasiones, la sensación es tan intensa que se queda inmóvil disfrutando de su paraíso interno, con la boca medio abierta, frente a una clase que no la entiende. Esta particularidad de lo discordante se entrelaza con momentos de humor inocente y confesión vitalista en un relato de adolescentes cómplices y amistades regadas que, en plena afinación de su propia naturaleza, acaban celebrando un concierto de atmósfera sanísima donde el rock flirtea con el sintetizador y las canciones se aplauden hasta en el patio de butacas. Es una lástima que esta crónica sincera de acusado entusiasmo pueda confundirse con otro regalo para otakus. Debajo de su cursilería se esconden destellos de ingenio. ♦


    Los imaginarios

    ★★☆☆☆

    Japón, 2024. Título original: Yaneura no Rudger. Dirección: Yoshiyuki Momose. Guion: Yoshiaki Nishimura. Compañías productoras: Studio Ponoc Inc. Producción: Yoshiaki Nishimura. Voces: Kokoro Terada, Rio Suzuki, Sakura Andô, Riisa Naka, Takayuki Yamada, Issei Ogata. Música: Agehasprings, Kenji Tamai. Duración: 108 minutos.

    El amigo que siempre estuvo allí

    Parece que la apabullante The Storm no es la única película de este año que se refleja en el cine de Hayao Miyazaki. Los imaginarios también apunta hacia la riqueza de sus constelaciones. Seguramente, esto resulta irritante a más de un convencido que percibe la llegada de nuevas animaciones como si fueran rivales con un cuchillo entre los dientes, dispuestos a tomar el relevo del maestro nipón. No obstante, se puede matizar. Ni la situación es únicamente ésta ni la nueva película de Yoshiyuki Momose pretende usurparle el reino al director de Mi vecino Totoro (1988). En verdad, Momose parte de un material británico. Amanda Shuffleup es una heroína que viaja a otros mundos con su amigo inventado Rudger en The Imaginary, una novela escrita por A. F. Harrold e ilustrada por Emily Gravett donde lo fantástico debe luchar para ser recordado. Lo más perturbador de esta épica infantil es que el único personaje que puede ver a los compañeros de viaje de la infancia es un señor solitario de bigotes frondosos que se alimenta de sus almas, pero al director de Tomorrow’s Leave (2021) no parece interesarle la correspondencia entre lo real y lo onírico, lo denso y lo etéreo, lo crudo y lo cálido. De ahí que el personaje animado de Mr. Bunting con sus golpes de bastón parezca la versión descafeinada del Capitán Ahab en este relato sobre la amistad de los supervivientes. Como era de esperar, en ocasiones, Momose lanza una serie de guiños al imaginario colectivo pasando por hitos y figuras tan relevantes como Picasso, Moby Dick y la música de Händel, pero el nervio de la acción no permite desarrollar ni profundizar como bien merece una cuestión tan compleja entre lo soñado y lo despierto. ♦


    A boat in the garden

    ★★★★☆

    Francia, Luxemburgo 2024. Título original: Slocum et moi. Dirección: Jean-François Laguionie. Guion: Anik Le Ray, Jean-François Laguionie. Compañías productoras: Melusine Productions, Studio 352, JPL Films. Producción: Stéphan Roelants, Jean-François Bigot, Camille Raulo. Voces: Elias Hauter, Grégory Gadebois, Coraly Zahonero, André Marcon, Mathilde Lamusse, Lara Ropion. Música: Pascal Le Pennec. Duración: 75 minutos.

    Armonía incólume

    Qué difícil es dejarse sorprender por la topografía gala sin caer en el cliché cuando las bicicletas circulan a orillas del Marne y la Torre Eiffel puntúa una postal mientras suena el acordeón. Por extraño que parezca, la nueva maravilla del veterano director Jean-François Laguionie conserva intacta su belleza, aunque se permita incluir tópicos tan alarmantes como éstos. La clave radica en los procesos. François es un chico apasionado de los barcos en la Francia de posguerra que trata de descifrar los porqués de su padrastro Pierre. En el pueblo, los parroquianos de un bar lo llaman Slocum, como el primer marinero que recorrió el mundo en solitario a bordo de un balandro de madera. El motivo es una réplica de la nave que Slocum está construyendo como buen carpintero de ribera que es en el jardín de su casa con la ayuda de su madre Geneviève. Desde luego, François no es el único que sueña despierto. También nosotros, espectadores, que nos adentramos en el núcleo de una familia donde la barbarie y el luto paterno ocupan un madurado fuera de campo y la vida se traduce en escenas dibujadas como recuerdos de infancia. La visita al museo para contemplar La balsa de la Medusa (1819) –donde la furia romántica de Théodore Géricault recuerda y anticipa la llegada de cualquier tragedia– o la serie de fotos en blanco y negro que François descubre en un rincón de su casa le permiten al veterano Laguionie abordar lo íntimo como si pintara acuarelas un domingo por la tarde. El director de El lienzo (2011) es un poeta del trazo fino y armonía incólume. Su escueta A boat in the garden, una metáfora sobre los esfuerzos de la libertad que renuncia a evidenciar la melancolía para abrazar un naturalismo de aliento vitalista. ♦

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