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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Un prince

    || Críticas | Las Palmas 2024 | ★★★☆☆ ½
    Un prince
    Pierre Creton
    Filmando lo inasible


    Rubén Téllez Brotons
    Las Palmas |

    ficha técnica:
    Francia, 2023. Título original: Un prince. Duración: 82 min. Dirección: Pierre Creton. Guion: Vincent Barré, Pierre Creton, Mathilde Girard, Cyril Neyrat. Música: Jozef van Wissem. Fotografía: Pierre Creton, Léo Gil-Mena, Antoine Pirotte. Compañías: Andolfi. Reparto: Pierre Barray, Vincent Barré, Pierre Creton, Antoine Pirotte, Manon Schaap, Mathieu Amalric, Grégory Gadebois, Françoise Lebrun.

    Paul Schrader construía en El maestro jardinero, estrenada el año pasado, un relato seco y ascético en el que la jardinería le servía a su protagonista, un neonazi arrepentido por sus crímenes, de perfecta excusa con la que poner su vida en pausa: el sentimiento de culpa se arrastraba por cada poro de su piel, por cada esquina de su conciencia, por cada grieta de su mirada y, ante la imposibilidad de rehacer su vida, decidía someterla a una rutina milimétrica cuyo núcleo duro era el cuidado del frondoso jardín de una millonaria con los objetivos de, por un lado, no provocar más daños; y, por otro, pagar una penitencia autoimpuesta. El cuidado de las plantas funcionaba, por tanto, como la actividad que le permitía al personaje interpretado por Joel Edgerton de introducir su vida en ese punto muerto en el que todo se detiene, incluido el tiempo. Sólo a través de la escritura de un diario –que se escuchaba en off periódicamente a lo largo de todo el metraje– conseguía el protagonista exteriorizar un sufrimiento cuya represión no hacía sino aumentar.

    Todo lo contrario sucede en Un prince, la nueva cinta de Pierre Creton, que se estrenó en la Quincena de Cineastas de la pasada edición del Festival de Cannes y ahora compite en la sección oficial del Festival de Las Palmas. Aquí, el trabajo con las plantas ejerce de llave con la que el protagonista consigue abrir todas las puertas que oprimen su identidad para, una vez cruzadas, destruirlas por completo. Su imagen de apertura, una pequeña planta que ha conseguido germinar en un terreno verdaderamente áspero lleno de piedras, funciona como la metáfora perfecta que condensa la situación inicial del protagonista de manera sencilla y coherente con el imaginario creado por el director. La película cuenta la historia de un joven francés que, obligado por sus progenitores, se apunta a una escuela de jardinería. Allí, además de ir creando poco a poco un vínculo fuerte con la naturaleza, conocerá a una serie de hombres (un plantador, un apicultor y un profesor) con los que podrá dejar fluir su sexualidad libremente, situación que se verá favorecida por el distanciamiento con sus padres: él, un silente e intransigente aficionado a la caza, y ella, una empedernida y controladora lectora de novelas con serios problemas con el alcohol.

    Un prince es una obra que versa de principio a fin sobre la identidad, cuestión que el director desarrolla desde dos puntos de vista distintos que, pese a alternarse en paralelo durante gran parte del metraje, están indisociablemente unidos el uno al otro, en tanto que comparten el mismo núcleo, el carácter hermético de la personalidad, y giran alrededor de la represión a la que esta se ve sometida. Pierre Creton muestra, a través del establecimiento de un aparato formal algo radical dentro de su carácter experimental, la dificultad que tiene el ser humano de conocer a otro realmente (la profesora del protagonista le define en un momento determinado como “opaco”); o, dicho de otra forma, filma algo tan inasible como la incapacidad para desarrollarse como persona con total libertad, para mostrarse al mundo tal y como uno es. La cámara, convertida en una mirada externa que observa todo desde la distancia que otorga un plano general, fijo y frontal, busca mostrar no tanto el interior de los personajes como el decorado exterior en el que dan vueltas como animales enjaulados; el realizador, por tanto, asume el carácter represivo del propio cine, su papel fundamental a la hora de difundir rápidamente y con fuerza los rasgos metálicos y asfixiantes de lo normativo, y lo utiliza para denunciarlo.

    Así, frente a la impotencia que siente la imagen a la hora de penetrar en la personalidad de los personajes, el sonido es el encargado de desarrollar dicha función. La mayoría de las escenas siguen el siguiente esquema: el protagonista lleva a cabo una tarea cotidiana —atender en clase, comer con sus padres en silencio, trabajar con las plantas, charlar con alguien de banalidades— y, en off, se escuchan sus pensamientos, ya sea un apunte acerca de la actividad que está realizando, un recuerdo que le ha venido a la cabeza, un comentario sin más importancia, o, casi siempre, sobre lo que le gustaría decir o hacer y que, debido a la homofobia estructural, al moralismo de sus padres, o a su timidez, no puede. El realizador, al puntear la narración con monólogos internos de otros personajes, también cohibidos por la sociedad y angustiados por la incomunicación que impera en la misma, hilvana un mapa de personalidades silenciadas que intentan expresarse. A medida que el protagonista se vaya metiendo más en el mundo de la jardinería, irá liberándose de todos los lastres de la sociedad que le oprimen, hasta terminar viviendo en una cabaña en mitad del bosque en la que puede mostrarse tal y como es con las personas a las que quiere y que verdaderamente le quieren. Además, Pierre Creton le impone a la película un ritmo monocorde que rompe un par de veces introduciendo a todo volumen una canción que desgarra la pantalla y que les inyecta a las imágenes la dosis, ligera, de lirismo de la que carecen. ♦


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