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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Mãos no fogo

    || Críticas | Las Palmas 2024 | ★★☆☆☆
    Mãos no fogo
    Margarida Gil
    Otra vuelta de tuerca a Henry James


    Rubén Téllez Brotons
    Las Palmas |

    ficha técnica:
    Portugal, 2024. Título original: Maos no fogo. Duración: 109 min. Dirección: Margarida Gil. Guion: Margarida Gil. Música: Daniel Bernardes. Fotografía: Acácio de Almeida. Reparto: Carolina Campanela, Marcello Urgeghe, Adelaide Teixeira, Rita Durao, Sofía Vilarico.

    Henry James vuelve a la actualidad un siglo después de su muerte; lo hace trascendiendo la prosa que le dio fama. Sólo en el último año, se ha trasladado a la gran pantalla su novela La bestia en la jungla (1903) dos veces: una bastante fiel dirigida por Patric Chiha; y otra mucho más libre firmada por Bertrand Bonello. Ambas representan las diferentes formas que hay de filmar un texto construido, por un lado, sobre las extensas, parsimoniosas descripciones articuladas por el autor británico comprimidas en unas frases subordinadas hasta el límite de la subordinación; y, por otro, sobre los largos diálogos de unos protagonistas inmovilizados por su propio miedo, por la sombra estéril de su ansiedad, por el fantasma opaco de una tragedia que intuyen inminente, pero que, sin embargo, nunca llega a consumarse. Chiha, aunque cambia los tiempos en los que sucede la acción, se mantiene más fiel a la novela, en tanto que el tema principal alrededor del cual gira la propuesta es el miedo mencionado un par de líneas más arriba y gran parte de la narrativa está tensada por el intercambio verbal de sus protagonistas, como en la novela. Bonello, por su parte, diseña un árbol narrativo que tiene como raíz las preocupaciones plasmadas por James en su relato, pero que, sin embargo, no tarda en convertirse en una narrativa con forma de laberinto que no deja de ramificarse en ningún momento, y que aborda, siempre con una profundidad discursiva y una fuerza estética impresionantes, un abanico de temas enorme.

    Mãos no fogo, la nueva película de Margarida Gil, que compitió en la sección Encounters de la pasada edición del Festival de Berlín, es también una adaptación libre, como bien aclara el cartel inicial, de una obra de Henry James: esta vez, de Otra vuelta de tuerca (1898). La directora se sirve de la base argumental del texto de James para trazar un argumento que se desarrolla en un pasado abstracto —nunca llega a concretarse la época exacta— en el que todavía se utilizaba la cámara de celuloide; y que intenta, sin mucho éxito, trasladar de forma literal el tono de la obra original, cambiando, sin embargo, el fondo de la misma. Una joven que está realizando su tesis de fin de carrera sobre las antiguas residencias solariegas situadas en el Duero llega a la última casa que tiene pensando retratar y se encuentra, de primeras, con que la familia que la habita está rodeada por una niebla opaca y sórdida en la que las apariciones fantasmales, los niños esquivos y misteriosos, la férrea rutina de una institutriz algo desquiciada por su moral religiosa, los silencios de una cocinera que sabe más de lo que cuenta, y las habladurías que llegan desde el pueblo, están presentes en todo momento.

    A Mãos no fogo se le tiene que reconocer la valentía a la hora de abrirse un nuevo camino en lo que a adaptaciones personales de obras clásicas se refiere. El principal problema que tiene la película es que intenta plasmar en imágenes la atmósfera de la novela lo más fielmente posible, pero sin renunciar a cambiar algunos elementos narrativos y temáticos, decisión que no tarda en desvelarse como el desencadenante de que toda la propuesta naufrague apenas unos minutos después de haber empezado. Y es que todos los elementos que construyen ese tono opaco de la Otra vuelta de tuerca de James funcionan con la precisión de un reloj suizo y son imprescindibles para que el engranaje entero funcione; si se omite o se cambia uno, todo puede fallar. Esto no quiere decir que la adaptación de la novela tenga que ser fiel, sino que hay que saber qué función tiene cada pieza en la totalidad del puzle, para que cuando se sustituya o se elimine, no se venga todo el edificio abajo. Gil mantiene a gran parte de los personajes de la obra original y añade algunos nuevos, como la cocinera o su ayudante, que no desentonan en absoluto; el fallo, sin embargo, está en la forma en que presenta a los personajes ya creados por el escritor y, sobre todo, en el punto de vista desde el que narra la cinta.

    La atmósfera de la novela basa su carácter envolvente en la ambigüedad de los hechos descritos, en tanto que nunca se llega a saber qué es real y qué no lo es, ni si las acciones de la protagonista responden a un peligro exterior o a sus impulsos más irracionales. Además, el texto original tiene un componente metaficcional fundamental para entender el juego de perspectivas: el grueso de la historia está narrado por el personaje principal, la institutriz que llega a la vieja mansión a cuidar de los niños, pero el prólogo que da inicio al libro, relatado por un personaje anónimo, cuestiona la veracidad de todo lo que viene después. Así, la subjetividad de las palabras es uno de los factores definitorios a la hora de diseñar una ambigüedad que permite la existencia de las infinitas interpretaciones del texto, de la existencia de mil temas dentro de cada verbo escrito por James.

    Mãos no fogo, por su parte, tiene como protagonista-narradora a una joven que, a diferencia de la novela, nunca llega a involucrarse en el ambiente de la casa ni a entablar una relación verdadera con sus habitantes, sino que se dedica a observar todo desde el exterior. La mirada que arroja sobre la realidad es objetiva y nunca se pone en duda ninguno de los hechos que acontecen. Gil busca crear la tensión convirtiendo a los secundarios en sospechosos de no se sabe muy bien qué: todos parecen ocultar un secreto que la protagonista no tiene un excesivo interés en descubrir (ni le supone un gran esfuerzo hacerlo una vez que se lo propone). Esto, lejos de enrarecer la atmósfera, aleja la atención del espectador, hecho al que también contribuye la inexistencia de un tema que articule la propuesta, porque el diálogo final sobre el cine y la vida, el mal y su contemplación, es lo suficientemente plano como para no considerarse reflexión. La película, en fin, camina por la pantalla como lo haría alguien que se pierde de noche en un bosque: de forma caótica, desordenada, sin saber muy bien dónde se dirige ni por dónde camina. Todo lo contrario que la novela del autor británico. ♦


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