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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | A good place

    || Críticas | ZINEBI 2023 | ★★★★☆ |
    A good place
    Katharina Huber
    Chucrut con misterio


    Javier Acevedo Nieto
    Bilbao |

    ficha técnica:
    Alemania, 2023. Título original: «Ein schöner Ort». Dirección: Katharina Huber. Guion: Katharina Huber. Productoras: Acker Film. Fotografía: Jesse Mazuch, Carmen Rivadeneira. Montaje: Avner Shiloah. Música: Federico Perotti, Chris Pitsiokos. Reparto: Clara Schwinning, Céline de Gennaro, Jannik Mioducki, Andreas Schneiders. Duración: 108 minutos.

    ¿Qué es la extrañeza? Para cierto cine europeo, siempre fue una búsqueda de mecanismos expresivos que deformaran la realidad hasta volverla completamente ajena a las coordenadas de lo familiar. Las vanguardias surgidas en el viejo continente se distanciaron más y más de la realidad y de lo figurativo para expresar irrealidades que, en el fondo, enunciaban antiguos miedos a partir de formas nuevas. Sin embargo, ¿qué pasaría si se enunciara una realidad extraña a partir de mecanismos expresivos muy conocidos? Este es uno de los muchos interrogantes de A Good Place, donde la cineasta y montadora Katharina Huber realiza una operación de ingeniería inversa tan divertida como simple: emplear los recursos que han gentrificado el cine de autor europeo para enunciar una realidad salida de las mejores novelas de Don DeLillo o Phillip Roth.

    Güte y Margarita ven los días morir con el poco entusiasmo de sobrevivir un día más en un pueblo alemán de montaña. Los cotilleos se suceden: el hijo del alcalde es un desgraciado, un pretendiente las ronda con actitud de acosador y una extraña enfermedad merodea a sus habitantes. Realidad al margen, las dos jóvenes se encuentran inmersas en plena inmolación de sus mejores días mientras el espectador se pregunta exactamente qué está pasando. Huber poda la trama con una motosierra de tantos dientes como mala leche para devolver toda una antitrama: se intercalan tramas, se rompe el orden de la narración y el viaje de algunos de sus personajes solo puede intuirse a través de las grabaciones de radio (en un perfecto inglés británico) y las indirectas lanzadas por la cámara. Si el cine europeo prácticamente había abrazado la asepsia expresiva con películas que aniquilaban la imaginación a partir de historias de traumas y neurosis, Huber se ríe de todo eso.

    A Good Place ironiza sobre el dispositivo cinematográfico para expresar una realidad nueva. Todas sus secuencias son solemnes cuadros vivientes enclaustrados por encuadres rígidos. Esta es seña de identidad del 90% del cine de «autor» estrenado en festivales. Como lo es también el minimalismo en la puesta en escena, el distanciamiento dramático de personajes que parecen vivir eternamente en un mal viaje y el uso mínimo de la banda sonora. Lo realmente relevante es que Huber dinamita este dispositivo a partir de situaciones extraordinarias y dosis de ironía. El filme es un trampantojo que esconde el retrato de una época y una comunidad soñada por los autores que reimaginaron el surrealismo y lo trasplantaron a la rutina de un portal de vecinos: es el territorio de los Pavese o DeLillo. En este sentido, lo más paradójico (y divertido) de A Good Place es que con esta operación de deconstrucción de estereotipos del cine europeo Huber muestra mayor compromiso con su tiempo y su arte que cualquier película de cine social.

    Es una película donde el absurdo y la desorientación se convierten en dimensiones estéticas que rompen con el subjetivismo de cierto cine autoral y con el realismo que ha encorsetado cualquier atisbo de cine de género. Huber incurre en el esteticismo de sus tomas largas y fijas como forma de lucha contra la uniformidad. También reflexiona sobre la capacidad del lenguaje cinematográfico para deformar la realidad a partir de coordenadas conocidas. Atenta contra las agendas moralistas del cine contemporáneo haciendo suya la máxima de Gautier: cuando una cosa bella es útil, deja de ser útil. El humor y la ironía anulan la utilidad discursiva de una película centrada en el divertimento y el juego con la incomprensión del espectador y su voluntad de no narrar nada concreto. Reivindica su propia narrativa a partir de una extrañeza conquistada a base de un profundo conocimiento de la realidad cinematográfica del presente.

    Por todo ello, A Good Place es una pequeña esperanza. La historia no revelada de Güte y Margarita es para Huber un divertimento que opera con la paciencia del espectador, la metadiscursividad de su dispositivo y las convenciones del cine autoral. Siempre podría dinamitar aún más sus propias reglas y estirar la lógica interna de su ironía para terminar de arriesgarse y, pese a ello, se trata de una película que triunfa en la pura significación del desconcierto, la incertidumbre y la sorpresa. ♦


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