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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Reality

    || Críticas | Streaming | ★★★☆☆
    Reality
    Tina Satter
    Cortina rasgada


    Ignacio Navarro Mejía
    Madrid |

    ficha técnica:
    Estados Unidos, 2023. Dirección: Tina Satter. Guion: Tina Satter y James Paul Dallas (basado en la obra de Tina Satter). Producción: Seaview Productions / Burn These Words / 2 Sq Ft / Cinereach / Fiat Via Vi Film Productions / Tanbark Pictures. Fotografía: Paul Yee. Montaje: Ron Dulin y Jennifer Vecchiarello. Música: Nathan Micay. Diseño de producción: Tommy Love. Dirección artística: Casey McCoy. Vestuario: Enver Chakartash. Reparto: Sydney Sweeney, Josh Hamilton, Marchánt Davis. Duración: 83 minutos.

    El desarrollo tecnológico de los últimos años persigue, entre otros objetivos, favorecer la democratización de la sociedad. Estos avances facilitan el acceso a determinados recursos de toda la ciudadanía, y qué mejor ejemplo que su aplicación al voto, el derecho fundamental derivado, precisamente, de la condición de ciudadano, por el que cada uno puede participar en la toma de decisiones públicas. En concreto, el derecho de sufragio ha pasado a incorporar, en numerosos países, elementos electrónicos o informáticos, ya sea en su preparación, en su escrutinio o, en especial, en su emisión. Sin embargo, esta evolución puede suponer no solo un avance, sino también un retroceso en las garantías democráticas, ya que desde el momento en que una u otra forma de participación, como es el ejercicio del derecho de voto, está mediatizada en uno u otro modo por algún sistema ajeno a la mera voluntad del votante, tal sistema puede ser corrompido para, en caso extremo, alterar dicha voluntad. Dicho de otra manera, la tecnología simplifica el desempeño o la elección de muchas cosas, pero aquellas ya no dependen solo de nosotros mismos, sino de una máquina. Y aunque se refuerce su seguridad, como ocurre, siguiendo el mismo ejemplo anterior, con la regulación del blockchain en el voto electrónico o con todas sus medidas de protección frente a virus y hackeos, la seguridad nunca es plena. Y más cuando agentes o potencias extranjeras aprovechan también el mentado desarrollo tecnológico para encontrar nuevas e insospechadas vías de acceso a estos sistemas.

    Uno de los muchos procesos electorales de los últimos años que se vieron, al menos según diversas fuentes, aquejados de este riesgo, fueron las elecciones en Estados Unidos de 2016. En ellas se enfrentaron como los dos principales candidatos Donald Trump y Hillary Clinton, resultando vencedor el primero, pero durante todo el procedimiento se vertieron acusaciones de influencia por parte de Rusia, para determinar ese resultado. Los servicios de inteligencia del país recabaron estos datos o ataques potenciales, como documentos clasificados, y al año siguiente uno de ellos fue publicado gracias a la filtración de una trabajadora, Reality Winner, al servicio de la agencia nacional de seguridad. En ese afán de transparencia, inherente también a lo que muchos consideran una mayor democratización social, la joven Reality quería compartir con todos los ciudadanos estadounidenses esa información, pero la filtración enseguida fue interceptada por el FBI y varios de sus agentes fueron a interrogar a Reality a su domicilio, hasta que esta confesó los hechos y fue encarcelada por ellos. La dramaturga Tina Satter aprovechó entonces la difusión de todo este interrogatorio, con la transcripción de todo aquello que fue declarado por sus implicados, para convertirlo en obra de teatro. Y ahora da un paso más al pasarlo al formato de un largometraje, titulado como su protagonista, a la que encarna Sydney Sweeney, en un papel dramático pero contenido, alejado de aquel por el que hasta ahora era más conocida, en la serie Euphoria.

    La contención es una cualidad extensible a todo el metraje, pues este, como la obra en que se basa y el propio acontecimiento de origen, sigue fiel a dichas transcripciones, por lo que sigue el ritmo pausado propio de una interacción progresiva (sin ninguna estridencia), incluso errática por momentos, y reproduce literalmente los diálogos entre Reality y los agentes del FBI. Estos diálogos hasta se muestran a veces en pantalla, mediante ocasionales rótulos diseñados como partes de una grabación (la que realiza uno de los agentes con el consentimiento de todos los presentes), para insistir en que lo que estamos viendo y oyendo, en efecto, es exactamente cómo sucedió en la realidad. Esto podría dar un doble sentido al título de la película, cuyo montaje, con esos insertos, permite huir de la teatralidad de la historia, dado el tiempo sin elipsis en que se desarrolla y la única ubicación en que tiene lugar. Algunos flashbacks a la oficina en que trabaja Reality matizan esto último, y algún otro recurso de la edición reduce asimismo la sensación de claustrofobia, impuesta no solo por el decorado y la planificación escénica, directa y sin alardes estilísticos, sino por el conocimiento que el espectador pueda tener del desenlace. Sabemos que la protagonista será encarcelada, culpable de un delito que ella no percibe como tal, aunque sea consciente de que ha infringido la ley (norma concreta vulnerada que, por cierto, data de un siglo, pues se trata de la Espionage Act de 1917). El suspense, o al menos la incomodidad que se suscita, también trae causa de la proyección que cada espectador pueda realizar de este drama unipersonal, ejemplo entre muchos de la falsa sensación de seguridad y la frustración que pueden afectar a cualquier ciudadano de una democracia en teoría consolidada. Pero lo más interesante de la película, más allá de su original marco narrativo (original por innovador, no por distanciado de la situación fáctica), es el retrato de esa protagonista, que a través del interrogatorio deja entrever toda su biografía, y a la que la memorable interpretación de Sweeney dota de matices por lo demás ausentes en la mera transcripción de los hechos. Gracias a estos y otros elementos Reality se erige como obra de ficción por derecho propio, como producto de entretenimiento con pretensiones comerciales, no solo como limitado experimento propagandista a tenor de su estructura cerrada y mensaje unidireccional.


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