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    Cine Alemán Siglo XXI

    Massimo Troisi: Somebody down there likes me

    || Críticas | Mostra de Valencia 2023 | ★★★☆☆ |
    Massimo Troisi:
    Somebody Down There Likes Me
    Mario Martone
    Santo Troisi


    Aarón Rodríguez Serrano
    Valencia |

    ficha técnica:
    Italia, 2023. Título original: Massimo Troisi: Laggiù qualcuno mi ama . Dirección: Mario Martone. Guion: Anna Pavignano, Mario Martone. Fotografía: Paolo Carnera. Montaje: Jacopo Quadri. Reparto: Francesco Piccolo, Anna Pavignano, Valeria Pezza, Goffredo Fofi, Paolo Sorrentino, Salvo Ficarra, Valentino Picone, Michael Radford, Roberto Perpignani. Producción: Indiana Production, Medusa Film, Vision Distribution. Duración: 128 minutos.

    En un año que ha sido prolífico en lo tocante a metaficciones, rodajes-dentro-de-rodajes, pausas más o menos nostálgicas sobre el legado del séptimo arte y otras preocupaciones de la cinefilia mayoritaria, puede que la llegada de una película como Massimo Troisi: Laggiù qualcuno mi ama (Mario Martone, 2023) sea la encargada de recordarnos algunas vergüenzas. La primera y más urgente ha sido, sin duda, el maltrato generalizado de la figura de Troisi en esta España nuestra, que le programó tarde, mal y nunca en las televisiones mayoritarias y cuyo papel en los debates contemporáneos sobre el cine es prácticamente inexistente. Troisi se colaba de rondón en las parrillas nocturnas al lado de Alvaro Vitali o de otros subproductos cómicos italianos del destape como si fuera una especie de mercadería barata para el consumo de sonámbulos, y como mucho, a veces sonaba a las señoritas y señoritos bien que se habían enamorado mucho de El cartero y Pablo Neruda (Il Postino, Michael Radford, 1994). No sé cómo será en Italia, pero por culpa de la dichosa canción de Bacalov aquí en España el rostro de Troisi huele a boda en la Masía de las afueras con novio engalanado, sofá de Conforama pagado por la suegra, fotos con pétalos saturadas en rosa y vómitos de fresas con nata en las tristes mañanas del desconsuelo emocional.

    De ahí que la película de Martone, como decía, tiene algo aquí de tirón de orejas, de reflexión entristecida, de recordatorio de un cierto tipo de cine que hubiera podido ser mediterráneo si el mediterráneo hubiera sido otra cosa, claro. Troisi hubiera podido ser (y Martone lo sugiere) una suerte de puente flotante entre Pasolini y Truffaut si el primero no hubiera sido inconmensurable y el segundo hubiera tenido un poco más de sentido del humor. La tesis es provocadora, pero no deja de tener su enjundia.

    Martone, por supuesto, no tiene la menor duda y hace que la película avance como una excavadora con forma de hagiografía ante la que haríamos bien en desconfiar un poco, apartando con cuidado el exceso de fascinación y quedándonos con lo realmente importante que son, por supuesto, las propias películas de Troisi. Si precisamente el año pasado la Mostra de València nos traía su Nostalgia, ahora por momentos podríamos estar ante el remake documental de lo que allí quedaba escrito: la santidad, el martirologio, la llamada a un destino superior (la redención, el cine), haciendo que Pierfrancesco Favino o Massimo Troisi sean casi lo mismo. A Martone le gustan los personajes bigger tan life en los que se filtra —quizá contra sí mismo— la vieja tensión ritual católica de sacar a pasear en procesión a los santos. Por eso le gusta también las imágenes de Troisi pintado en las fachadas o proyectado en una pradera tras la que se detecta de fondo la cúpula del Vaticano. Los signos entre nosotros, ya saben.

    Troisi, muy al contrario, fue una figura flamígera, políticamente inmisericorde, tierna en su voluntariosa incomodidad. Quizá se hubiera sentido extrañado ante una forma fílmica tan conservadora que se apoya en entrevistas, metraje encontrado y una voz en off extrañamente intrusiva. Del muerto hay que hablar también un poco mal en ocasiones antes de subirle a los altares, o por lo menos, ver qué se hace con el lenguaje para reivindicar su lenguaje. Troisi, yo creo, inventaba un poco el lenguaje en cada una de las películas que iba rodando como podía, de tal manera que saltaba de la autarquía cómica de Empezar desde tres (Ricomincio da tre, 1981) al historicismo delicado de Le vie del Signore sono finite (1987) o al espeluznante plano final vaciado de El amor no es lo que parece (Pensavo fosse amore invece era un calesse, 1991) sin desplomarse en un abismo de contradicciones. Martone va recurriendo aquí y allá a diferentes técnicas (del choque en montaje con Truffaut con ínfulas de videoensayo a la normativísima entrevista a familiares y conocidos), cayendo incluso a veces en los tropiezos en los que el propio Troisi esquivó con su paso feliz de francotirador napolitano. Pondré un simple ejemplo: en su relectura de El amor no es lo que parece, Martone se empeña en mostrar mediante un suntuoso plano de grúa una vista aérea de la ciudad a partir de una balaustrada que Troisi dejó voluntariamente fuera en su montaje final. La voz en off nos recuerda: «Esto es lo que Troisi no mostró», pero Martone no parece darse cuenta de que aquella ausencia, aquel fuera de campo tenía muy buenas razones: la primera y más urgente, no convertir la película en una postal turística, sino dejar que fueran los actores —Franesca Neri, nada menos— aquellos que se hicieran cargo de las imágenes. Es curioso cómo, a partir de este tipo de errores, el documental consigue precisamente su propósito: recordarnos por qué el cine de Troisi era de una inteligencia y una sensibilidad descomunal que hoy resulta extrañamente compleja de paladear.

    Laggiù qualcuno mi ama
    es una pieza rara más acá de Thom Andersen, de Mark Rappaport o incluso de Frank Beauvais. Ciertamente, no pretende jugar en esa liga ni hace especial referencia a los recursos significantes-fílmicos del cine de Troisi. A menudo se afirma su potencia como director, pero la película apenas hace referencia a sus decisiones compositivas o a su concepción del tiempo cinematográfico —algo apunta Sorrentino, con bastante más precisión, en su definición del gag—, confundiendo su rol histórico, su autobiografía dulcificada y su posición política. Al final, lo más importante son las películas y, esto es indudable, lo mejor que conseguirá Martone será arrastrar a un buen puñado de espectadores a otro país casi deshabitado de la Historia del Cine. No es poca cosa, y sin embargo, cuánto nos queda todavía por hacer a los historiadores y los analistas.


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