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    Crítica | La chimera [Cannes 2023]

    || Críticas | Cannes 2023 | ★★★★☆
    La chimera
    Alice Rohrwacher
    En busca del alma perdida


    Ignacio Navarro Mejía
    Cannes (Francia)|

    ficha técnica:
    Italia, Francia, Suiza, 2023. Título original: «La Chimera». Dirección: Alice Rohrwacher. Guion: Alice Rohrwacher. Compañías productoras: Tempesta, Ad Vitam Production, Amka Films Productions, arte, RAI Cinema, SRG SSR Idée Suisse, CNC Aide aux cinémas du monde - Institut Français. Fotografía: Hélène Louvart. Presentación oficial: Sección oficial del Festival de Cannes. Reparto: Isabella Rossellini, Josh O'Connor, Alba Rohrwacher, Carol Duarte, Vincenzo Nemolato, Milutin Dapcevic. Duración: 130 minutos.

    El pueblo italiano es uno de los más anclados en su Historia. No puede ser de otra manera cuando, todavía hoy en día, se hallan reliquias que datan de muchos siglos atrás, incluso de antes de Cristo. Pero estos descubrimientos ligados a la Antigüedad han marcado desde pronto la evolución sociopolítica de este pueblo, y por extensión de buena parte de Europa. Ejemplos determinantes serían la recepción del Derecho romano en el siglo XII o el Renacimiento en torno al siglo XV, ambos fenómenos de gran influencia y recorrido que partieron de la recuperación de objetos, archivos o meras ideas provenientes del Imperio romano y su cultura. Como ejemplo más reciente cabría mencionar incluso la dictadura fascista de Mussolini, cuyos símbolos y proclamas intentaban evocar los de antaño, para empaparse de su gloria eterna, aunque con un resultado, en este caso, mucho más parcial y censurable. Tras ello, en la segunda mitad del siglo XX, el recuerdo en Italia de su pasado remoto se fue circunscribiendo a la historiografía y los museos, donde las pinturas y estatuas quedaban protegidas del tacto, el traslado o cualquier otro uso más allá de su estudio y observación. Sin embargo, para llegar a estas colecciones, antes las obras expuestas tuvieron que ser descubiertas, desenterradas, y su origen es difícil de imaginar cuando, después y de forma permanente, se contemplan tras un vidrio y un cartel, ya limpias, puras e inertes.

    La Chimera, última película de la italiana Alice Rohrwacher, juega con todo este contexto, en concreto, con la visión que pueden ofrecer en su país las obras de la Antigüedad, como fue la época dominada por los etruscos, para quien no se limita a visitar sus exposiciones o galerías. Las perspectivas que se abren son entonces muy variadas: la de quienes rastrean y, con suerte, encuentran esas piezas ocultas; la de quienes comercian, como parte compradora o vendedora, con ellas; o la de quienes conviven con sus representaciones, quienes ven en ellas algo más que la materia de la que están hechas. El protagonista de La Chimera, de nombre Arthur (conmovedor Josh O’Connor), pertenece a este último grupo, aunque también lidere un grupo de simples saqueadores, llamados Tombaroli. Su liderazgo es extraño, puesto que dicho grupo está integrado por gente del lugar, pobres y marginados, que alternan su profesión clandestina con desfiles o actos para entretenimiento del populacho, para ganarse la vida. En cambio, el mentado personaje principal es un inglés docto en arqueología, un extranjero de otra cultura, si bien obsesionado ahora con la que le rodea, escondida en tumbas o esparcida en salones. Esta obsesión, empero, tiene que ver sobre todo con el recuerdo de su novia, Beniamina, la hija de una matriarca local (memorable Isabella Rossellini) que desapareció hace tiempo y cuya muerte ambos se niegan a asumir. Su madre, por ilusión enajenada. El, como resultado de su proyección incorpórea.

    Por resumir, y como asegura otra vecina de la localidad, sirvienta de la matriarca y confidente del protagonista, este y sus compañeros no deberían ultrajar estas obras de valor incalculable, porque ya solo deberían poder contemplarlas las almas, no los ojos de los hombres. Y una de esas almas sería la de Beniamina, convertida a su vez en preciado objeto de deseo, aunque sólo para un hombre y en su memoria. Con esta compleja, poco ortodoxa premisa, por llamarla de algún modo, Rohrwacher sigue la estela de sus trabajos anteriores que difuminan la línea entre realidad y fantasía, así como entre pasado, presente y futuro. Como en Lázaro feliz, el paso del tiempo es distinto para sus personajes, aunque en este caso dicha alteración no se presenta como disparidad cronológica, sino como cuestión de percepción, del mismo modo que la fantasía es solo personal. La Chimera es entonces más introspectiva que esa anterior película, y su visualización depende del estado de ánimo del protagonista. Los cambios en la relación de aspecto (de nuevo con los bordes redondeados, de impresión fabulesca, como si se exhibiera un pergamino) y su correspondiente clase de celuloide (16 mm, Super 16 o 35 mm) u otras alteraciones de la imagen como la cámara rápida o lenta o el plano invertido gracias al giro vertical de 180° de la cámara son todos recursos que se insertan a partir de una acción o mirada de este personaje.

    Especialmente revelador es ese plano invertido, usado hasta en dos ocasiones, para mostrar que aquel vive entre dos mundos, el que está en la superficie y el que está bajo tierra, teniendo en cuenta que esta última dimensión, para él, también es propia del cielo, del paraíso, de cualquier lugar imaginario por donde pueda errar el alma de Beniamina. En cualquier caso, en esa peculiar búsqueda que, como es natural, no puede tener final feliz, Arthur va acentuando su decadencia, su traje cada vez es más raído y su mirada cada vez más perdida, por lo que no puede decirse ya que provenga de otra clase o que demuestre más categoría que los demás. Es, como ellos, un ser a la deriva. Entre tanto, el metraje se ve impregnado de una anarquía, acorde tanto a falta de asidero del personaje principal como al comportamiento ilícito y rebelde de todos ellos, que queda patente tanto desde un punto de vista técnico como narrativo. A los inesperados trucos de montaje se suman escenas espontáneas, fuera de tono y precedente, hasta confesiones dirigidas directamente a cámara, para hacer forzoso partícipe (y cómplice) al espectador de una historia que, de lo contrario, pronto le podría eludir. Lo que sí es constante en la cinta de Rohrwacher es su sensibilidad para, por muy singular, incluso sucio o inhóspito que sea el paisaje retratado, saber captar su belleza inherente, a la vista de cualquiera que quiera fijarse, por lo que tal belleza no queda reservada a creaciones ancestrales, míticas y encubiertas.


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