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    Crítica | Los asesinos de la luna

    || Críticas | Cannes 2023 | ★★★★☆
    Los asesinos de la luna
    Martin Scorsese
    La condena de todo un condado


    Ignacio Navarro Mejía
    Cannes (Francia)|

    ficha técnica:
    Estados Unidos, 2023. Título original: «Killers of the Flower Moon». Dirección: Martin Scorsese. Guion: Eric Roth, Martin Scorsese, basado en el libro homónimo de David Grann. Compañías productoras: Appian Way, Apple TV+, Imperative Entertainment, Sikelia Productions, Apple Studios. Música: Robbie Robertson. Diseño de producción: Jack Fisk. Fotografía: Rodrigo Prieto. Montaje: Thelma Schoonmaker. Reparto: Leonardo DiCaprio, Robert De Niro, Lily Gladstone, Jesse Plemons, Brendan Fraser, John Lithgow, Tantoo Cardinal. Presentación oficial: Sección Oficial del Festival de Cannes. Duración: 206 minutos.

    El celebrado libro de David Grann, Killers of the Flower Moon, narra los crímenes de Osage y el nacimiento del FBI, como reza su propio subtítulo. Se centra pues en el hecho y su consecuencia, las violentas muertes y su investigación oficial, dándole importancia a ambas. Sin embargo, a poca gente, al menos fuera de los Estados Unidos, les sonará el condado de Osage, y en cambio todos estamos familiarizados con las siglas del Federal Bureau of Investigation. Osage era un condado, pero también una nación, de americanos nativos, por seguir estrictamente la traducción del inglés, cuya residencia se autorizó en este territorio hecho reserva. Esta información es más fácil de encontrar en un documento o reportaje especializado que en una película, serie o simple artículo comercial. Frente a ello, las alusiones al FBI son constantes en varios géneros, sus casos sirven de referencia para muchos productos de entretenimiento, hasta se podría decir que las recreaciones de su trabajo son parte de la cultura popular. Por tanto, una adaptación del libro de David Grann con visos de éxito lo tendría fácil para dedicar más tiempo, poner más énfasis o dar mayor visibilidad a la parte de la investigación del entonces precedente del FBI (pues en esa época se llamaba, de forma más escueta, Bureau of Investigation), y no tanto al pueblo afectado por los mentados crímenes. Pues bien, aquí no ocurre esto. Y es que la apuesta de la película que ha dirigido Martin Scorsese a partir de este bestseller de Grann es justo la contraria, siendo llamativo el detalle de que ha coescrito (junto con Eric Roth) su guion, algo poco habitual en su carrera.

    Estamos por consiguiente, de entrada, ante una cinta muy personal del maestro neoyorquino (llegando hasta una revelación final que, valga la redundancia, no revelaremos para evitar el spoiler), pero, también, muy comercial. Que la prolija y profunda historia que nos narra, a lo largo de más de tres horas de metraje, demuestre una especial sensibilidad por la voz de un pueblo históricamente silenciado y marginado, por no decir masacrado, no está reñido con su alcance general. Podría interpretarse que Scorsese y su equipo saldan una deuda con el pasado de su país, gracias a una película cuyo mensaje es claro, partiendo de un arranque prácticamente ceñido a las costumbres de los Osage, y con unos interludios que pronto reconocen el número de víctimas indias cuyos asesinos nunca serían juzgados. Empero, no estamos ante una obra que lleve su mensaje por delante, que, como se suele decir, sea socialmente comprometida, si por ello se entiende que la historia está estructurada en torno a un problema o injusticia social que se quiere denunciar. No es el caso de Killers of the Flower Moon, porque el núcleo de su estructura, o su fondo dramático, es más común. La idiosincrasia de los Osage es esencial al relato, pero este gira en torno a dos tramas paralelas que podrían ser narradas en cualquier otro contexto. Y no son tanto la de unos crímenes y su investigación, sino la evolución en las dos familias de un mismo hombre, una por afinidad y otra por consanguinidad.

    Este hombre es Ernest Burkhart (Leonardo DiCaprio), recién llegado a Osage tras combatir en la Primera Guerra Mundial. Ahí conoce a la que será su mujer, la india Mollie (Lily Gladstone), y se reencuentra con su tío, el influyente granjero William Hale (Robert De Niro). Este le acoge y ofrece trabajo como conductor, que es como Ernest entabla relación con Mollie, y también es William (o Bill, o incluso apodado King) quien le anima a cortejarla. Pronto se ve que Ernest apenas tiene voluntad propia y se deja guiar por su tío en casi todo, aunque esta sumisión cada vez irá más lejos, bajo amenazas cada vez menos veladas, para que Ernest se vea involucrado en todo el montaje delictivo de su familia natural. Su pretensión es sencilla: ir asesinando indios de la comunidad, ricos herederos de una tierra fértil en petróleo, para adquirir sus derechos sobre el valor que la misma produce. La generosidad de este viejo cacique no es entonces más que una fachada, y descubrirlo no será ningún secreto para cualquier espectador desde la primera escena que comparte con Ernest y su hijo (hermano de este último). Ahora bien, en esa temprana escena hay otro elemento que llama la atención, como es la comicidad de varios diálogos. Muchas escenas posteriores, sin salirse del género de thriller o drama criminal, sorprendentemente integran palabras u otros elementos de humor, sobre todo en las interacciones entre Ernest y Bill. Sin embargo, aquellos no desentonan con el conjunto, sino que, por el contrario, contribuyen al tono casi desenfadado de toda la cinta.

    Por ello adelantábamos que esta es una película comercial, si bien quizá no como cabría esperar… si el director no fuera Martin Scorsese. Con cualquier otro director, en circunstancias normales, Killers of the Flower Moon sería más fiel al libro, o incluso acentuaría su componente policiaco. La versión que nos ofrece Scorsese respeta todos los datos históricos, por lo que la fidelidad en este sentido es escrupulosa, pero desde un punto de vista narrativo el enfoque es otro. Sin perder ningún tipo de propósito del relato, cuya evolución es meridiana y satisfactoria, se desarrolla por un cauce más liviano, pese a su extensión, podría decirse que más superficial si no fuera por todo el detalle y sentido con que está construido. En ello recuerda un poco a su anterior El irlandés, no solo formalmente, sino también como punto culminante de su carrera. Aquí Scorsese reúne a sus dos actores fetiche, DiCaprio y De Niro, ambos con tremendas interpretaciones, al igual que la nueva incorporación Lily Gladstone. Es lo que se espera de ellos y cumplen, como igualmente están a la altura la fotografía de Rodrigo Prieto o el montaje de Thelma Schoonmaker. Por todo ello, la película es un prodigio de síntesis visual y ritmo, de puro entretenimiento, de nuevo, a pesar de su duración... O puede que sea gracias a ella, ya que, al fin y al cabo, es la que permite contar esta historia única con una visión tan omnicomprensiva, que se vuelve, valga la paradoja, familiar.



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