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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | El colibrí

    || Críticas | ★★★☆☆
    El colibrí
    Francesca Archibugi
    El tiempo contra la nostalgia


    David Tejero Nogales
    Badajoz |

    ficha técnica:
    Italia, 2022. Título original: Il Colibri. Director: Francesca Archibugi. Guion: Francesca Archibugi, Laura Paulocci, Francesco Piccolo, basado en la novela de Sandro Veronesi. Productores: Domenico Procacci, Anne-Dominique Toussaint, Ivan Fiorini, Paolo Del Brocco. Productoras: Fandango Produzione, RAI Cinema, Les Films des Tournelles, Orange Studio. Distribuida por: Karma Films. Fotografía: Luca Bigazzi. Música: Battista Lena. Diseño de producción: Alessandro Vannucci. Edición: Esmeralda Calabria. Reparto: Pierfrancesco Favino, Nanni Moretti, Berénice Bejo, Kasia Smutniak, Laura Morante, Sergio Albelli, Fotini Peluso, Alessandro Tedeschi, Benedetta Porcaroli.

    Con bastante frecuencia el cine o la literatura utilizan a los pájaros como metáforas, más o menos sencillas, acerca de las voluntades del ser humano. El colibrí (Francesca Archibugi, 2022) ocupa también su lugar en las postrimerías del relato de autoayuda en el ejercicio de comparar al hombre, en este caso su protagonista, con un tipo de ave muy específico. Aquí el colibrí, el más diminuto de los pájaros, describe a Marco Carrera (Pierfrancesco Favino), no solo en el apodo, era un niño bajito para su edad, sino en su manera de ver la vida. Marco sobrevuela suspendido en el aire sin apenas despegarse de su mundo. Basada en un libro súper ventas de Sandro Veronesi, El colibrí forma parte de esa tendencia mediterránea o italiana de historias que saben balancearse al compás de la nostalgia y de los recuerdos. La película arranca con un plano flotante en donde la cámara parece un simulador de vuelo que poco a poco va acercándose a la casa de Marco. Las imágenes de inicio nos ayudan a una primera toma de contacto con el lugar y su entorno, algo por otra parte fundamental en el cine italiano que vive su geografía desde un punto de vista espiritual, ideológico e incluso antropológico. Su directora nos propone un universo periférico sobre el que construir las emociones de los personajes. No es casual empezar con una llamada telefónica procedente de un numero desconocido. Ese timbre perfora la narración de la misma forma que perfora la memoria de Marco. El sonido del teléfono circunda los recuerdos de un hombre tranquilo encapsulando en un silbido todas las tragedias de su vida, exactamente igual que le pasaba al Noodles de Erase una vez en América: el eco constante de una llamada que rompe las líneas temporales y nos recuerda la fragilidad de nuestra existencia.

    Precisamente el filme presenta una estructura de tiempo discontinuo. Aunque esto tiene menos que ver con tratarse de una adaptación que abarca varias décadas, que con la forma en la que Archibugi lleva a cabo su estrategia sentimental. Un montaje efectivo en el que es complicado perderse gracias a un tejido cotidiano en el que apenas notamos cambios bruscos de espacios, de ángulos o de mobiliario. En esa suerte de andamiaje no lineal entramos y salimos con naturalidad, bien sea por elegir una narrativa sencilla sin alardes técnicos que pueda embarrullar la acción, o por el mero hecho de excavar en los océanos de la memoria nadando en las aguas de una escritura visual lo mas artesanal posible que no desvíe la atención del espectador. La realizadora opta por una dirección sencilla, sin demasiado protagonismo, subrayando más su faceta como guionista. Varios momentos específicos puntuaran esta observación. Detalles como la presencia del psicoanálisis, habitual en las tramas italianas pues rara es la comedia o drama que no cuente con algún psicólogo en su metraje. El personaje del psiquiatra, en esta ocasión interpretado por Nanni Moretti, debe entenderse como guiño a la carrera del veterano cineasta. Luego está el interés por establecer puentes con el cine de Paolo Virzi, con el que Archibugi ha colaborado en numerosas ocasiones, manifestada en la obsesión por bordear los efectos de la locura en todas las mujeres de la historia. Las diferentes citas literarias son parte de un ecosistema trágico de epopeya romántica, véase Doctor Zhivago como novela preferida de Marco y las connotaciones fatales, novelescas, en sus respectivas relaciones con las mujeres de su universo. Los ecos shakesperianos de esa Ofelia representada por la hermana mayor de Marco, cuya tragedia marcará también el destino de su protagonista, se antojan notas a pie de página que pueden ser adaptaciones literales de la novela en la que se basa o apreciaciones retoricas y persuasivas de una ficción elegante de longitud calibrada y bien medida.

    Pero para ser justos el cine italiano contemporáneo cohabita, en la mayor parte de su obra, tiempos de difusa autoralidad, lejos del neorrealismo o de los autores emergentes que cambiaron el panorama cinematográfico italiano de hace décadas. Ahora mismo es complicado ahondar en teorías más personales o revolucionarias. El colibrí entreteje, con mayor o menor fortuna, todas esas tradiciones de un cine comprometido con sus orígenes. Narración laberíntica en cuyos rincones acecha la muerte como síntoma de una época oscura e impersonal. Por supuesto es fácil seguir los hilos de una película acentuada en el sentimentalismo, lo positivo de ello es estudiar el porqué de unos hilos que tejen a su manera parte de toda la historia de Italia. Un país que le presta una atención especial a las mujeres, sobre todo a las madres, madres corajes o madres que sucumben a diferentes grados de locura, síntomas de una sociedad decadente que las ahoga y oprime constantemente. El filme que nos ocupa focaliza la atención de Marco alrededor de varios espectros femeninos. Hallamos referencias implícitas, salvando distancias, a la batería de gestos de autores como Pier Paolo Pasolini o Bernardo Bertolucci, desde Mamma Roma, hasta La luna o Belleza robada. Espejos de la madre (Laura Morante), la hermana (Fotini Peluso), Luisa, el amor de su vida (Berénice Bejo), la esposa (Kasia Smutniak), la hija, o la nieta. Varias generaciones yuxtapuestas a la frágil personalidad de Marco. De hecho, la médula espinal del relato estudia la feminidad y concibe a Marco a través de esas mujeres. Con todo lo trascendental de El colibrí reside en los vínculos, heridas abiertas sujetas a hilos invisibles. El guion cuida con mimo la relación sentimental de Marco con Luisa. La actriz Berénice Bejo continúa prestándose a interpretar perfiles de mujeres pasionales, de carácter huracanado, como en Una librería en París, Mal genio, Después de nosotros, o anteriormente en El pasado o The Artist. La directora filma París sabiendo la importancia de la ciudad de la luz como tropo amoroso. Luisa es francesa, y los encuentros están rodados bajo una textura etérea, vaporosa. Un amor que abarca tantísimos años solo puede filmarse en un París que recuerda a las épocas de Cherburgo, esa nieve en las escenas de Marco en el coche, la noche declinando para parar el tiempo. Un purgatorio que aleja momentáneamente a Marco de su madre patria, de Italia, y que acentúa el tono semiirreal, abstracto, de su relación. No menos representativo el bello plano cenital de los dos abrazados en la cama, una bonita composición de planos en donde subyace el dolor, cuerpos entrelazados, y el deseo de lo inalcanzable. El sacrificio del acto sexual le da todavía si cabe más sentido mágico a la relación al querer aspirar a una eternidad de fantasía o cuento de hadas.

    En este sentido la película explora zonas sobrenaturales, sin dejar huellas profundas, pero presentes en los infortunios del destino, y en los presagios del amigo de Marco. La hermosa fotografía saca enorme partido de las localizaciones por toda la Toscana, Luca Bigazzi remite a colores cálidos primando los tonos azules en las escenas de la playa y otros más neutros y asépticos en las escenas de Florencia o Roma. Las panorámicas del cielo de París o de la ciudad de Florencia, son realmente bellas y plácidas. Lástima que esa continuidad, serena, tranquila, se pierda en el empeño por tocar notas melodramáticas muy altas, y una parte final más grave e impostada por culpa de un maquillaje forzoso con desfile de narices postizas que le resta musicalidad a la película. Aun así, el trabajo de Archibugi es muy interesante, con correspondencias directas y coetáneas al cine de Gabriele Muccino, no anda muy lejos de Nuestros mejores años. con Favino también de protagonista, y una aptitud comercial de verdadera narradora que sabe articular con las herramientas precisas, una buena historia.



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