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    Crítica | De humanis corpori fabrica

    || Críticas | Cannes 2022 | ★★★★☆
    De humanis
    corpori fabrica
    Lucien Castaing-Taylor y Verena Paravel
    Viaje alucinante al fondo del cuerpo humano


    Víctor Esquirol Molinas
    75ª Festival de Cannes |

    ficha técnica:
    Francia, 2022. Título original: «De humanis corpori fabrica». Dirección: Lucien Castaing-Taylor y Verena Paravel. Guion: Lucien Castaing-Taylor y Verena Paravel. Compañías:Norte Productions, CG Cinéma, Rita Productions. Fotografía: Lucien Castaing-Taylor, Verena Paravel, Patrick Lindenmaier. Presentación oficial: Quincena de Realizadores del Festival de Cannes. Duración: 115 minutos.


    anexo| Cobertura del Festival de Cannes

    La primera vez que muchos de nosotros fuimos conscientes de la existencia de la dupla compuesta por Lucien Castaing-Taylor y Véréna Paravel, fue hará ya una década, a razón de la presentación de Leviathan, el que no tardaría en confirmarse como uno de los documentales más fundamentales de este inicio de siglo. En él, la conquista más remarcable de esos dos antropólogos que ejercían ahora de cineastas, sería la de convertir la cámara de cine en una herramienta no solo de observación, sino más bien de mímesis con un objeto de estudio que, en aquel caso, agonizaba entre angustiosas bocanadas de aire. En ese mismo abismo donde el Capitán Ahab persiguió a Moby Dick, un barco pesquero moderno acumulaba insensiblemente la captura del día en uno de los compartimentos de su bodega: unos peces (convertidos en pescados) nos cedían su «ojo» y nos hacían tambalear en las putrefactas aguas de un océano sometido de manera tiránica.

    Cinco años después de aquel descubrimiento, llegó Caniba, otro ejercicio radical de no-ficción, articulado a partir de varios encuentros con Issei Sagawa, infame antropófago confeso que burló a la justicia aduciendo una enfermedad cuyo avance supuestamente le dejaría con pocos meses de vida (pero que al final, dicha «prórroga» se dilataría hasta la actualidad). En esta incómoda tesitura, Castain-Taylor y Paravel escuchaban y observaban al monstruo mediante un virtuoso juego de desenfoques y sonidos amortiguados, suerte de deformación sensorial que servía como filtro para convertir ahora nuestros ojos y orejas en entes juzgadores de un sujeto visto para sentencia… y que se reía de cualquier juicio que pudiéramos volcar sobre su persona. Ahora, tras un nuevo lapso de un lustro, la filmografía de esta pareja vuelve a crecer en perfecta coherencia con los riesgos y los valores artísticos que caracterizaron los antecedentes.

    La premisa de De humani corporis fabrica recuerda, sobre el papel, a la de Viaje alucinante, clásico sci-fi dirigido por Richard Fleischer, en el que se nos invitaba a explorar, desde una escala diminuta, los magnificados territorios del cuerpo humano. Lo que pasa es que si antes el cine nos sumergía deliberadamente en la fantasía, ahora lo que busca es empaparse de una realidad (la que literalmente late en nuestro interior) que, esto sí, se antoja demasiado increíble para ser cierta. Es el estrés traumático de enfrentarse a imágenes que nunca antes habíamos tenido que digerir. Antes de su presentación en la sección de la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes, la organización se curó en salud y nos repitió, por activa y por pasiva, que algunas de las escenas de dicha película podrían «herir la sensibilidad del espectador»… pero hay escenarios para los que nunca se puede estar lo suficientemente preparado.

    En la primera proyección celebrada en el Théâtre Croisette, el goteo de gente que abandonó la sala antes de llegar al final fue memorable: el complemento ideal para el show. Dicho ritual de huida colectiva, habitual en este tipo de celebraciones, no tardó en comportarse como una hemorragia incontenible; mientras, los que aguantábamos (a menudo tapándonos los ojos) nos regocijamos ante la carambola cósmica consistente en que el programa del día nos haría descubrir, solo unas horas después, el nuevo trabajo de David Cronenberg. Y ahí estaba, sin que nadie la hubiera pedido, una jornada antológica dedicada al body horror. Pero para empezar, lo que veríamos y oiríamos no saldría de la mente malsana de quien en sus mejores trabajos usó la ficción para abrir esas puertas a las que siempre nos prohibieron acercarnos, sino de quienes se apoyarían en el cine documental para llegar exactamente al mismo punto.

    La extracción de un tumor o la colocación de una microlentilla en una pupila: el concepto set piece tratado aquí desde una mesa de operaciones, allí donde la distancia con el objeto es mínima… hasta que parece que nos vayamos a fundir con él. Literalmente: un pecho parece ahora una montaña de carne que debe pesar, por lo menos, una tonelada; un ojo es como un cuerpo celeste cuya fuerza gravitacional va a aplastarnos sin ninguna contemplación. Es la nueva dimensión desde la que operan (nunca mejor dicho) los placeres masoquistas de estremecernos ante los terrores, dolores y deformaciones que pueden emanar de nuestro propio organismo: un aparato al que cuesta reconocer. Ahí, en este ataque visceral de disforia, es donde Castaing-Taylor y Paravel trazan un salto tan abismal que, por supuesto, produce un vértigo insoportable, el de entrar en un espacio teóricamente familiar… solo para comprobar que estás a años luz de donde creías que ibas a aterrizar.

    Si en La ciudad oculta a Víctor Moreno le bastó con descender un par de metros por debajo del nivel del suelo para hacernos creer que las entrañas de Madrid (y seguramente de cualquier otra ciudad) eran la puerta de entrada a un mundo radicalmente distinto al nuestro, ahora De humani corporis fabrica (que toma el título de la obra magna de Andries Wytinck van Wesel, aquel libro donde las técnicas científicas parecían haberse asociado con la magia para así otorgarnos un conocimiento sobre nosotros mismos que ni se podía imaginar, antes de su publicación), convierte el «viaje alucinante» al fondo del cuerpo humano en una aterradora conjunción de imágenes que bien podrían haber emanado de las peores pesadillas de H.P. Lovecraft, H.R. Giger, o por qué no, de Phil Tippett. Y a todo esto, muy de fondo, se oyen las voces de los doctores que velan por nuestra salud.

    El equipo sanitario de varios hospitales públicos parisinos comenta, en plena intervención a corazón abierto, las dificultades de entrar en el mercado inmobiliario de la capital francesa. Trozos de conversaciones cruzadas; diálogos descontextualizados y desubicados, que ahondan en un sentimiento de extrañeza que se sitúa a muy pocos milímetros de, como ya se ha dicho, una crisis de pánico que para muchos justificó el abandonar la sala mucho antes del fin de la proyección. Esa voz en off que se podría esperar del formato, aquella que debería poner orden en el caos, no es más que la de un mecánico implicado no con el paciente, sino con las piezas que lo componen. Hasta que al salir, cruzarnos con los pacientes de un geriátrico, se convierte en un desolador encuentro con «juguetes rotos»; después, sentimos un deseo irrefrenable de perdernos-en y consumirnos-con una versión interminable del Blue Monday de los New Order. ¿Cómo cambiamos después de haber visto/oído algo por primera vez? Con ello, ¿cómo cambia todo lo que nos rodea? ¿Cómo nos desquitamos de dicha experiencia? Lucien Castaing-Taylor, Véréna Paravel y la cámara intracorpórea, la que amplía nuestro universo, pero la que al mismo tiempo nos hace perder las referencias y perspectivas con las que habíamos ido construyendo este mismo; la que da —nuevo— sentido al factor humano… mientras lo disuelve. ⁜


    De humanis corpori fabrica, Lucien Castaing-Taylor y Verena Paravel
    Quincena de Realizadores Festival de Cannes.

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