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    Crítica | Anhell69

    || Críticas | DA 2023 | ★★★☆☆
    Anhell69
    Theo Montoya
    El cine de los muertos


    Alfonso Cañadas
    Madrid |

    ficha técnica:
    Colombia. 2022. Título original: «Anhell69». Dirección:Theo Montoya. Guion:Theo Montoya. Compañía productora: Monogram Film. Dirección de fotografía: Theo Montoya. Intérpretes: Camilo Najar, Sergio Pérez, Juan Pérez, Alejandro Hincapié, Julian David Moncada, Camilo Machado, Víctor Gaviria, Alejandro Mendigana. Duración: 75 minutos.

    Un coche fúnebre recorre las laberínticas calles de la ciudad de Medellín. En él reposa el cadáver del narrador de esta historia. La muerte se apodera del relato, esto no es una historia sobre vivos, es un relato sobre fantasmas dirigido por un fantasma. Theo Montoya se convierte en muerto para, cinematográficamente, traer a la vida a sus fallecidos amigos. Es el cine de la experiencia, un cine sin protección, que hurga en las heridas y las hace escocer. André Bazin propone en su libro ¿Qué es el cine? que este arte es la máxima expresión del anhelo de inmortalidad del ser humano; así, la finalidad última del cine sería conservar la imagen de aquellos que no están eternamente, inmortalizados y recordados para siempre. Anhell69 representa el perfecto ejemplo de la exploración de tal concepto fílmico. La película entendida como una sesión de espiritismo que invoca a los que no están, los trae a la vida mediante imágenes y sonidos, y proyecta el pasado en el presente. Así, nuestro protagonista nos cuenta la historia de una película que nunca se llegó a rodar porque su actor principal, cuyo nickname de Instagram da título a la obra, murió repentinamente antes de comenzar el rodaje de la misma. Pero esta no es solo una historia de tragedia, también lo es de amor. La del director por su fallecido protagonista. ¿Cómo amamos más allá de la muerte? ¿será una película como Anhell69 la respuesta a tal cuestión?

    Anhell69 era el título de dicha película que Montoya finalmente no pudo dirigir. Una obra sobre una nación, Colombia, cuya figura paterna ausente y omnipresente es un narcotraficante; cuya represión social está llevando a la clandestinidad de aquellos que quieren desafiar los estándares sociales, convirtiéndoles en muertos. Montoya desliza su cámara entre las sombras de la noche en Medellín, centrándose en aquellos relegados socialmente, entre los fantasmas. Así, en un principio, Anhell69 iba a ser una película de serie b de terror sobre cómo, debido a la gran cantidad de fallecidos, la ciudad de se abarrotaba de espectros, de manera que estos comenzaban a convivir con los vivos. Su protagonista se convertiría en la primera persona en mantener relaciones sexuales sin protección con uno de ellos, creando una nueva tendencia que se extendería como una pandemia por toda la ciudad. Esta nueva práctica revolucionaria une así a muertos y vivos más que nunca. Las contemplativas panorámicas usadas por Montoya para mostrar casas, calles y la ciudad de Medellín desde lo alto, dan una idea de cómo pudo haber sido la obra de ficción que se planteaba en un principio. Con espectros de ojos rojos asomando en cada esquina, Anhell69 era una historia de fantasmas que coquetea, efectivamente, como hemos señalado, tanto con la serie b de terror del Hollywood clásico como con la estética de aquellos cineastas que han querido traer a los muertos a la vida, como es el caso del mexicano Carlos Reygadas en Post Tenebras Lux (2012) o del portugués Pedro Costa en gran parte de su obra.

    Sin embargo, el gran «pero» que presenta una película como Anhell69, la rodada no la elucubrada, es su continua necesidad de conectar a la fuerza conceptos posmodernistas. Ello hace volcar, en varias ocasiones, al coche fúnebre que marca su estructura narrativa debido a la falta de consistencia. La película se vertebra en torno a un concepto tan manido en nuestros días como es el trauma del padre ausente, en este caso representado por ese despiadado y violento personaje que fue Pablo Escobar. La obra plantea entonces que de tal orfandad nacional surge una nueva generación de traumados y liberados jóvenes que tratan de aliviar su dolor a través del consumo de sustancias, las prácticas sexuales, las fiestas hasta el amanecer y en ocasiones incluso el suicidio. Por otro lado, la película se declara a sí misma en cierto punto de su metraje como una cinta «sin género» o «trans», conceptos en los que no ahonda más allá de tal reivindicación. Es cierto que varios de los protagonistas se relacionan con las cuestiones queer, pero en cuanto a su planteamiento argumental y narrativo la cinta de Theo Montoya se muestra, en ocasiones, incluso predecible. Flaco favor le hacen por tanto dichas autodesignaciones de intención supuestamente militante, ya que elevan las exigencias del visionado y de ello proviene cierto desencanto final. Sin embargo, la idea de que la verdadera Anhell69, como su protagonista, ha muerto, y que estamos viendo el espíritu de la propia obra vagando por nuestras pantallas, resulta lo suficientemente estimulante como para que el espectador pueda, en ocasiones, pasar por alto las citadas cuestiones inoportunas. De esta forma, Anhell69 es una película de planteamientos bazinianos, que nos hace, además, volver a esa eterna y constante cuestión: ¿qué es ficción y qué es documental? Quizás lo mejor sea formular esa, y otras muchas preguntas, en una sesión de güija.


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