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    Crítica | Arquitectura emocional 1959

    || Críticas | Streaming (Movistar+) | ★★★★☆
    Arquitectura
    emocional 1959
    Elías León Siminiani
    El urbanismo diferencia


    Miguel Martín Maestro
    Valladolid |

    ficha técnica:
    España, 2022. Título original: Arquitectura emocional 1959. Director: Elías León Siminiani. Guion: Elías León Siminiani. Fotografía: Víctor Benavides, Giuseppe Truppi. Música: Aránzazu Calleja. Distribuidor: Marvin & Wayne. Intérpretes: Marta Carmona, Manuel Egozkue. Duración: 30 min.

    Resulta admirable que una pieza de menos de media hora de duración sea capaz de contar tanto y tan bien en comparación con las moles cinematográficas que nos rodean, incapaces de reducir su duración por debajo de las dos horas a fuerza de dar círculos interminables sobre lo mismo una y otra vez. Siminiani hace un ejercicio de contención y de depuración de tal calibre que en su recorrido es capaz de contarnos una historia de amor, una ruptura, un ejercicio político alrededor de la España de finales de los 50, nos descubre la evolución urbanística de Madrid y todo ello haciendo de lo arquitectónico el eje narrativo que vertebra todos sus vértices hasta conseguir una fluidez inhabitual en una obra corta, una obra además que se muestra con una gran ambición en sus propósitos y que no se resiente en ninguno de sus planos narrativos. La historia de Sebas y Andrea no deja de ser una argucia para aligerar lo abstracto y lo urbanístico del proyecto, mientras seguimos el enamoramiento y ruptura de una joven pareja en el año 1959, muchas de sus decisiones y su forma de vida viene determinado por el propio orden arquitectónico y urbanístico en que les ha tocado vivir. Como si el resultado fuera un híbrido entre una historia de Jonás Trueba y una película de Heinz Emigholz, la ficción encaja perfectamente en lo documental, y viceversa.

    Tan bien estructurada está la idea que para nada desentona coincidir con dos personajes vestidos al modo de finales de los 50 en un mundo que les rodea propio de la actualidad. Los espacios mutan y se transforman, pero la cámara sabe colocarse allí donde los protagonistas se conocieron y se relacionaron como si nada hubiera cambiado, o como si, realmente, sus vivencias se hubieran filmado en aquel entonces. Ciudad universitaria, el eje de la Castellana, el parque del Retiro, la colonia de viviendas de la EMT puede pasar, perfectamente, por el pasado, sobre todo si la figura histórica que se reivindica en la película es la del arquitecto que llevó a cabo el diseño constructivo de las dos viviendas donde residen ambos jóvenes. Dos espacios opuestos porque el destino de clase de cada uno es distinto y determinante en su relación. Una vivienda burguesa de la calle Antonio Maura desde cuyas ventanas puede verse el propio Parque del Retiro, edificio pensado para albergar una notaría y hasta para que una familia sea propietaria de todo el inmueble «cuya elegancia podría cargarse en la propia minuta» y un piso de escasos 60 metros cuadrados y dos habitaciones, baño y cocina donde reside Sebas con sus padres y sus hermanos, una colonia de viviendas destinada a los trabajadores de la EMT madrileña que busca el aprovechamiento del espacio sin olvidar la dignidad del residente y el aprovechamiento de lo construido para mejorar las condiciones de habitabilidad. Edificios diseñados los dos por Secundino Zuazo, personaje al que, sin duda, va dedicada la historia y el homenaje.

    Los dos inmuebles conectados por una imaginaria línea recta de más de siete kilómetros marcan otro de los elementos definitorios de la película, el concepto de clase social y las diferencias que, más de 60 años después, subsisten y se acrecientan (el plano de la colonia obrera literalmente abrumada por las torres de la prolongación de la Castellana del siglo XXI es definitorio); la verticalidad de la ciudad pudiente frente a la horizontalidad un tanto rural de los ambientes obreros, alzados unos conforme a sus posibilidades económicas y ceñidos al suelo los otros imposibilitados de despegar. El relato, que mezcla lo anecdótico de la pareja, cuyas conversaciones apenas intuimos, con lo didáctico de lo urbanístico y puntuales hechos históricos del momento, viene articulado por imágenes filmadas y otras de archivo, lo que ayuda a dar esa pátina de referencia temporal; junto a la voz en off, bien calibrada y medida, sin resultar invasiva ni reiterativa, del propio Siminiani supliendo los diálogos o, como en la genial escena de la escalera de servicio, inventando un desnudo donde no hay personajes. Gran película, nuevamente, del director.


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