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    Crítica | The Adults

    || Críticas | Berlinale 2023 | ★★★★☆
    The Adults
    Dustin Guy Defa
    La infancia como método


    Luis Enrique Forero Varela
    73ª Berlinale |

    ficha técnica:
    Estados Unidos, 2023. Título original: «The Adults». Dirección: Dustin Guy Defa. Guion: Dustin Guy Defa. Compañías productoras: Dweck Productions, Savage Rose Films. Fotografía: Tim Curtin. Diseño de producción: Caity Birmingham. Montaje: Michael Taylor. Música: Alex Weston. Intérpretes: Michael Cera, Hannah Gross, Sophia Lillis, Wavyy Jonez, Anoop Desai, Kyra Tantao, Kiah McKirnan, Simon Kim, Lucas Papaelias, Tina Benko. Duración: 91 minutos.


    anexo| Cobertura de la Berlinale 2023
    No resulta baladí que, en una entrevista para la revista Current, el director Justin Guy Defa haya elegido entre sus diez películas favoritas Crumb, el honesto perfil que traza Terry Zwigoff del historietista e ilustrador homónimo —piedra angular del cómic underground estadounidense y la contracultura de la segunda mitad del XX. Defa aborda en su nuevo largometraje, como hiciese Zwigoff en esta y otras obras de su filmografía, la tarea de retratar pequeñas excentricidades familiares y sociales.

    The adults (2023), en su corpus discursivo, propone una mirada muy personal e interesante del duelo, de la complejidad de las contradictorias emociones que interactúan entre los lazos de sangre; y además aborda la inmadurez no como un mero estado mental sino prácticamente como trinchera emocional. Podría catalogarse como teen movie o coming of age, con la particularidad de estar protagonizada por gente mayor que no sabe qué hacer con sus emociones. De hecho, me ha sorprendido hallar ciertas similitudes temáticas con la vilipendiada Jack, de Coppola, —otra coming of age, pero con un Robin Williams hecho y derecho cuya mente era la de un niño de primaria—.

    El treintañero Eric (un sobresaliente Michael Cera) ha tomado un avión a la pequeña ciudad en la que creció para lo que en principio es una corta visita de fin de semana, bajo la excusa de ver a una pareja de antiguos amigos y conocer a su hija recién nacida. En lugar de acudir directamente a su hogar y reencontrarse tras varios años con sus dos hermanas menores, Rachel y Maggie (Hannah Gross y Sophia Lillis), ha preferido buscar primero una timba de póker con Dennis (Wavyy Jonez), amigo remoto que casi ni le reconoce, y hospedarse en una habitación de hotel; allí, afirma, se siente más cómodo. El hotel es el no-espacio por antonomasia, impersonal e inmutable, que lo blinda del inminente encuentro con su entorno de la infancia y, por consiguiente, la comparación con las vidas de los demás. Esa reticencia a pisar la que fue la casa de su infancia parece entonces abocarlo a la confrontación con asuntos delicados, como su larga ausencia y la falta de conexión con su familia inmediata. Esta distancia autoimpuesta, unida a sus torpes mecanismos sociales, evidencia dificultades para escuchar el relato del reciente divorcio de Rachel, ofrecer algún consejo a Maggie —quien ha decidido dejar la universidad— o, especialmente, procesar la muerte de la madre pocos años atrás: una sombra de fractura emocional no resuelta en ninguno de los hermanos.

    Cualquier discusión entre los tres acerca de los “temas serios” se torna complicada, derivan hacia meandros digresivos —hablar antes acerca de la muerte de la mascota de la madre—. Pronto se torna patente que ninguno posee verdaderas herramientas de inteligencia emocional. La única manera que hallan para sortear este bloqueo es reproducir, prácticamente en un acuerdo tácito, los números corales de teatro y danza que realizaban en la infancia; o enzarzarse en conversaciones delirantes, exagerando histriónicamente el tono de voz e invocando a personajes cómicos, casi de dibujos animados, en imitaciones estrambóticas.

    Y es que ese comportamiento infantil va mucho más allá del simulacro: la obsesión de Eric por el póker no parece algo casual, dado su carácter de juego, de entorno lúdico en el que puede demostrar su superioridad con esa fruición competitiva con la que los niños pretenden llamar la atención y obtener el placer inmediato de la victoria. Este es un punto de fuga más que surge como por acto reflejo ante la incapacidad para digerir el enfrentamiento con sus responsabilidades propias y vicarias como adulto que es. Sin embargo, este refugio en el póker, así como la progresiva postergación de su regreso, cambiando día tras día el vuelo de vuelta, generan un manojo de oportunidades para poder acercarse a sus hermanas: una consecuencia tal vez premeditada, pero disfrazada de azar.

    Defa dirige a su trío protagonista con una parquedad y economía de medios que es no tanto un criterio presupuestario como una visión estética. Lo importante es escuchar a los personajes transfigurados en prepúberes, dando vueltas y vueltas alrededor de eso que quieren decir, ya sea un reproche arcano, una palabra de cariño. La cámara se planta entre el plano medio y el primer plano para observar, para dejarnos adivinar cuánto es posible elongar estas performances ridículas, siempre a la espera de alguien que dé un puñetazo en la mesa, rompiendo la dinámica para exigir una confesión adulta y dejar de ocultar ese desconocimiento de las emociones que es tan característico de la infancia. Porque ninguno de los tres cree saber qué o cómo debe obrar a continuación para organizar su vida adulta, para lidiar consigo mismo y con los demás.

    He aquí uno de los aciertos de la buena mano de Defa, evidente desde su debut en el largo Bad Fever (2011): la capacidad para hacer una defensa de la mediocridad y de confrontar a sus fracasados con los terrores cotidianos, con ironía y humor sutil. Convierte a sus protagonistas casi en caricaturas de adultos sobre los que la vida pasa por encima, y los trata con un afecto que me recuerda al que tiene Hal Hartley por sus extravagantes personajes de películas como Simple Men (1992). Como Hartley, Defa consigue además crear un cosmos al margen de la realidad, con sus propias y sistemas relacionales. Un espacio perfecto para hacer lucir el trabajo interpretativo del trío formado por Cera, Gross y Lillis —digno de mención es el hilarante monólogo en el que Cera confiesa, en medio de una partida de póker, cuándo fue la primera vez que tuvo encuentro cercano con la muerte como concepto—. The Adults propone una ejercicio de profundidad emocional disfrazado de cómica ligereza, en el que dinámica entre estos tres huérfanos resulta tan ridícula como divertida en su privado repertorio de malas imitaciones de personajes televisivos, en sus coreografías de instituto que rayan el absurdo y, especialmente, su incapacidad supina para mirarse a los ojos sin recurrir a una máscara de parodia como sistema de protección, como refugio de la incertidumbre frente a la angustiosa e inevitable madurez. ⁜

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