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    Cine Alemán Siglo XXI

    Tierra y libertad (1995): «Somos muchos más» | FlixOlé

    || Cineclub | Colección FlixOlé |
    Tierra y libertad
    Ken Loach
    Somos muchos más


    Elisenda N. Frisach
    Barcelona |

    ficha técnica:
    España, 1995. Título original: «Land and Freedom». Direccción: Ken Loach. Guion: Jim Allen. Fotografía: Barry Ackroyd. Música: George Fenton. Producción: Marta Esteban, Ulrich Felsberg, Gerardo Herrero, Sally Hibbin y Rebecca O'Brien. Productora: Parallax Pictures/Messidor Films/Road Movies Britte Produktionen/RTVE/Polygram Filmed Entertainment/Working Title Films. Diseño de producción: Martin Johnson. Edición: Jonathan Morris. Intérpretes: Ian Hart, Icíar Bollaín, Rosana Pastor, Tom Gilroy, Marc Martínez, Frédéric Pierrot, Sergi Calleja, Raffaele Cantatore, Pascal Demolon, Paul Laverty, Josep Magen, Jürgen Müllern. Duración: 110 minutos.

    Artículo creado en colaboración con FlixOlé, plataforma de streaming bajo demanda especializada en producción y coproducción española que cuenta con un catálogo de 4.000 títulos.



    Hay en este espléndido acercamiento de Ken Loach a la Guerra Civil una secuencia clave, que sintetiza, formal y temáticamente, todas las virtudes que atesora la película. Se trata de aquella en la que el protagonista, David Carr (Ian Hart), habiéndose unido a las Brigadas Internacionales, y por tanto dejando atrás su pasado como soldado del POUM —partido cercano al trotskismo—, acata las órdenes de sus superiores y se aposta en la sede del Partido Comunista de Barcelona para defenderla de los milicianos de la CNT —de pensamiento anarquista—, que se sienten agraviados porque la policía los ha despojado de la Telefónica, entidad en su poder desde que fracasara el levantamiento militar en la Ciudad Condal.

    Con su habitual narrativa apegada a la perspectiva de los personajes, Loach no despliega una académica lección de historia, sino que encarna los acontecimientos reales acaecidos a través de las experiencias particulares que vive David. Así, el intercambio de disparos e improperios con los miembros de la CNT ilustra el período conocido como las Jornadas de Mayo de 1937, cuando en toda Cataluña, aunque con particular virulencia en su capital, se enfrentaron, de un lado, grupos de ideología anarquista y marxista, que seguían abogando por mantener las reformas socioeconómicas logradas con la Revolución Española de 1936 y, del otro, el Gobierno de la República, la Generalitat de Catalunya y otras facciones políticas, especialmente socialistas y comunistas, que habían pasado a apoyar la legalidad republicana de la preguerra.

    Toda esta secuencia tiene una potente atmósfera costumbrista, no solamente a causa del estilo cinéma vérité marca de la casa del director británico, sino también por sus notas de humor cotidiano, proporcionadas tanto por la señora que vuelve de la compra y riñe cual a niños a los contendientes de ambos lados, como por los pintorescos insultos —la mayoría, en catalán— que se lanzan comunistas y anarquistas. Si a ello le sumamos la amargura y la decepción que invaden el ánimo de David tras este encontronazo, hasta el extremo de romper su carnet del Partido, advertimos que Loach, como si se hiciera eco de las palabras de Max Estrella, ha retratado ese instante decisivo de la contienda bélica española como «una deformación grotesca de la civilización europea».

    Y es que, en verdad, eso es justamente lo que simbolizó la Guerra Civil para el resto del continente: el «laboratorio de ensayos» en el que eclosionaron todos los conflictos políticos que bullían en Occidente. No es casualidad que la pieza concatene un conjunto de secuencias con protagonismo colectivo, en las que abundan la recreación histórica, describiendo el entorno vital y espiritual de la época mediante planos generales, y el intercambio de ideas entre los personajes, mediante planos medios, mientras que Loach, siempre tan afecto a la escala humana de sus relatos, reserva los primeros planos a aquellos momentos que expresan la intimidad y los conflictos emocionales de David, Blanca (Rosana Pastor), Maite (Icíar Bollaín), Lawrence (Tom Gilroy) y compañía.

    Tampoco resulta baladí que Tierra y libertad se articule en torno a una intriga a dos tiempos, ya que ello responde a la voluntad de su máximo responsable de incidir en la supervivencia y vigencia de unos ideales de solidaridad e igualdad que llevaron a un joven de Liverpool a arriesgar su vida en las trincheras de un país foráneo. Igualmente, ello permite el empleo de la voz en off sin que resulte un recurso discursivo impostado, gracias a que esas palabras que glosan los acontecimientos proceden de las cartas que David escribió a su novia Kitty, y que ahora su nieta está leyendo. Y, en última instancia, la estructura analéptica sirve asimismo para implicar directamente a las nuevas generaciones en un pasado a menudo desconocido o silenciado.


    Volver a ella es imprescindible en un momento en el que la ignorancia generalizada respecto a nuestro pasado reciente hace creer a muchos que todo aquel que se opone al salvaje e inhumano capitalismo neoliberal actual es poco menos que un defensor de los gulags soviéticos, mientras que se le da un halo de romántica rebeldía al fascismo, en vez de exponerlo por lo que es: una ideología repugnante basada en el odio, la violencia, la intolerancia y la estupidez. Si nos olvidamos del pasado, si no volvemos a las fuentes, acabaremos cometiendo los mismos errores.


    Según lo expuesto, pues, viendo esta cinta es inevitable pensar en dos clásicos literarios sobre la Guerra Civil como son Homenaje a Cataluña (1938) de George Orwell y Soldados de Salamina (2001) de Javier Cercas. Porque, si bien el guion de Jim Allen casi ni se explicaría sin el libro de Orwell, el realizador inglés y el escritor cacereño comparten una análoga voluntad de incidir en hechos pretéritos pero proyectándolos hacia el presente, esto es, evidenciando cómo estos configuraron nuestra realidad actual y, por tanto, cómo siguen siendo relevantes en el mundo en que vivimos. Loach no esconde —nunca lo ha hecho— el carácter de obra de tesis de la propuesta, pero habla a la inteligencia del espectador y evita la propaganda barata y los maniqueísmos. No es de extrañar, en esta línea, que la mentalidad del oficial franquista al que hace prisionero la milicia del POUM en la que se centra la peripecia no sea muy distinta a la del oficial republicano que desmantela dicha milicia. Y es que ambos sienten, y no sin razón, una profunda suspicacia hacia los movimientos de masas que surgen sin jerarquía y sin guía.

    Resulta cuando menos curioso que los miembros del bando sublevado aparezcan muy poco y sesgadamente en el metraje, y que en las pocas ocasiones en las que cuenten con presencia ante la cámara, haya una cierta visión paternalista hacia ellos, cual personas cegadas por la ignorancia, el miedo o los prejuicios. En cambio, el foco verdadero de los reproches de Loach son los estalinistas, es decir, quienes siguen a rajatabla la disciplina del Partido, porque creen que lo esencial es derrotar al enemigo como sea, a pesar de contar con pruebas más que evidentes de que los métodos de manipulación, intimidación y represión del sector oficialista del comunismo no difieren en nada de los de Franco y los suyos. ¿Qué te legitimiza moralmente ante un fascista si actúas igual que él? La respuesta es demoledora y simple: nada. Aquí radica, en puridad, la gran cuestión que saca a la luz Tierra y libertad: la de la sistemática traición de los intereses de los humildes por parte de supuestos partidos dedicados a su defensa, en aras de una practicidad y un posibilismo ante los poderes fácticos que, a la postre, no hace sino perpetuar el intrínsecamente desequilibrado sistema capitalista, limitándose a aplicar sobre el mismo pequeños parches que en absoluto solucionan el problema estructural de fondo. ¿A qué responde semejante actitud de las fuerzas en teoría progresistas del Primer Mundo? Pues a una íntima desconfianza en la sensatez y capacidad de las clases populares, o lo que es lo mismo: a un inconfeso, o incluso inconsciente, clasismo burgués. De ahí que el filme muestre con admiración el denuedo y la honestidad con las que el pueblo llano se implicó en los cambios auspiciados por la espontánea toma del poder a manos de organizaciones obreras. Para ello, y en la estela de Pasolini, otro cineasta de izquierdas, Loach emplea también a actores no profesionales, cuyos rostros y cuya dicción dotan todavía más, si cabe, de humanidad y verismo a lo narrado. Al respecto resulta tremendamente relevante, por su autenticidad, su aire desaliñado y su directa franqueza, la magnífica escena de la asamblea en el pueblo aragonés que la columna del POUM acaba de liberar de los nacionales. De hecho, muchos de los diálogos de este momento capital de la trama fueron improvisados por los propios actores, ya que Loach rodó las escenas que implicaban protagonismo coral dando mucha libertad a sus participantes, por tanto ciñéndose a un armazón guionístico mínimo, además de estimular un clima de convivencia entre los implicados en la producción para propiciar la camaradería y aumentar así la ilusión de estar recreando «una historia de la Revolución Española», tal y como reza el subtítulo de la cinta. No deja de ser significativo que, haciéndose eco de las últimas líneas que se leen de las cartas de David, donde afirma que «las revoluciones son contagiosas», los actores profesionales amenazaran con huelga al ver que los figurantes del pueblo no tenían las mismas condiciones de catering que ellos. Al final, extras e intérpretes protagónicos acabaron comiendo lo mismo y cantando juntos canciones libertarias: el espíritu de compañerismo impulsado por el autor efectivamente «se contagió».

    A pesar de contar como cuenta una derrota causada —parafraseando a Shakespeare— no por las estrellas, sino por la propia incapacidad de la izquierda de cerrar filas, quizás dicho clima de comunidad entre el equipo de rodaje y la población donde se localizó mayoritariamente el filme es la razón de que Tierra y libertad consiga transmitir con tanta convicción un mensaje último de esperanza. Porque la nieta de David adquiere esa conciencia ideológica de la que carecía al conocer el pasado de su abuelo, de forma que las palabras de Rosana que se repiten de nuevo en el tramo final (v. gr. «la batalla es larga y son muchos, pero nosotros somos muchos más, siempre seremos muchos más») son un recordatorio de que la derrota, siempre que existan personas que se opongan a los privilegios y a la injusticia, es meramente temporal.

    En conclusión, la forma orgánica y falsamente sencilla, se diría que «improvisada», con la que se desarrolla el metraje de una obra meridiana, lúcida e inteligente, de un realismo social trasplantado en el tiempo, demuestra que el cine político de calidad es hoy en día casi tan excepcional como la política de calidad: casi. Película a la altura creativa de un escaso número de aproximaciones a la Guerra Civil, pese a la ingente producción habida en torno a este tema —pienso, por ejemplo, en títulos como Vida en sombras (1949), El espíritu de la colmena (1973), La vaquilla (1985), El laberinto del fauno (2006) o Pa negre (2010)—, volver a ella es imprescindible en un momento en el que la ignorancia generalizada respecto a nuestro pasado reciente hace creer a muchos que todo aquel que se opone al salvaje e inhumano capitalismo neoliberal actual es poco menos que un defensor de los gulags soviéticos, mientras que se le da un halo de romántica rebeldía al fascismo, en vez de exponerlo por lo que es: una ideología repugnante basada en el odio, la violencia, la intolerancia y la estupidez. Si nos olvidamos del pasado, si no volvemos a las fuentes, acabaremos cometiendo los mismos errores. ⁜


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