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    Crítica | El libro de Catherine

    || Críticas | Amazon Prime Video | ★★★☆☆
    El libro de Catherine
    Lena Dunham
    Avanzada para su tiempo


    Ignacio Navarro Mejía
    Madrid |

    ficha técnica:
    Reino Unido y Estados Unidos, 2022. Título original: «Catherine Called Birdy». Dirección: Lena Dunham. Guion: Lena Dunham (basado en la novela de Karen Cushman). Producción: Good Thing Going / Working Title Films. Dirección de fotografía: Laurie Rose. Montaje: Joe Klotz. Música: Carter Burwell. Diseño de producción: Kave Quinn. Reparto: Bella Ramsey, Andrew Scott, Billie Piper, Joe Alwyn, Lesley Sharp, Sophie Okonedo, Paul Kaye, Dean-Charles Chapman, Isis Hainsworth, Michael Woolfitt, Archie Renaux. Duración: 108 minutos.

    El revisionismo histórico está de moda, y es legítimo cuando trata de reinterpretar los hechos del pasado, que hasta entonces pueden haberse escrito bajo una sola mirada o ideología, ocultando datos o acontecimientos sobre los que ahora se pretende arrojar luz. Es sabido, por ejemplo, que buena parte de la historia económica, sobre todo a partir del siglo XVIII, ha sido contada con un prisma anglosajón, dada la posición dominante del imperio británico y sus dogmas liberales. Esto incluye relatos de conquista, de colonialismo o la propia concepción del mercado global, sesgados por tender a dibujar un panorama de vencedores y vencidos, opresores y oprimidos o, simplemente, buenos y malos, que curiosamente, ante hitos diversos y complejos, casi siempre se ha inclinado de un mismo lado. Incorporar otras posiciones para completar y matizar la historiografía es entonces una labor encomiable y necesaria. Pero una cosa es llevar a cabo esta investigación crítica y otra juzgar esos hechos del pasado con ojos del presente, porque esto último ya se aleja de la historiografía y entra en otros campos más propios de la sociología, la filosofía o el simple comentario de actualidad. Si nos remontamos algunos siglos más atrás, hasta la Edad Media, hoy en día muchos la tergiversan, porque es difícil de imaginar una época regida por reglas y condiciones tan distintas de las contemporáneas. Predominaban entonces las adversas, dadas las múltiples enfermedades y el alto porcentaje de analfabetismo, pasando por las guerras constantes, los derechos de unos pocos privilegiados y la esclavitud y explotación de toda una masa campesina y trabajadora. En ese contexto, las relaciones eran de otra índole, el patriarcado era más un estado de las cosas que una imposición y el empoderamiento femenino no podía siquiera imaginarse.

    Por todo ello, una película como El libro de Catherine, adaptación libre de la novela de Karen Cushman sobre una joven inglesa en el siglo XIII, es oportuna. Salvo quizá para algún espectador despistado, desde un comienzo la historia transmite la intención no tanto de recrear una época como de situarse en ella, aunque provenga de otro tiempo. Dicho de otra manera, los anacronismos o la escasa fidelidad histórica no son defectos derivados de una falta de rigor o de presupuesto, sino elementos que nos alejan conscientemente de esa realidad pretérita. En este sentido, que la protagonista adolescente defienda un feminismo moderno no contrasta directamente con el tiempo en que vive, sino que se corresponde con la de nuestros días, y se proyecta hacia atrás para sacar a relucir el absurdo de ese contraste ficticio. Este es uno de los mejores y más clásicos recursos para generar comedia: oponer dos tonos o visiones, para que de ese choque broten la extrañeza y la extravagancia propias del humor. La cinta de Lena Dunham es por tanto una comedia de época, entendida no en un sentido puramente histórico, sino más bien de situación: la época es el marco en que se sitúa la comedia, concebida de antemano, en lugar de extraerse la comedia (o el drama, en su caso) de ese contexto. De ahí que no se le pueda exigir un compromiso con la Historia, con mayúscula, aunque el problema, en este caso, es que esa falta de compromiso se extiende un tanto a la historia en minúscula.

    En efecto, es acertada la mirada de El libro de Catherine, y su tono está conseguido, pero, a partir de ahí, el desarrollo narrativo es algo superficial y su enfoque limitado. Su premisa es la siguiente: nuestra heroína se ve obligada a casarse, porque de ello depende ahora el sustento de su antaño adinerada familia, esencialmente bajo los designios de su padre, gracias al patrimonio que pueden proporcionar sus pretendientes. Sin embargo, ella los rechaza uno a uno, porque no quiere bajo ningún concepto contraer matrimonio, sino seguir en libertad, sin más obligaciones que las ocasionales tareas domésticas y sin más recordatorio de su condición de mujer (en principio, objetivada en ese siglo, como si fuera una propiedad mercadeada por los hombres) que su periódica menstruación. Con todo, una vez fijado este conflicto principal, la narración discurre más como una sucesión de sketches que con una cierta evolución o tensión creciente, se alternan las secuencias más como fragmentos aislados que como partes de un todo y el montaje, en su conjunto, más que construir un relato progresivo, parece querer mostrar varias facetas u ocurrencias sueltas de estos personajes. Ahora bien, como adelantábamos, el filme funciona, y lo hace precisamente porque escapa de la perspectiva tradicional de una historia, o de la Historia, podríamos decir de nuevo. No tiene una estructura rompedora, no es revolucionaria, pero tampoco es una película al uso. Su gran virtud es dejar claro su mensaje, y al mismo tiempo asegurar el entretenimiento.

    Ello lo logra gracias sobre todo a la chispa de los diálogos, como es propio de esta directora (estamos de hecho, en ocasiones, ante algo más cercano a su obra televisiva, donde destaca la serie Girls, que a otros precedentes de películas de este género), y a la elección del reparto. Al frente encontramos a Bella Ramsey, revelación infantil de Juego de tronos que, ahora, con unos años más y una prolongación de sus rasgos y peculiar carácter que entonces ya se anunciaban, encarna perfectamente a una adolescente rebelde del Medievo. En el papel de su padre figura Andrew Scott, que pudimos ver hace no mucho en la segunda temporada de Fleabag, por lo que también es un actor muy dotado para la comedia, y nada más verlo su personaje deja de ser una amenaza creíble y resulta a veces más infantil que su propia hija. Es especialmente gracioso el momento en que le pide a su hija recordarle su edad, y cuando ella dice que tiene 14 años, él confirma su naturaleza de mujer ya crecida, aseveración que, por lo demás, es un buen ejemplo de lo apuntado más arriba sobre la dialéctica pasado (siglo XIII)-presente (siglo XXI). Otros actores experimentados asumen roles algo más secundarios, pero siempre al servicio de un mismo tono (incluso un hilarante cameo de Russell Brand se ajusta a la misma y singular naturaleza del libreto). Al fin y al cabo, todos están filtrados por el subjetivismo de la protagonista, que narra su historia a modo de diario, escrito por ella misma en una época en que tal hazaña era inédita… lo cual obliga a asumir, más allá de la controversia con que iniciábamos este texto, esta mirada condicionante que no puede sino distanciarse temporalmente de los hitos aquí narrados. ⁜


    Catherine Called Birdy, Lena Dunham
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