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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Tenéis que venir a verla

    || Críticas | Karlovy Vary 2022 | ★★★★☆
    Tenéis que venir a verla
    Jonás Trueba
    Creo que era de perplejidad


    Miguel Muñoz Garnica
    56ª edición del Festival de Karlovy Vary |

    ficha técnica:
    España, 2022. Título original: Tenéis que venir a verla. Dirección y guion: Jonás Trueba. Producción: Javier Lafuente, Jonás Trueba. Productora: Los ilusos films. Distribuida por Atalante Cinema. Fotografía: Santiago Racaj. Montaje: Marta Velasco. Dirección artística: Miguel Ángel Rebollo. Sonido: Álvaro Silva Wuth, Eduardo Castro. Reparto: Itsaso Arana, Vito Sanz, Francesco Carril, Irene Escolar. Duración: 64 minutos.

    Café Central de Madrid, noviembre de 2020. Dado que aún leemos el tiempo reciente con la pandemia como eje gravitatorio, la fecha del intertítulo que abre Tenéis que venir a verla ya nos está dando unas coordenadas casi más personales que cronológicas. Tiempo de una transitoriedad demasiado prolongada, de un cansancio demasiado ilocalizable; tiempo de perplejidad. En el escenario, apenas atisbado por una planificación a base de tomas cercanas (acaso una seña de que importa mucho menos el espacio que el tiempo), suena una pieza de piano que digita Chano Domínguez: «Limbo». Un título muy apropiado para acompañar esa datación. La escena transcurre durante los minutos completos de la ejecución, sin elipsis. No es la primera vez que Trueba pone en suspenso la narración para dejar correr una o incluso varias canciones íntegras. El ejemplo memorable es el de Rafael Berrio en el concierto al que acudían los protagonistas de La reconquista. Pero en ese punto ya sabíamos lo bastante de ellos como para proyectar el relato sobre la letra. Basta un primer plano frontal de uno u otro escuchando para que sobre en su rostro se forme una especie de orografía de sentimientos desenterrados por la lírica —minipunto para Lev Kuleshov—. Trueba repite la jugada con el comienzo de Tenéis que venir a verla, pero hay dos variaciones evidentes. Primero, que no hay letra. Segundo, que de los rostros cuyos primeros planos se suceden al son del piano aún no sabemos nada. Quiénes son, qué hacen ahí, qué buscan, etc. Como mucho, si venimos ya conversos al truebismo, tenemos una pátina de familiaridad que da el encontrarse con rostros que conocemos: Francesco Carril, Itsaso Arana, Vito Sanz —se les suma, por primera vez en este pequeño universo, Irene Escolar—. Intérpretes recurrentes en el cine del director madrileño que, a base de aparecer película tras película, han creado una suerte de personajes transversales, fáciles de percibir en continuidad aun portando nombres y circunstancias diferentes.

    Como sea, la conjunción de primeros planos y notas musicales invita a un primer procesamiento prescindiendo de trama y letra —de palabras que dan sentido, si lo prefieren—. Nos topamos con estos cuatro personajes que todavía no son personajes suspendidos en el limbo evocado por la pieza, en el punto en que la narración tiene su potencialidad pero no su forma. ¿Sería mucho decir en el punto en el que la película todavía no es película? Ahora bien, ahí donde aún no hay historia ya hay testimonio, y uno muy reconocible. La fecha, la memoria que despierta, la idea del limbo, el cansancio legible en esos rostros… Todo está ahí para enunciar, antes que nada, que Tenéis que venir a verla asume un carácter absolutamente coyuntural, un intento por capturar la atmósfera emocional de una época llena de perplejidad. Una época que ya podemos contemplar desde cierta distancia en la que empezamos a olvidar mascarillas y restricciones.


    «La fecha, la memoria que despierta, la idea del limbo, el cansancio legible en esos rostros… Todo está ahí para enunciar, antes que nada, que Tenéis que venir a verla asume un carácter absolutamente coyuntural, un intento por capturar la atmósfera emocional de una época llena de perplejidad».


    La película se llenará después de palabras, algunas dialogadas y otras citadas en off, que irán intelectualizando este estado, esta especie de colindancia hiperconsciente entre realidad e irrealidad, esta crisis del estar. Pero nunca acierta tanto a ponerla en escena como en esta apertura, o como en un plano ya muy cerca del final. Hay un punto en el que los personajes salen a pasear por el campo y Elena (Itsaso Arana) siente la llamada de la naturaleza. El plano la recoge en cuclillas, semioculta entre unos matorrales, y de pronto una risa tonta y la subsiguiente mirada a cámara rompen la ilusión fílmica. Lo que suele ser material para las tomas falsas establece un punctum tras el cual Trueba abre una grieta. En los siguientes planos, cambia la textura de la imagen a la del Súper 8 y cambia su contenido al dejarnos ver a los miembros del equipo trabajando en la misma localización. Este último recurso quizá entrañe una forma demasiado intelectualizada, demasiado tajante de que la película abrace su propia indeterminación, su propia renunciar a ser del todo una película —algo parecido ocurre con su recurrencia a citas textuales extradiegéticas, como la canción de Bill Callahan o los versos de Olvido García Valdés que puntúan varias secuencias—.

    Trueba ha hablado bastante de sus dudas, compartidas con los actores, de si Tenéis que venir a verla ofrece lo bastante como para llamarse a sí misma película. Como en mi caso la respuesta es un rotundo sí, y como el cine ya nos ha ofrecido incontables ejemplos en esta línea de construir con lo mínimo, me parece que la duda sobre sí misma se convierte más bien en la afirmación de sí misma, aunque esa afirmación consista básicamente en negarse. Esto es, no creo que Tenéis que venir a verla necesite desvelarse tan expresamente como película para aprehender esa perplejidad sobre la que se erige. Ahora bien, esa misma perplejidad, ese estado de limbo que el comienzo invocaba, queda de nuevo recogido como un suspiro en el momento en el que a Itsaso Arana se le escapa la risa y mira a cámara. Y ahí sí, en ese momento de «qué estoy haciendo aquí», que para nosotros es un repentino «quién es esa que nos está mirando», hay un limbo fugaz y bellísimo en el que Elena e Itsaso Arana se desdoblan pero es como si pudiéramos ver sus siluetas solapadas. Un momento en el que Tenéis que venir a verla hace confluir historia y testimonio para recodarnos que nosotros, aunque no fuera en ese bosque, también estuvimos ahí, que también nos autorreconocimos como seres atrapados en los límites de lo irreal. ¿Es necesario entonces el final posterior, la aparición expresa del dispositivo fílmico? Sinceramente, no tengo una respuesta terminante, en cuanto que quizá, pongamos, una congelación de esa mirada a cámara y el corte a créditos no habría situado tan claramente al plano en su estado transicional, en un punto entre un antes y un después. Como poco, es la prueba de que hay finales que, sin ser estrictamente el final, lo son más que el verdadero. ⁜


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