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    Crítica | Tori y Lokita

    || Críticas | Cannes 2022 | ★★★☆☆
    Tori et Lokita
    Jean-Pierre & Luc Dardenne
    Un mundo peor


    Víctor Esquirol Molinas
    75ª Festival de Cannes |

    ficha técnica:
    Bélgica, Francia, 2022. Título original: «Tori et Lokita». Dirección: Jean-Pierre y Luc Dardenne. Guion: Jean-Pierre y Luc Dardenne. Productores: Jean-Pierre y Luc Dardenne. Compañías: Les Films du Fleuve, Archipel 35, Savage Film. Fotografía: Benoît Dervaux. Montaje: Marie-Hélène Dozo. Reparto: Mbundu Joely, Alban Ukaj, Tijmen Govaerts, Charlotte De Bruyne, Nadège Ouedraogo, Marc Zinga, Pablo Schils, Claire Bodson, Batiste Sornin. Presentación oficial: Selección oficial Festival de Cannes. Duración: 88 minutos.


    anexo| Cobertura del Festival de Cannes

    La nueva película de los hermanos Dardenne empieza con una situación que podría ser leída en clave metacinematográfica. Una niña, encuadrada en un primer plano que no se despega de ella, repasa en voz alta todos los detalles de una historia. Los enumera, los interioriza, da vueltas sobre ellos para intentar anticipar las preguntas y dudas que estos puedan llegar a levantar. Parece que esté preparando una prueba oral; un examen, vaya, y en efecto, no tardamos en entender que las instituciones gubernamentales del país donde se encuentra (aquel del que pretende obtener la nacionalidad), someterán su relato vital a un implacable «test de estrés». Resulta que esta muchacha dejó atrás su Benín natal, y ahora intenta encontrar en Bélgica una vida mejor… pero para esto, antes deberá demostrar la solidez de esa historia.

    Es evidente que la filmografía de Jean-Pierre y Luc Dardenne (cuyas dos Palmas de Oro siempre ponen sus nuevos trabajos bajo la lupa) se ha sustentado siempre en esta misma propiedad. Esto es, imágenes, sonidos, diálogos y situaciones que son claramente ficción, pero que se nos presentan como bocados de una realidad tan crítica, grave y/o urgente, que su esencia merece ser preservada, o en su defecto, reproducida con la máxima fidelidad posible. Hasta alcanzar ese punto que quiere conquistar la chica: que la presentación de los hechos relativice las dudas concerniendo a su veracidad… porque al fin y al cabo, el conjunto debe hablarnos de (y desde) la verdad humana. Por supuesto, Tori et Lokita no marca la excepción a dicho principio. Siempre recorriendo los espacios y acompañando los personajes periféricos de nuestra sociedad (o aquellos a los que las circunstancias empujan hacia dichos márgenes), la cámara de los Dardenne sigue a los dos jóvenes protagonistas de esta historia, a ambos a la vez o por separado: un crío y esa chica que está a punto de ser mujer. ¿Qué les une? Su lugar de nacimiento (muy lejos de donde se encuentran ahora), y un vínculo fraternal que, a ojos de las autoridades europeas, hace levantar suspicacias. Ahí, en la declaración que ella es hermana de él, y él es hermano de ella, está el único factor de misterio, esa zona en la que la fórmula de los cineastas belgas añora su hábitat natural. En sus películas, ya se sabe, lo que ves y oyes es lo que hay, sin vuelta de hoja posible.

    Solo que como se ha dicho, el que se nos esté mintiendo o no respecto a la consanguinidad de ellos, es lo de menos. Los Dardenne captan a Tori y a Lokita en esos momentos de complicidad que solo pueden tener los seres más allegados. La verdad está en la filmación. Y ahí están, juegan, se divierten y se ríen genuinamente juntos, se preocupan el uno por la otra, y la una por el otro, y en consecuencia actúan como apoyo mutuo. Donde él no llega, ella sí, y viceversa. Estando en su compañía (es decir, mirándoles, escuchándoles, presenciando sus actuaciones musicales, que no dejan de ser testimonios líricos de la variedad de lugares por los que han tenido que pasar), se llega a ese punto de empatía tras el que cualquier duda activada por el relato, está de más, o sea que es de un mal gusto insoportable. Así nos relacionamos con Pablo Schils y Joely Mbundu, los jóvenes actores de la función, dos presencias a las que solo se les puede desear lo mejor. Pero no, la película se alimenta constantemente de las angustias que, por desgracia, marcan la vida de buena parte del colectivo inmigrante: esto es, no hay dudas al respecto (no puede haberlas), un drama de supervivencia. Una asfixiante conjunción de obligaciones y deudas traicioneras, que someten y anulan la voluntad de unos seres que ya partían de la casilla de salida con la condición de vulnerables (por mucho que la legislación, siempre fría, siempre distante, no quiera reconocerla). Un trapicheo lleva a otro, y una bala esquivada es la antesala del siguiente disparo recibido. No queda otra; no hay posibilidad alguna de planificar a medio (ya no digamos a largo) plazo. Solo existe un ahora en el que falta el dinero, y la comida, y por supuesto, el oxígeno.

    Al menos, y no es alivio menor, la cámara de los Dardenne, como cabía esperar, se sitúa siempre a la distancia suficiente para que corra el aire (el poco que hay, vaya). El teleobjetivo nunca pierde la referencia de Tori o Lokita, pero el seguimiento que les dedica se ejecuta desde el equilibrio óptimo entre la nitidez narrativa y el respeto a la dignidad de los protagonistas. En caso de apuro, un objeto consigue interponerse entre nosotros y ellos, para tapar esa vergüenza que, en términos cinematográficos, solo serviría para ahondar en la herida, para someter tanto a los personajes como a la audiencia. Y para cualquier otra situación de aprieto, se puede contar con la ayuda cómplice de un montaje que siempre sabe tirar a tiempo una elipsis, a modo de capa invisible que, de nuevo, cubre los cuerpos a los que, cuando les alcanza la hora más oscura, solo les queda pedir auxilio.

    El problema, y este es gordo, está en que el guion, firmado también por los Dardenne, claro, rema a contracorriente. Como sucede con los textos de Paul Laverty para las películas de Ken Loach (para hablar de otra dupla clave dentro de los territorios del drama social), se impone la desesperante sensación de que no hay salvación, pues todos los elementos conjurados están ahí para negarla. Entonces, ¿qué importa que la realización sea bondadosa (dadas las circunstancias) cuando quien escribe se empeña en actuar con toda la fuerza e ira del fatalismo? Y volvemos al dilema de base: conviene recordar que, aunque todo lo que vemos y oímos sea un eco de nuestra realidad, lo que proyecta la pantalla es una invención. Una creación de dos autores que, obviamente, están en completo control sobre ella. Todas las decisiones que esta refleja no dejan de ser la consecuencia directa de la voluntad dardennesca, y desgraciadamente, aquí se impone la tragedia. De hecho, parece que la historia de Tori y Lokita esté única y exclusivamente pensada para ir cocinando ese final terrible; ese último golpe con el que dejar planchado al espectador. ¿Por qué? ¿Para despertar su aletargada conciencia? Vivimos en un mundo complejo, y esto no se olvida con ninguna película, está claro, ¿pero hasta qué punto el cine ayuda a normalizar el mal (incluso aquellos filmes que en principio se posicionan en el otro bando)? Porque una cosa es señalar el abismo, y otra muy distinta es llamarlo, regodearse en él… y con ello, perpetrar el discurso determinista de que hay gente que lo tiene tan crudo, que nunca-jamás podrá seguir adelante. Pudiendo cambiar el rumbo del destino, se decide que todo siga igual (de mal), y así, el mundo va a peor. ⁜


    Tori et Lokita, Jean-Pierre y Luc Dardenne
    Competición del Festival de Cannes.

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