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    Crítica | El Planeta

    Vanitas vanitatis

    Crítica ★★★★☆ de «El Planeta», de Amalia Ulman.

    Estados Unidos, 2020. Dirección: Amalia Ulman. Guion: Amalia Ulman. Compañía productora: Holga's Meow, Memory, Operator Media. Dirección de fotografía: Carlos Rigo Bellver. Música: Chicken. Montaje: Katharine Mcquerrey, Anthony Valdez. Producción: Amalia Ulman, Kathleen Heffernan, Kweku Mandela. Intérpretes: Amalia Ulman, Ale Ulman, Chen Zhou, Nacho Vigalondo, Saoirse Bertram. Duración: 79 minutos.

    Los cuadros de naturaleza muerta suelen ilustrar animales, frutas o cualquier otro objeto dentro de un espacio reducido. Pueden ir desde los jugosos bodegones de Cézanne hasta las vanitas en proceso de descomposición de Claesz. El Planeta, la magnífica ópera prima de Amalia Ulman, se asemeja más a los segundos. La tensión entre la opulencia de antaño y la decadencia moderna no solo sirven para definir su película, sino también varias de las ciudades que salpican la geografía española —entre ellas Gijón, donde se encuadra la obra. María y Leo, las protagonistas de esta comedia negra interpretadas por Ale y Amalia Ulman (madre e hija asimismo fuera de la pantalla), se inspiran en «las falsas ricas», quienes a base de engaños y estafas continuadas pasaron a formar parte de la cultura popular xixonesa. Personajes fellinianos donde los haya, Justina y Ana Belén (así se llaman realmente) fingían pertenecer a la alta sociedad astur cuando frecuentaban los cafés y restaurantes de Cimadevilla, ataviadas con diademas y largos abrigos de visón. A la hora de pagar, simplemente pedían que lo anotaran a una cuenta que nunca se saldaría. El Planeta, que toma su nombre de uno de aquellos fastuosos restaurantes, se mantiene fiel a la historia al tiempo que introduce un elemento de socarronería que hace imposible el no simpatizar con el tándem de timadoras.

    A fin de comprender el estilo de vida de Leo y su madre, conviene situarlas primero en su contexto. Gijón, otrora una ciudad próspera y boyante, entró en fase de declive cuando la industria pesada adelgazó y la dependencia mineral se vio sustituida por la aún más precaria dependencia turística. Ulman nos presenta un panorama postcrisis propio del cine de Jarmusch, con calles desiertas, carteles de «se alquila» y negocios cerrados. Hasta la concurrida Playa de San Lorenzo se plasma como un paraje indómito que, según lee Leo en el periódico, lleva días infestada de una espuma marrón que, al removerse, desprende olor a heces. La lluvia y el tedio han recluido a los habitantes en sus pisos y el graznido oportunista de las gaviotas llena el silencio de caleyas y malecones. La única noticia que parece suscitar el interés de una localidad congelada en el tiempo es la recepción del Premio Princesa de Asturias por el director Martin Scorsese en la vecina Oviedo. Aunque el evento verdaderamente se produjo en 2018, la referencia no es meramente incidental: Leo y María son, en su pulso criminal al statu quo, personajes arquetípicos del universo del neoyorquino.

    Sin embargo, El Planeta es un rara avis que no orbita más que en su galaxia particular. Las notas autobiográficas que la inundan refuerzan este aspecto. En la delirante escena de apertura, por ejemplo, un hombre de aspecto corriente (interpretado por el realizador español Nacho Vigalondo) tiene una oferta para Leo: ella le orina encima (entre otros favores parafílicos) y él le paga veinte euros. El plano fijo se ve súbitamente interrumpido por un close-up a cámara lenta del hombre donde se regodea de que la chica acepte una tarifa tan ridícula. Esta es solo la primera de una serie de licencias estilísticas que también incluye transiciones con formas geométricas de bajo standing a lo Windows Media. El negocio, nunca consumado, le fue propuesto a Amalia Ulman cuando ella y su madre no tenían casa y vivían en la calle. El desahucio inminente al que se enfrentan las protagonistas hace eco de otro hecho real, a saber, cuando el propio padre de Amalia reclamó en juicio el apartamento donde residían en Gijón y ganó.

    EL PLANETA, Amalia Ulman
    Una de las mejores películas independientes de 2021.


    «Amalia Ulman es una prodigio multidisciplinar, habitual en galerías de arte estadounidenses y versada en el net.art. El Planeta, un debut excepcional en el sentido más literal de la palabra, encapsula ese recorrido para ofrecer algo fresco y difícil de encontrar, consciente de sus referentes pero absolutamente moderno».


    En el núcleo de El Planeta reposa una crítica mordaz a la sociedad de clases esgrimida, además, desde la experiencia del que ha transitado todos sus estratos. Las supersticiones de María —escribir los nombres de un sinfín de enemigos en trozos de papel que luego congela— no igualan ni de lejos lo enfermizo de su obsesión por aparentar una riqueza que no posee. En el restaurante epónimo del que se hablaba al comienzo, la truhana disfrazada en astrakán se prodiga en detalles acerca del supuesto novio de Leo, un político acomodado tan artificial como ellas mismas. La inconsistencia que flota en el ambiente rezuma con más fuerza en el caso de Amadeus, un londinense de nombre rimbombante que Leo conoce en un bazar. Dado que ambos se mueven, cómo no, en el mundo de la moda (la chica realiza alguna sesión esporádica, él está de interino), la chispa surge enseguida. Lo chocante es que Amadeus trabaja para Balenciaga, una de las casas de moda más celebradas de la historia, mientras que ni siquiera recuerda el nombre de la firma en un primer momento y luego falla al pronunciarlo. Cuando el joven demuestra ser un cretino con mujer e hijo al otro lado del Canal, la broma perversa de Ulman que ya adivinábamos cobra todo su sentido: Chen Zhou, el actor que interpreta a Amadeus, es la viva imagen de Alexander Wang, el exdirector creativo de Balenciaga que recientemente ha sido acusado de múltiples agresiones sexuales. malia Ulman es una prodigio multidisciplinar, habitual en galerías de arte estadounidenses y versada en el net.art. El Planeta, un debut excepcional en el sentido más literal de la palabra, encapsula ese recorrido para ofrecer algo fresco y difícil de encontrar, consciente de sus referentes pero absolutamente moderno. La mirada que lanza sobre Gijón (el tercer protagonista del filme) es, de hecho, tan atípica como ella. Su Gijón liminal en blanco y negro es un cementerio de elefantes, un desfile de caricaturas que, en su decrepitud evidente, solo dejan entrever la sombra de lo que un día quizá fueron. Aun con ello, gracias al magnetismo que desprenden las imágenes firmadas por Ulman, la perla de la Costa Verde sigue luciendo hermosa; como esta ópera prima llena de talento narrativo y visual.


    Carlos Cruz Salido |
    © Revista EAM / 59ª edición del FICX


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