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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | La casa Gucci

    La viuda viste alta costura

    Crítica ★★★☆☆ de «La casa Gucci», de Ridley Scott.

    Estados Unidos, 2021. Título original: «House of Gucci». Dirección: Ridley Scott. Guion: Roberto Bentivegna, Becky Johnson (Libro: Sara Gay Forden) . Productores: Giannina Facio, Mark Huffam, Ridley Scott, Kevin J. Walsh. Productoras: Coproducción Estados Unidos-Canadá; Metro-Goldwyn-Mayer (MGM), Scott Free Productions, Bron Studios. Fotografía: Dariusz Wolski. Música: Harry Gregson-Williams. Montaje: Claire Simpson. Reparto: Lady Gaga, Adam Driver, Jared Leto, Al Pacino, Jeremy Irons, Salma Hayek, Jack Huston, Alexia Murray, Vincent Riotta, Reeve Carney, Youssef Kerkour. Duración: 157 minutos.

    2021 está siendo un año de lo más productivo para el veterano realizador Ridley Scott. A sus 83, el responsable de incuestionables obras maestras como Alien, el 8º pasajero (1979) o Blade Runner (1982) demuestra, después de una racha caracterizada por la irregularidad en los acabados de sus proyectos, estar en plena forma, entregando dos trabajos estrenados en un escaso margen de tiempo: el magnífico drama histórico El último duelo, con el que recuperó el buen pulso de aquella celebrada ópera prima que fue Los duelistas (1977), a pesar de que la taquilla le ha dado, injustamente, la espalda, y esta La casa de Gucci que se presenta como un entretenimiento más ligero y considerablemente menos ambicioso a nivel artístico –aunque más de una interpretación podría dar la campanada en próximas nominaciones de la inminente carrera de premios–, pero que, en cambio, cuenta con más posibilidades de atraer al gran público a las salas, especialmente por ese impresionante elenco encabezado por una Lady Gaga que continúa imparable en su proceso de convertirse en una espléndida actriz. Tras su aclamado papel en la miniserie American Horror Story: Hotel (2015) y su nominación al Oscar por la exitosa Ha nacido una estrella (Bradley Cooper, 2018), la estrella del pop tiene una nueva oportunidad donde abrir un poco más su abanico de registros dramáticos en un personaje real tan fascinante como el de Patrizia Reggiani, la mujer que hizo tambalear los cimientos de un imperio de la moda tan lujoso como el de la familia Gucci. Desde sus primeros minutos, La casa Gucci fija su mirada en la figura de aquella modenesa de origen humilde, hija de una camarera y un empresario transportista que la adoptó tras contraer matrimonio con esta, que frecuentaba las fiestas más alocadas de la alta sociedad de Milán hasta que, en 1970, conoció en una de ellas a uno de los herederos del imperio de la moda, el introvertido (y poco interesado en sacar tajada de la fortuna familiar) Maurizio Gucci, iniciando un noviazgo que, pese a no ser bien visto por la familia del novio, terminaría en boda dos años después.

    La película de Ridley Scott, basada en el libro de Sara Gay Forden The House of Gucci: A Sensational Story of Murder, Madness, Glamour, and Greed, recorrerá casi tres décadas de una turbulenta relación que terminaría con el asesinato de Maurizio, el 27 de marzo de 1995, por parte de unos sicarios contratados por la propia Patrizia después de que su marido la abandonase por un amor de juventud, la diseñadora de interiores Paola Franchi. Aquel crimen pasional, por el que Patrizia pasaría casi 18 años de una pena de 29 en prisión (circunstancia que la haría ganarse el apodo de “la viuda negra de Gucci”), es mostrado en la cinta de Scott como culminación de una larga historia repleta de ambición, traiciones y, sobre todo, lujo, mucho lujo. La casa Gucci, más que un biopic al uso, riguroso y dramático como los terribles acontecimientos que viene a tratar, explota en la pantalla como una suerte de culebrón familiar que nada tiene que envidiar en ingredientes explosivos a clásicas teleseries como Dinastía o Dallas. Una farsa en la que todos y cada uno de los personajes quedan retratados de manera caricaturesca y exagerada, haciendo que histriones como Al Pacino o Jared Leto (ayudado por una impactante caracterización que le hace irreconocible) campen a sus anchas en unas composiciones que rozan lo grotesco, las de Aldo Gucci, tío de Maurizio, y su hijo Paolo, retratado como un auténtico bufón, creativamente incompetente, aunque dueño del 50% de las acciones de la marca tras el fallecimiento de su tío Rodolfo. Este último personaje, ese padre de Maurizio que, desde el primer instante, se percata de la amenaza que supone Patrizia como novia de su hijo, viendo en ella a una cazafortunas sin escrúpulos, está interpretado por un impecable Jeremy Irons, tal vez el único integrante masculino del reparto que sí representa en pantalla la elegancia Gucci. Por su parte, Adam Driver compone un Maurizio sumamente irregular, aunque convincente en su versión pasiva y pusilánime, marioneta de las ambiciosas estrategias de su esposa para hacerse con los mandos de la empresa familiar, aun cuando, para ello, tenga que traicionar a su propia sangre. No cabe duda de que la función pertenece a una gran Lady Gaga. Su encarnación de esta madonna italiana, carnal y espontánea, provista de más desparpajo y ansias de poder que verdadera inteligencia, es una fuerza de la naturaleza que hace que La casa Gucci sea un placer culpable camp. Ella consigue que las más de dos horas de metraje, aun con sus evidentes baches de ritmo, se hagan llevaderas.

    House of Gucci, Ridley Scott.
    Duelo interpretativo entre Lady Gaga y Adam Driver.

    «Lo que queda es un trabajo menor del Scott más comercial, algo que queda más en evidencia al haberse estrenado justo después de una gran película como El último duelo. Irregular y considerablemente más intrascendente de lo que su importante potencial prometía, quedándose a medio gas, La casa Gucci merece la pena solo por el placer de disfrutar de una Lady Gaga en estado de gracia, encarnando a una de las villanas más memorables de la temporada».


    Ridley Scott parece imbuido por el espíritu de su difunto hermano Tony y rueda su filme como si de un larguísimo videoclip se tratara, ayudado por esa impresionante colección de hits de los 70, 80 y 90 que acompañan a sus lujosas imágenes, dominadas por esos vestuarios de ensueño que luce Gaga y unas localizaciones de ensueño que hacen que el espectador se haga una fiel idea de la vida de glamour en la que se movían los personajes, dando como resultado un vistoso espectáculo, tragicómico y desenfadado, que mezcla romance, drama familiar y thriller –con este mismo material, Scorsese se podría haber marcado un nuevo Uno de los nuestros, dada la cantidad de ingredientes propios del género mafioso que salpican la historia– con cierta gracia. Por desgracia, la leyenda de esa empresa familiar de la alta costura, fundada hace justo un siglo por Guccio Gucci, y, aún hoy, una de las marcas más valiosas del mundo, pese a que no quede ni un solo descendiente suyo al mando, es mucho más interesante y cuenta con más aristas que las apuntadas en La casa Gucci. Es verdad que lo tiene todo para enganchar: corrupción, crimen, infidelidades, sexo... pero ese errático aire de comedia que Scott ha escogido para contarlo solo logra un total distanciamiento entre el público y sus antipáticos personajes, así como una absoluta falta de emoción cuando podría haber brillado como una apasionante tragedia griega. Un ejemplo de su desconcertante vaivén de tonos estaría en las escenas que Lady Gaga comparte con una divertida Salma Hayek, metida en la piel de la clarividente Pina Auriemma, la amiga íntima y cómplice de orquestar el asesinato de Maurizio. Aunque funcionan muy bien de manera independiente, sin embargo, dentro del conjunto, parecen sacadas de otra película bien diferente. Lo que queda es un trabajo menor del Scott más comercial, algo que queda más en evidencia al haberse estrenado justo después de una gran película como El último duelo. Irregular y considerablemente más intrascendente de lo que su importante potencial prometía, quedándose a medio gas, La casa Gucci merece la pena solo por el placer de disfrutar de una Lady Gaga en estado de gracia (es asombroso cómo consigue eclipsar con su sola presencia a titanes de la interpretación como Pacino o Irons), encarnando a una de las villanas más memorables de la temporada. Se nota que disfruta con su personaje, y nosotros con ella.


    José Martín León |
    © Revista EAM / Madrid


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