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    Crítica | Magaluf Ghost Town

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    Crítica ★★★☆☆ de «Magaluf Ghost Town», de Miguel Ángel Blanca.

    España, 2021. Director: Miguel Ángel Blanca. Guion: Miguel Ángel Blanca. Productores: Miguel Ángel Blanca, Bernat Manzano, Valérie Montmartin, Miguel Eek. Producción: Boogaloo Films, Little Big Story, Mosaic Producciones. Montaje: Javier Gil, Ariadna Ribas, Miguel Ángel Blanca. Fotografía: Raúl Cuevas. Música: Sara Fontán. Reparto: Bhumisuta Das. Duración: 95 minutos.

    «Lo eterno es lo presente. En lo eterno no cabe encontrar de nuevo la distinción de lo pasado y lo futuro».
    Søren Kierkegaard.

    La filmografía de Miguel Ángel Blanca está localizada en una terra incognita entre el documental etnográfico y la ficción. Quiero lo eterno funcionaba como presagio juvenil de un mundo empeñado en su autodestrucción, siempre con la presencia de los dispositivos móviles y sus interfaces trazando una línea entre la sombra real y la luz artificial. Rostros hundidos en la contemplación de la máscara digital de la muerte y un trabajo del tenebrismo y la oscuridad profundamente expresivo marcaban una película fantasmagórica. Un cortometraje como Corre brilla luz luz aceleraba esos presagios al enfrentar a sus personajes a la extinción a través de una metáfora ornitológica en la que la imagen, de nuevo siniestra y rota en sombras, buscaba transmitir una idea del caos a través de la abstracción y el difuminado de los personajes. El documental La extranjera, enraizado con la presente Magaluf Ghost Town, abordaba la gentrificación turística a través de un nihilismo activo, el hedonismo más gamberro y la creación de situaciones lisérgicas y paródicas que ridiculizan un presente tan caótico que solo el placer puede servir de huida. Para concluir este recorrido parcial, Después de la generación perdida convertía el found footage en una búsqueda que utiliza la imagen familiar en sí misma en lugar de aspirar a crear una representación. El resultado era un videoensayo donde lo doméstico y lo premonitorio se fundían para establecer una de las constantes en la obra de Blanca: la construcción de un estado de permanente premonición, de amenaza en ciernes nunca resuelta.

    Magaluf Ghost Town contiene algunos de estos elementos; sin embargo, estos parecen quedar relegados ante la exigencia de Blanca de insuflar credibilidad en sus personajes. Hay una confianza ciega en el viaje personal de estos individuos, —el periplo de un joven que desea huir de la masificación y la falta de oportunidad y una viuda que se enfrenta con socarronería a los achaques y la gentrificación— y en la forma en la que este viaje condiciona la subjetividad y la emoción del relato, marcando el tono de la imagen. Esa confianza deviene en una pieza de no ficción que se mueve un poco al ralentí entre el costumbrismo cósmico —la rutina y color local sobrevolados por cierto halo de misterio— y el drama social —un relato iniciático para ambos personajes—. Félix Guattari señalaba que era necesario superar la relación binaria entre sujeto y sociedad, puesto que la subjetividad impregnaba la relación con el mundo. Esta subjetividad es relevante en la película no tanto concebida como el punto de vista del personaje, pero sí en la asociación de su bagaje emocional con una puesta en escena que se empapa del estado de ánimo. Esta atmósfera emocional, entre el presagio y el humor, nunca termina por ser tan contundente como en los trabajos anteriores del cineasta.

    Magaluf Ghost Town, Miguel Ángel Blanca.
    Las Nuevas Olas - No ficción | 18ª edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla.

    «Como crónica inmisericorde de una España regada en especulación y precariedad encuentra un peculiar espacio para narrar con pulso. Como prolongación de una obra llena de hallazgos sombríos y espíritu tan nihilista como oscuramente hedonista, nunca termina por concretarse».


    La explicación podría radicar en que sus anteriores trabajos se basaban en un antidiscurso, en una paulatina destrucción de cualquier posibilidad discursiva que organice el ser en sociedad. Magaluf Ghost Town es mucho más transparente en su discurso sobre la gentrificación, la masificación turística y el determinismo de clase. Las obras previas buscaban transmitir una idea personal del fin del mundo como fantasía y fetiche con el miedo como fuente de conflicto. Eso es sacrificado aquí por un ejercicio mucho más gentrificado de intenciones y de formas —poco queda de la pasada vocación experimental en la dialéctica entre planos estáticos y los encuadres extremos en estructuras urbanas—, a cambio de ganar en la construcción de personajes y el alcance dramático. Blanca parece interesado en el potencial de la imagen como mostradora de los cambios que se suceden entre corte y corte, como expresión de vidas que se transforman a través de la duración del filme. Su forma de construir una atmósfera basada en el caos y la intuición premonitoria casa perfectamente con el relato de un ambiente en decadencia asolado por los flujos del capital y la especulación.

    Magaluf Ghost Town es, por lo tanto, un reflejo de la obra de un cineasta en constante autocuestionamiento. Las sombras y los parajes funestos de imágenes llenas de siniestras predicciones de inmolación humana quedan atrás. Lo nuevo es un documental que, reutilizando algunas de sus inquietudes, amolda un estilo en construcción a las exigencias de unos personajes en los que quizá Blanca cree mas que los propios espectadores. Como crónica inmisericorde de una España regada en especulación y precariedad encuentra un peculiar espacio para narrar con pulso. Como prolongación de una obra llena de hallazgos sombríos y espíritu tan nihilista como oscuramente hedonista, nunca termina por concretarse. Sea como fuere, Miguel Ángel Blanca sigue siendo uno de esos cineastas que sabe lo que quiere contar. En sus premoniciones filmadas, más o menos gentrificadas, bulle una ambigüedad necesaria en tiempos con tantos turistas como visiones de un país cansado de imaginar su final.


    Javier Acevedo Nieto |
    © Revista EAM / 18ª edición del Festival de Sevilla


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