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    Crítica | La noche de los reyes

    El rey y el juglar entre rejas

    Crítica ★★★☆☆ de «La noche de los reyes», de Philippe Lacôte.

    Costa de Marfil, Francia, Canadá y Senegal, 2020. Título original: La nuit des rois. Presentación: Festival de Venecia 2020. Director: Philippe Lacôte. Guion: Philippe Lacôte y Delphine Jaquet. Producción: Banshee Films / Peripheria Productions / Wassakara Productions / Yennenga Productions / Canal+ International. Fotografía: Tobie Marier-Robitaille. Montaje: Aube Foglia. Música: Olivier Alary. Diseño de producción: Samuel Teisseire. Vestuario: Hanna Sjödin. Reparto: Bakary Koné, Steve Tientcheu, Jean Cyrille Digbeu, Rasmané Ouédraogo, Issaka Sawadogo, Abdoul Karim Konaté, Macel Anzian, Laetitia Ky, Denis Lavant. Duración: 117 minutos.

    Una jungla rodea la prisión de Abidjan, la ciudad más grande de Costa de Marfil. Mientras un dron dibuja un plano cenital sobre este escenario, unos rótulos nos informan de las reglas de este singular centro penitenciario, gobernado por uno de los reclusos, mientras su salud lo permite, y cuando decae es sucedido por otro. Una música puntual, dominada por coros autóctonos, acompaña este plano introductorio. Llama la atención que esa música no prosigue a continuación, cuando el protagonista de la película (el joven sin nombre interpretado por Bakary Koné) ingresa en esa cárcel. No se trata pues de la típica introducción que suele verse en el cine de un panorama exótico, pese a esa visualización inicial, y donde, más allá de la propia localización, el género impondría una sucesión de planos ominosos en su descripción o de notas similares en la banda sonora. El que aquí no suceda eso probablemente se debe a que el director y guionista, Philippe Lacôte, es nativo de esa misma zona, no es alguien venido de fuera que lo recrea, y por tanto no querría seguir las pautas al uso para esa escenificación, sino que querría que fuera algo más personal. Usamos el condicional porque la intención parece evidente, pero la ejecución como veremos no lo logra del todo. En cualquier caso, es de reseñar esa cercanía del cineasta con su relato, hasta el punto de que siendo un niño ya fue a visitar esa misma cárcel, en la que su madre estuvo interna durante un año. Ahora pretende aprovechar estos elementos propios en esta obra titulada La noche de los reyes, presentada en el festival de Venecia el año pasado, preseleccionada para el Oscar a mejor filme internacional, y cuyo título, más que a un drama en cierto modo autobiográfico, a priori nos remite a un mundo de cuentos y leyendas.

    En efecto, el grueso del metraje transcurre a lo largo de una noche en la que importa no tanto el duro realismo que padecen los reclusos, sino su evasión a través de lo que narra el mentado protagonista, al que recién llegado se le obliga, bajo pena de muerte, a entretener con fabulaciones (podrían ser historias personales pero enseguida dejan de serlo) a los demás presos, como si siguiera el signo de Sherezade. La cinta combina por tanto una atmósfera turbia y tensa, propia del género, con un peculiar lirismo, desde el momento en que estos compañeros de celda, transportados por la narración, entran en trance, bailan o cantan a su vez, hasta que la misma narración transporta a su vez al espectador fuera de los muros de la prisión. Este tono, basado en lo teatral, lo representativo, funciona muy bien. El otro en cambio funciona peor, porque la tensión cruda apenas se siente en escenas donde sin embargo debería manifestarse claramente, como un clímax resuelto de forma precipitada, casi gratuita. En este sentido, está más conseguida la ilusión que el thriller: este queda algo desdibujado, mientras que aquel componente ilusorio, evasivo, acertadamente viene a través de la imaginación progresiva, aunque para contrastar con el encierro real, habría sido quizá más coherente arrancar la historia ya dentro de la cárcel, tras ese plano inicial al que nos referíamos. Ahora bien, en ese caso se habría perdido el impacto que implica la llegada al centro de nuestro héroe, visiblemente indefenso e impresionado ante lo que se le viene encima. Y como esa noche titular no se desarrolla sino hasta pasados bastantes minutos, se consigue de todas formas el efecto de sorpresa, por dicho contraste.

    La nuit des rois, Philippe Lacôte.
    Flamingo Films.

    «Está más conseguida la ilusión que el thriller: este queda algo desdibujado, mientras que aquel componente ilusorio, evasivo, acertadamente viene a través de la imaginación progresiva».


    No entraremos en el contenido del relato dentro del relato, por llamarlo de algún modo, pero es más interesante que el relato en sí. Y es que este se apoya en una serie de personajes secundarios, varios de ellos con los apodos criminales de rigor, de los que sin embargo sabemos muy poco, e incluso el destino del más relevante de ellos, el hasta entonces jefe por derecho propio del centro (Steve Tientchieu, al que alguno recordará por su presencia igualmente amenazadora en Los miserables de Ladj Ly), vuelve a pecar de cierto anticlímax. Por otro lado, la verosimilitud de esta reconstrucción, que resultaría en principio de lo bien documentada que está, se resiente por alguna licencia ajena. Es el caso del personaje interpretado por el conocido Denis Lavant, el único prisionero de raza blanca, con el que quiso contar Lacôte tras sus colaboraciones previas. Pese a insistir, para intentar justificar su inclusión, en su naturaleza extraña, ya que se trata de un desequilibrado que lleva siempre un pájaro posado en el hombro, apariencia excéntrica que lo ligaría más a la ilusión que al realismo, siguiendo la división que hacíamos, no encaja bien con la simbiosis cultural, no solo por la etnia sino por el papel que representa cada uno de ellos, que se fija entre todos los demás personajes. En suma, si lo más meritorio y memorable de la película es esa asociación, por así decir más abstracta, que establece entre unos personajes condenados a compartir una nueva historia juntos, que es cómo mejor puede resumirse, la misma tiene que ser el foco meridiano, sobran otros elementos que distraen de su atención. Sin embargo la historia, esto es, tanto la historia que vemos propiamente dicha como esa historia dentro de la historia, queda frustrantemente inconclusa, y así lo atestigua un desenlace pobre, de escasa capacidad imaginativa. Nos queda pues un relato más del subgénero carcelario, narrado con oficio, sin duda, pero no esa ficción, por personal o por extraordinaria, que se pretendía.


    Ignacio Navarro Mejía |
    © Revista EAM / Madrid


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