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    Crítica | Fire on the Plain (平原上的摩西)

    Viaje de ida y vuelta

    Crítica ★★★☆☆ de «Fire on the Plain», de Ji Zhang.

    China, 2021. Título original: «Ping yuan shang de mo xi / 平原上的摩西». Dirección: Ji Zhang. Guion: Liu Cao, Baiyang Li, Xuetao Shuang, Zhang Ji. Productores: Diao Yinan, Dun He. Productoras: Shanghai Turan Movie. Fotografía: Chengma Zhiyuan. Música: Evgueni Galperine, Sacha Galperine. Montaje: Mattieu Laclau. Sonido: Jiang Wu. Reparto: Zhou Dongyu, Liu Haoran, Hong Yuan, Lu Yulai, Mei Ting, Minghao Chen, Wang Xuebing. Duración: 113 minutos.

    La estrella temprana del cine chino, Liu Haoran, da vida a Zhuang Shu, un buscavidas que pasa los días merodeando junto a su pandilla entre el bar y la comisaría. Superorganismo entrópico, parecería que los chavales no solo se alzaran contra un sistema que les asfixia y que les impide seguir avanzando a pesar de tener solamente un camino por delante, sino que se movilizaran contra la desidia generalizada, que pende imparable por encima de toda la provincia norteña de Wengyuan. Zona industrial, paleta de grises-azulados, hogar de violencias que, de tan cotidianas, han empezado a resultar incluso banales. Aun así, Zhuang Shu podría ser el protagonista de cualquier película de Diao Yinan (también productor de la cinta), pero no del fallecido Hu Bo… Porque si su perspectiva de la sociedad china contemporánea es oscura, raspa en paradojas y contraluces, mientras el mundo aún se articule a través de relaciones personales sentidas, genuinas, todo andará. El joven está enamorado de Li Fei (Zhou Dongyu, otra novísima del cine chino), media naranja afligida por la influencia de un padre sobreprotector y despótico. Absolutamente desesperada por huir y a la vez convencida del carácter utópico de la escapatoria, apática y autodestructiva, ella sí podría pertenecer sin problemas al elenco de An Elephant Sitting Still.

    Son los días antes de la Navidad de 1997 cuando Li Fei decide abandonar de una vez por todas la ciudad. Eso sí, en su última noche allí se citará con Zhuang Shu para despedirse, en un clásico gesto melodramático… El cine dictará que ella no llegue nunca a la cita. Thriller en clave baja, Fire on the plain (ópera prima de Ji Zhang) se conjuga asimismo bajo los ritmos de una investigación criminal, aunque esta se asemeje más a una recolección de cadáveres que a una persecución (o búsqueda siquiera) con progresos reales. Si la inopia reina sobre la vida, también lo hará sobre la muerte, así que libre campará un asesino en serie que anda estrangulando y quemando a les taxistas de la zona. Motor principal de una película sin vida (igual de inerte que sus propies protagonistas), el avance paulatino de los crímenes va a determinar el único marcador temporal de una historia que siempre se pone en escena ante un telón de tono azul, negro y gris. Los días no pasan, el paisaje no cambia. De hecho, aunque durante la primera parte de la película los personajes se encuentren constantemente subidos a taxis, solo se moverán en círculos, por campos infinitos y siempre dejados de la mano de una industrialización trasnochada. En la misma línea (y lo más probable es que sea debido a la falta de presupuesto), en todo el metraje solo habrá un travelling en movimiento. En él, seguimos a un taxi desde el exterior, como si este quisiera barrer el campo en lateral, en pulso reñido para con el encuadre, vemos pasar a un taxi perseguido inmediatamente por un vehículo policial. Entonces nos damos cuenta de que la película que veníamos viendo se había movido muy poco y que, aunque antes habrían habido persecuciones, siempre venían encuadradas desde los asientos traseros o de lejos, sin ademán alguno de espectacularidad ni inmersión. De hecho, como si la acción pudiera incluso repelerse, en esta historia de persecución policial contaremos más coches aparcados o quemados que en verdadero movimiento.

    En efecto, los taxis colman la historia con sus cuerpos metálicos destrozados, como si fueran accidentes naturales del paisaje postindustrial de la zona, pilas ardientes de una violencia amortecida por la suavidad de las cenizas. De la paz al inmovilismo, y la rueda gira del todo, retorna a su estado inicial. Puntualiza el único personaje económicamente estable de la película que, al fin y al cabo, «el dinero tiene voluntad propia, siempre vuelve a su propietario». De igual manera, si se cuentan historias en la provincia de Wengyuan siempre será para volver a su punto cero. Una fila de obreros observa uno de los taxis quemados, inmóviles y de pie, encima de una presa: a contraluz, sus cuerpos se asemejan a los de los pequeños soldaditos de juguete verdes, con las piernas cruzadas por una base de plástico que les impediría caer y, por qué no, también correr. Sin embargo, cabe ver la figura de Li Fei, embutida en un chaquetón teatralizante, cabellos ante los ojos llorosos y cojeando, para decretar que los de Ji Zhang son unos caracteres profundamente movidos por la emoción, que o se mueven o se mueren. A la práctica, el cineasta cantonés meterá toda la carne en el asador para que así sea, para que la emoción se apodere de un paisaje muerto: ya sea iluminando sus secuencias nocturnas a base de neones a lo Diao Yinan, o bien incluso rompiendo estratégicamente el eje para crear secuencias de sentimentalmente más impactantes. Sin embargo, aunque en la cinta se crucen melodrama, thriller e investigación policíaca, y aun poseyendo la energía propia de una primera obra… A pesar de todo ello, los personajes de Ji Zhang van a asentarse más cercanos al «estar» que al «hacer». La vuelta completa para una historia sobre la inevitable desarticulación de la voluntad en manos del destino. Pero que por el camino nos deje con una buena película, eso ya es otro tema.


    Mariona Borrull Zapata |
    © Revista EAM / 69ª edición del Festival de San Sebastián


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