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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Cry Macho

    El ocaso del cowboy

    Crítica ★★★☆☆ de «Cry Macho», de Clint Eastwood.

    Estados Unidos, 2021. Título original: «Cry Macho». Dirección: Clint Eastwood. Guion: N. Richard Nash, Nick Schenk (Novela: N. Richard Nash). Productores: Clint Eastwood, Jessica Meier, Tim Moore, Albert S. Ruddy. Productoras: Malpaso Productions, Albert S. Ruddy Productions, Daniel Grodnik Productions, QED International. Distribuidora: Warner Bros., HBO Max. Fotografía: Ben Davis. Música: Mark Mancina. Montaje: David S. Cox, Joel Cox. Reparto: Clint Eastwood, Eduardo Minett, Natalia Traven, Dwight Yoakam, Fernanda Urrejola, Sebestien Soliz, Horacio García Rojas. Duración: 104 minutos.

    Medio siglo ha pasado desde que Clint Eastwood, aquel tipo duro que desenfundaba como nadie el revólver en los spaghetti-westerns de Sergio Leone o como el mítico Harry Callahan de la saga triunfalmente inaugurada por Don Siegel, tuviera la excelente idea de probar suerte como director por primera vez. El drama psicológico Escalofrío en la noche(1971), todo un antecedente de la taquillera Atracción fatal (Adrian Lyne, 1987), fue una carta de presentación sorprendentemente sólida, primera joya de una serie de excelentes títulos, entre los que destacarían como cuasi obras maestras Sin perdón (1992), Los puentes de Madison (1995), Mystic River (2003) o Million Dollar Baby (2004). El Eastwood director se ha caracterizado por el clasicismo de su estilo, alejado de artificios narrativos o visuales inherentes a cualquier moda pasajera, por la variedad de géneros que ha abordado (ninguno se le resiste) y por su espléndida labor para extraer de sus actores los mejores trabajos. En 2008, todos pensamos que Gran Torino iba a ser su despedida del cine (al menos como actor) y entregó una de sus actuaciones más sentidas, desde la madurez interpretativa abrazada a sus 78 años, con el cascarrabias (y a la vez entrañable) personaje de Walt Kowalski, aquel veterano de la Guerra de Corea que aprendía a dejar a un lado sus prejuicios contra los inmigrantes asiáticos que “invadían” su vecindario al entablar amistad con un joven hmong. A partir de ahí, Eastwood se mantuvo detrás de las cámaras en un puñado de obras que, si bien mantuvieron un nivel aceptable, quedaron lejos de la maestría demostrada por el cineasta en sus mejores momentos. La sorpresa llegaría en 2018 con Mula (2018), donde pudimos volver a disfrutar de su presencia como actor en un personaje de traficante de drogas octogenario de un cárter mexicano, demostrando que, a sus 88 años, aún era capaz de levantar el interés de una película que sin su actuación no habría pasado de discreta. Este sí parecía que iba a ser su canto del cisne, pero con Eastwood nunca podemos estar seguros de nada y, tras la notable Richard Jewell (2019) –su mejor trabajo desde Gran Torino–, el director regresa como protagonista absoluto de su última cinta, Cry Macho (2021).

    Tiene su mérito que cada nuevo filme estrenado por Eastwood siga despertando un interés que solo los grandes directores consiguen provocar. Aún con sus altibajos, todas sus películas suelen ser sinónimo de cine interesante y bien acabado, y eso es algo de lo que también se esperaba (y, de alguna manera, ofrece) de Cry Macho, un trabajo ciertamente menor dentro de su filmografía que, sin embargo, tampoco trataba de ser mucho más de lo que es: una road movie nostálgica y sencilla, más cargada de buenas intenciones que de brillantes resultados. La historia de N. Richard Nash, que adapta su propia novela, nos traslada al Texas de finales de la década de los 70, donde Mike Milo, un viejo criador de caballos y estrella del rodeo retirada, se ve en la obligación de aceptar un último trabajo de su antiguo jefe y amigo: viajar hasta México para encontrar a su hijo adolescente y traerlo consigo de vuelta con el progenitor. El encargo no parece excesivamente complicado de ejecutar, en principio, pero con lo que el anciano de vuelta de todo no contaba era con encariñarse de Rafo, ese muchacho con fama de indomable, que malvive en las calles en compañía de un viejo gallo al que utiliza en peleas clandestinas, víctima de una situación familiar más de disfuncional, problemática, en la que la madre se pasa los días alcoholizada y metiendo bajo su techo a todo tipo de hombres de moralidad más que discutible. En efecto, lo que empieza como una deuda que Mike pretende saldar con su patrón, ya que su edad no le permitía seguir desempeñando otros quehaceres más físicos para él, termina convirtiéndose en un viaje (físico y emocional) de autodescubrimiento y redención para dos personajes diametralmente opuestos, el de un hombre en el ocaso de su vida, desesperanzado y resignado a pasar sus últimos años en soledad, y el de un chico con toda la vida por delante, a quien se le ofrece la oportunidad de reconducir una existencia que parecía encaminada hacia la delincuencia. Dos almas que salvan sus recelos iniciales para conectar de una manera mágica, siendo el sabio Mike una fuente inagotable de consejos y valores humanos para un Rafo que, a pesar de la ausencia de modelos a seguir en su vida, esconde un espíritu noble y receptivo a buenas influencias.

    Cry Macho, Clint Eastwood.
    El antepenúltimo sorbo del último gran clásico.

    «Siempre es un placer reencontrarse con el viejo Eastwood. Ojalá todas las obras menores o fallidas tuvieran el encanto que desprende a raudales Cry Macho».


    Hay varios aspectos que hacen que Cry Macho posea un atractivo innato que la redime del desastre que podría haber sido. La película recupera esa figura de cowboy que hiciera de Eastwood una celebridad y le confiere un tono crepuscular que el intérprete desmitifica con bastante sentido del humor, ofreciendo una (otra más) actuación sincera y divertida, que se apoya en el desparpajo con el que el joven Eduardo Minett acierta a darle la réplica en su personaje de Rafo. Ambos forman una pareja de compañeros de viaje adorable, quizás demasiado. Y es que hay que reconocer también que esa temible tendencia al sentimentalismo que ya sobrevolaba en anteriores títulos del maestro –Mula, sin ir más lejos–, hace aquí más acto de presencia que nunca. Eastwood es un gran contador de historias, sabe ser claro y directo en su narrativa, todo eso es indiscutible, pero esta vez no ha sabido jugar con la carta de la sutileza a la hora de mostrar esa amalgama de sentimientos que atrapan a sus personajes, tanto en una historia de amistad que, tal vez, pedía a gritos un desarrollo más conflictivo y menos edulcorado, como en esa improbable subtrama amorosa que Mike vive junto a una atractiva mexicana (cálida Natalia Traven), viuda y a cargo de varios nietos huérfanos, que ofrece hospedaje y cariño en una parada de los protagonistas en su accidentado viaje hacia Texas por carreteras secundarias en las que tienen que esquivar a policías y matones enviados para recuperar al chico. A sus 91 años, Eastwood sigue conservando el carisma y esas dotes de galán que han enamorado a generaciones de espectadores a lo largo de seis décadas, pero el elegante romance otoñal que pintara en Los puentes de Madison queda reducido en Cry Macho a una sucesión de miradas tiernas y un par de bailes, bajo luz tenue, al son del bolero Sabor a mí. Para valorar en su justa medida este último trabajo del director hay que olvidarse de exigirle aquellos momentos de gran cine a los que nos tenía malacostumbrados. De provenir de otro cineasta, sería considerado un más que entretenido y emotivo drama iniciático, tan sencillo y efectivo en sus calculadas proporciones de humor, acción y buenos sentimientos, que le resultaría casi imposible no acariciar el corazón del espectador. Viniendo de Eastwood... ¡qué demonios! Siempre es un placer reencontrarse con el viejo Eastwood. Ojalá todas las obras menores o fallidas tuvieran el encanto que desprende a raudales Cry Macho.


    José Martín León |
    © Revista EAM / Madrid


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