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    Las 10 mejores películas de Steven Spielberg

    Las 10 mejores películas de Steven Spielberg

    La magia del «Rey Midas» en 10 películas.

    «Yo sueño para vivir».
    Steven Spielberg.


    Nacido en Cincinnati (Ohio), el 18 de diciembre de 1946, en el seno de una familia judía, Steven Spielberg tuvo claro desde bien pequeño que el amor por el cine corría por sus venas, empezando a grabar pequeñas películas en 8mm junto a unos amigos. Su primer corto, The Final Duel, (1958) lo rodó con 12 años, ganando su primer premio un año después por un mediometraje de 40 minutos sobre una batalla en África, Escape to Nowhere (1959). Con Firelight (1964), consiguió sacar adelante una película independiente de ciencia ficción que llegó a proyectarse en un cine local, recaudando un dólar más de lo que costó (500 dólares), al mismo tiempo que rodó algunas cintas sobre la Segunda Guerra Mundial. Estos trabajos de la adolescencia ya dejaban ver atisbos de la genialidad que caracterizaría al Spielberg adulto, así como temas y géneros en los que reincidiría años más tarde. Su ingreso en los estudios Universal como colaborador del departamento de edición posibilitó que su cortometraje Amblin (1968) pudiese presentarse en salas y que se le confiase la dirección de algunos episodios de series como Colombo. Su primer gran éxito lo logró con un telefilme, El diablo sobre ruedas (1971), que sorprendió a todos por su enorme calidad, hasta tal punto que consiguió ser estrenado en cines. A partir de una historia del experto en ciencia ficción Richard Matheson —autor de, entre otras, Soy leyenda y El hombre menguante—, Spielberg construyó una trepidante cinta de suspense que hizo del minimalismo su mejor herramienta. Dennis Weaver encarnó a un pobre desdichado que, tras adelantar a un camión cisterna con su coche, se ve sometido a una persecución sin tregua por parte del camionero. El hecho de que el espectador jamás vea el rostro del acosador le otorga a la película un carácter casi fantasmagórico que, unido a su impecable acabado técnico (las secuencias en carretera, que son la mayoría, están rodadas con gran virtuosismo) y al logrado in crescendo de la tensión, hicieron de este telefilme toda una inspiración para posteriores títulos como Carretera al infierno (Robert Harmon, 1986) o Nunca juegues con extraños (John Dahl, 2001). Tras aquel éxito —y la aceptable acogida de otro telefilme, esta vez enmarcado en el terror de “casas encantadas”, Algo diabólico (1972)—, Spielberg ya estaba preparado para dar el salto al cine y lo haría con Loca evasión (1974), una road movie basada en hechos reales, en la que Goldie Hawn —actriz que estaba viviendo un momento de gloria tras su Oscar ganado por Flor de cactus (Gene Saks, 1969)— y William Atherton fueron Lou Jean y Clovis, un joven matrimonio con evidentes signos de inmadurez mental que huía de la policía después de que el marido consiguiera escapar de la cárcel con ayuda de su esposa. Acompañados por un policía al que secuestraban, la obsesión de la pareja era, desde aquel momento, llegar hasta Sugarland para recuperar a su hijo, cuya custodia había sido entregada a una familia de acogida. Al igual que en El diablo sobre ruedas, este filme contó con magistrales secuencias automovilísticas, esta vez derivadas de la persecución policial, que presagiaban los buenos momentos de espectáculo y entretenimiento que el joven director regalaría en el futuro, dibujando, por primera vez, dos personajes desamparados e incomprendidos, no exentos de cierta carga de ternura bajo sus alocados actos. El guion de Hal Barwood y Matthew Robbins fue premiado en el Festival de Cannes y la taquilla respondió de forma positiva.

    Sería un año más tarde, en 1975, cuando Spielberg diese la campanada definitiva, esa que le posicionaría como el nuevo niño mimado de Hollywood, con la traslación a la gran pantalla de la novela de Peter Benchley en Tiburón, la película que definió las bases del futuro cine comercial. Fue el éxito del verano, la cinta más taquillera de la Historia del Cine hasta la llegada de La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977), entusiasmó a crítica y público, y ganó tres Oscars. La racha prosiguió con su siguiente trabajo, el drama de ciencia ficción Encuentros en la tercera fase (1977), que volvió a cosechar un enorme éxito a todos los niveles, pero Spielberg tampoco era infalible y, en 1979, sufrió su primer traspié, tanto comercial como artístico, con una sátira bélica que, a día de hoy, ha sido bastante reivindicada: 1941. Aquella incursión en el género de la comedia del cineasta mostró serias señales de megalomanía, tanto en su presupuesto (35 millones de dólares) como en una duración que se alargaba hasta los 143 minutos en un montaje original que sería rebajado a los 118 que fueron estrenados en cine. La historia, escrita por Robert Zemeckis, John Milius y Bob Gale, de la psicosis colectiva sufrida por los habitantes de las costas de California cuando, tras el ataque japonés a Pearl Harbor, un submarino nipón se extravíe en sus cercanías, está rodada con una brillantez técnica irreprochable. La ambientación clásica, la brillante fotografía de William A. Fraker, el reparto lujosísimo (Bobby Di Cicco, Nancy Allen, Toshiro Mifune, Tim Matheson, Treat Williams, Dan Aykroyd, Ned Beatty, Warren Oates, Robert Stack, Christopher Lee o un icónico John Belushi), fueron ingredientes que no bastaron para que la cinta acusase cierta irregularidad. Quedan para el recuerdo algunas secuencias inolvidables, como aquel guiño a Tiburón que tenía como protagonista a Susan Backlinie, la misma chica que fue la primera víctima del escualo y que aquí parodiaba tan mítico momento, o la escena de la noria descarrilada. Pese a haber significado durante muchos años una gran mancha negra en el currículum de Spielberg, 1941, sin ser la gran comedia que ambicionó (en su lugar fue una comedia grande), posee todas las características que hicieron de él una leyenda en el cine de entretenimiento y funciona como espectáculo disparatado y no exento de ácida crítica al patriotismo mal entendido. Los 92 millones de dólares recaudados no fueron suficientes para ser tomados como un éxito, pero el cineasta resurgiría rápidamente con dos de sus mayores triunfos en taquilla.

    En busca del arca perdida (1981), la cinta de aventuras que nos presentó a uno de los héroes de acción más icónicos de todos los tiempos, Indiana Jones, y E.T., el extraterrestre (1982), su entrañable historia de amistad entre un ser llegado de otro planeta y un niño, arrastraron a millones de espectadores a las salas de cine. Tras una colaboración en la cinta En los límites de la realidad (1983), estupenda actualización de la célebre serie Twilight Zone, donde se ocupó de dirigir un sentimental episodio de ancianos que volvían a la infancia, bastante eclipsado a día de hoy por los ofrecidos por sus compañeros Joe Dante, John Landis y, sobre todo, George Miller —aquel que tenía como protagonista a un desatado John Lithgow, aterrorizado por la visión, a través de la ventanilla de su avión, de una extraña criatura en el ala, saboteando el motor—, Spielberg se embarcaría en la primera secuela de su carrera, Indiana Jones y el templo maldito (1984). Una aventura trepidante que posee uno de los prólogos más memorables del género, comenzando con una caótica pelea en un local de Shanghai que termina en persecución automovilística por sus callejuelas, y un posterior vuelo accidentado en avioneta que culmina con los protagonistas en la India. En esta continuación, Harrison Ford se volvió a mostrar en plena forma para manejar el látigo, viéndose acompañado en su aventura por una chica un tanto torpe (divertidísima Kate Capshaw) y Tapón, un pequeño ladrón callejero —Jonathan Ke Quan, el chico asiático de Los Goonies (Richard Donner, 1985). Spielberg potencia aquí el sentido del espectáculo, llenado su relato de secuencias de peligro límite —inolvidables las del puente colgante o la de las vagonetas en la mina—, pero también de mucho más sentido del humor, presente en la relación entre Indy y la corista Willie, deudora del slapstick de aquellas comedias románticas de los años 30 y 40, con la guerra de sexos como principal motor de las risas, o en momentos como los del banquete a base de exquisiteces como el famoso sorbete de sesos de mono. También se reveló como una cinta más violenta, siendo recordada en este aspecto por una macabra escena de sacrificio con corazón arrancado que rompía el tono “familiar” del conjunto. La crítica no respondió tan positivamente como lo hizo con En busca del arca perdida, pero el público salió encantado de la experiencia, lo que se tradujo en 333 millones de dólares recaudados en unas taquillas de las que, por aquellos años, Spielberg ya era el amo y señor.

    ▼ «El diablo sobre ruedas», «Tiburón».
    «Indiana Jones: En busca del arca perdida», «E.T., el extraterrestre».


    Sería un año más tarde, en 1975, cuando Spielberg diese la campanada definitiva, esa que le posicionaría como el nuevo niño mimado de Hollywood, con la traslación a la gran pantalla de la novela de Peter Benchley en Tiburón, la película que definió las bases del futuro cine comercial.


    A estas alturas de su carrera, el director comenzaba ya a plantearse otros retos más alejados del cine espectáculo, unos que le confirmasen, al fin, como cineasta “serio”. Una novela de Alice Walker, ganadora del Premio Pulitzer en 1983, parecía un material perfecto para que Spielberg pusiera en pie su primer drama, El color púrpura (1985). Una dura historia, ambientada a principios de siglo XX, sobre una adolescente negra que es vendida por su propio padre a un marido cruel y maltratador (magnífico Danny Glover), que sacó a relucir la faceta más intimista y sentimental del realizador, entregando una contundente crítica al racismo y un poderoso retrato femenino del luminoso personaje de Celie —encarnado con maestría por una Whoopi Goldberg descubierta para el cine en un personaje muy dramático, totalmente alejado de los registros cómicos con los que triunfaría en su trayectoria posterior. El potente plantel de actores negros —Adoph Caesar, Laurence Fishburne, Margaret Avery, Rae Dawn Chong y una sorprendente Ophrah Winfrey—, la música de Quincy Jones y la impresionante fotografía de Allen Daviau contribuyeron a hacer de El color púrpura una obra visualmente prodigiosa, impecable a niveles de producción e interpretación, pero que parte de la crítica no supo valorar, considerando que no estuvo a la altura de la novela. Fue nominada a once Oscars (incluyendo el de mejor película), pero el huracán Memorias de África (Sydney Pollack, 1985), otro drama de gran calibre, arrasó con los premios más importantes, dejando a la película de Spielberg con el deshonroso récord de irse de vacío. La taquilla fue bien (142 millones de dólares sobre un presupuesto de 15), aunque lejos de las cifras multimillonarias de las propuestas más comerciales del director. Algo que se volvería a repetir con su siguiente intento serio, el drama bélico El imperio del sol (1987), bastante incomprendido en su momento, y, sobre todo, con su excesivamente sentimental melodrama fantástico Always (1989). Se trató este último de un proyecto muy personal, ya que apostó por ser el remake de uno de los clásicos favoritos del realizador, Dos en el cielo (Victor Fleming, 1943), con Richard Dreyfuss y Holly Hunter tomando el relevo de Spencer Tracy e Irene Dunne en los personajes de un piloto fallecido en acto de servicio y su novia, a la que protege desde su condición de “ángel” de la guarda. A Spielberg le quedó una historia romántica bienintencionada y blandita, que explotaba en exceso el tema de The Platters Smoke Gets in Your Eyes a lo largo de su almibarado relato, aunque siempre fue un placer ver a la angelical (más que nunca) Audrey Hepburn en su última aparición en el cine. Solo quedaba volver a jugar sobre seguro con una tercera entrega de las aventuras de su famoso arqueólogo en Indiana Jones y la última cruzada (1989) para culminar la década de los 80 por todo lo alto, con 474 millones de dólares más en las arcas de Paramount Pictures.

    Para muchos, se trató de la mejor de las secuelas de la original, frenética y muy divertida, tan efectiva en sus vibrantes secuencias de acción como en los ingeniosos confrontamientos dialécticos entre el héroe y su papá, Henry Jones, encarnado por un Sean Connery inspiradísimo que robaba todas sus escenas a Harrison Ford y se erigía como la mejor novedad de una saga que seguía gozando de excelente salud. Una aventura bélica en la que el héroe se enfrentaba a las tropas nazis por hacerse con el legendario Santo Grial (elemento en el que George Lucas, en su faceta de productor y guionista, tuvo mucho que ver), cerrando de manera triunfal la que sería durante años una de las trilogías más emblemáticas de todos los tiempos. Los 90 no comenzaron, a pesar de todo, con buen pie para el maestro. Su fascinación por el Peter Pan (Clyde Geronimi, Hamilton Luske, Wilfred Jackson, Jack Kinney, 1953) de Disney le hizo soñar con su propia versión de la obra literaria de J.M. Barrie, siendo su primera elección la de Michael Jackson para el personaje del niño que se negaba a crecer. Finalmente, Hook (Capitán Garfio) (1991) derivó en algo completamente diferente, una suerte de secuela de la historia original, que mostraba a un Peter Pan adulto y alejado del País de Nunca Jamás. Triunfador en lo profesional pero padre de familia frío y ausente, ha borrado cualquier rastro de ilusión infantil de su corazón, algo que se verá obligado a resucitar cuando el Capitán Garfio secuestre a sus hijos. Robin Williams fue un Peter Pan estupendo (se le daban genial estos personajes de adulto con alma de niño), mientras que Dustin Hoffman daba un recital de histrionismo en el papel de Garfio. Julia Roberts, como una encantadora Campanilla, y Bob Hoskins como Smee, también estuvieron acertados, pero el problema del filme tiene su origen en la desorbitada ambición del mismo y en los constantes cambios que sufrió su guion durante su concepción. Un presupuesto de 70 millones de dólares fue suficiente para crear un País de Nunca Jamás visualmente fascinante, y para regalar algunas secuencias de acción y efectos especiales de calidad, aunque sin terminar de capturar toda la magia y ese sentido de la maravilla de la obra original y, mucho menos, de la versión animada. El resultado fue un espectáculo muy irregular, que combinaba momentos brillantes con otros casi vergonzosos, una especie de tierra de nadie que ni fue todo lo inteligente para contentar a los adultos ni lo suficientemente divertida como para complacer a los niños. Con todo, no es, ni de lejos, tan mala como la crítica la quiso pintar en su momento. Tampoco el fracaso estrepitoso en taquilla, ya que 300 millones de dólares no suponen una cifra desdeñable.

    1993 supuso un interesante punto de inflexión dentro de la carrera de Spielberg, ya que supo aunar, con el mayor de los éxitos, sus dos facetas: la del cine espectáculo y el de aspiraciones más artísticas. Parque Jurásico se convirtió en la cinta más taquillera de la Historia del Cine, mientras que con la desgarradora La lista de Schindler obtendría las mejores críticas de su vida, así como siete Oscars. La rescaca de este doble triunfo duró cuatro años, lo que tardó el cineasta en tratar volver a repetir la jugada con el drama histórico Amistad (1997) y la secuela El mundo perdido: Jurassic Park (1997), con resultados considerablemente más tibios. La primera película partía de una historia real con posibilidades, la de un grupo de 53 esclavos negros que se amotinaron en el navío español “La amistad” que les llevaba desde Sierra Leona a Cuba, terminando en las costas del este de los Estados Unidos, donde fueron interceptados por los guardacostas y encarcelados a la espera de un juicio en el que tuvieron que demostrar su procedencia africana, desmintiendo las falsas pruebas con las que los negreros españoles trataban de convencer al jurado de que eran cubanos. Pese a la fuerza incuestionable de algunos momentos (casi todos protagonizados por Djimon Hounsou), el resultado fue una cinta demasiado académica, carente de garra en su mensaje antirracista y desapasionada en sus alargadas escenas de juicio. Matthew McConaughey, Anthony Hopkins (nominado al Oscar a mejor actor secundario), Morgan Freeman, Pete Postlethwaite, Chiwetel Ejiofor, Stellan Skarsgard, Anna Paquin o Nigel Hawthorne aportaron, eso sí, todo su poderío interpretativo a un trabajo que puede considerarse el mayor fracaso de Spielberg. Por su parte, El mundo perdido: Jurassic Park fue un entretenido nuevo viaje a isla Nublar, en el que se echa en falta a Sam Neill y Laura Dern (incluso a los niños), pese a que Jeff Goldblum se haga acompañar de una correcta Julianne Moore. Se había perdido el factor sorpresa y los efectos especiales volvían a ser los protagonistas de una aventura que el guion de David Koepp, en su segunda mitad, traía a los dinosaurios a la civilización, en una jugada que recordaba demasiado a King Kong. El pulso de Spielberg en las secuencias de tensión seguía presente en momentos como el de la caravana colgando de un acantilado, capaces de hacer de esta una entrega, si bien no brillante como la original, más que competente, que recaudó 618 millones de dólares, demostrando que los dinosaurios seguían siendo un negocio de lo más rentable.

    ▼ «El color púrpura», «Indiana Jones y la última cruzada».
    «La lista de Schindler», «El mundo perdido».


    Una novela de Alice Walker, ganadora del Premio Pulitzer en 1983, parecía un material perfecto para que Spielberg pusiera en pie su primer drama, El color púrpura (1985). Una dura historia, ambientada a principios de siglo XX, sobre una adolescente negra que es vendida por su propio padre a un marido cruel y maltratador (magnífico Danny Glover), que sacó a relucir la faceta más intimista y sentimental del realizador, entregando una contundente crítica al racismo y un poderoso retrato femenino con El color púrpura.


    Tras este ligero bache creativo, Spielberg retomó por completo el buen pulso con una etapa de madurez que le llevó a acometer películas como la bélica Salvar al soldado Ryan (1998) y dos propuestas de ciencia ficción tan opuestas como A.I. Inteligencia artificial (2001) y Minority Report (2002). El mismo año que esta última, el realizador estrenaba la brillante comedia dramática Atrápame si puedes (2002), biografía de Frank Abagnale Jr., un joven que, con 19 años, había logrado amasar una fortuna de millones de dólares, realizando múltiples estafas y falsificaciones de cheques, haciéndose pasar por piloto de aerolíneas, abogado o médico, antes de acabar siendo reclutado por el propio FBI para aprovechar sus innatas capacidades para la mentira. El título de la cinta hace mención a la persecución constante de Frank (un Leonardo DiCaprio notable, como acostumbra) por parte del agente del FBI al que Tom Hanks interpreta de forma fabulosa, y posee un ritmo vertiginoso y ese sentido del espectáculo marca de Spielberg (también cierta carga sentimental que logra que trascienda del puro divertimento) que hacen que sus 140 minutos de metraje no se hagan pesados. Christopher Walken obtendría una merecida nominación al Oscar como mejor actor secundario por encarnar al padre de Frank, y Amy Adams comenzó a despuntar como actriz a raíz de su pequeño papel aquí. Otra historia real, la del refugiado iraní Mehran Karimi Nasseri, atrapado en un aeropuerto parisino durante 18 años, por cuestiones diplomáticas, fue adaptada en La terminal (2004), poniendo de protagonista a un ciudadano europeo exiliado en el John F. Kennedy, de Nueva York, Victor Navorski (papel a medida de Tom Hanks, en su tercera colaboración con Spielberg). La trama, que daba para un crítico drama, vista la situación de injusticia y desamparo político de aquel hombre, se convierte, por obra y gracia del guion de Sacha Gervasi y Jeff Nathason, sobre una historia de Andrew Niccol, en una dulzona comedia cargada de buenos sentimientos, muy en la línea de aquellos clásicos de Frank Capra de los años 30 y 40. La presencia del personaje de la azafata interpretada por Catherine Zeta Jones posibilita un tierno romance que hace que la película se vea con agrado, aunque pierda en el camino muchas de sus posibilidades para trascender como denuncia. Sus casi 220 millones de dólares recaudados hicieron que los golpes de la crítica (tal vez más de los que merecía, solo comprensibles por la circunstancia de haberse estrenado tras una obra mayor como Atrápame si puedes) fuesen más soportables.

    En 2005, Spielberg levantó ampollas entre la comunidad judía en Estados Unidos por humanizar a los miembros de Septiembre Negro en la controvertida Munich. Aquel filme narraba la historia real de un agente secreto del Mossad (Eric Bana en uno de sus mejores trabajos) a quien se le encomendó la misión de asesinar a once palestinos, algunos de ellos responsables del ataque terrorista de los Juegos Olímpicos de Múnich, en 1972, que acabó con la vida de varios atletas israelíes. Un thriller político magníficamente rodado, que manejaba el suspense y la tensión como el mismísimo Alfred Hitchcock o el Fred Zinnemann de Chacal (1973), y en el que el director se alejaba de una imparcialidad criticada en trabajos anteriores para dotar a su obra de rigurosidad y una complejidad moral pocas veces vista en su cine. Fue nominada a cinco Oscars (incluidos los de mejor película, director y guion adaptado) y se ganó el favor de la mayor parte de la crítica. Mucho más comercial fue su apuesta por La guerra de los mundos (2005), nueva adaptación de la novela homónima de H.G. Wells, cuya mejor versión anterior había sido la rodada en 1953 por Byron Haskin. Supone una nueva colaboración del maestro con Tom Cruise tras los excelentes resultados de Minority Report y, una vez más, enmarcada en el género de la ciencia ficción. El primer acto, que muestra cómo las máquinas de tres patas comienzan a arrasar las ciudades, y la huida del protagonista, junto a sus dos hijos (Justin Chatwin y Dakota Fanning), en medio del caos, es todo un prodigio de puesta en escena y uso de los efectos especiales, aunque la segunda parte de la función se torna mucho más oscura —atención a ese aterrador pasaje en el sótano junto al desestabilizado personaje que borda Tim Robbins. La crítica se dividió, aunque todos reconocieron estar ante un espectáculo de primer orden, y los más de 700 millones de dólares recaudados compensaron su abultado presupuesto de 132. Tres años después, Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2008) resucitó al arqueólogo de Harrison Ford. Vista por primera vez en el Festival de Cannes, días antes de su estreno mundial, se trató de una aventura crepuscular que recuperaba en su trama al gran amor del arqueólogo, Marion (Karen Allen en una versión descafeinada y casi paródica de aquella mujer de armas tomar), y colocaba como coprotagonista al vástago de estos (Shia LaBeouf).

    Permanecieron todos los ingredientes que hicieron de la saga un icono (acción trepidante, efectos especiales apabullantes, humor y romance en perfectas dosis), pero esta vez no se consiguió recuperar la magia que las anteriores tres entregas derrochaban en cada fotograma, tal vez porque Cate Blanchet no fue una villana demasiado memorable o porque el guion de David Koepp parecía más preocupado en acumular chistes autorreferenciales que en ofrecer una historia sólida. Como cine de aventuras es fantástica, aunque como cinta de Indiana Jones luce fallida. Gran parte de la crítica lo entendió así, aunque el público volvió a llenar los cines, dejando 787 millones de dólares de recaudación. Tampoco fue muy bien recibido su siguiente trabajo, el drama bélico War Horse (Caballo de batalla) (2011), ambientado en la Primera Guerra Mundial y protagonizado por un caballo que, tras ser vendido en una feria por su dueño, un granjero inglés con muchas deudas, atraviesa por todo tipo de penalidades y hazañas por media Europa. La cinta muestra las calamidades del joven hijo de su vendedor, Albert (Jeremy Irvine), para conseguir volver a reunirse con su querido equino, al mismo tiempo que va presentando, de manera episódica, tristes subtramas protagonizadas por los diferentes “dueños” por los que va pasando el purasangre, como la de los dos hermanos adolescentes alemanes o la niña y su abuelo franceses. Se trataba de una aventura cien por cien spielbergriana, para bien y para mal. Para bien, porque ofrecía un espectáculo de hechuras clásicas, repleto de acción y con unos personajes que sabían ganarse el corazón de la audiencia, muy bien interpretados por actores como Emily Watson, Tom Hiddleston o Peter Mullan. Para mal, porque su apuesta por la emoción y el excesivo sentimentalismo (imposible no derramar alguna lagrimilla en más de un pasaje), algo que en los 80 era mejor recibida, sirvió para que la crítica la utilizase como arma arrojadiza. Una crítica que sí quedó encantada con su versión animada de Las aventuras de Tintín: El secreto del unicornio (2011), una idea a la que Spielberg llevaba dándole vueltas desde 1981. Los avances en animación en 3D, trabajando sobre actores de carne y hueso (Jamie Bell, Andy Serkins, Daniel Craig, Simon Pegg o Nick Frost), hicieron que se pudiera sacar adelante esta asombrosa cinta de aventuras protagonizada por los héroes de los cómics de Hergé, que recupera el mejor pulso para la acción de Spielberg —ese que faltó en la última entrega de Indiana Jones—, con set pieces tan redondas como la persecución a través de unas callejuelas junto al río, en plano secuencia. Toda la película es una montaña rusa repleta de misterio, peligros, humor, exotismo, destilando amor y respeto hacia la obra de Hergé en cada fotograma. Por desgracia, su recaudación de 372 millones de dólares se antojó insuficiente como para que el director se arriesgue con otra entrega de Tintín.

    ▼ «Átrapame si puedes», «Múnich».
    «La guerra de los mundos», «War Horse».


    Spielberg retomó por completo el buen pulso con una etapa de madurez que le llevó a acometer excelentes películas como la bélica Salvar al soldado Ryan (1998) y dos propuestas de ciencia ficción tan opuestas como A.I. Inteligencia artificial (2001) y Minority Report (2002). El mismo año que esta última, el realizador estrenaba la brillante comedia dramática Atrápame si puedes (2002), biografía de Frank Abagnale Jr., un joven que, con 19 años, había logrado amasar una fortuna de millones de dólares, realizando múltiples estafas y falsificaciones de cheques.


    2012 sería otro año decisivo para el cineasta, un punto de inflexión en el que emprendería una de sus obras más solemnes y unánimemente aclamadas por la crítica, Lincoln, drama histórico parcialmente basado en la biografía Team of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln, escrito por Doris Kearns Goodwin, que cubre los últimos cuatro meses de la vida de aquel presidente de los Estados Unidos y cómo este luchó para conseguir abolir la esclavitud en el país, a través de la aprobación de la Decimotercera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos en la Cámara de Representantes. Spielberg dirige con maestría una de esas películas que huelen a clásico instantáneo, eludiendo ese sentimentalismo que lastró algún proyecto anterior para realizar un acto de emoción contenida, elegante clasicismo y un pleno dominio, tanto de la narración, como de un puñado de espléndidos intérpretes —Sally Field (maravillosa en su composición de Mary Todd Lincoln), Tommy Lee Jones, David Strathairn, Joseph Gordon-Levitt, James Spader, Hal Holbrook—, capitaneados por un Daniel Day Lewis espectacular, ganador de su tercer Oscar a mejor actor tras los obtenidos por Mi pie izquierdo (Jim Sheridan, 1989) y Pozos de ambición (Paul Thomas Anderson, 2007). Tres años después, Spielberg continuó con su buena racha en el cine “serio” con un magnífico thriller ambientado en la Guerra Fría, El puente de los espías (2015), que contó la historia real de un abogado (Tom Hanks, confirmando su calidad de actor fetiche del director) encargado de defender al espía ruso Rudolf Abel, en 1957, mientras era coaccionado por la CIA para que viole la confidencialidad que, como defensor, le debía a su cliente. Una apasionante cinta de espionaje, dotada de un guion de hierro escrito por los hermanos Ethan y Joel Coen en estrecha colaboración con Matt Charman y rodada con ese clasicismo que caracteriza al cine histórico de Spielberg. Amy Ryan y Alan Alda acompañan a Tom Hanks en esta cinta en la que Mark Rylance, en el papel de Abel, se llevó todos los aplausos y un buen puñado de premios, entre ellos el Oscar y el BAFTA como mejor actor secundario.

    Después de unos trabajos tan alejados de su sentido de la maravilla, Spielberg volvería a sus fueros de cine familiar con Mi amigo el gigante (2016), una fantasía infantil escrita por Melinda Mathison —con la que tuvo excelentes resultados en E.T., el extraterrestre— y que adaptaba una novela de Roald Dahl, El gran gigante bonachón. Mark Rylance repite con el director en el papel del gigante del título, conocido como BFG, unido a una valerosa niña (Ruby Barnhill) y a la mismísima Reina de Inglaterra para combatir a unos gigantes malvados que pretenden comerse a todos los niños del país. La magia, el valor de la amistad, grandes efectos especiales, este es el tipo de cine de entretenimiento que los seguidores del Spielberg más lúdico esperan y que no ofrecía desde Las aventuras de Tintín: El secreto del unicornio, aunque su generoso presupuesto de 140 millones de dólares no fuese amortizado con los 183 que únicamente consiguió recaudar. Aun así, se trataba de una cinta muy tierna, encantadora e ideal para niños y adultos. Los archivos del Pentágono (2017), por su parte, fue una extraordinaria película que ensalza la libertad de expresión y de prensa, a través de un hecho real acontecido en 1971, cuando un grupo de periodistas de The Washington Post y The New York se arriesgó a publicar esos documentos del Pentágono que delataban la ocultación de información sobre la guerra de Vietnam, por parte del gobierno de Estados Unidos. Tom Hanks y, sobre todo, Meryl Streep, estuvieron superlativos como los periodistas y editores Ben Bradlee y Katherine Graham, respectivamente, y el filme recuperaba el mejor pulso del género peridístico setentero, ese que estaba presente en títulos tan fundamentales como Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976) o Network, un mundo implacable (Sidney Lumet, 1976). El último estreno de Spielberg en cines ha sido Ready Player One (2018), espectacular puesta en imágenes de una novela homónima de Ernest Cline, ambientada en una sociedad futura de 2045 en la que la mayoría de sus ciudadanos se evadía de la desesperanzadora realidad a través de un universo virtual conocido como Oasis. La locura colectiva se extendería cuando su creador, antes de morir, depositaba su fortuna y su empresa en las manos de aquel que ganara una peligrosa búsqueda del tesoro oculto en lo más profundo de su creación. El joven Tye Sheridan encarna con contagiosa energía a un héroe que parece salido del cine de aventuras ochentero y es que el filme es un nostálgico regalo para los amantes de la cultura pop de los 70, 80 y 90, repleto de guiños, homenajes y referencias visuales a iconos del cine, la televisión, la música, los cómics o los videojuegos de esas generaciones. Los efectos especiales, al servicio de la historia, son formidables, capaces de regalarnos secuencias tan logradas como las que acontecen en un Hotel Overlook de El resplandor (Stanley Kubrick, 1980) recreado al detalle. Una sobresaliente pelicula que generó casi 583 millones de dólares en taquilla.

    ▼ «Las aventuras de Tintín: El secreto del unicornio», «Lincoln».
    «El puente de los espías», «Los archivos del Pentágono».


    Está claro que el cine contemporáneo, tal y como lo conocemos, no sería el mismo sin la enorme contribución realizada por Steven Spielberg desde que debutara como realizador hace medio siglo. 50 años en los que se ha mantenido siempre en primera línea, ya que cada nuevo estreno suyo ha sido recibido con una expectación solo al alcance de los grandes cineastas.


    También es de justicia echar un vistazo general a la enorme contribución realizada en las últimas cuatro décadas por Steven Spielberg desde su prolífica faceta de productor. Su nombre, siempre garantía de éxito, estuvo detrás de algunos de los más sonados triunfos comerciales de amigos como Robert Zemeckis —Locos por ellos (1978), Frenos rotos, coches locos (1980), ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988), la mítica trilogía de Regreso al futuro— o Joe Dante —Pequeños guerreros (1998) y su entrañable díptico de Gremlins. Del mismo modo, estuvo en la sombra de numerosos filmes que forman parte de la cultura popular, tales como Poltergeist : Fenómenos extraños (Tobe Hooper, 1982) —llegó a rumorearse que rodó más metraje que el propio director, algo que explicaría su estilo genuinamente spielbergriano en un acabado final en el que solo alguna escena gore delataba la presencia del autor de La matanza de Texas (1974) tras las cámaras—, El secreto de la pirámide (Barry Levinson, 1985), Esta casa es una ruina (Richard Benjamin, 1986), Fievel y el nuevo mundo (Don Bluth, 1986), Bigfoot y los Henderson (William Dear, 1987), Nuestros maravillosos aliados (Matthew Robbins, 1987), En busca del valle encantado (1988), Joe contra el volcán (John Patrick Shanley, 1990), Aracnofobia (Frank Marshall, 1990), Los Picapiedra (Brian Levant, 1994), Casper (Brad Silberling, 1995), Twister (Jan de Bont, 1996), Men in Black (Hombres de negro) (Barry Sonnenfeld, 1997), Deep Impact (Mimi Leder, 1998), La máscara del Zorro (Martin Campbell, 1998), The Haunting (La guarida) (Jan de Bont, 1999), Shrek (Andrew Adamson, Vicky Jenson, 2001), Jurassic Park 3 (Joe Johnston, 2001), Monster House (Gil Kenan, 2006), Transformers (Michael Bay, 2007), Super 8 (J.J. Abrams, 2011), Cowboys & Aliens (Jon Favreau, 2011), Acero puro (Shawn Levy, 2011), 0 Jurassic World (Colin Trevorrow, 2015). Los sueños de Akira Kurosawa (Akira Kurosawa, 1990), El cabo del miedo (Martin Scorsese, 1991), Memorias de una geisha (Rob Marshall, 2005), Banderas de nuestros padres (Clint Eastwood, 2006), Cartas desde Iwo Jima (Clint Eastwood, 2006), Más allá de la vida (Clint Eastwood, 2010), Valor de ley (Joel Coen, Ethan Coen, 2010) o First Man (Damien Chazelle, 2018) serían otras incursiones como productor de Spielberg con aspiraciones más artísticas. Está claro que el cine contemporáneo, tal y como lo conocemos, no sería el mismo sin la enorme contribución realizada por Steven Spielberg desde que debutara como realizador hace medio siglo. 50 años en los que se ha mantenido siempre en primera línea, ya que cada nuevo estreno suyo ha sido recibido con una expectación solo al alcance de los grandes cineastas. De hecho, altas son las esperanzas depositadas en ese remake de su adorada West Side Story (Robert Wise, Jerome Robbins, 1961), cuyo estreno está previsto para diciembre, después de varios aplazamientos, y con el que se espera que el género musical vuelva a brillar como en sus mejores tiempos. Por eso, a El antepenúltimo mohicano le parece un momento ideal para hacer un repaso por la obra y milagros del denominado «Rey Midas de Hollywood», dada su fama de convertir en oro todo lo que tocaba, ya fuese en su faceta de director como en la de productor, estando detrás de muchos de los mayores éxitos de taquilla de todos los tiempos. También elegimos los que podrían ser los diez títulos más representativos de su carrera, ya sean por su calidad o por su capacidad para inspirar a otras obras.

    10| MINORITY REPORT

    Minority Report, 2002.

    El universo del novelista Philip K. Dick, uno de los más influyentes en la literatura de ciencia ficción, pocas veces ha sido bien plasmado en la pantalla grande, aunque varios fueron los intentos. Blade Runner (Ridley Scott, 1982) y Desafio total (Paul Verhoeven, 1990) podrían considerarse las mejores obras cinematográficas que han surgido de sus historias, mientras que títulos como Paycheck (John Woo, 2003), Next (Lee Tamahori, 2007) o Destino oculto (George Nolfi, 2011) se quedaron más en la superficie, conformándose con funcionar como ligeros entretenimientos palomiteros en vez de explotar todas sus posibilidades. Spielberg, que acababa de salir de una experiencia un tanto intensa con otra propuesta del mismo género, A.I. Inteligencia artificial (2001), fichó por primera vez a Tom Cruise —dos años antes volverían a colaborar en la no menos espectacular La guerra de los mundos— como protagonista de Minority Report, superproducción de 102 millones de dólares de presupuesto que, pese a su apariencia hipercomercial, supuso una más que interesante aproximación a la obra de Dick. La historia mostraba una realidad futura, la de 2054, en la que el grupo policial PreCrime, de Washington D.C. se valía de la capacidad de tres adolescentes (Samantha Morton encarna con brillantez a uno de estos inquietantes seres) de ver crímenes futuros para detener a los potenciales asesinos antes de que los cometan. Sin dejar de lado el espectáculo esperable (visualmente, la cinta es una maravilla, tanto por su puesta en escena —ayuda la fotografía de Janusz Kaminski, como siempre impecable— como por unos efectos especiales realmente alucinantes, capaces de entregar algunas secuencias de acción que cortan la respiración), Minority Report se reveló como una cinta futurista mucho más oscura y pesimista de lo que el estilo Spielberg nos tenía acostumbrados, repleta de cuestiones metafísicas, dilemas éticos y morales y el enésimo mensaje acerca de los peligros que acechan tras las nuevas tecnologías si estas no son correctamente utilizadas. Una obra adulta y muy madura, capaz de aunar escapismo dinámico con una buena carga de profundidad e inteligencia, saldada con un éxito en taquilla bastante por debajo del que hubiera merecido.

    Estados Unidos 2002. Título original: Minority Report. Director: Steven Spielberg. Guion: Scott Frank, Jon Cohen (Historia: Philip K. Dick). Productores: Bonnie Curtis, Jan de Bont, Gerald R. Molen, Walter F. Parkes. Productoras: 20th Century Fox, DreamWorks SKG, Cruise-Wagner Productions, Blue Tulip Productions, Ronald Shusett/Gary Goldman, Amblin Entertainment, Digital Image Associates, Parkes+MacDonald Image Nation. Fotografía: Janusz Kaminski. Música: John Williams. Montaje: Michael Kahn. Reparto: Tom Cruise, Colin Farrell, Samantha Morton, Max von Sydow, Steve Harris, Neal McDonough, Patrick Kilpatrick, Jessica Capshaw, Frank Grillo, Lois Smith.

    09| A.I. INTELIGENCIA ARTIFICIAL

    A.I. Artificial Intelligence, 2001.

    Spielberg se hizo con las riendas de un proyecto largamente acariciado (desde la década de los 70) por el maestro Stanley Kubrick, pero que no se había decidido emprender hasta que la tecnología de la imagen creada por ordenador no fuese lo suficientemente avanzada para sustituir el trabajo de un actor infantil en la sintética piel del protagonista, David. La muerte del director tras el rodaje de Eyes Wide Shut (1999) hizo que el guion de Ian Watson, sobre la novela de Brian Aldiss Los superjuguetes duran todo el verano, pasara a sus manos y fuese convertido en una película futurista mucho más emocional, sin duda, de lo que habría hecho el más cerebral Kubrick. Esa sensibilidad spielbergriana fue el ingrediente más atacado por los haters en el momento de su estreno y la cinta recaudó unos insuficientes 235 millones de dólares. Pero esta aura de obra fracasada no hace más que agrandar la leyenda de un filme que va ganando con los años. La historia, con claras referencias a Pinocho, presentaba una sociedad futura en la que humanos conviven con robots que les ayudan a hacer la vida más fácil y al pequeño androide Daniel —asombroso Haley Joel Osment que, tras su nominación al Óscar por El sexto sentido (M. Night Shyamalan, 1999), demuestra que Kubrick se equivocó cuando pensaba que ningún niño sería capaz de encarnar al personaje con convicción— le programaban para amar a unos padres que buscan sustituir a su hijo perdido. A.I. Inteligencia Artificial es una grandiosa epopeya de ciencia ficción en la que conviven la magia de Spielberg y la inteligencia de Kubrick de manera armoniosa. Un espectáculo visual apabullante, emocionante y poderoso en el que también brilla un Jude Law maravilloso, y que cuenta con un tramo final tan desgarrador que merece figurar entre lo mejor que ha filmado el rey Midas de Hollywood en su ya generosa trayectoria. La espléndida y multirreferencial Ready Player One (2018) hace que alberguemos esperanzas de que Spielberg aún tiene mucho que seguir aportando al género.

    Estados Unidos, 2001. Título original: «A.I. Artificial Intelligence». Director: Steven Spielberg. Guion: Steven Spielberg, Ian Watson (Historia: Brian Aldiss). Productores: Bonnie Curtis, Kathleen Kennedy, Steven Spielberg. Productoras: Warner Bros., Dreamworks SKG, Amblin Entertainment, Stanley Kubrick Production. Fotografía: Janusz Kaminski. Música: John Williams. Montaje: Michaael Kahn. Reparto: Haley Joel Osment, Jude Law, Frances O'Connor, Sam Robards, Jake Thomas, William Hurt, Brendan Gleeseon, Ken Leung, Clark Gregg.

    08| PARQUE JURÁSICO

    Jurassic Park, 1993.

    Tuvo que llegar Spielberg con sus dinosaurios, en 1993, para desbancarse a sí mismo de la cima de las películas más taquilleras de todos los tiempos, récord que durante una década ostentó E.T., el extraterrestre (1982). La irrupción de Jurassic Park, la adaptación de la novela de ciencia ficción homónima de Michael Crichton, en las pantallas de cine fue ruidosa como pocas, suponiendo un nuevo paso de gigante en el campo de los efectos especiales, en imparable crecimiento desde los logros de Terminator 2: El juicio final (James Cameron, 1991), gracias a las contribuciones de la Industrial Light & Magic y Stan Winston, capaces de devolver a la vida a multitud de criaturas extintas de la faz de la Tierra desde hace millones de años. La historia del ambicioso multimillonario Josh Hammond (Richard Attenborough), empeñado en construir un parque temático en una isla remota, habitado por animales prehistóricos clonados a los que las familias puedan visitar como si fuese un zoológico más, dio para una espectacular cinta de aventuras que avisaba de los peligros de la ciencia cuando el hombre juega a ser Dios, en la que Sam Neill, Laura Dern y Jeff Goldblum encarnaron a los personajes más populares de sus carreras, los de los paleontólogos Alan Grant y Ellie Sattler, y el matemático Ian Malcolm, respectivamente. Si visualmente Jurassic Park fue una maravilla, repleta de esa magia tan característica del Spielberg de sus primeros blockbusters, lo que en realidad hizo de ella un clásico instantáneo, más allá de sus estupendas secuencias de acción, fue el excelente tratamiento de la tensión y el suspense (aquellos que llevó hasta sus cotas más altas en El diablo sobre ruedas o Tiburón) que el cineasta supo transmitir a través de escenas que han quedado grabadas en la memoria colectiva, tal es el caso de la del acecho de los dos niños protagonistas (estupendos Joseph Mazzello y Ariadna Richards) en la cocina, por parte de unos voraces velociraptores. John Williams volvió a componer una de sus bandas sonoras más reconocibles en su enésima colaboración con el director, elemento que va muy ligado al enorme éxito de una cinta que completó su posproducción cuando Spielberg ya se encontraba en Polonia en pleno rodaje de La lista de Schindler. Sus más de mil millones de dólares de recaudación hicieron que el merchandising alrededor de la película se convirtiese en un negocio más, potenciado con sus consiguientes secuelas. Ni que decir tiene que ninguna de ellas, pese a los avances en efectos especiales producidos en las últimas tres décadas, se acerca a la calidad de esta original, ganadora de los Oscars a mejor sonido, efectos sonoros y efectos visuales.

    Estados Unidos, 1993. Título original: «Jurassic Park». Director: Steven Spielberg. Guion: Michael Crichton, David Koepp (Novela: Michael Crichton). Productores: Kathleen Kennedy, Gerald R. Molen. Productoras: Universal Pictures, Amblin Entertainment. Fotografía: Dean Cundey. Música: John Williams. Montaje: Michael Kahn. Reparto: Sam Neill, Laura Dern, Jeff Goldblum, Richard Attenborough, Ariana Richards, Joseph Mazzello, Bob Peck, Martin Ferrero, BD Wong, Wayne Knight, Samuel L. Jackson, Miguel Sandoval.

    07| EL IMPERIO DEL SOL

    Empire of the Sun, 1987.

    Después de la enorme decepción que Spielberg vivió en la edición de los Oscars de 1985, cuando su infravalorada El color púrpura perdió en cada una de las once categorías a la que estuvo nominada, el director volvió a repetir el intento de convencer a la crítica con otra obra de corte dramático, El imperio del sol, basada en la novela autobiográfica de J.G. Ballard. Warner Bros. había comprado los derechos del libro para que Harold Becker dirigiese la adaptación, pero el proyecto pasó al mítico David Lean, quien estuvo trabajando más de un año en la concepción de la película hasta que, finalmente, la abandonó en beneficio de un Spielberg que, en principio, solo se iba a encargar de la producción. Fue todo un acierto, ya que el realizador era un enamorado de las historias de la II Guerra Mundial y esta era una oportunidad perfecta para rodar su particular El puente sobre el río Kwai (David Lean, 1957) —su filme preferido durante la niñez—, por lo que El imperio del sol acabaría siendo un trabajo mucho más personal de lo que tenía previsto. La desgarradora historia de James Graham, un niño inglés de clase alta, separado de sus padres durante la ocupación del ejército japonés en Shanghái, en 1941, y confinado en un campo de concentración donde vivió todo tipo de penurias que le hicieron madurar prematuramente, encontró su mejor baza en uno de los más felices aciertos de casting de la carrera de Spielberg. Efectivamente, él descubrió, entre 4000 niños, a un jovencísimo Christian Bale de 13 años que supo reflejar a la perfección esa pérdida de la inocencia que sufre su complejo personaje. Una actuación magistral (la primera de tantas en la posterior carrera del actor) que engrandece aún más un drama bélico rodado con la grandilocuencia —espectaculares las escenas de masas o secuencias como la del ataque aéreo al campo japonés por los bombarderos P-51 Mustangs— y el aliento épico de las grandes superproducciones históricas clásicas (David Lean siguió siendo el gran referente), sin descuidar los momentos más intimistas del relato y su alto componente psicológico. La crítica la trató bien, pero no al nivel que la cinta merecía, siendo, una vez más, ninguneada en una entrega de los Oscars en la que fue nominada a seis premios técnicos, sin que ninguno de ellos consiguiera materializarse. Los años han hecho justicia a esta magnífica obra, revalorizada como una de las más contundentes de la filmografía de un Spielberg que tendría que esperar hasta La lista de Schindler, seis años más tarde, para ser unánimemente aclamado.

    Estados Unidos, 1987. Título original: «Empire of the Sun». Director: Steven Spielberg. Guion: Tom Stoppard (Novela: J.G. Ballard. Productores: Kathleen Kennedy, Frank Marshall, Steven Spielberg. Productora: Warner Bros. Fotografía: Allen Daviau. Música: John Williams. Montaje: Michael Kahn. Reparto: Christian Bale, John Malkovich, Miranda Richardson, Nigel Havers, Joe Pantoliano, Leslie Phillips, Emily Richard, Rupert Frazer.

    06| E.T. EL EXTRATERRESTRE

    E.T. the Extraterrestial, 1982.

    He aquí una de las obras más cuestionadas (a menudo injustamente denostada) de la trayectoria de Spielberg, aquella que atesora en su interior lo mejor y también lo más criticado de su estilo. Tras el enorme éxito, a todos los niveles, de En busca del arca perdida, el cineasta desarrolló junto a la guionista Melissa Mathison una de esas historias personalísimas en las que se permitió liberar al niño que lleva dentro, basándose en un amigo imaginario que había creado en su niñez tras el divorcio de sus padres. E.T., el extraterrestre fue, posiblemente, el título que mejor definió el cine familiar de la década de los 80. Una entrañable historia de amistad entre un pequeño ser de otro planeta, olvidado en el nuestro por su familia, y Elliott, un imaginativo niño de los suburbios de California que lo descubre una noche escondido en su cobertizo, que hizo a millones de espectadores creer en que hay vida fuera de nuestra galaxia. A diferencia de su anterior acercamiento a la temática extraterrestre, Encuentros en la tercera fase, esta película no persigue la rigurosidad ni la profundidad dramática, sino que se limita a ser una aventura fantástica para niños y mayores, divertida y muy emocionante, que apela sin reparo a ese sentimentalismo que tanto han criticado durante décadas los detractores del Rey Midas de Hollywood. Henry Thomas, joven actor descubierto por Spielberg, alcanzó el papel de su vida con Elliott, mientras que Dee Wallace, toda una institución en el género fantástico —Las colinas tienen ojos (Wes Craven, 1977), Aullidos (Joe Dante, 1981), Cujo (Lewis Teague, 1983), Critters (Stephen Herek, 1986)— encarnó a su madre. Drew Barrymore fue otra de las revelaciones de la cinta, enamorando a todo el mundo con su rostro angelical y un desparpajo inaudito en una pequeña actriz de solo 6 años. E.T., el extraterrestre fue un filme muy alabado por la crítica en su momento, llegando a optar a nueve Oscars (incluyendo los de mejor película y director), de los que se materializarían cuatro estatuillas (sonido, efectos sonoros, efectos visuales y música, para una de las composiciones más inmortales de John Williams), pero fue en taquilla donde rompió todos los esquemas, convirtiéndose en el mayor éxito de la Historia del Cine, desbancando a La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977). Casi cuatro décadas después de su estreno, el filme sigue cautivando con su sentido de la maravilla, su humor (el momento de la borrachera de E.T. Es descacharrante), unos efectos especiales maravillosos en su momento (capaces de crear imágenes tan icónicas como la de la pandilla de chicos surcando los cielos sobre sus bicicletas, huyendo de los agentes del gobierno y los científicos que pretenden dar caza al alien) y la ternura que desprende uno de los personajes más inolvidables de la fauna Spielberg. Podrá ser calificada de ñoña, de infantiloide, de excesivamente comercial, pero lo cierto es que E.T., el extraterrestre se ha ganado con creces su status de clásico del cine, siendo un título emblemático para nostálgicos de un tipo de películas familiares que, por desgracia, casi no se hacen.

    Estados Unidos, 1982. Título original: «E.T., The Extraterrestrial». Director: Steven Spielberg. Guion: Melissa Mathison. Productores: Kathleen Kennedy, Steven Spielberg, Melissa Mathison. Productoras: Universal Pictures, Amblin Entertainment. Fotografía: Allen Daviau. Música: John Williams. Montaje: Carol Littleton. Reparto: Henry Thomas, Dee Wallace Stone, Peter Coyote, Robert MacNaughton, Drew Barrymore, K.C. Martel, C. Thomas Howell, Sean Frye, Erika Eleniak.

    05| ENCUENTROS EN LA TERCERA FASE

    Close Encounters of the Third Kind, 1977.

    El segundo blockbuster emprendido por Spielberg tras el rotundo éxito de Tiburón fue también su primera incursión para la gran pantalla en el género de la ciencia ficción, aquel en el que ya había incursionado en su corto de adolescencia Firelight, que precisamente giraba alrededor de la existencia de seres de otros planetas. En efecto, Encuentros en la tercera fase fue una respuesta del director a la fiebre de supuestos avistamientos OVNIS que azotaba a Estados Unidos. La gente miraba al cielo y fantaseaba con la posibilidad de que los extraterrestres pudieran venir a visitarnos, algo que muchísimos clásicos, sobre todo en la década de los 50, había presentado, casi siempre, de manera destructiva, con platillos volantes invadiendo y atacando nuestro planeta. La cinta de Spielberg fue de las primeras que trataron de acercarse al tema de un hipotético contacto de los humanos con civilizaciones extraterrestres de un modo riguroso y realista, a través de una historia firmada por el propio director y en la que también trabajaron otros guionistas como Paul Schrader, Matthew Robbins, Jerry Belson, John Hill, David Giler o Hal Barwood. El relato sigue los pasos de un reparador de líneas eléctricas y vulgar padre de familia de Indiana, Roy Neary (genial Richard Dreyfuss en su segunda colaboración con el realizador tras Tiburón), desde el instante en que sufre un avistamiento OVNI que cambia su vida para siempre, llegando a obsesionarse con imágenes que vienen a su mente tras el suceso. Esto hace que su vida familiar comience a tambalearse, en especial la relación con su esposa (Teri Garr), encontrando comprensión únicamente en una madre soltera (Melinda Dillon) que parece compartir con Neary esa fascinación por el tema, ya que vivió una circunstancia similar, con el agravante de que su pequeño hijo de tres años fue abducido una de esas naves. Precisamente, este momento de la abducción fue de las escenas visualmente más impactantes y aterradoras de la cinta, llegando a ser icónica dentro de la filmografía de Spielberg. Los efectos especiales, asombrosos, fueron esenciales en la creación de un clímax final de 30 minutos absolutamente apasionante, con el esperado contacto entre humanos y alienígenas en el interior de la Torre del Diablo de Wyoming. Sin embargo, Encuentros en la tercera fase es una cinta mucho más dramática y seria de lo que pueda parecer, mostrando las secuelas psicológicas a las que se enfrentan los testigos de fenómenos OVNIS. Fue la otra cara de una ciencia ficción que aquel mismo tendría en La guerra de las galaxias, de George Lucas, un exponente más lúdico y aventurero. El filme de Spielberg fue un gran éxito de taquilla (recaudó unos 430 millones de dólares) y la crítica lo recibió con aplausos generales, siendo nominado a ocho Oscars (entre ellos el de mejor director) de los que se materializarían los de fotografía y uno especial a la edición sonora. Un clásico que conoció diferentes montajes, con final extendido y demás, y que sigue convenciendo a las nuevas generaciones de que no estamos solos en el universo.

    Estados Unidos, 1977. Título original: «Close Encounters of the Third Kind». Director: Steven Spielberg. Guion: Steven Spielberg. Productores: Julia Phillips, Michael Phillips. Productoras: Columbia Pictures, EMI Films, Phillips Productions. Fotografía: Vilmos Zsigmond. Música: John Williams. Montaje: Michael Kahn. Reparto: Richard Dreyfuss, François Truffaut, Teri Garr, Melinda Dillon, Bob Balaban, Cary Guffey, J. Patrick McNamara, Robert Blossom.

    04| INDIANA JONES: EN BUSCA DEL ARCA PERDIDA

    Indiana Jones: Raiders of the Lost Ark, 1981.

    Spielberg acababa de sufrir un fuerte varapalo crítico y comercial con 1941 después de dos grandes éxitos como Tiburón y Encuentros en la tercera fase, por lo que necesitaba de un nuevo acierto para seguir fomentando su leyenda como imán para la taquilla. Lawrence Kasdan —a punto de debutar como realizador con Fuego en el cuerpo (1981)— y George Lucas, en plena vorágine del éxito de Star Wars —compatibilizó este trabajo con el desarrollo de El imperio contraataca (1980)— brindaron al director una historia que tenía todos los ingredientes que buscaba para facturar un nuevo triunfo (su sueño era dirigir una aventura de James Bond y el de Indiana Jones era un personaje igual de potente que el del agente 007). Harrison Ford estaba en la cresta de la ola tras encarnar a Han Solo en las dos primeras entregas de la trilogía galáctica de Lucas, y sustituyó a Tom Selleck en un papel que marcaría su carrera para siempre. Un héroe imperfecto, algo desastroso a veces, que compatibilizaba sus clases universitarias como profesor de arqueología con mil y una aventuras alrededor del mundo. En busca del arca perdida, en su reinvención del cine de aventuras clásico, tenía una historia bastante simple, la de la búsqueda del Arca de la Alianza por parte de los nazis, que pretenden utilizar su poder para hacer el mal, y los intentos de Indiana por evitar que esta caiga en sus manos. Pero el gran público agradeció enormemente el enorme sentido lúdico de una aventura de regusto encantadoramente añejo —los ecos de Allan Quatermain y Las minas del rey Salomón están presentes en la cinta—, repleta de acción, romance, fantasía y bastante humor, tocada de una estética y un ritmo deudores del mundo del cómic y las novelas gráficas. Todos recordamos secuencias tan inolvidables como la persecución de camiones en el desierto o aquel momento icónico de su trepidante prólogo en el que el héroe corre perseguido por una enorme roca tras activarse una trampa mortal. También quedó grabada en la memoria colectiva la relación amorosa, caracterizada por tiras y aflojas constantes, de Indiana y Marion —maravillosa Karen Allen en un rol que repetiría con menos acierto en Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2008)—, así como la reconocible música que John Williams compuso para la ocasión, una de las melodías más vibrantes que ha conocido el cine de los 80. El filme se convirtió en todo un icono, paradigma de un cine de evasión creado desde el amor al género, por encima de su condición de blockbuster. Un entretenimiento de calidad, capaz de conquistar a público —con 384 millones de dólares recaudados, fue la película más taquillera del año— y crítica —fue nominada a ocho Oscars (incluidos los de mejor película y director), ganando los premios a dirección artística, efectos visuales, edición de sonido y sonido, más un quinto especial para Ben Burtt y Richard L. Anderson, también en el campo de sonido. Una obra maestra de la que pronto llegará una quinta entrega y de la que beberían, con resultados desiguales, multitud de cintas de aventuras posteriores.

    Estados Unidos, 1981. Título original: «Indiana Jones: Raiders of the Lost Ark». Director: Steven Spielberg. Guion: Lawrence Kasdan (Historia: George Lucas, Philip Kaufman). Productores: George Lucas, Frank Marshall, Robert Watts, Howard G. Kazanjian. Productoras: Paramount Pictures, Lucasfilm. Fotografía: Douglas Slocombe. Música: John Williams. Montaje: Michael Kahn, George Lucas. Reparto: Harrison Ford, Karen Allen, Paul Freeman, Denholm Elliott, John Rhys-Davies, Alfred Molina, Ronald Lacey, Wolf Kahler, Anthony Higgins.

    03| SALVAR AL SOLDADO RYAN

    Saving Private Ryan, 1998.

    Spielberg acababa de salir de un año, 1997, bastante decepcionante a nivel artístico, ya que ni su drama histórico Amistad ni su segunda incursión en el universo jurásico (a pesar de su generoso rendimiento en taquilla) habían terminado de convencer demasiado. El realizador ya estaba familiarizado con los episodios de la Segunda Guerra Mundial, mostrada en 1941, El imperio del sol, La lista de Schindler o las aventuras de Indiana Jones, por lo que se hizo con el guion de Robert Rodat, inspirado en el libro D-Day: June 6, 1944: The Climactic Battle of World War II, del historiador Stephen Ambrose, para llevarlo a la gran pantalla. Concretamente, la historia de los hermanos Niland, dos fallecidos en la guerra y un tercero rescatado de Normandía por el Departamento de Guerra, fue la que inspiró a Rodat para su guion, ambientado en el desembarco de los aliados en Normandía, y que seguía los pasos de un grupo de soldados norteamericanos, con el capitán John Miller (impecable Tom Hanks, en su primera colaboración con Spielberg, con quien repetiría en cuatro ocasiones más) al mando, a quienes se les encomendaba la misión de sacar con vida de la contienda al soldado James Ryan (Matt Damon), único de los cuatro hermanos enviados a la guerra que aún continuaba con vida. Spielberg se rodeó de un equipo técnico y artístico de primera categoría para rodar toda una obra maestra del cine bélico, poseedora de una media hora inicial que pasaría a formar parte de los mejores momentos del género, con ese brutal desembarco en la playa, en el que la cámara de Spielberg y el fotógrafo Janusz Kaminski sumergen al espectador en el corazón de la guerra, con soldados cayendo fulminados por ráfagas de las metralletas alemanas que silban por todas partes. Un prodigio de puesta en escena y planificación. Salvar al soldado Ryan fue un estremecedor bélico de tres horas de duración que se alejaba del espíritu aventurero que caracterizara a aquellas superproducciones clásicas protagonizadas por comandos embarcados en misiones suicidas, tipo Los cañones de Navarone (J. Lee Thompson, 1961) o Doce del patíbulo (Robert Aldrich, 1967), para adoptar un tono mucho más oscuro e hiperrealista. Curiosamente, le tocó competir aquel mismo año con otra propuesta ambientada en la Segunda Guerra Mundial, La delgada línea roja (Terrence Malick, 1998), cuyo lirismo y profunda carga existencial se contraponían a la considerable espectacularidad de la cinta de Spielberg. Dos visiones diametralmente opuestas de una misma guerra; dos joyas del género impregnadas de las opuestas personalidades de sus autores. La taquilla fue generosa con Salvar al soldado Ryan, que recaudó casi 482 millones de dólares, cifra sorprendentemente alta para un producto de estas características, mientras que la crítica lo encumbró como uno de los mejores trabajos de su realizador, justamente recompensado con su segundo Oscar a mejor dirección. Fotografía, montaje, sonido y efectos sonoros también fueron premiados en una ceremonia que será recordada por ese robo que supuso el Oscar a mejor película, que cayó en manos de John Madden y su Shakespeare enamorado, deliciosa comedia romántica de corte histórico que, sin embargo, estaba claramente lejos de la excelencia de los trabajos de Spielberg y Malick. El tiempo realiza su labor justiciera y, mientras que ambas cintas bélicas son consideradas clásicos modernos del cine, pocos recuerdan la película por la que Gwyneth Paltrow se llevó su Oscar a mejor actriz.

    Estados Unidos, 1998. Título original: «Saving Private Ryan». Director: Steven Spielberg. Guion: Robert Rodat. Productores: Steven Spielberg, Ian Bryce, Mark Gordon, Gary Levinsohn. Productoras: Dreamworks SKG, Paramount Pictures, Amblin Entertainment. Fotografía: Janusz Kaminski. Música: John Williams. Montaje: Michael Kahn. Reparto: Tom Hanks, Tom Sizemore, Edward Burns, Matt Damon, Barry Pepper, Adam Goldberg, Giovanni Ribisi, Vin Diesel, Jeremy Davies, Ted Danson, Paul Giamatti, Dennis Farina.

    02| TIBURÓN

    Jaws, 1975.

    El perfecto dominio de la técnica cinematográfica mostrada en El diablo sobre ruedas y Loca evasión dejaba en evidencia que Spielberg estaba preparado para afrontar empresas mucho más ambiciosas. Cuando el considerable éxito comercial de su ópera prima hizo que la Universal confiase en el director para llevar a cabo la adaptación de una novela de Peter Benchley, nadie sospecharía el impacto instantáneo que aquella cinta sobre un letal tiburón blanco que amenazaba las vidas de los bañistas de las playas de Amity Island tendría en el público. Del mismo modo que Hitchcock había conseguido que la gente tuviese miedo de tomar una simple ducha tras su espeluznante Psicosis (1960), Tiburón hizo que millones de personas se replantearan la idea de sumergirse en el mar. Algo que muy pocos maestros del suspense son capaces de lograr y que Spielberg logró trasmitir ya desde aquel antológico prólogo de la chica arrastrada hasta las profundidades del océano por un escualo que aún no veremos, después de que se adentrara desnuda en la playa para bañarse junto a su novio. Roy Scheider, Richard Dreyfuss y Robert Shaw (con monólogo inolvidable) formaron un trío protagonista ganador, dando vida a los tres personajes obstinados con dar caza al animal antes de que la festividad del 4 de julio llene la región de turistas que se convertirían en víctimas potenciales de su apetito, ya que el alcalde se mostraba decidido a no clausurar sus playas. Las escenas que mostraban al jefe de policía Martin Brody, el oceanógrafo Matt Hooper y el cazador de tiburones Quint a bordo del Orca, la embarcación del último, funcionaban como un reloj a la hora de generar esa sensación en alta mar de tensa calma antes de la tempestad, mientras que los ataques del tiburón consiguieron impactar sin enseñar, casi nunca, a un monstruo cuya amenaza, no obstante, sobrevolaba cada fotograma. La música memorable de John Williams y los planos subjetivos que mostraban el avance del depredador hacia sus presas fueron sus armas para crispar los nervios de unos espectadores que llenaron las salas de cine hasta el punto de que Tiburón podría considerarse el primer blockbuster veraniego de la Historia del Cine —fue el filme más taquillero de todos los tiempos (con unos 470 millones de dólares recaudados), hasta la llegada de La guerra de las galaxias (1977), dos años más tarde—, y madre de lo que conocemos como cine comercial. A raíz de aquel éxito llegarían tres secuelas oficiales —Tiburón 2 (Jeannot Szwarc, 1978) es, hay que reconocerlo, una digna secuela, contando aún con el protagonismo de Roy Schneider y con algunas estupendas secuencias de ataques del escualo, mientras que en Tiburón 3-D (Joe Alves) y Tiburón, la venganza (Joseph Sargent, 1987) resultó imposible encontrar el más mínimo rastro de la maestría de Spielberg– y una multitud de terrores acuáticos de toda índole, entre los que Orca, la ballena asesina (Michael Anderson, 1977) y Piraña (Joe Dante, 1978) podrían considerarse sus sucedáneos más reivindicables. La crítica también respondió de forma unánimemente favorable, siendo considerada todo un clásico del cine que confirmó a Spielberg como el nuevo chico de oro de Hollywood y le hizo debutar en los Oscars, obteniendo tres premios: Montaje, música y sonido.

    Estados Unidos, 1975. Título original: «Jaws». Director: Steven Spielberg. Guion: Peter Benchley, Carl Gottlieb (Novela: Peter Benchley). Productores: David Brown, Richard D. Zanuck. Productora: Zanuck/Brown (Distribuidora: Universal Pictures). Fotografía: Bill Butler. Música: John Williams. Montaje: Verna Fields. Reparto: Roy Scheider, Richard Dreyfuss, Robert Shaw, Lorraine Gary, Murray Hamilton, Carl Gottlieb, Jeffrey Kramer, Susan Backlinie.

    01| LA LISTA DE SCHINDLER

    Schindler's List, 1993.

    Spielberg no se sentía preparado para emprender un proyecto tan complejo como el de llevar a la gran pantalla la historia de los judíos de Schindler, por lo que trató de encontrar un director adecuado antes de decidirse, finalmente, a tomar las riendas de la que acabaría siendo esa obra maestra con la que se terminaría ganando el reconocimiento definitivo de cierto sector de la crítica que aún le tenía (incomprensiblemente) encasillado en el cine más comercial. La lista de Schindler llegó en el momento perfecto, cuando el director acababa de superarse a sí mismo en la taquilla con Jurassic Park, y necesitaba un trabajo más ambicioso a nivel artístico. Y este se lo brindó a la odisea a la que se enfrentó, después de la invasión de Polonia por las tropas nazis, el empresario alemán Oskar Schindler (Liam Neeson nunca ha estado mejor, es el papel de su vida), ayudado por un contable judío, Stern (entrañable Ben Kingsley) y de su talento innato para los negocios y las relaciones sociales, hasta conseguir salvar de una muerte segura en los campos de concentración nazis a más de 1200 personas a las que contrató como operarios en su fábrica, aun dilapidando toda su fortuna en beneficio de aquella causa. El contrapunto maligno a estos dos personajes lo puso Ralph Fiennes, componiendo con maestría a uno de los mayores monstruos del cine moderno, el desalmado comandante nazi Amon Goeth. Imposible olvidar escenas, tan impactantes que hielan la sangre, como aquella en la que, por diversión, dispara desde un balcón contra prisioneros del campo, o esos tensísimos momentos de intimidad que compartía junto a la criada judía Helen Hirsch (sorprendente Emberth Davidtz), donde manifestaba un más que evidente conflicto interior en el que chocaban frontalmente el odio que profesaba a los judíos y la atracción (incluso tormentosos sentimientos cercanos al amor) que le despertaba la joven. Spielberg supo contener su consabida propensión al sentimentalismo para sumergir al espectador en todo el horror de uno de los episodios más tremendamente dolorosos y vergonzantes de la Segunda Guerra Mundial, no escatimando en imágenes de gran dureza —algunas dotadas de una impactante violencia gráfica difícil de soportar (esa incineración de los más de diez mil judíos asesinados en la masacre del gueto de Cracovia y el campo de Plaszów) y otras que alcanzaban altísimas cotas de sadismo emocional (esas mujeres y niñas desnudas y hacinadas en unas duchas, temblando de terror ante la idea de estar viviendo sus últimos instantes de vida en una cámara de gas)— que la magistral fotografía en blanco y negro de Kaminski terminó de convertir en inmortales. Sin embargo, también hay espacio, entre tanto horror, para el lirismo, presente en un controvertido pasaje que tenía como protagonista a aquella pequeña niña vestida con un abrigo rojo (color que viene a simbolizar el brillo de la esperanza en aquellos tiempos oscuros), caminando perdida por unas calles asediadas por los nazis, entre disparos y cadáveres de judíos asesinados en los paredones. Una imagen que, por su trágico desenlace, consiguió noquear de manera contundente al espectador. La lista de Schindler emergió como un desgarrador drama humano, maravillosamente narrado a lo largo de tres inmersivas horas (más que una simple película, podría catalogarse como toda una experiencia), que encontró en John Williams un aliado necesario para el éxito, componiendo para la ocasión uno de los trabajos musicales más conmovedores de su amplia carrera. Este monumental trabajo le valió a Spielberg, por fin, su primer Oscar como mejor director, saldando la Academia una de las mayores deudas que hasta entonces tenía con uno de los grandes nombres del cine de todos los tiempos. También se llevaría los de mejor película, guion adaptado, montaje, fotografía, banda sonora y diseño de producción, además de arrasar en, prácticamente, la totalidad de citas de los premios de aquel año, sin duda, el mejor de la carrera del cineasta. No es solo su película más aclamada, sino también una de las que mejor han sabido plasmar, en toda la dimensión de la tragedia, el Holocausto nazi en la Historia del Cine.

    Estados Unidos, 1993. Título original: «Schindler's List». Director: Steven Spielberg. Guion: Steven Zaillian (Novela: Thomas Keneally). Productores: Branko Lustig, Gerald R. Molen, Steven Spielberg Productoras: Universal Pictures, Amblin Entertainment. Fotografía: Janusz Kaminski. Música: John Williams. Montaje: Michael Kahn. Reparto: Liam Neeson, Ralph Fiennes, Ben Kingsley, Caroline Goodall, Jonathan Sagall, Embeth Davidtz, Malgorzata Gebel, Shmuel Levy, Mak Ivanir, Béatrice Macola.


    José Martín León |
    © Revista EAM / Madrid


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