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    Crítica | Destello bravío

    El bosquejo caprichoso de un discurso

    Crítica ●/☆☆☆☆☆ de «Destello bravío», de Ainhoa Rodríguez.

    España. 2021. Título original: Destello bravío. Director: Ainhoa Rodríguez. Guion: Ainhoa Rodríguez. Productores: Lluís Miñarro, Ainhoa Rodríguez. Productoras: Tentación Cabiria, Eddie Saeta S.A., Lluís Miñarro Producciones. Fotografía: Willy Jauregui. Música: Paloma Peñarrubia, Alejandro Lévar. Montaje: José Luis Picado. Reparto: Isabel María Mendoza, Carmen Valverde, Guadalupe Gutiérrez, Isabel Valverde, Isabel María Giraldo, Ángela González, María Sosa, Petra Parejo, Valentina Jiménez, Noelia Montero, Inma Pedrosa, Vicente Calero.

    La modalidad de producción cinematográfica que se conoce como «película de dispositivo» —filmes que funcionan más como una tesis audiovisual de su responsable que como una ficción— es habitual en el cine de autor español. Sin ir más lejos, el año pasado se estrenó Lúa vermella, el último trabajo de Lois Patiño. La cinta del director gallego cuenta con un hilo argumental que a duras penas puede denominarse trama, componiéndose en cambio de un conjunto de situaciones —más que de escenas— con las que desarrollar una propuesta formal estricta, milimétrica, basada en un trabajado uso del plano general, con el que se retrata al ser humano rural en su entorno. El realizador convierte la tradición gallega, sus mitos e historias de las aldeas, en el escenario donde desarrollar un filme de terror, estéticamente cercano a las propuestas de la nueva corriente del género que se ha bautizado como elevated horror. De lo más terrenal y cotidiano, del pueblo y sus rutinas y escenarios tradicionales, se llega a lo onírico y lo fantástico, a una historia de fantasmas y seres sobrenaturales. Todo ello sin perder nunca de vista el aspecto antropológico, una de las claves del cine de Patiño, como ya había demostrado en su anterior largometraje, Costa da morte, donde la pequeñez del ser humano y su condición vulnerable, su posición a merced de una naturaleza frondosa y salvaje, era todavía más palpable.

    A tenor de lo que se puede observar en la prensa española, analizar Destello bravío sin apoyarse en referencias a otros autores, a otros cines, parece imposible, y esta crítica no será una excepción. Sin embargo, encuentro problemáticas las referencias a figuras como Luis Buñuel, Federico Fellini y David Lynch, los tres nombres más repetidos en los diferentes textos disponibles hasta la fecha en las cabeceras más importantes de nuestro país. Puede que muchos de estos artículos encuentren justificación a la precipitación con que dichas afirmaciones parecen haber sido vertidas en el hecho de que hayan sido escritas en medio del ajetreo, las prisas y la falta de tiempo para una reflexión y posterior redacción reposadas a las que un festival de cine nos empuja —la cinta ha pasado por los festivales de Rotterdam y Málaga, entre otros—, pero quizás habría que plantearse si acaso todo retrato del mundo tradicional en clave estrambótica directamente remite al cine de Fellini, si toda aproximación a lo onírico convierte una obra en heredera de David Lynch, o si todo pueblo donde suceden cosas extrañas está necesariamente ligado al universo Twin Peaks. Al mismo tiempo, podría resultar en principio paradójico aproximarse al filme en estas coordenadas, si se tiene en cuenta que su autora, Ainhoa Rodríguez, se ha propuesto hacer una película nunca antes vista, algo tan loable como complicado a estas alturas de historia del cine. Esta paradoja la señala, entiendo que de manera involuntaria, el propio Sergi Sánchez en su crítica para Fotogramas, cuando, tras iniciar el texto señalando que la España vacía que se retrata en Destello bravío es una reformulación, en clave extremeña, del lynchiano pueblo de montaña del norte de Estados Unidos, y tras introducir una referencia a Buñuel a mitad de escrito, cierra su artículo señalando que se trata de «una película sobre el deseo femenino –estancado, reprimido, pero finalmente desbordante– que no se parece a ninguna otra». ¿Estamos ante «un OVNI» cinematográfico, como señala Enric Albero, o ante un filme de claro corte metacinematográfico? Probablemente las dos cosas y ninguna a la vez, y diría que ese es su principal problema.

    Más allá de las intenciones de su autora, lo cierto es que Destello bravío sí se parece a otras cintas, algo que en ningún caso reduce sus valores artísticos. No cuesta encuadrar el filme dentro del «otro cine español», hasta el punto de que comparte estrechos vínculos con las propuestas del autor con el que se ha abierto este análisis. El primer largometraje de la directora recoge el día a día del pueblo extremeño de Puebla de la Reina, un lugar donde ha estado viviendo nueve meses antes de comenzar el rodaje, para integrarse dentro de la dinámica del lugar, conocer a sus gentes y establecer una estrecha colaboración artística con estas. A la hora de rodar, la autora ha utilizado una modalidad de cine que parte del documental observacional para arribar a la estilización formal propia del cine de autor vanguardista. La cineasta filma a sus personajes mayoritariamente en planos generales en las escenas que transcurren en exteriores, donde puede observarse el influjo opresivo del ambiente sobre el ser humano. Como si de una cinta del neorrealismo italiano se tratase, el escenario condena al personaje a un modo de vida inamovible, normalmente precario —en este caso, la precariedad es principalmente emocional—, y del que no podrá escapar. Al mismo tiempo, Rodríguez estira los márgenes del retrato documental —pues ha contado con un grupo de actores no profesionales que se interpretan a sí mismos— hasta alcanzar los límites del fantástico. Como ocurre en Lúa vermella, donde la tradición encuentra con facilidad conexiones con lo sobrenatural, Destello bravío conecta ambos mundos mediante la planificación del encuadre y el tratamiento fotográfico. Por último, en este caso también cuesta hablar de personajes, habida cuenta de la cantidad que hay, y de la voluntad de la cineasta por crear un retrato coral que hable de los temas en un sentido colectivo. El filme de Rodríguez es, por tanto, muy similar al estilo de Patiño, pero con una diferencia: mientras el gallego tiene claro que su cine va sobre él, sus intereses y su mirada sobre el mundo, la extremeña no termina de decidir si quiere hacer una película sobre ella o sobre sus personajes, o, mejor dicho, aunque inicialmente quiera ofrecer un retrato cercano a lo documental sobre estos personajes, en última instancia todas sus imágenes delatan que lo que prima es su mirada y su juego con lo experimental.

    Destello bravío, Ainhoa Rodríguez.
    Sección oficial de los festivales de Róterdam y Málaga.

    «Hija de nuestro tiempo, Destello bravío es una cinta plagada de ideas visuales y narrativas solo apuntadas, apenas desarrolladas, a la espera de que alguna resuene en el espectador, y que se conforma con abrazar un discurso tan agradecido como el feminista para ofrecer una reflexión estereotípica y superficial, que se queda en el bosquejo de un discurso que nunca llega».


    Esta confusión, falta de concreción, o falta de honestidad para consigo misma y el resto de involucrados en el rodaje, a la hora de decidir qué tipo de película se ha querido filmar, provoca la carencia de un discurso cerrado y contundente. Esto se observa en la facilidad con que se confunde lo siniestro con lo simplemente estrambótico, lo perturbador con la provocación facilona, y lo surreal con lo arbitrario. En el filme hay mucho del estilo del productor de la misma, Lluís Miñarro, un autor que en su último largometraje, Love Me Not, ya ofrecía un recital de imágenes y situaciones pretendidamente rompedoras. Algo muy similar sucede en Destello bravío, una obra que confunde el discurso político con la soflama ideológica, y que se pierde en su remolino esteticista que parece ser y decir mucho, pero que resulta una acumulación de superficialidades. Se aprecia el tratamiento de la España vaciada, con su estatismo, o su shock, previo a la desaparición. También resulta valiosa la propuesta inicial de dar voz, no solo a mujeres, sino más concretamente a mujeres maduras del medio rural, un colectivo pocas veces protagonista en el cine —o cualquier otro aspecto de la vida—. Sin embargo, en última instancia Ainhoa Rodríguez no parece tener claro si quiere reflexionar sobre sus vidas y denunciar las injusticias del patriarcado, crear una cinta de realismo mágico donde lo rural encuentra su contraplano en lo sobrenatural, o provocar con el retrato no normativo del deseo sexual. Quizás la escena que mejor retrata este estado de indefinición y pretenciosidad es la que, en general, ha sido más alabada: aquella donde un grupo de señoras se reúne en una fiesta en la que el hambre de dulces torna en hambre de carnes, dando lugar a una especie de orgía lesbiana, a la postre tan pretendidamente rompedora como finalmente contenida, no solo en lo referente a las actuaciones y las situaciones dramáticas, sino también en el plano formal y discursivo. Si la intención es reflexionar sobre la vida de estas mujeres, poco sentido tiene llevarlas por este camino visualmente hiperesteticista y narrativamente caprichoso, que apenas dice nada sobre sus vidas —a nadie se le debería escapar que, a la hora de la verdad, estos personajes son tratados como meras herramientas para la tesis visual—; si la intención es denunciar la represión del patriarcado sobre la mujer, la gratuidad juguetona de la escena reduce la protesta a una situación difícil de tomar en serio; y si la intención es provocar a la audiencia con el retrato de cuerpos no normativos que tocan y desean, es difícil que en pleno 2021 una escena en realidad tan tibia y tímida escandalice al público. Hija de nuestro tiempo, Destello bravío es una cinta plagada de ideas visuales y narrativas solo apuntadas, apenas desarrolladas, a la espera de que alguna resuene en el espectador, y que se conforma con abrazar un discurso tan agradecido como el feminista para ofrecer una reflexión estereotípica y superficial, que se queda en el bosquejo de un discurso que nunca llega.


    Yago Paris |
    © Revista EAM / Madrid


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