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    Crítica | Tenet

    Kaloseîdoscopio

    Crítica ★★★☆☆ de Tenet, de Christopher Nolan.

    Reino Unido, Estados Unidos, 2020. Título original: Tenet. Dirección: Christopher Nolan. Guion: Christopher Nolan. Compañías: Syncopy Production, Warner Bros. Producción: Christopher Nolan y Emma Thomas. Distribución: Warner Bros. Música: Ludwig Göransson. Fotografía: Hoyte van Hoytema. Montaje: Jennifer Lame. Reparto: John David Washington, Robert Pattinson, Elizabeth Debicki, Kenneth Branagh, Dimple Kapadia, Aaron Taylor-Johnson, Michael Caine, Clémence Poésy, Martin Donovan, Himesh Patel, Andrew Howard, Yuri Kolokolnikov, Fiona Dourif, Jonathan Camp, Wes Chatham, Marcel Sabat, Anthony Molinari, Rich Ceraulo, Katie McCabe, Mark Krenik, Denzil Smith, Bern Collaco, Laurie Shepherd. Duración: 150 minutos.

    Ver una película de Christopher Nolan es confrontar un caleidoscopio. Literalmente del griego clásico: «instrumento para observar (-scopio) formas (eîdos) hermosas (Kalos)». Sería como mirar a través de un tubo, que en su interior tiene varios espejos inclinados y, en su extremo, dos láminas de vidrio que poseen objetos irregulares, cuyas imágenes se va multiplicando simétricamente al ir dándole vueltas. Cada imagen correspondería al reflejo de uno de los espejos, pero al moverlas se van solapando creando nuevas eîdos con total autonomía significante con respecto a las otras. El movimiento otorga un nuevo significado, de alguna manera, es lo que hace el cine, a través del movimiento, renace la quietud. La imagen fotográfica se mueve, otorga más que significación, que también, verosimilitud, parece “real” y todo gracias al efecto escópico, a la acción de mirar. Por tanto, espiemos a través del caleidoscopio Tenet (2020), puede que sea una experiencia compleja pero también fascinante.

    El primer espejo al que mirar es el inicio del relato. Nolan nunca comienza, siempre epata primero, y en este caso, lo hace con humor. La historia empieza en Ucrania en los prolegómenos de un espectáculo, un concierto de música. Como se puede comprobar, el director establece su analogía con el cine desde el mismo punto de partida. El director de orquesta manda callar a sus músicos con la batuta y, poco a poco, los diversos instrumentos se irán silenciando para que podamos oír, perfectamente, cómo el sonido de una bala, impactando en el director, irrumpe y aturde. Además de poder deslumbrar, si lo puedes hacerlo con ironía, mucho mejor. La primera víctima del relato es su propio maestro de ceremonias. Nada más iniciarse la narración y ya se ha quedado huérfana de su demiurgo, traspasándole quizá esa responsabilidad (la de construir la diégesis) al espectador. Un relato clásico es eso, alguien cuenta algo o lo lee y el depositario de esa narración se lo imagina. Continuemos. Inmediatamente, entran en escenas unos hombres armados, acompasados con la banda sonora del filme, donde prevalecen los graves, y con la banda de sonido, donde los efectos de disparos y gritos del público aterrado, nos ayudaran a impregnar de más “realismo” el “escenario”. Estos dos últimos términos podrían resumir ellos solos el devenir de toda la filmografía nolaniana, causa y efecto que en Tenet se irán contradiciendo; alterando si se quiere su orden. En esa génesis narrativa, el primer espejo sería toda esa secuencia donde, anteriormente, hemos visto cómo los espectadores van entrando en la sala y se produce un movimiento de cámara de retroceso, ligeramente escorando hacia la derecha. Antes de que exploten los fuegos artificiales, es como si el punto de vista huyese del escenario del epicentro y, al mismo tiempo, al retroceder la cámara, se confrontase con la propia estructura de la sala haciendo de telón, cayéndose, cegando la mirada del espectador. Antes de la acción su inacción. No estamos ante nada novedoso en el cine de Nolan, está mostrándonos otro ejemplo de manipulación temporal tan característico en su obra.

    El segundo espejo sería el atrevimiento de atravesarlo. Es decir, dejarnos llevar de la mano de Nolan, inmiscuirse en su desafío, por tanto ser su juguete. Como todo en su cine, resulta más acertado hablar de diégesis, ya que la multiplicación de las tramas, más digeribles que en la maravillosa matrioshka Origen (2010), se van sucediendo cronológicamente, como las sucesivas pruebas a las que tendrá que enfrentarse el héroe (John David Washington), desde escalar una torre en Bombay hasta conseguir un cuadro en un aeropuerto en Oslo, o en flashback cuando el personaje de Kat (Elizabeth Debicki) cuenta lo que sucedió en un yate y después regresará a ese mismo momento o cuando el personaje de Neil (Robert Pattinson), retrocediendo literalmente en una misma secuencia llega a un momento anterior de dicha secuencia o, rizando el rizo, existe un momento donde uno de los actantes estaría temporalmente en el pasado pero comunicándose con el futuro por un móvil. Es el más difícil todavía marca de la casa. En una misma secuencia un mismo personaje está conectado en flashback y flashforward. Queda, pues, en nuestra mano (y nuestra mente) el poder discriminar lo que acontece ante nuestros ojos.

    Tenet, Christopher Nolan.
    Fuegos de artificio.


    «Todos los espejos que miramos en Tenet, todas sus opciones visuales, sus kalos eîdos, aluden a sus reflejos, a la posibilidad de una realidad, a un simulacro mismo. La realidad ya no existe nos quiere hacer ver Nolan; el demiurgo ha resucitado, advirtiéndonos que nos preparemos para su realidad. Una en la que sujeto, verbo y predicado no siempre van en ese mismo orden pero que coinciden en la fisicidad de lo que representan cada parte de esa estructura gramatical».


    Estrujar el relato y amoldarlo, nada nuevo, por otra parte en la trayectoria del cineasta de origen británico. Memento (2000), sin duda alguna, es la primera piedra de esa Escalera arriba y escalera debajo (1960) de M.C. Escher que suelen ser las historias que edifica el director. Agarrar el tratamiento surrealista en sus propuestas es una alternativa que en Tenet cobra sentido. No existe opción más delirante que la del tratamiento del movimiento y, por lo tanto, no existe mejor arte que lo trate que el séptimo. Idas y venidas, lo que decíamos al principio, causas y efectos que se van contradiciendo en la propia estructura de la película. Se podrían catalogar de hiatos narrativos, donde el espectador se desvanece para despertar no ya en otro mundo, sino en otro momento, donde leyes físicas que cree conocer no tienen mucho sentido. Donde los contrarios son los opuestos y donde ocurren las situaciones más espectaculares de la trama de espías y detectives de Tenet. No tendríamos que olvidar una cosa: la importancia de la diégesis en la película, no como elemento formal, si no esta vez como señal de hacia dónde nos dirigimos. Algo que evoca una de las máximas en su cine y que no conviene dejar pasar por alto. Luis Martínez nos lo recuerda en un artículo de El mundo digital (26/08/2020) cuando el director dijo: «Trabajo para devolver al cine la fascinación de la huida». Y, así es, su último filme es un acto de evasión enraizado en el sustrato de la propia imagen.

    Por ahí van los tiros de donde ubicar el tercer espejo, en el artificio propiamente dicho. Todos los espejos que miramos en Tenet, todas sus opciones visuales, sus kalos eîdos, aluden a sus reflejos, a la posibilidad de una realidad, a un simulacro mismo. La realidad ya no existe nos quiere hacer ver Nolan; el demiurgo ha resucitado, advirtiéndonos que nos preparemos para su realidad. Una en la que sujeto, verbo y predicado no siempre van en ese mismo orden pero que coinciden en la fisicidad de lo que representan cada parte de esa estructura gramatical. El cuestionamiento del actante por ejemplo, de quién es el sujeto, ya no es posible. En Tenet somos testigos, ni siquiera tiene un nombre, el mismo reclama su puesto al final de la historia, él es el protagonista. Nolan una y otra vez nos invita a que observemos a través del caleidoscopio para comprobar que por muchas imágenes que veamos o por muchas que consumamos, lo importante reside entre nuestras manos, en un aparato, en un objeto que nos permite distraernos. No está mal mirando los tiempos que corren | ★★★☆☆


    José Amador Pérez Andújar |
    © Revista EAM / Madrid



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