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    Festival Ibérico 2020 | Primera sesión

    Primera sesión

    Festival IBÉRICO 2020.

    En el cine, todo lo que se filma o encuadra puede significar varias cosas. Hemos hablado numerosas veces de un cine espejo, en el que mirarnos, o en el que reflejar la realidad que nos rodea, pero la auténtica verdad es que la ficción, y el poder de las imágenes, acarrean el traspaso de todas las dimensiones de nuestro tiempo. Filmamos lo que vemos, pero también, y esto es algo atribuible en parte al dispositivo cinematográfico, filmamos lo que está por venir, lo que nos gustaría sentir, o por contra, lo que jamás querríamos ver fuera de la pantalla. En la imagen conviven diversas capas de sentido. Cineastas, docentes y escritores han definido la imagen del cine no solo como algo fotográfico, mera representación física de un objeto, sino como algo poético, y aquí podríamos subrayar la interpretación del santanderino Paulino Viota: «una relación o asociación entre dos cosas, algo puramente mental, el equivalente cinematográfico a lo que es la metáfora en literatura».

    Metáfora igualmente entre las líneas del tiempo de un verano a otro. De los cambios continuos de escenarios y formas a las que debemos reponernos. De un tiempo mutable, denso y gaseoso, recordándonos impío lo efímero de la existencia. Nadie hubiera apostado el año anterior por un escenario extrañamente apocalíptico como al que nos tenemos que enfrentar en esta 26ª edición del Festival Ibérico de Cinema Cortometrajes. El escenario habitual de la terraza del López de Ayala se transforma en los jardines del MEIAC. Hemos pasado de estar en las alturas a permanecer a ras del suelo para mirar de frente a imágenes que nos interpelan exponiendo la debilidad de nuestro mundo. Curioso que esta primera noche de festival el contraplano de esas imágenes de tantos trabajos audiovisuales sea un peculiar patio de butacas con espectadores más separados de lo normal ataviados con mascarillas. El cine, la ficción, parece haberse intercambiado los papeles con el público.

    Una de las consignas que mejor reflejan los contenidos de esta edición es el retrato de la feminidad tanto dentro como fuera de la pantalla. Significativo que los cuatro cortometrajes extremeños presentados a concurso estén dirigidos por mujeres, no como una simple cuestión de paridad o reivindicación sino como un termómetro de la riqueza audiovisual del panorama cinematográfico actual. La búsqueda de la identidad por parte de diversos colectivos y la manera de integrar el discurso social, demoledor del presente, a través de la poliformidad de los recursos técnicos, son parte del estiramiento y prolongación del efecto metáfora del cine. En el largometraje Una canta, la otra no (Agnés Vardá, 1973), la cineasta detalla la amistad entre dos mujeres a lo largo de varias décadas. Todo comienza cuando una de las protagonistas paseando por la calle se encuentra con un negocio en el que vemos expuestos retratos de mujeres. Al entrar, la chica reconocerá en una de las fotografías a la que fuera su vecina. Lo especial de esos retratos es la manera que tiene el autor de captar las miradas al vacío, en lúgubres fuera de campo. Imágenes de infinita tristeza que sin embargo pretenden hallar la autenticidad de la mujer. El autor, ausente, en eterno conflicto consigo mismo, quiere encontrar la desnudez absoluta de la mujer en sus trabajos. Pero las mujeres, en este caso de Vardá, son mujeres que aprenderán a desligarse de la mirada melancólica del hombre. Mujeres que pasan de ser amas de casa, mantenidas, madres, o viudas, a ser paisaje libre e independiente. Se miran y se reflejan pero no quieren cerrarse a un marco de proporciones diminutas, ni al pensamiento de los demás. En un contexto de liberación, en pleno auge de los movimientos sociales y del movimiento feminista francés, la excelente realizadora de Cleo de 5 a 7 (1962), filma una obra atemporal. La belleza de sus planos, y la inteligente manera de narrar el paso del tiempo sirven ahora mismo de perfecto espejo para medir determinadas visiones de las generaciones de cineastas que nos ocupan. Sus retratos de igual manera son ideas abstractas de una identidad que no se conforma con cerrarse al encuadre cinematográfico.

    TQ & Sachiko

    El certamen abrió con TQ (María Sánchez Testón, 2020), en el que la mujer antepone su propia identidad para asumir la de un fantasma. Es una de las cuatro propuestas extremeñas a concurso, rodada íntegramente en la ciudad de Cáceres. Mario (Alberto Amarilla) es incapaz de superar la muerte de su esposa. Acude diariamente a una cafetería en donde Marta (Nuqui Fernández), le atiende obnubilada, perdidamente enamorada de él. Una mera coincidencia llevará a Marta a hacerse pasar por redes sociales a una mujer idéntica a la esposa fallecida de Mario. La directora indaga en la dificultad de mantener relaciones directas, cara a cara, amparándose en la ambigüedad de los lenguajes del móvil, al mismo tiempo que deja entrever interesantes discursos sobre la imagen líquida y los aspectos fantasmáticos del amor. Destacar la atmósfera elegida por la directora, abriendo el relato con un sueño enigmático en blanco y negro, en contraste con los tonos neutros y cotidianos de la rutina diaria. No quedan en tierra de nadie los paralelismos con Vértigo (Alfred Hitchcock), dentro de una herencia bien incorporada en el romanticismo tétrico, obsesivo, en el que los fantasmas del pasado renacen de formas desiguales e inimaginables.

    Sachiko (Miguel Esteve, 2020) supone un microcorto de apenas cinco minutos rodado en formato vertical 9:16. Una pequeña joya filmada con cámaras de móvil integrada en las narrativas de los stories de Instagram. Una audaz manera de contar historias gracias a los mecanismos del presente. Notable la apuesta de Esteve por el formato, siendo un mecanismo más de la narración. La estrechez del encuadre propicia una especie de jaula en donde el autor encierra a sus criaturas, en este caso una mujer japonesa que desea cumplir el sueño de ser bailarina. Una bonita parábola de la liberación. Un personaje que se revela y opone a los condicionantes de la propia ficción. Uno tiene la sensación de que en cualquier momento la pantalla se abrirá y el formato acabará por ensancharse, con destellos a la cinta Mommy (Xavier Dolan, 2015), en la cual el aspect ratio 1:1 conllevaba un interés psicológico, mucho más allá de la envoltura estética.

    Loca, Casa & Tres veces

    Al principio hablábamos de los reflejos femeninos. Es curioso pero la mitad de los trabajos a concurso este año contienen alguna escena en donde la mujer tiende a mirarse en espejos de baños, o verse en reflejos. Igualmente muchas de las escenas ocurren dentro de cuartos de baño o en cocinas, lugares comunes de la vida ordinaria. Esto puede tomarse en un sentido doble como una apuesta por el pensamiento único, o por un ambicioso devenir del lenguaje, que a base de repetir fórmulas alcanza a entretejer un discurso pesadillesco de la pérdida de valores. Miradas, algunas con mayor fortuna que otras, con niveles mínimos de variación que cuestionan de nuevo nuestro papel como espectadores. La excelente Loca (María Salgado Gispert, 2020), supone uno de los mejores cortometrajes de este año. Quizás el mejor de los ejemplos en cuanto al papel determinante de la mujer en el encuadre fílmico. Una línea continua del papel activo de ciertas mujeres que han perdido la autoestima por completo. Sofía (Mercedes Castro) trabaja de limpiadora para un ETT en un colegio. Iván (Gonzalo Ramos) es profesor de extraescolares. Ella mira a escondidas las clases de Iván, que enseña patinaje a los niños. Salgado expone esa mirada fuera del encuadre, alejada de la verdadera escena. Es una testigo de los hechos, que no maneja la acción de los acontecimientos. Poco a poco, esa mujer pasiva pasará a dominar la escena, entablando conversación con el profesor, quien le dará libertad para moverse dentro del encuadre que momentos antes solo podía percibir desde fuera. La intensidad con la que esa mujer decide sumarse al plano activo es el sinónimo del reencuentro con su femineidad. La directora entronca con los retratos de la mujer en el cine de John Cassavetes, sobre todo a las maravillosas mujeres encarnadas por la inolvidable Gena Rowlands. Un ejercicio francamente estimulante.

    El terror sigue siendo uno de los géneros más adecuados a las coordenadas del formato corto. Casa (Alberto Evangelio, 2019) alberga una inteligente escritura de guion en el que los tintes sociales tienen cabida por medio de elementos del fantástico. Perteneciente al subgénero de casas encantadas, el director da forma al terror de los desahucios mostrando un manejo perfecto de los tempos y del crescendo de la acción. Llama la atención cómo usa los altos y simétricos edificios de Benidorm para maximizar el aire de asfixia y perturbación, un paisaje en este caso muy significativo de los tiempos de la burbuja inmobiliaria. También causan efecto los tonos grises, apagados, del etalonaje, y el aprovechamiento de los efectos digitales. Un producto de factura impecable que evoca en parte al horror de origen asiático, o a las películas de metraje encontrado.

    En Tres veces (Paco Ruíz, 2020) vemos un loable acercamiento a los abusos de poder en las relaciones sexuales ubicado en un terreno próximo al thriller. Mario (Koldo Olabarri) organiza un encuentro sexual por internet con un maduro desconocido mientras sus padres están fuera de casa. Esta premisa ofrece al director la facultad de ejercer un ejercicio de tensión en donde establecer dos líneas temporales que acaban por interponerse. Para ello buscará el punto de vista del observador, filmando los cuerpos y el sexo desde una perspectiva distante, sin llegar a inmiscuirse por completo. Esto favorece la intriga, jugando con la presencia del hombre maduro, en este caso un extranjero, que toma control sobre el muchacho. El cortometraje ofrece un duro mensaje de fondo, critico en varios sentidos. Por un lado, los abusos en la diferencia de edad y estatus, luego los peligros de la clandestinidad y, por último, el recelo familiar y la conciencia social. Un filme incomodo que sabe alterar nuestra mirada.

    Pizza, Confeti & Mad in Xpain

    La comedia consigue en esta edición un papel determinante. A lo mejor es simple carambola, pero nos gustaría pensar en una casuística que ayude a digerir mínimamente los terribles acontecimientos del presente. Es natural y ad hoc a los mecanismos y tics de la comedia integrarlos en una exploración de lo que nos rodea con acertado pensamiento crítico. Tanto Confeti (Mila Luengo & Sergi Miralles, 2020), como Pizza (Iñaki Rikarte, Aitor de Kintana, 2019), marcan las pautas y melodías de esa comedia, a veces bufa y otras mordaz y socarrona, que tanto gustan al público. La primera es una fantasía de corte musical, como puede verse en la secuencia de apertura emulando los bailes y colores de la exitosa La La Land (2016), con música jazz de fondo. Los realizadores abrazan el modelo de sitcom con un personaje principal algo torpón e inocente. El relato abarca diversos roles estableciendo correspondencias entre la masculinidad en crisis de la mediana edad y la adicción a las aplicaciones de móviles, en este caso las citas por Tinder. En el otro lado, Pizza, es un corto muy divertido rodado en formato sketch, en el que la relación cliente y proveedor es proyectada de un modo muy peculiar. Es un cortometraje directo que posee sus principales bazas en el guion, capaz de conjugar la risa con la acidez en contra del establishment de consumo.

    Dejamos para el final uno de los cortos de animación presentados este año a concurso. Mad In Xpain (Coke Riobóo, 2020) rebusca en la paradoja, haciendo un uso paródico de uno de los títulos clave del cine distópico y apocalíptico de todos los tiempos. Precisamente y sin buscar catastrofismos innecesarios, la primera película de la saga Mad Max protagonizada por Mel Gibson estaba ambientada en el año 2021. El apocalipsis nuclear, la guerra por la gasolina y la lucha por la supervivencia no distan mucho de las hecatombes en cadena que estamos sufriendo en este fatídico 2020. El polifacético Riobóo, animador, músico y compositor, resalta el valor del corto de animación como espacio de libertad. Le avala una trayectoria intachable, ganador del Goya al mejor cortometraje de animación con El viaje de Said (2006), y nominado en la misma categoría con su anterior trabajo Made in Spain (2016). En esta especie de secuela el director madrileño apuesta de nuevo por la técnica del stop-motion para transformar y convertir en términos cinematográficos un sinfín de referencias y popurrís culturales. La naturaleza ibérica y el humor berlangiano se junta con el surrealismo de Fellini, el cine de Sorrentino o hasta el expresionismo alemán de Fritz Lang. Una miniatura, divertidísima, irreverente, que atesora muchos meses de rodaje y posproducción.


    David Tejero Nogales |
    © Revista EAM / Badajoz


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