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    Crítica | Nuestras derrotas

    La formación de una conciencia

    Crítica ★★★★☆ de «Nuestras derrotas», de Jean Gabriel Périot.

    Francia, 2019. Título original: Nos défaites. Dirección y guion: Jean Gabriel Périot. Productores delegados: Frédéric Dubreuil, Sarah Derny. Directoras de fotografía: Manon Fourneyron, Sophonie Ngokani Belkie. Asistente de sonido: Dana Farzanehpour. Montador de sonido: Colin Favre-Bulle. Asistentes de dirección: Alia Mamdane, Vincent Kessler. Ingenieras de sonido: Claire Goldmann-Fournier, Ségolène Fuila. Asistente de cámara: Amine Berrada. Montador: Jean-Gabriel Périot. Autor de la música: David Georgelin. Mezcladora: Laure Arto. Duración: 96 minutos.

    La trayectoria cinematográfica de Périot ni es corta ni es reciente, lo que no significa que tenga repercusión entre los espectadores españoles porque su obra permanece reservada al ámbito de los festivales, por lo que no nos queda otra cosa que celebrar el estreno comercial de su última película. Su obra transita entre el documental y la ficción con la solvencia de quien sabe que la línea que puede delimitar ambos territorios es muy fina y permeable. Es un cine apegado a la realidad del tiempo que nos toca vivir, pero sin perder de vista un pasado que influye notablemente en nuestro presente. Ahora se aproxima a Mayo del 68, pero no de una manera canónica transportándonos en el recuerdo de lo que aquello pudo ser y lo que pudo transformar o convertirse más en mito que en realidad, sino enfrentando a adolescentes del presente con las consignas cinematográficas del pasado y entablando un diálogo constante entre lo que se ve y lo que se entiende a partir de lo visto. El director escarba entre el grupo de jóvenes con los que experimenta sus referencias personales para hablar de los grandes temas que llegan a acaparar la vida diaria y, así, comprobar cómo el mundo de 1968 y el mundo de 2018 en que se rueda Nos défaites pueden estar mucho más próximos de lo que nos parece.

    Un cinéfilo podrá reconocer alguno de los diálogos que los chicos leen, recitan o interpretan ante la cámara, y evidentemente el más revelador será aquél en el que se levanta un libro de cubiertas rojas en el aséptico espacio de un aula, sin el componente visual y de puesta en escena de La chinoise de Godard, pero recitando lo mismo que se decía en esta película. En La chinoise pero también en La salamandra de Tanner, en La Reprise du travail aux usines Wonder de Pierre Bonneau, Liane Estiez-Willemont y Jacques Willemont, en A bientôt, j’espère de Chris Marker y Mario Marret, en Avec le sang des autres del Groupe Medvedkine; o en Camarades de Marin Karmitz, por citar las más conocidas. El dispositivo visual es el de reproducir, en la medida de lo posible, el enfoque y puesta en escena del original cinematográfico y repetirlo con los chicos del presente, envejecer la imagen para avisar al espectador de que estamos ante una copia, y posteriormente interrogar al chico o a la chica que han dicho las frases correspondientes. Estamos ante una obra política en tanto habla del cuerpo social, nuestra relación con él y nuestras expectativas individuales desde el punto de vista de los más jóvenes, que acaban, o están a punto, de incorporarse a la mayoría de edad electoral. Un examen, en vivo y en directo, sobre su grado de concienciación, de compromiso, de involucrarse en la necesidad de un cambio. Un termómetro sobre cómo sienten la actualidad y cómo les afecta.

    Nos défaites, Jean Gabriel Périot.
    El cine como transformación


    «Sin grandes alardes filosóficos, las palabras de los protagonistas terminan pareciéndose a las de los personajes de Godard, Karmitz, Tanner o Marker. No obstante, siguen sin creer en revoluciones del presente, ni en la violencia como mecanismo de cambio, pero han aprendido que la protesta no sólo es válida, sino el requisito mínimo imprescindible para ser escuchado».


    Y como no podía ser de otra manera, y con las excepciones que siempre existen, abunda en estos jóvenes la incapacidad de expresar un pensamiento crítico, incluso predomina la dificultad de expresar un pensamiento coherente tanto sobre lo que acaban de leer como sobre su reflejo actual y su papel en cualquier intento de cambiar la realidad que molesta. La película es participativa porque estos chicos y chicas de un instituto de las afueras de París no se limitan a "actuar" y a contestar a las preguntas, sino que, en ese ámbito de la pedagogía política, histórica y cultural del proyecto, ayudan en el rodaje adoptando parte de los trabajos propios del equipo de filmación, de decorados, vestuario, guion e iluminación. De esta manera la cinta, superponiendo capas de cooperación, acumula capas de información a todos los niveles, tanto para el espectador como para quien participa en la misma. Una involucración que les incluye en una actividad laboral cooperativa y les intenta hacer reflexionar sobre su posición en el mundo, ése que tanto ocupa la filmografía del director, desde la reflexión postnuclear de 200000 fantasmas y Lumiéres d'étè, al caldo de cultivo que motivó la aparición del terrorismo alemán de la Bahder Meinhof en Une jeunesse allemande, pasando por la eliminación policial de los campos de refugiados en Calais en Song for the jungle.

    La suerte para el director, pero también la rapidez de reacción para mantener la visión cinematográfica de una obra en construcción; surge cuando, tras filmar a este grupo de estudiantes privilegiados –privilegio no sólo por rodar con Périot, sino por haberlo hecho antes con Claire Simon— en la primavera de 2018, en diciembre de 2018 la comunidad estudiantil vivió sus jornadas de protestas contra la anunciada reforma legal propuesta por Macron. El director vuelve al instituto y pregunta la opinión sobre lo que han visto o vivido a partir de la represión policial sufrida. El giro radical que experimentan estos muchachos les hace pasar de la aparente indiferencia por lo que les rodea, a sentirse ellos mismos parte de la historia y parte de los mecanismos de cambio con unión y lucha. Las imágenes de menores de edad detenidos y humillados en público les hace tomar una conciencia que les acerca mucho a aquello que recitaron y recrearon meses antes con el director. Han perdido su condición de meros espectadores para pasar a ser partícipes de una situación desconocida e injusta. Ahora hablan con conocimiento de causa y son capaces de verbalizar aquello que les costaba, o no les interesaba, cuando se les pedía pensar en un mundo del pasado y con el que no creían tener conexión de ningún tipo. Sin grandes alardes filosóficos, sus palabras terminan pareciéndose a las de los personajes de Godard, Karmitz, Tanner o Marker. No obstante, siguen sin creer en revoluciones del presente, ni en la violencia como mecanismo de cambio, pero han aprendido que la protesta no sólo es válida, sino el requisito mínimo imprescindible para ser escuchado. Sería muy aventurado afirmar que el cine ha tenido algo que ver en esta evolución, pero como en Mayo del 68 resulta bonito soñar en el poder modificador del arte. En todo caso Périot acierta en la manera de mostrarnos la formación de un espíritu crítico y reflexivo | ★★★★☆


    Miguel Martín Maestro |
    © Revista EAM / Valladolid



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