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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica: Los lobos

    Aullidos sordos

    Crítica ★★☆☆☆ de «Los lobos», de Samuel Kishi Leopo.

    México, 2019. Título original: Los lobos. Director: Samuel Kishi Leopo. Guión: Samuel Kishi Leopo, Sofía Gómez Córdova, Luis Briones. Fotografía: Octavio Arauz. Edición: Yordi Capó, Carlos Espinoza Benítez, Samuel Kishi Leopo. Música: Kenji Kishi Leopo. Diseño de sonido: Mario Martínez Cobos. Sonido:Miguel Hernández Montero. Diseño de producción: Hania Robledo Richards. Productora: Inna Payán. Co-productores: Mónica Lozano, Samuel Kishi Leopo. Intérpretes: Maximiliano Nájar Márquez, Leonardo Nájar Márquez, Martha Reyes Arias, Cici Lau, Johnson T. Lau. 95 minutos.

    En 2018 causó sensación The Florida project de Sean Baker, ambientada en uno de esos típicos edificios de pequeños apartamentos norteamericanos, mitad motel mitad comunidad de propietarios donde se alquilan habitaciones, y en el que dos pequeñas protagonistas sobrevivían a su antojo ante la indiferencia materna y bajo la vigilante, y preocupada, mirada del encargado de mantenimiento. Aunque el trabajo de Baker es mucho más sórdido y brutal que esta Los lobos, son tantas las similitudes y coincidencias que la narración de esta última nace hipotecada desde el principio por el constante reflejo de la obra precedente. Se cambia de costa, y ahora estamos en el lado oeste de Estados Unidos; se cambia Florida por Albuquerque, y seguimos a una madre con sus dos hijos que abandona México a través de El Paso para instalarse, a duras penas, en un territorio hostil, lleno de descampados, sin tejido social ni urbano. Es la búsqueda de la supervivencia tras una ruptura de pareja que se antoja traumática, buscando ese futuro del sueño americano. Los clichés narrativos están servido: llegada problemática, ausencia de dinero, alquiler de una habitación entregada como un vertedero, ausencia de autorización para vivir en el nuevo país, el temor a ser detenido por la policía de fronteras y la búsqueda de un nuevo trabajo con el que pagar una promesa hecha a los niños: viajar a Disneyworld. Así pues, ,enores, edificio de apartamentos, barrio degradado y Disney, demasiadas similitudes para resultar original.

    El desarrollo de la película, que se dice autobiográfica (hay más ejemplos de estos exorcismos personales en la presente edición del D’A), es incapaz de abandonar la predeterminación del guion y somete al espectador a una estructura rígida en la que, la única duda razonable es la de averiguar, o esperar, si la conclusión será tan áspera y de filo cortante como la de Baker u optará por dar un respiro a sus protagonistas. Encerrados en esa habitación durante todo el día mientras la madre realiza jornadas de trabajo extenuantes, una grabadora infantil hace las veces de correo entre madre e hijos para recordarles, fundamentalmente, que bajo ningún concepto abran la puerta o hablen con nadie mientras aprenden un puñado de palabras en inglés. Obviamente eso no pasará, abrir la puerta será fuente de problemas, pero también ha de aparecer alguna especie de ángel guardián que se dé cuenta de la falta de cuidado materno durante tantas horas y, altruistamente, puede que recordando su propia emigración, se ocupe de los menores. Frente a aquella libertad sin puertas que disfrutaban las dos niñas de la película norteamericana, en la propuesta mexicana el confinamiento de los dos hermanos agota cualquier propuesta visual porque asistimos al interminable periplo diario de dos niños que, entre cuatro paredes, juegan, se aburren, pasan hambre o se sienten abandonados por una madre que les prometió un mundo mejor y un viaje a un parque de atracciones que el paso de la frontera no ha proporcionado.

    Lo peor de la propuesta de Kishi llega en su parte final. La angustia que el espectador pueda sentir por esa manera de vivir, clandestina y apurada, empieza a revertir no porque cambie la situación administrativa o económica de la familia, sino porque en medio de ese mundo hostil de ciudades gentrificadas, donde los guetos económicos abundan, y donde se sobreentiende que la violencia y el crimen están generalizados aunque no exista voluntad de ser mostrados, surge una espontánea solidaridad comunitaria que transforma la sensación inicial de territorio comanche en una especie de cooperativa asistencial no solicitada. Los lobos son un grupo musical mexicano integrado por hermanos, pero también eran una de las tribus comanches que en la segunda mitad del siglo XIX aprovecharon la guerra de secesión y la posterior política de paz del gobierno de la unión para efectuar ataques indiscriminados en Texas contra los colonos antes de que se decidiera por el exterminio. Cuál sea el origen del título y su repercusión en la narración resulta accesorio, pero como retrato de una realidad diaria en los flujos de población entre los países subdesarrollados y los del primer mundo termina pareciendo utópica y bien intencionada. Siendo un relato autobiográfico nada puede reprocharse; si fue así, así sería, pero cinematográficamente el vuelo, o en este caso el aullido, apenas es perceptible | ★★☆☆☆


    Miguel Martín Maestro |
    © Revista EAM / Valladolid


    Los lobos, Samuel Kishi Leopo.
    D'A Film Festival de Barcelona.


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