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    Crítica | Un momento en el tiempo (Waves)

    Del estereotipo al esteroide

    Crítica ★★★★☆ de «Waves», dirigida por Trey Edward Shults.

    Estados Unidos, 2019. Presentación: Festival de Telluride 2019. Dirección: Trey Edward Shults. Guion: Trey Edward Shults. Productora: A24. Fotografía: Drew Daniels. Montaje: Isaac Hagy y Trey Edward Shults. Música: Trent Reznor y Atticus Ross. Diseño de producción: Elliott Hostetter. Decorados: Adam Willis. Vestuario: Rachel Dainer-Best. Reparto: Kelvin Harrison Jr., Taylor Russell, Alexa Demie, Sterling K. Brown, Renée Elise Goldsberry, Lucas Hedges. Duración: 135 minutos.

    En el cine moderno cada vez es más difícil presentar imágenes nuevas y memorables. Casi todo está ya visto, tratado y reciclado, no solo por la propia evolución de este arte, sino por la influencia de otros de sus formatos que se suman a los tradicionales. Y es que a diferencia de estos (como la literatura o la fotografía), los nuevos son eminentemente audiovisuales, desde los videojuegos hasta los videoclips pasando por todas las composiciones caseras que ofrece la pantalla de un ordenador o un móvil. El problema es que estos productos son por definición efímeros, van y vienen tan rápidamente que no pueden quedar grabados en la memoria, a diferencia de las imágenes a las que aspira el cine. Cuando ambos medios se retroalimentan, el resultado puede quedar a medio camino: asistimos a una visualización que parece fugaz, en cierto modo precaria, pero al mismo tiempo, si está bien enfocada, puede conseguir esa mayor trascendencia propia de las películas, porque sus imágenes se contextualizan con un principio y un final y entre medias una síntesis narrativa de toda una vida de una serie de personajes. El equilibrio entre esos dos niveles no es fácil de alcanzar, pero la última película de Trey Edward Shults lo logra. Y lo hace porque tiene muy claro ese camino a seguir, para que dichos niveles se compenetren y se nos aparezcan con sustantividad propia: de ahí que el ritmo y la estética de la cinta recuerden constantemente a lo que hoy en día se resume en una story de Instagram, con sus filtros de colores, sus encuadres reducidos o sus giros espontáneos, a la vez que nunca se pierde de vista el hilo conductor de una trama bien estructurada e igualmente dotada de momentos más pausados y de una mayor naturaleza dramática.

    El título original de esta película es Waves y en nuestro país se le ha añadido el subtítulo Un momento en el tiempo, oportuno si partimos de la reflexión anterior, de esa pretendida mezcla de instantes o fragmentos dentro de una visión más amplia o duradera. Pero con el título original bastaba, no hacía falta ser más explícito si como hemos dicho al poco de arrancar el metraje sus intenciones son meridianas. La sola referencia a las olas ya significa esta historia de una forma poética y exacta, pues en efecto las olas apenas se prolongan unos instantes, se quiebran inevitablemente, pero siempre vuelven y son inherentes a esa perspectiva infinita que nos impone el mar. Además de la situación y duración de las olas, también es revelador su movimiento, sobre todo si vamos más allá de la perspectiva marítima y pensamos en las olas que provocan los cuerpos y las multitudes. En este punto hay que traer a colación lo que decíamos al principio, que cuesta encontrar imágenes inéditas en el cine actual. En efecto hay muchos motivos que se repiten, incluso meros gestos o detalles, como el brazo de una persona simulando una ola fuera de la ventanilla abierta de un coche en marcha. Es una imagen que hemos visto ya en muchas películas, en particular dentro del cine independiente norteamericano en el que también se enmarca Waves. Pero aquí comprobamos cómo Shults es consciente de este recorrido y juega con la expectativa que tenemos del mismo. Y es que desde el comienzo de su relato es frecuente ver a sus personajes en un coche, y la cámara se detiene o gira en su interior bastante tiempo, a la vez que dichos personajes asoman partes de su cuerpo fuera del vehículo. Sin embargo no es hasta muy avanzado el metraje cuando el brazo de uno de estos personajes realiza el movimiento indicado, algo que estamos esperando por todos esos antecedentes, incluso desde el propio título del filme. Sabemos que va a ocurrir y efectivamente ocurre, pero ahora al carácter reciclado de la imagen se suma una inevitabilidad que en el fondo le da un nuevo significado.

    Waves, Trey Edward Shults.
    Expectativas ante un futuro inexistente.

    «Al frenesí general contribuyen la cámara en constante movimiento o una banda sonora compuesta por varios flamantes hits y la estimulante partitura de Trent Reznor y Atticus Ross, todo lo cual provoca a veces una cierta sensación de agotamiento, derivada asimismo del carácter repetitivo de otras escenas. Pero al final es el efecto que persigue Waves, para que sintamos como nuestra la carga de sus referentes y que solo disfrutemos hasta el punto en que el mero entretenimiento cinematográfico cae bajo el peso que refleja la fatalidad que nos rodea».


    Los protagonistas de esta historia están en principio condenados a caer una y otra vez en el destino que les marca la sociedad en la que viven. Y esta determinación abarca desde ejemplos concretos, como cuando una joven realiza con su brazo un movimiento que ella misma habrá visto ya muchas veces y se siente en la necesidad de reproducir, al estar integrada en un estilo de vida basado en la interacción audiovisual donde todo son reincidencias; hasta desenlaces a mayor escala, como cuando el hermano de esa joven se entrena y lucha por destacar más allá de lo que a priori le limita esa sociedad, y gozar del reconocimiento de los demás, para acabar cayendo en lo más bajo, condenado ahora literalmente, mientras la admiración ajena se transforma en rechazos e insultos que se extienden a toda su familia. Esta está formada por esos dos jóvenes y sus padres, y es una familia afroamericana residente en Florida. Pero en su presentación Shults esquiva la determinación social, o más precisamente racial, pues se trata de una familia acomodada, sin aparentes problemas de ninguna índole. Estos irán revelándose progresivamente, por ejemplo con el dato de que la madre que pensábamos que era biológica en realidad es la nueva pareja del padre viudo, y con ello se extiende la disfuncionalidad a toda una estructura familiar resquebrajada tras la deriva desafortunada del protagonista. Luego el relato se centra en su hermana, nueva protagonista de la segunda parte de la película, y estas dos partes por así decir de guion están a su vez divididas en cinco partes de montaje, por los cambios de relaciones de aspecto, empezando por uno de 1.85 : 1, pasando al de 2.35 : 1, luego al de 1.33 : 1, volviendo al de 2.35 : 1 y en fin de nuevo al habitual de 1.85 : 1. Más allá de la justificación general que esbozábamos en el primer párrafo de este texto, dichos cambios se corresponden igualmente a las distintas motivaciones de los personajes, según estén encerrados en sus traumas y sufrimientos o se abran nuevas posibilidades, ya sea a través del amor de pareja, la recomposición familiar o la mera realización personal. Aquí cobran especial relieve esas escenas menos frenéticas, llevadas con tanta verosimilitud y energía como las otras, como el sentido diálogo que mantienen la protagonista y su padre cuando van a pescar. Por lo demás al frenesí general contribuyen la cámara en constante movimiento o una banda sonora compuesta por varios flamantes hits y la estimulante partitura de Trent Reznor y Atticus Ross, todo lo cual provoca a veces una cierta sensación de agotamiento, derivada asimismo del carácter repetitivo de otras escenas. Pero al final es el efecto que persigue Waves, para que sintamos como nuestra la carga de sus referentes y que solo disfrutemos hasta el punto en que el mero entretenimiento cinematográfico cae bajo el peso que refleja la fatalidad que nos rodea | ★★★★☆


    Ignacio Navarro Mejía |
    © Revista EAM / Madrid


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