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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Color Out of Space

    Llegan sin avisar

    Crítica ★★★★☆ de «Color Out of Space», de Richard Stanley.

    Estados Unidos, 2019. Título original: Color Out of Space. Director: Richard Stanley. Guion: Scarlett Amaris, Richard Stanley (Historia: H.P. Lovecraft). Productores: Daniel Noah, Josh C. Waller, Lisa Whalen, Elijah Wood. Productoras: SpectreVision / ACE Pictures Entertainment / XYZ Films. Fotografía: Steve Annis. Música: Colin Stetson. Montaje: Brett W. Bachman, Reparto: Nicolas Cage, Joely Richardson, Madeleine Arthur, Elliot Knight, Tommy Chong, Brendan Meyer, Julian Hilliard, Josh C. Waller, Q'orianka Kilcher.

    Cuando parecía que la carrera como actor del un día imprescindible Nicolas Cage parecía haber caído en un oscuro pozo habitado por subproductos de acción de serie Z que ni siquiera llegan a ser estrenados en salas comerciales, el cine fantástico parece haberle dado una segunda juventud, haciéndole protagonista de un puñado de títulos que, por méritos propios, se han ganado ciertas simpatías en diferentes festivales especializados en los últimos años. Estamos hablando de esa suerte de trilogía que conforman la irreverente comedia zombie Mamá y papá (Brian Taylor, 2017), la inclasificable Mandy (Panos Cosmatos, 2018) y esta Color Out of Space (Richard Stanley, 2019) que adapta una historia de H.P. Lovecraft que ya había sido llevada a la gran pantalla en varias ocasiones, siendo la más popular Granja maldita (David Keith, 1987). Por todos es sabido lo complicado que ha sido siempre trasladar el particularísimo universo del escritor de Providence al cine, siendo pocas las películas que se han acercado a capturar una mínima parte del espíritu de ese horror cósmico que este cultivara en sus obras. Para este nuevo intento, producido por SpectreVision, responsables también de Mandy, se ha confiado en la dirección de uno de los realizadores más injustamente marginados que ha conocido el género, Richard Stanley, responsable de una serie B maldita de ciencia ficción que se convirtió con los años en todo un título de culto del subgénero cyberpunk, Hardware, programado para matar (1990). Tras aquel fracaso de taquilla, el director se las apañó para entregar otra pequeña joyita, por desgracia, muy poco conocida, El demonio del desierto (1992), cinta de terror con ambientación de western con la que volvió a sus raíces sudafricanas, antes de sufrir el mayor varapalo de su carrera cuando fue despedido del rodaje de la desastrosa La isla del Dr. Moreau (1997) para ser sustituido por un John Frankenheimer que tampoco fue capaz de levantar el proyecto. Tras más de una década dedicado al campo del documental y algún que otro cortometraje, Stanley vuelve a tener una oportunidad con esta Color Out of Space que, si bien no será tampoco la adaptación definitiva de Lovecraft, al menos sí sale más que airosa del intento.

    La historia ideada por Lovecraft y puesta en imágenes por Stanley, habla de una amenaza sobrenatural llegada desde el espacio exterior, esta vez tomando la forma de una especie de meteorito que se estrella en un entorno rural, más concretamente en una granja de Massachusetts donde vive una familia, formada por un matrimonio y sus tres hijos, que se dedica al cuidado de alpacas. Lo que debía ser ese lugar idílico y apartado del mundanal ruido en el que los Gardner se habían refugiado para sobrellevar la convalecencia de la madre de la familia del cáncer que padece, se convierte en un escenario de pesadilla desde el momento en que comienzan a manifestarse los efectos tóxicos que la piedra de otro mundo tiene en la fauna y flora del lugar. Todo empieza con extrañas mutaciones en las hortalizas del huerto y animales, pero se acentúa con el envenenamiento que los habitantes del lugar sufren al beber del agua contaminada. Este sugestivo argumento, que adquiere una paradójica actualidad en estos tiempos de coronavirus, sirvió de inspiración a algunos de los más entrañables clásicos de la ciencia ficción de los años 50 (y sus consiguientes remakes de los 70 y 80), como El enigma de otro mundo (Christian Nyby, Howard Hawks, 1951), Invasores de Marte (William Cameron Menzies, 1953), La invasión de los ladrones de cuerpos (Don Siegel, 1956) o La masa devoradora (Irvin S. Yeaworth Jr., 1958), todo un subgénero de especies extraterrestres que intentaban una invasión silenciosa de nuestro planeta, en muchos de los casos, usurpando las personalidades de sus habitantes. Ese encantador aroma de serie B añeja está muy presente en Color Out of Space, que juega muy bien la carta de la paranoia y el miedo a lo desconocido y que se detiene, más que las versiones anteriores, en describir las personalidades de los distintos miembros de la familia protagonista, así como las relaciones que mantienen los unos con los otros. La película se divierte presentando a una familia perfecta, no exenta de alguna excentricidad como la de que la hija adolescente se dedique a realizar rituales esotéricos para tratar de devolver la salud a su madre, antes de sumergirla en una situación desesperada que les irá convirtiendo, literalmente, en monstruos.

    Color Out of Space, Richard Stanley.
    La estrenará en España A contracorriente films.

    «Color Out of Space funciona con efectividad como película del mejor Nicolas Cage (sí, su personalidad es tan arrolladora que ya es un género en sí mismo), como divertido ejercicio nostálgico de ciencia ficción con hechuras clásicas, y, sobre todo y es lo más importante, como respetuosa traslación al celuloide de Lovecraft, dejando para el recuerdo algunas imágenes muy poderosas».


    Color Out of Space se revela como una verdadera sorpresa. Un modesto producto de apenas 6 millones de presupuesto que, sin embargo, luce visualmente como si hubiera dispuesto de muchos más medios. La fotografía de Steve Annis es elegantísima y saca todo el potencial a esa luz rosada que envuelve al entorno afectado por el meteorito. Hay muchas imágenes embriagadoras, sicodélicas, que remiten claramente al imaginario visual de Mandy, y, además, los efectos especiales, excelentes, dan vida a todo tipo de aberrantes criaturas que resucita esa manera artesanal de acometer los diseños monstruosos (los de maestros como Rob Bottin) en los 80. Es imposible, mientras se asiste al visionado del filme, no recordar momentos de El terror no tiene forma (Chuck Russell, 1988) o La cosa (John Carpenter, 1982), de la que llega a homenajear aquella angustiosa escena de los perros atacados por el ente extraterrestre en el interior de sus jaulas, sustituyendo a los canes por alpacas. Es esto un claro ejemplo de cine fantástico de serie B que se enorgullece enormemente de su condición, entrando en materia con rapidez y evitando distraerse con otros elementos externos que no sean los del horror puro y duro, encontrando un gran aliado en un Nicolas Cage en su versión más desmelenada e histriónica, esa que tan bien le ha ido en sus otros personajes recientes del género, ya que sus historias justifican estos excesos en los que se siente tan cómodo. Él es un espectáculo en sí mismo y escenas como aquella en la que muerde compulsivamente un gigantesco tomate forman ya parte de la antología de los instantes más pasados de rosca de su trayectoria. Así las cosas, Color Out of Space funciona con efectividad como película del mejor Nicolas Cage (sí, su personalidad es tan arrolladora que ya es un género en sí mismo), como divertido ejercicio nostálgico de ciencia ficción con hechuras clásicas, y, sobre todo y es lo más importante, como respetuosa traslación al celuloide de Lovecraft, dejando para el recuerdo algunas imágenes muy poderosas (esos planos del pozo, ese paisaje apocalíptico en el interior del ojo de uno de los protagonistas). Nunca el color rosa había servido para generar tanto mal rollo en una pantalla de cine | ★★★★☆


    José Martín León |
    © Revista EAM / Madrid



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