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    Crítica | La verdad

    El crepúsculo de una diosa

    Crítica ★★★☆☆ de «La verdad», dirigida por Hirokazu Koreeda.

    Francia y Japón, 2019. Título original: La vérité. Presentación: Festival de Venecia 2019. Dirección: Hirokazu Koreeda. Guion: Hirokazu Koreeda. Productoras: 3B Productions / Bun-Buku / MI Movies / France 3 Cinéma. Fotografía: Eric Gautier. Montaje: Hirokazu Koreeda. Música: Alexei Aigui. Diseño de producción: Riton Dupire-Clément. Dirección artística: Riton Dupire-Clément. Vestuario: Pascaline Chavanne. Reparto: Catherine Deneuve, Juliette Binoche, Ethan Hawke, Clémentine Grenier, Manon Clavel, Alain Libolt, Christian Crahay, Roger Van Hool, Ludivine Sagnier. Duración: 106 minutos.

    El cineasta japonés Hirokazu Koreeda ganó la Palma de Oro en el festival de Cannes de 2018 con una de sus películas más celebradas, Un asunto de familia (Manbiki kazoku). En opinión del que esto escribe, no es su mejor obra pero era una opción digna, y justificable en manos de un jurado reducido y variable en cada edición del certamen francés. Además, podría interpretarse como reconocimiento derivado de toda una carrera ya bastante prolífica, teniendo en cuenta que este director nos tiene acostumbrados a un estreno anual. Por tanto, su siguiente película debía llegar en 2019, y no tardó en anunciarse su preproducción, transcurrido el verano de 2018. La novedad estribaba sin embargo en que ahora Koreeda abandonaría por primera vez su Japón natal, trasladando su cámara a Francia. Y contaría además con un reparto mucho más reconocible internacionalmente, encabezado nada menos que por Catherine Deneuve, bien secundada por otras caras conocidas, así en particular las de Juliette Binoche y Ethan Hawke. Estas circunstancias apuntaban a una vuelta obligada al festival que acababa de premiarle, pero algo se torció en el camino de la puesta de largo de este nuevo filme. Se contentó con abrir el festival de Venecia, puesto nada despreciable, aunque pronto quedó olvidada entre las demás contendientes de este otro certamen, y pasado el mismo ha tenido un recorrido muy limitado. Por tanto, lo que debía ser todo un acontecimiento, por el pedigrí acumulado de su director y sus intérpretes, quedó prácticamente en nada. ¿Por qué ha sido así?

    Hay varios ejemplos en la cinematografía reciente de directores renombrados en sus países de origen que al aventurarse en uno distinto no cumplen las expectativas. Vista sin embargo esta última obra de Koreeda, titulada La verdad, pocos la han minusvalorado y muchos la han apreciado. No con el entusiasmo de otras ocasiones, pero lo cierto es que su calidad es a priori bastante pareja. Su difusión tan limitada sería entonces un misterio, de no ser por una consideración algo más compleja. Y es que se observa una cierta disociación entre la narración habitual de Koreeda y el efecto que produce en su público. Sus señas de identidad se mantienen, desde la propia premisa donde se reúne la protagonista (Deneuve) con su hija (Binoche) y el marido de esta última (Hawke), trasladados de Estados Unidos a la mansión parisina de la primera, y la narración discurre por los intercambios, confesiones, conflictos y reconciliaciones entre estos y otros miembros o allegados de la familia. Como trasfondo, nuestra heroína afronta el rodaje de una película donde en cambio ya no es la protagonista, sino que este papel corresponde a una actriz más joven cuya voz o cuya mirada le recuerdan traumáticamente a otra actriz ahora fallecida con la que tuvo cierta relación tormentosa, en la que también estuvo implicada su hija. Esta subtrama va entonces más allá del metalingüismo para alimentar la esencia de la trama principal, referida como decíamos a los lazos familiares, entendidos estos en la visión de Koreeda, que los define mucho más a través los vínculos de convivencia que de los sanguíneos.

    Pero esta retroalimentación, entre estas distintas proyecciones de la “familia” pasada y futura, o entre generaciones, está ensamblada de forma un tanto confusa. La familiaridad a la que por definición aspira está por ello algo resquebrajada: en otras palabras, nos cuesta acercarnos y compartir las vicisitudes de estos personajes cuando sus motivaciones parecen algo ajenas. Y no es porque sean profundas, que pueden y deben serlo cuando los personajes están bien diseñados, sino porque su presentación es extraña desde el punto de vista cinematográfico, ya que no quedan claros esos vínculos cuya fortaleza es precisamente lo que quiere plasmar Koreeda en sus relatos. Esto puede deberse a que el mismo se encarga tanto del guion como del montaje, como ha hecho en sus cintas anteriores, pero aquí al trabajar en un idioma y un marco extranjeros, lo que está en su cabeza puede no corresponderse tan idóneamente con su escritura, que a su vez puede perderse al menos parcialmente en la edición. De ahí esa sensación de ajenidad o disociación a la que nos referíamos, al menos para el espectador occidental, porque debería identificarse más fácilmente con una forma de narrar a la que está acostumbrado en una ambientación reconocible, y sin embargo ésta descoloca aquella, y lo hace sin introducir ningún elemento innovador en ninguno de los dos niveles.

    La verité, Hirokazu Koreeda.
    Presentada en la sección oficial de la Mostra de Venecia.

    «Cada gesto que esboza y cada palabra que pronuncia Catherine Deneuve llenan sobradamente toda la atención del plano, de manera que incluso los encuadres movibles (estamos ante una puesta en escena más heterogénea de lo habitual en Koreeda) no hacen sino resituar el foco de nuestra mirada en ella. Así pues, La verdad es especialmente recomendable por todo lo que la rodea, aunque no carezca de interés en otros departamentos»


    Al mismo tiempo, más allá de esta rara percepción, los pocos personajes relevantes y las escasas localizaciones en que se mueven sí facilitan la comodidad del espectador al presenciar la sucesión de sus acciones por lo demás hiladas con buen ritmo. Lo hay igualmente en cada una de las secuencias gracias a la naturalidad de los diálogos, y esas reflexiones muy típicas de los intérpretes franceses que para expresar algunos sentimientos o ideas recurren a frases más elaboradas que de costumbre, casi a circunloquios. Esto confiere cierta riqueza a la estructura dramática, acentuada por la carga interpretativa de unos actores entre los que destaca, cómo no, Catherine Deneuve. Buenos ejemplos de ello son una escena en concreto que le exige repetir varias tomas en el rodaje en que está trabajando, en compañía de la otra mencionada actriz; o una cena familiar donde comparte mesa con su hija, su yerno, su nieta y su actual pareja, a la vez que cocinero o quizá sólo eso: esta relación es a su vez un ejemplo ilustrativo de los lazos enredados a los que aludíamos. Pero quizá no puede ser de otra manera cuando esas relaciones las domina una persona que quiere salirse de toda norma y atadura, que en su arrogancia y su elegancia resulta tan desagradable como irresistible, sin que aquellos rasgos la hagan caer en el estereotipo, pues también es capaz de incurrir en el apocamiento y la ordinariez. Cada gesto que esboza y cada palabra que pronuncia llenan sobradamente toda la atención del plano, de manera que incluso los encuadres movibles (estamos ante una puesta en escena más heterogénea de lo habitual en Koreeda) no hacen sino resituar el foco de nuestra mirada en ella. Así pues, La verdad es especialmente recomendable por todo lo que la rodea, aunque no carezca de interés en otros departamentos | ★★★☆☆


    Ignacio Navarro Mejía |
    © Revista EAM / Madrid


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