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    Crítica | Gracias a Dios

    Perdón imposible, pecado persistente

    Crítica ★★★★ de «Gracias a Dios», de François Ozon.

    Francia y Bélgica, 2018. Título original: «Grâce à Dieu». Dirección: François Ozon. Guion: François Ozon. Productoras: Mandarin Films / FOZ / Mars Films / France 2 Cinéma / Scope Pictures / Playtime. Fotografía: Manuel Dacosse. Montaje: Laure Gardette. Música: Evgueni Galperine y Sacha Galperine. Diseño de producción: Emmanuelle Duplay. Decorados: Philippe Cord’homme. Vestuario: Pascaline Chavanne. Reparto: Melvil Poupaud, Denis Ménochet, Swann Arlaud, Éric Caravaca, François Marthouret, Bernard Verley, Josiane Balasko, Aurélia Petit, Julie Duclos, Hélène Vincent, François Chattot, Frédéric Pierrot, Martine Erhel, Amélie Daure. Duración: 137 minutos.

    Hace unas semanas tuvo lugar en el Vaticano una cumbre contra la pederastia, hecho histórico donde salía a relucir uno de los temas más escandalosos que han lastrado a la Iglesia moderna. Aunque se ha denunciado que el congreso apenas resultó en medidas concluyentes, su proceso permitía romper con una tradición desalmada. Y es que hasta entonces los abusos sexuales de curas, párrocos u obispos hacia los menores asistentes a sus congregaciones se beneficiaban de la impunidad, por la llamada ley del silencio u >i>omertá, ya que la jerarquía eclesiástica tapaba siempre los casos o hacía oídos sordos a las acusaciones. Era pues importante arrojar luz sobre unos crímenes que han afectado y siguen afectando a muchas personas, en el seno de una institución entre otras en las que unos pocos se aprovechan de su posición de superioridad e influencia con la peor de las intenciones y el más dañino de los resultados, más todavía por el velo de benevolencia con el que se cubren. Esta nueva tendencia a dar publicidad a unos hechos reales antes oscuros o desconocidos ya tuvo así reflejo en el cine en 2015 con la ganadora del Oscar Spotlight (Tom McCarthy), cuyo título precisamente se refiere al foco que permite arrojar luz sobre un supuesto o tema socialmente relevante. Pero si en aquella película la narración se centraba en labor de los periodistas que investigaron el caso, en el último trabajo de François Ozon se recupera esencialmente el testimonio de las víctimas, sin perjuicio de que sus experiencias puedan ser compartidas por otros miembros de la sociedad, ya sean la prensa, la policía o por supuesto sus familias, con la consiguiente comprensión.

    Así pues, el que ha sido llamado el Spotlight francés, no solo por su temática paralela sino por su estilo procedural, en realidad combina este último con un enfoque intimista que casi nunca se desvía de las vicisitudes personales de sus referentes. Sortea así un inconveniente frecuente de este subgénero, manifiesto en el filme de McCarthy, logrando ahora en cambio un equilibrio narrativo que es una de sus grandes virtudes. En ello se advierte la madurez artística de un director que sin renunciar a sus señas de identidad ha ido ensayando nuevas maneras de abordar sus historias para evitar el encasillamiento, y esa voluntad ha dado lugar a algunas de sus mejores películas, como Frantz (2016). Este calificativo también podría atribuirse a Gracias a Dios, que nos recuenta el llamado “caso Preynat”, sobre un cura que abusó de varios niños esencialmente entre 1986 y 1991, lo cual se conoció luego por el arzobispo de Lyon el cardenal Barbarin. Este lo encubrió hasta recibir quejas de una de las víctimas ya mayor y luego a raíz de su denuncia en comisaría, a la que se unieron otras, desencadenando un proceso a lo largo de 2016 que resultaría en la condena de ambos responsables. La cinta recoge fielmente estos datos, y aunque cambia los nombres de las víctimas, parte de su relato transcurre en las casas o aprovecha objetos suyos: tal fidelidad permite entonces prescindir en los créditos finales de las imágenes de archivo que solemos ver en estas historias reales, a lo que se uniría aquí el respeto a su intimidad y dolor. Antes asistimos con detalle a su recorrido, pasando con suspense y progresión de un personaje a otro y dedicando tiempo a cada uno de ellos, en particular los tres principales, Alexandre, François y Emmanuel, interpretados respectivamente y con acierto por Melvil Poupaud, Denis Ménochet y Swann Arlaud, para que sus acciones y sentimientos cobren consistencia a nuestros ojos. Incluso hay algunos flashbacks de cada uno de los tres en su niñez, presentados igualmente con el máximo respeto pues en ningún momento se reconstruye el abuso en sí. Según el propio cineasta, estas escenas nos permiten simplemente visualizar a estos niños y asociarlos a su imagen presente, gracias a la cual podríamos completar el resto de su vida.

    «Pese a la longitud del metraje, el mismo hace gala de bastante economía narrativa, al prescindir de toda secuencia accesoria, pues se centra siempre en hechos directos o frases concretas y cómo tienen una repercusión más o menos inmediata».


    Centrándonos un poco más en la estructura narrativa, interesa destacar que sobre todo en su primera parte la misma se apoya en la correspondencia que mantiene Alexandre con el citado cardenal y su psicóloga asistente. Ozon recurre entonces a la voz en off para revelar el contenido de las cartas o correos, algo habitual pero que aquí cobra otro significado, como es la exteriorización de una voz interior, propia de la religión, que ya no puede mantenerse encerrada y ajena a sus interlocutores. Esta interpretación quedaría corroborada por el tono de la correspondencia y la forma en que está ensamblada en el montaje, desde la primera voz en off que al principio parece ser en efecto nada más que eso, porque no es hasta más avanzadas las frases cuando vemos que se ajustan al contenido de una carta. Para ello se saca especialmente partido de las transiciones, como las del personaje yendo de un sitio a otro, que por tanto dejan de ser meras transiciones y se integran mejor en el desarrollo del conflicto. En este sentido hay que apuntar que pese a la extensión del metraje, el mismo hace gala de bastante economía narrativa, al prescindir de toda secuencia accesoria, pues se centra siempre en hechos directos o frases concretas y cómo tienen una repercusión más o menos inmediata: de ahí el carácter esporádico y breve de los flashbacks y la naturaleza casi imperceptible de las elipsis, recurriendo antes al corte seco que a los fundidos. Cabe resaltar asimismo que este estilo se logra aunque buena parte del relato está basado en las confesiones en planos sostenidos de sus protagonistas, las cuales están siempre puestas en escena sin música. Esta incluso llega a detenerse cuando una misma conversación empieza a adquirir ese contenido confesional, en el que se nos hace partícipes de dichos traumas. En suma, Gracias a Dios insiste en el componente personal, en su sentido individual, de una historia coral, pero sin perder de vista esta última dimensión que conecta más con la realidad que conocemos, como confirma la conferencia del cardenal cuyas polémicas palabras en referencia a la prescripción de los delitos imputados a su subordinado dan su título al filme. Este está entonces comprometido con sus múltiples facetas, y su rigor persigue proporcionar a sus espectadores tanta información como emoción, pero sin conclusiones definitivas ni arrebatos pasionales | ★★★★


    Ignacio Navarro
    © Revista EAM / Madrid


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