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    Crítica | La historia del amor

    Una imagen vale más que una novela

    Crítica ★★★ de La historia del amor (The History of Love, Radu Mihaileanu, Francia, 2016).

    Hay películas a las que les gusta dejar sus cartas sobre la mesa desde un principio, en lugar de ocultarlas, jugar al despiste, ir dando y reteniendo información para construir un suspense con sorpresa final… que es lo más habitual en ciertos géneros. En cambio las primeras, cuando siguen las pautas concretas de otro género o temática, anticipan desde su premisa, o como tarde en sus minutos iniciales, el tipo de historia que nos van a contar y cómo van a hacerlo. Más rara es la combinación de ambos extremos: arrancar con una introducción repleta de datos, ya sean visuales o sonoros o una mezcla de ambos, a partir de los cuales podemos adivinar el grueso de la trama, y al mismo tiempo intentar desarrollarla por derroteros inesperados, con éxito a menudo relativo. Esto es lo que sucede en el último trabajo del rumano Radu Mihaileanu, que alejado de la corriente neorrealista del cine de su país se ha ido forjando una carrera más comercial, con relatos tan enrevesados como palmarios, lo cual probablemente alcanza su culmen en esta titulada nada menos que La historia del amor (The History of Love). Por detallar la contraposición anterior, el metraje arranca con un largo plano secuencia, una panorámica de un huerto abandonado, en blanco y negro, mientras oímos a alguien cantando que luego resulta estar ausente, al igual que las casas del pueblo que van desapareciendo, sustituidas por ruinas, a medida que la cámara las recorre en ángulo cenital, mientras una voz en off recoge las primeras palabras de la novela homónima del título, al tiempo que el plano adquiere color y termina junto al tronco de un árbol donde se besa la pareja protagonista, antes de ser fotografiados y congelarse la imagen. Es una impresionante toma que adelanta casi todos los puntos básicos de esta grandilocuente historia, aunque varios de ellos solo cobran sentido en su desenlace, como esas frases que oímos en off o la tercera persona que realiza la fotografía.

    El que Mihaileanu apuesta por esta estrategia por así decir dual queda patente al final, con un plano más sencillo pero simétrico con el inicial. Entre medias, nos narra la epopeya romántica de dos exiliados polacos a causa de la Segunda Guerra Mundial, primero ella (gran Gemma Arterton) y luego él (convincente Mark Rendall), ambos fugados a Nueva York pero a destiempo, con el consiguiente obstáculo y retraso para cumplir su promesa de amor eterno. De hecho esta parte del relato, ambientada en el pasado, se entrelaza con la presente donde el protagonista masculino (ahora Derek Jacobi) se ha convertido en un viejo solitario y alucinatorio que malgasta sus últimas horas en un piso de Manhattan. A su vez, la gran urbe es testigo de una trama paralela, liderada por una joven enamoradiza (encantadora Sophie Nélisse) cuya madre resulta ser admiradora del libro que escribió nuestro atormentado héroe para seducir para siempre a su prometida. Hasta tal punto resulta hechizante el entramado literario que la citada novia aparece reencarnada en esa adolescente, compartiendo ambas el nombre de Alma y el interés que acaban profesando al personaje masculino, aún cuando su ancianidad sería entonces más propicia a otro tipo de compromiso. La convergencia que cobran ambas relaciones se confirma en el antes mencionado plano de cierre, también congelado y de ambientación bucólica, aunque ahora nos traslademos de la campiña polaca a Central Park, uno de sus referentes sea de edad mucho más avanzada y la otra tenga rasgos físicos distintos. El efecto es de oportuna resolución y emoción catártica, pero también de ética cuestionable, adquiriendo un deje anticuado por el que una vez más la vieja perspectiva masculina impone sus fantasías a los personajes femeninos que la rodean.

    «Un filme cuyos lirismo y belleza se derivan más de sus hallazgos externos que de sus engranajes internos».


    Esta naturaleza anticuada es en cierta forma inherente al género melodramático, que es al que más se ajusta esta propuesta polifacética. Por ello esta también podría justificarse, aún a costa de su originalidad, en su fidelidad y explotación de algunos de los recursos típicos de tal categoría: véanse las confesiones sobre sentimientos pasados, los encadenados y elipsis para unir los fragmentos de la historia o el uso envolvente e insistente de la música. De hecho el cineasta es consciente de este fondo del que depende y sabe aprovecharlo con inteligencia, dando lugar a momentos brillantes como aquel que, ejemplificando dos de los tres elementos recién enumerados, reúne a la mentada joven y a su hermano mientras ella le cuenta a él como era su fallecido padre: esta memoria se encadena con fotografías en otros lugares de la casa en las que vemos al padre y su familia, adquiriendo alguna de ellas vida propia como la de él y su esposa bailando en un salón mientras la hija le cuenta a su hermano lo mucho que le gustaba bailar. Esto nos muestra una gran capacidad de síntesis imaginativa por parte de Mihaileanu, su operador Laurent Dailland y su montador Ludo Troch, para sacar el máximo provecho estético de algunos momentos dramáticos y sus correspondientes herramientas que, por su frecuente uso en estas películas, de lo contrario resultarían más anodinos. En cuanto al tercer elemento antedicho, el de la banda sonora, se caracteriza entre otros compases por un leitmotiv correspondiente al optimismo amoroso que sienten los dos inmigrantes: entonces cuando ambos por fin se reencuentran en Nueva York y comprenden que ya no pueden vivir juntos, la trágica escena se desarrolla en silencio, apareciendo sólo esa melodía cuando el espectador percibe un atisbo de esperanza. En otras palabras la música sólo surge en un momento específico dentro de una secuencia bastante larga, lo cual en este caso demuestra que su empleo por parte de Mihaileanu y su compositor Armand Amar no es siempre expansivo, sino a veces selectivo. Son sobre todo estos y otros detalles son los que permiten que La historia del amor se vea con constante agrado e interés, más que la recopilación de información y la búsqueda de pistas que nos hagan anticipar el devenir del melodrama, en especial cuando algunas de sus resoluciones se antojan frustrantes o facilonas. En suma, estamos ante un filme cuyos lirismo y belleza se derivan más de sus hallazgos externos que de sus engranajes internos. | ★★★ |


    Ignacio Navarro Mejía
    © Revista EAM / Madrid


    Ficha técnica
    Francia, Canadá, Rumanía y Estados Unidos, 2013. Título original: The History of Love. Presentación: Festival de Deauville 2016. Dirección: Radu Mihaileanu. Guion: Radu Mihaileanu y Marcia Romano (basado en la novela de Nicole Krauss). Productoras: 2.4.7. Films / Oï Oï Oï Productions. Fotografía: Laurent Dailland. Montaje: Ludo Troch. Música: Armand Amar. Diseño de producción: Christian Niculescu. Dirección artística: Gonzalo Cordoba y Pierre Perrault. Decorados: Suzanne Cloutier. Vestuario: Viorica Petrovici. Reparto: Derek Jacobi, Gemma Arterton, Sophie Nélisse, Elliott Gould, Torri Higginson, Mark Rendall, Alex Ozerov, William Ainscough. Duración: 134 minutos.


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