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    Crítica | Bar Bahar. Entre dos mundos

    Bar Bahar

    Cuando la sociedad no se escucha a sí misma

    crítica ★★★ de Bar Bahar. Entre dos mundos (Bar bahr, Maysaloun Hamoud, Israel, 2016).

    «Cuando decides contarle al mundo lo que piensas y lo que sientes, no hay vuelta atrás. Solo queda expresar tu verdad interior o abandonar el proceso creativo. Al menos, así es como lo veo yo. El espíritu radical de la Primavera Árabe también levantó olas en Israel y Palestina. Formó parte de nuestro pensamiento. El grito “Kefaya!” (“¡Basta!”) salió de la garganta de millones de jóvenes árabes de ambos sexos, condenando la opresión, el patriarcado, el chauvinismo, la marginalización y la homofobia; demandando un nuevo orden carente de códigos culturales conservadores aplicados en nombre de la “tradición”. La palabra Kefaya produjo un cambio en la conciencia de la gente. Ya no podíamos seguir barriéndolo todo debajo de la alfombra, había que poner las cosas encima de la mesa». Así habla Maysaloun Hamoud de la semilla de su ópera prima, convertida inesperadamente en la producción más laureada del pasado Festival de San Sebastián; palabras acordes estas a un filme dispuesto a situar a la juventud femenina palestina en el centro de mira, extrayéndola del lugar secundario que suele ocupar en el cine e instando a la sociedad a dejar de hacer oídos sordos a los cambios que —tanto si lo quiere como si no— atraviesa. No por casualidad la obra está producida por Shlomi Elkabetz, a quien debemos uno de los retratos cinematográficos más poderosos de lo que supone ser mujer en Israel: Gett: el divorcio de Vivianne Amsalem (2014), el cual firmó en compañía de su recientemente fallecida hermana Ronit, a quien está dedicado el trabajo que nos ocupa. Las protagonistas de Bar Bahar. Entre dos mundos, las veinteañeras Salma (Sana Jammelieh), Leila (Mouna Hawa) y Nour (Shaden Kanboura), provienen de contextos muy diferentes pero comparten la opresión a la que las somete día tras día una sociedad que tiene sitio para ellas pero no para su albedrío. Leila procede de una familia musulmana, burguesa y seglar; Salma, de un enclave cristiano del norte de Galilea; la primera es abogada criminalista; la segunda, Dj... y homosexual. Ambas disfrutan como pueden de las libertades de la gran ciudad a la par que las sienten esfumarse entre sus dedos en cuanto bajan la guardia. En su apartamento aterriza la joven Nour, devota tanto a la religión musulmana como a su prometido, un hombre al que conoce tan poco como al propio arte de estar viva.

    Bar Bahar. Entre dos mundos da comienzo con un rito femenino globalmente expandido: la depilación, todo un símbolo tanto de feminidad como de las obligaciones que el sistema establecido ha depositado sobre los hombros de las mujeres en el mundo entero. Mediante esta sencilla escena, la película, que se mueve con solvencia entre la simpatía y la conmoción, advierte al espectador de que, si bien se dispone a retratar a tres mujeres palestinas de Israel, incluye en su llamamiento a todas las integrantes del sexo femíneo. Sin embargo, Salma, Leila y Nour comparten el hándicap añadido recién mentado: ser palestinas en terreno hebreo, o sea, personas que no encajarán nunca porque ni siquiera tienen claro dónde hacerlo. La crisis de identidad multigeneracional de la comunidad palestina de Tel Aviv, atrapada entre los dos mundos del título, es abordada aquí a través de la juventud, reivindicándose así la esperanza del cambio pero haciéndose hincapié en cómo este es aún un mero ideal. Mas esta no es la única dificultad que atraviesan las jóvenes protagonistas: Salma es consciente de que, aunque supuestamente liberales, sus padres no aceptarán su homosexualidad (explórese la filmografía de Eytan Fox para profundizar en la interesante analogía entre la crisis de identidad de género y la derivada del conflicto árabe-israelí); Leila trata en vano de llevar las riendas de relaciones amorosas donde, guiándose por parámetros establecidos, ellos siempre parecen darlo todo por sentado; y Nour, invadida por el ambiente de revolución que la rodea, se percatará por primera vez de que quizá, sólo quizá, no es la persona que todos insisten en hacerle creer que es. Envueltas por una sociedad que ni las comprende ni se esfuerza en hacerlo, una sociedad que prefiere mantenerse inmóvil por respeto al pasado a luchar por un futuro mejor para todos (y todas), las tres se refugian las unas en las otras, conscientes de que, mientras sus problemas no adquieran relevancia (inter)nacional, sólo en quienes también los afrontan podrán hallar verdadero consuelo. Para ellas, la libertad no es un derecho garantizado, sino una meta por la que pelear día a día. El feminismo y la solidaridad femenina son así transformados, respectivamente, en el cerebro y el corazón de una cinta cuyos valores reivindicativos superan a los cinematográficos en todos los sentidos.

    Bar Bahar

    “No me oigo a mí misma”, afirma Leila al probarse el opresivo atuendo de Nour en un momento clave de la película, una declaración ingeniosa y reveladora que podría perfectamente ser articulada por la sociedad palestino-israelí en su conjunto.


    Crítica social aparte, entre las principales virtudes de esta valiente ópera prima está la perfecta presentación de sus tres heroínas, a las que plasma con rapidez con un par de pinceladas que permiten al espectador empatizar con ellas sea cual sea su edad, género o lugar de procedencia. Esto se debe a la decisión de la joven realizadora de hablar de realidades que conoce como la palma de su mano, así como a su habilidad para, por así decirlo, “poner en práctica lo aprendido”, asumiendo que ya habrá tiempo para el riesgo más adelante. Empero, la rápida introducción de los personajes es también ejemplo de una de las principales lacras de la obra: su superficialidad. A fin de cuentas, que baste un atuendo liberal y un cigarrillo humeante para transmitir la rebeldía de Leila (alter ego de la cineasta), por poner un ejemplo, no es precisamente un canto a la sutileza. Y, en el caso de los personajes masculinos secundarios, esto es aún más axiomático. Además, aunque correctas, las interpretaciones carecen de fuerza suficiente de cara a esconder la convencionalidad narrativa. No obstante, recurrir a tomas largas cámara en mano y renunciar a los primeros planos incluso durante las escenas más potentes emocionalmente ayuda a disimular vicios que se deben más a la inexperiencia que al mal hacer, además de constituir una puesta en escena acorde al carácter cuasi-documental elegido. De hecho, que los intérpretes sean en su mayoría no profesionales acentúa el realismo de un filme decidido a plasmar una realidad desconocida por la mayoría: la del movimiento underground palestino de los veinteañeros que habitan las zonas urbanas israelíes, un movimiento en el que, como es habitual, cobra vital importancia la música, presente en la cinta tanto a través de las modernas composiciones de MG Saad como en forma de pegadizas canciones clave de la noche israelita que envuelven algunas de las mejores escenas de Bar Bahar. Entre dos mundos: aquellas durante las que el “drama de manual” se deja en stand by para fomentar la candidez albergada por la relación entre las protagonistas, que disfrutan de su autonomía conscientes de estar viviendo una era de cambio durante la que cada día será más progresista que el anterior hasta que finalmente todas las barreras a la libertad sean demolidas. “No me oigo a mí misma”, afirma Leila al probarse el opresivo atuendo de Nour en un momento clave de la película, una declaración ingeniosa y reveladora que podría perfectamente ser articulada por la sociedad palestino-israelí en su conjunto. | ★★★ |


    Juan Roures Rego
    © Revista EAM / Madrid


    Ficha técnica
    Israel, 2016. Título original: «Bar bahr». Directora: Maysaloun Hamoud. Guion: Maysaloun Hamoud. Productores: Efrat Bigger, Sandrine Brauer, Tony Copti, Shlomi Elkabetz. Producción: DBG / deux beaux garçons, En Compagnie Des Lamas. Música: Mg Saad. Fotografía: Itay Gross. Reparto: Mouna Hawa, Shaden Kanboura, Sana Jammalieh. Duración: 96 minutos. Presentación oficial: Festival de Toronto. PÓSTER.

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