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    Crítica en serie | The girlfriend experience (T1)

    The girlfriend experience

    Insobornable retrato de una sociópata de negocios

    crítica de la primera temporada de The girlfriend experience.

    Starz / 1 temporada: 13 capítulos | EE.UU, 2016. Creadores: Lodge Kerrigan & Amy Seimetz, sugerido por la película homónima. Directores y guionistas: Amy Seimetz, Lodge Kerrigan. Reparto: Riley Keough, Paul Sparks, Mary Lynn Rajskub, Briony Glassco, Sabryn Rock, Bill Lake, Aidan Devine, Michael Therriault, Sugith Varughese, Oliver Becker, Kate Hewlett, James Gilbert, Darren Keay, Olivia Jones, Amy Seimetz, Alexandra Castillo, Shaun Benson, Nicholas Campbell, Drew Nelson, Nancy Palk. Fotografía: Steven Meizler. Música: Shane Carruth.

    Las circunstancias que rodean a la puesta en pie, desarrollo y ejecución de un proyecto no deberían ser consideradas para valorarlo críticamente, ya que una serie habla por sí sola una vez terminada, pero en ocasiones es interesante o incluso útil conocer información de la producción para poder entender mejor el producto final. Partiendo de su filme de mismo título de 2009, Steven Soderbegh aceptó la invitación de la cadena Starz de hacer una serie desde la misma premisa: el día a día de una chica de compañía de lujo. Pero hizo una contraoferta, que consistía en seleccionar al equipo creativo encargado de la adaptación y tener muy poca o ninguna intervención por parte de la cadena, en base a la confianza de que se trabajaría dentro del presupuesto y plazos acordados y que el resultado final iba a merecer la pena. En esencia, pidió que les financiaran y unos meses después presentaron el resultado ya montado, trece capítulos de media hora que fluyen como una larga película, y que vienen firmados y dirigidos por el peculiar dúo Lodge Kerrigan y Amy Seimetz, puntales del cine independiente estadounidense y que han entregado una serie estupenda y uniforme, con una voz autoral única. Y con un episodio sobresaliente, Blindsided (1.9), que juega con el tiempo real y las múltiples perspectivas en torno a los mismos hechos.

    En esencia, The girlfriend experience la serie sigue el camino que se esperaba que la película siguiera. Aquí hay sexo, desnudos, morbo y una descripción detallada de cómo se puede entrar en el mundillo y qué hay que hacer para destacar, además de una tensión constante alrededor de si la protagonista será descubierta en algún momento por su entorno laboral y familiar. La magnífica cinta de Soderbergh, escrita por Brian Koppleman y David Levien, era una radiografía de la parte económica del negocio, una antipática y fría miniatura de apenas 80 minutos donde se hablaba y se hablaba y era todo charla vacía y superficial. Y esto era a propósito, porque la idea era describir un mundo precrisis donde Wall Street y sus novias (falsas o no) dominaban el mundo. En 2015, nuestra protagonista –que en un guiño se llama igual que el personaje de Sasha Grey en el filme, y también elige el mismo pseudónimo para trabajar por primera vez– es una estudiante de Derecho que acaba de empezar unas competitivas prácticas en una gran empresa. Será una compañera de clase y amiga la que la introduzca en el mundo de las citas concertadas con jefa incluida, aunque Christine tarda poco en querer volar en solitario. Y así empieza el verdadero núcleo dramático de esta árida propuesta, que rima con la película en su tono frío y distante, que quiere sustraer de cualquier tipo de exceso lo contado pero a la vez crear una lograda pátina de ambigüedad sobre el carácter de nuestro personaje central, fascinante e inexpugnable.

    The girlfriend experience

    «Veremos a lo largo de los 13 episodios un catálogo clásico de lo que podíamos imaginar, con clientes mayores, obsesos no peligrosos, tríos, obsesos peligrosos, esposas resentidas y hasta una incómoda sesión de juegos de rol. Todo mostrado con esa distancia –tanto física como visual– de la que hemos hablado, pero que llegados a un punto acaba por convertir cada sesión en algo inquietante (la primera visión del dormitorio/plató privado) antes que desdramatizado».


    Interpretada a la perfección por Riley Keough, Christine es un claro producto de la sociedad actual, donde la autoexigencia se une a la ambición y uno piensa que por mucho que reciba golpes no va a sangrar. Es una persona siempre en control de la situación, con una capacidad de respuesta para gestionar las crisis asombrosa y que va por el mundo como entumecida, incapaz de sentir mucho. La serie juega todo el rato con la noción de si estamos ante una sociópata o no, dando pruebas tanto de ambas asunciones. Y el mayor reto es seguir esta película de casi siete horas –además de emitirla semanalmente desde el pasado 10 de abril, la cadena ha colgado entera la temporada en su web– de la mano de la mujer, navegando sus problemas, triunfos y derrotas. La otra trama de importancia en The girlfriend experience es la empresarial, que sigue el fraude que el jefe de Christine monta con una empresa de la competencia y que produce el extrañamiento de la audiencia. ¿Por qué estamos viendo esto? ¿Qué tiene que ver con el viaje de nuestra protagonista? Hasta el final no sabremos que su importancia es crucial, porque es una crónica de lo imparable que es la mujer, y cómo la vida de David (estupendo Paul Sparks) queda trastocada para siempre tras conocerla y tratar de desecharla. De hecho, el único episodio en que Sparks no participa es el último de la temporada, cuando ya la historia del hombre no nos importa.

    Lo que también hace The girlfriend experience es ofrecer una crónica de la lógica empresarial con la que funciona parte del mundo, en su variante más puramente económica, que convierte todo lo que vivimos y todo lo que nos pasa en materia de un posible acuerdo. Con los móviles armados como cámaras y grabadoras, una perspectiva que da miedo por lo creíble que resulta, todo –desde un orgasmo hasta unos papeles, pasando por un ataque de ansiedad– puede ser elemento de negociación. Y en su viaje como persona, que dura más de un año, Christine se convierte en una negociadora nata que, según nos cuenta su madre, siempre quiso la atención. El tiempo pasa y las elipsis son frecuentes, y todo fluye entre apartamentos, habitaciones de hotel y no-lugares cargados de deseo mal reprimido. La fotografía de Steven Meizler –subordinado de Soderbergh durante años– y la música del multidisciplinar Shane Carruth (pareja de Seimetz en la vida real) terminan de aportar lo necesario al empaque visual de esta crónica de un alma que se va desapegando de todo conforme el dinero llena su cuenta bancaria y la intimidad pierde su sentido. Veremos a lo largo de los 13 episodios un catálogo clásico de lo que podíamos imaginar, con clientes mayores, obsesos (y no) peligrosos, tríos, esposas resentidas y hasta una incómoda sesión de juegos de rol. Todo mostrado con esa distancia –tanto física como visual– de la que hemos hablado, pero que llegados a un punto acaba por convertir cada sesión en algo inquietante (la primera visión del dormitorio/plató privado) antes que desdramatizado. Que ésa fuera la intención o no se le escapa a este crítico, pero no deja de aportar otra capa de interés al resultado final, haciendo de este proyecto todo un espectáculo de sutileza. Se la puede acusar de monótona, repetitiva, incluso aburrida, y aunque estas acusaciones tienen algo de verdad, su anticlimatismo atrapa demasiado como para no verla entera. Los creadores/directores no ofrecen apenas respuestas, y su despedida lo es porque ellos lo han decidido, no porque la historia de Christine termine con ningún punto y final. Sólo con la constatación de que, en su mundo, el cuerpo y un pedacito de atención como la moneda de pago definitiva. | ★★★★ |


    Adrián González Viña
    © Revista EAM / Sevilla


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