Un subversivo retratista de las esencias
crítica de Héroes del blues, el jazz y el country de Robert Crumb / Nórdica Libros.
Título original: Heroes of Blues, Jazz & Country. Publicación original: noviembre de 1996. Traducción: Ana Momplet. Tamaño: 145 x 190. Encuadernación: Cartoné. Páginas: 240. ISBN: 978-84-16440-81-8. PVP: 25 €.
Hace no mucho apareció Robert Crumb en una sala de exposiciones y yo me enteré gracias a un tuit de Barbara Celis. Dicen los testigos que a su irrupción allí Crumb se peinó un poco la azotea y se dirigió rápidamente a una silla plegable, donde aparcó su trasero y empezó a desenfundar la mandolina como Antonio Banderas su guitarra en aquella película de Robert Rodríguez. Crumb vestía un traje oscuro con corbata y chaqueta negra de enterrador: más que un viejo historietista contracultural parecía un solemne jazzman recién traído de los primeros años treinta en Nueva York. Tal vez incluso el modelo de una ilustración todavía por dibujar, y firmada por él mismo. De pronto giró la cabeza; sonó a fluorescente encendiéndose. A su lado estaban una rubia con bombín y un bombín con perilla de chivo tormentoso, más conocidos ellos por el sobrenombre country-blues de East River String Band (Eden Brower & John Heneghan). Nadie sabe cuánto duro aquel repertorio imperecedero. Media hora, quince minutos, tres días, vaya usted a saber. Dicen que entre tema y tema se escuchó un ¡ahí va la hostia, si es Robert Crumb!, que en inglés americano no tiene la misma resonancia ni la misma contundencia, ni siquiera traducción literal del español de bar castizo. Ustedes disculpen. También dicen algunos espectadores que fue deliciosamente raro, vibrante, o sea cien por cien Robert Crumb. Sus dedos parecían raíces de un árbol cuya semilla musical se remonta al Misisipi de los años 20 y 30 del siglo XX, pero también al Kentucky de aquellos días nubosos, y a Nueva Orleans y a Chicago y a Georgia y a Virginia. Así de inmensas son las manos de Crumb, un drawteur (no busquen esta palabra en el diccionario) al que los amantes del cómic nos dirigimos tan solo con la seguridad de conocerle cada vez menos, y por tanto quererle cada vez más.
En el prólogo a Héroes del blues, el jazz y el country, el cineasta Terry Zwigoff cuenta que conoció a Crumb a principios de los años setenta. Al parecer no tardaron mucho en hacerse amigos. La amistad surgió, fundamentalmente, a través de la música. Ambos compartían además una pasión a prueba de manirrotos: el coleccionismo. Más aún, el coleccionismo musical. No en vano bebían los vientos por los discos de 78 r. p. m., cuyos surcos parecían esconder un ancestral paisaje sonoro que hoy ciertos mandarines de la prensa más chic reducen al sustantivo «americana», y que engloba géneros tales como el blues, el country, el folk y el rock; si se prefiere un híbrido danzarín y electrificado de figuras como Blind Willie Johnson, Charlie Patton y Skip James, entre otros bluesmen inolvidables que abrirían camino desde varias latitudes de un país en construcción. Si bien un país económicamente volátil que a comienzos de los años veinte se creía que todo era Jauja y a renglón seguido, crash mediante, siguió perfeccionando su ley socioeconómica para hacer con la música popular lo mismo que con otras artes más o menos accesibles: una industrialización masiva encaminada a la atomización contemporánea. Y así, medio siglo después, nos encontramos a vueltas con esta historia convertida ya en canción quejosa: blues entre iguales. Y es que Crumb y Zwigoff eran a su vez amigos de Nick Perls, propietario y director de Yazzo Records, una disquera radicada en Nueva York que poseía entonces el mejor archivo de blues tradicional al este del Misisipi. Zwigoff describe no sin cariño cómo lograron convencer a Perls de que sus producciones de 78 r. p. m. podrían si no aumentar sus ventas, al menos mejorar estéticamente incluyendo ilustraciones firmadas por Crumb, quien ya se había destapado como un apasionante retratista de los pioneros de la guitarra, el violín, el piano, el saxo, la trompeta, la mandolina, e incluso el siempre avasallador y esquizofrénico banjo. Obviamente el estilo singular de Crumb restalló en la retina de Perls quien, en un golpe de genio no sólo mercadotécnico sino también artístico, fue aún más lejos brindando al dibujante de Filadelfia, a la postre guía espiritual del cómic underground con obras del calibre de El gato Fritz o American Splendor, la oportunidad de reunir esas postales en tres colecciones de cromos a color —una dedicada al blues, otra al jazz y una tercera al country, todas ellas despachadas con éxito— que ahora tenemos reunidas en un tomo impecablemente editado por Nórdica Libros.
Héroes del blues, el jazz y el country |
«Obviamente el estilo singular de Crumb restalló en la retina de Perls quien, en un golpe de genio no sólo mercadotécnico sino también artístico, fue aún más lejos brindando al dibujante de Filadelfia, a la postre guía espiritual del cómic underground con obras del calibre de El gato Fritz o American Splendor, la oportunidad de reunir esas postales en tres colecciones de cromos a color que ahora tenemos reunidas en un tomo impecablemente editado por Nórdica Libros».
Proliferan aquí nombres inusuales y algún que otro connoiseur nunca lo suficientemente bien ponderado en las páginas de la gran enciclopedia musical. Crumb sitúa el foco sobre las big bands de la Swing Era y los frenéticos cuartetos hillbilly; principalmente familias numerosas cuyos hijos heredaron —tal vez «motu propio»— el gusto por los ritmos tradicionales abordados con la técnica fingerpicking. Y, sí, asombra la precisión con que Crumb dibujó a esos músicos, de los cuales hoy sólo podemos encontrar unas cuantas piezas o tomas-alternativas-para-buceadores, parapetados tras su instrumento, mirando a cámara como si nunca hubiesen vivido aquella época ni respirado aquel humo, como si tampoco hubieran llegado a imaginar que acabarían viviendo por y en su música y en un libro-postal —salpimentado con escuetas pero minuciosas biografías— que desprende, no sin erudición, el espíritu libertario de la adolescencia. Esa juventud en diferido que no es sino la devastadora adultez del lector que procura de tanto en tanto acercarse a su librería para tomar un cómic, abrirlo, abrirlo despacio, sin pausa ni prisa, y aspirar su perfume como quien absorbe los versos funerarios de Auden, para en última instancia convencerse de que adentro poco ha cambiado y afuera «ya nadie canta el blues como Blind Willie McTell».
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BONUS TRACK
Héroes del blues, el jazz y el country incluye una vibrante selección musical en formato CD confeccionada por Robert Crumb. Veintiuna gemas oldies que repasan, divididas en tres secciones correspondientes a tres géneros, casi un siglo de historia.
Cara B
Con su lápiz Crumb también inmortalizó a un músico supeditado, como tantos otros bluesmen, a cierto mito fundacional. Su aparición en cine nos devuelve una comedia minusvalorada. Por resumir: en contra de la creencia más extendida, el compositor afroamericano que viaja junto a los Soggy Bottom Boys, o Traseros Mojados, de la película O Brother! no es Robert Johnson (ya saben, ese joven emprendedor del Delta que vendió su alma al Diablo a cambio de convertirse en el más brillante guitarrista de su tiempo) sino Tommy Johnson, nacido en 1896 en Terry, Misisipi. Tal es su nombre, y así figura en los créditos: Tommy Johnson. No es ningún guiño oculto. Y, sin embargo, todavía hay críticos y melómanos que se empeñan en reconocer un homenaje al Johnson de la encrucijada. De alguna manera los Coen simplemente no podían, no querían resultar tan obvios. Al fin y al cabo ellos, al igual que Robert Crumb, prefieren homenajear y consagrarse a los perdedores de la «Odisea americana».
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