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    La abadía de Northanger (Jane Austen, 1817)

    La abadía de Northanger

    LA VIDA ES LA MÁS SINIESTRA DE LAS NOVELAS GÓTICAS

    reseña de La abadía de Northanger, de Jane Austen | Alba, 2010.

    Amo a Jane Austen sobre todas las cosas. Ya sé que por lo general se tiene una idea blanda de esta magistral escritora, como que escribe cositas de época ñoñas y edulcoradas, lo cual tampoco estaría mal aunque solo fuera por lo que esto escandaliza en estos cretinos tiempos, imagen apoyada por sus innumerables adaptaciones tanto para el cine como para la televisión. Las primeras ahondando en su faceta más romántica y desenfadada, las segundas más atinadas sobre todo cuando vienen firmadas por la cadena BBC. Confieso que es raro que no me gusten, algún caso hay, y tampoco las he visto todas, creo que sobra decirlo. Pero también debo afirmar que no recuerdo una sola ocasión en la cual de verdad me haya encontrado con una adaptación que consiga transmitir el aliento crítico y demoledor para con la sociedad de su época que sí vive en sus novelas. La cosa empeora cuando encima comienzan a salir libros de zombies ambientados en su obra. No lo entiendo, porque Austen ya mostraba a esas horrendas criaturas con pleno detalle en cualquiera de sus novelas: zombies burgueses y aristócratas, remedos humanos vencidos por la convención y el lugar común en su forma de pensar que los hace más terroríficos que los de piel reventada, que al final de todo son idiotas porque no tienen cerebro, siempre menos peligrosos que aquellos que sí lo tienen por mucho que cueste demostrarlo. Así que reescribir alguna novela en clave de historia de zombies se me antoja un chiste cutre y mal contado que solo puede gustar… pues sí, amigos, a esos zombies que Austen machaca sin piedad en sus novelas, a esos imbéciles sin remedio que ahogan todo atisbo de pensamiento libre y actitud independiente en el pozo del lugar común. Libros de hoy viejos como momias, obras muertas para cadáveres que se creen vivos porque se ríen de lo que creen trasnochado. Como si nunca se hubieran visto en un espejo.

    Pietro Citati, el magnífico crítico literario italiano de esa estirpe rara y valiosa que escribe con pasión y sabiduría, que contagia su entusiasmo por aquello sobre lo que escribe, lo explicaba de manera genial en su libro El mal absoluto: en el corazón de la novela del siglo XIX (Il male assoluto. Nel cuore del romanzo dell’Ottocento, 2000), en el cual dedica un par de capítulos a nuestra escritora que más que un estudio de su obra, que lo es y de una profundidad y sencillez abrumadoras, más bien pareciera una carta de amor. Así escribe sobre la que define, con una precisión tal que nadie se ha atrevido a afirmar de igual forma con su clarividencia, como “pequeña y terrorífica nihilista”: “A los quince años, Jane era ya una gran escritora: tenía casi todas las cualidades que un novelista adquiere hacia la mitad o al final de su carrera. (…). No son bromas de familia: quien escribe no es una jovencita quinceañera que se ríe en su rincón y se burla de las modas de su tiempo. El juego de Austen es mucho más inquietante. La joven quinceañera que en la vida cotidiana respetaba la casa, la familia y la iglesia, es una perfecta nihilista. No respeta nada. De todo lo que existe —la familia, la casa, la conversación, las costumbres más inocentes, ese edificio compacto e inmortal que todos veneramos y que llamamos realidad— no se salva, a sus ojos, ni la menor apariencia. Basta con que escriba sobre ello en su cuaderno de colegiala para que todo se vuelva absurdo y se disuelva en una nube de insensatez.” (p. 83)

    La abadía de Northanger
    Unas jovencísimas Carey Mulligan y Felicity Jones en la adaptación televisiva de La abadía de Northanger de 2007

    La abadía de Northanger (Northanger Abbey, 1818) fue la primera novela de Jane Austen (1775-1817), la cual comenzó a escribir cuando contaba con apenas 23 años, en 1798, y que reescribiría en 1803 ante una al final frustrada posibilidad de publicación. La revisa de nuevo entre 1816 y 1817, justo antes de morir, y llegó a publicarse de manera póstuma en 1818. Sobre ella recae la fama de ser una burla de las novelas góticas. Estas eran por entonces la literatura masiva, la que vendía y cosechaba todos los éxitos, Ann Radcliffe a la cabeza. Pero la verdad es que la buena y adorable Jane reparte leña a todo el mundo: a los periodistas que critican sin saber de qué hablan, a los que desprecian las novelas, a los que solo leen ensayos complicados y mal escritos y presumen de intelectuales, a los que solo siguen las novelas de moda… Austen se ríe también, claro, del modelo de novela gótica con su estilo desenfadado anteponiendo la realidad a los lugares comunes, trapacerías y falsedades que abundan en la mayoría de obras góticas, no olvidemos que en aquellos años eran una plaga, pero demostrando su admiración y destacando la valía de las que cree logradas y verdaderas. Jane Austen es demasiado inteligente para criticar a ciegas y sin criterio, y buscadora incansable de la verdad en su obra, no deja de apreciarla jamás cuando la encuentra en otras obras por muy góticas que sean. De hecho, las bromas a costa de la novela realista, las propias que vierte de continuo sobre las convenciones que ella misma se ve obligada a aceptar, son de una brillantez apabullante: se ríe de todos, pero primero de ella misma, con una risa contagiosa y feliz, sincera y noble, adelantada a su tiempo y más aún a los nuestros. Esta risa alcanza, como digo, a todas aquellas novelas que siguen los cánones establecidos: su eco llega hoy en día con una frescura luminosa, y podría valer para la mayoría de novelas que pueblan las librerías de nuestros mercados y las que se ahogan en internet. Como curiosidad cabe decir que el personaje que más crueldad y desprecio muestra en La abadía de Northanger hacia los dramones góticos es uno de los más fatuos, estúpidos, engreídos y aburridos de los que pululan por esta novela. Se trata del insufrible John Thorpe, hermano de Isabella, otra que tal baila, la nueva y mejor amiga, se presupone, de nuestra protagonista Catherine Morland. La ironía de la Austen es genial: su objeto de burla es criticado por un personaje a su vez objeto de la más feroz crítica. Y sin perder por un segundo sus buenas maneras. Torpedeando la estupidez de su tiempo con una sonrisa en los labios. La buena de Catherine, una adolescente soñadora y algo pacata embebida de lecturas góticas, interpreta la realidad no por lo que es sino por lo que lee. Esto en principio no es grave, soñar es maravilloso. Pero cuando el sueño nubla nuestra visión y nos lleva a confiar en desalmados y a desconfiar y prejuzgar a aquellos que solo actúan movidos por la nobleza de corazón, llega el momento de abrir los ojos y crecer. El viaje de Catherine es así un sendero iniciático de la oscuridad hacia la luz, de las sombras de la ignorancia a la brillante comprensión de lo que nos rodea. Un camino que mal que bien hemos hecho todos aquellos que ya dejamos atrás nuestra adolescencia hace tiempo. Y sí, ya, a todos nos gusta presumir de espíritu adolescente, pero encerraos en una habitación con cincuenta de ellos y después me lo contáis.

    El estilo de Jane Austen en La abadía de Northanger es, en cualquier caso, todavía un esbozo de lo que llegará a ser. Todo resulta demasiado obvio, evidente, lo cual no impide que su increíble capacidad de análisis resulte admirable. Pero sí le resta un poco de fuerza. Si en la primera parte del libro, la que transcurre en la ciudad balneario de Bath, resulta eficaz en su presentación de personajes, costumbres y comportamientos en sociedad, la segunda, la que se desarrolla en la abadía del título, no brilla de manera tan intensa en su forma de mostrar la torpeza y poca capacidad de comprensión de la realidad de Catherine, obnubilada por sus lecturas, un Quijote adolescente que por sus errores de juicio hará daño a quienes más la quieren. La pequeña nihilista estaba aprendiendo a afilar sus armas. Es certera y elegante, pero todavía no es perfecta. Austen expone en primer plano, no con explicaciones sino a través de sus personajes, mostrando sus actos y conversaciones, la fatuidad, el fácil aparentar, el querer parecer más de lo que uno es, la falta de sinceridad o directamente las mentiras que mueven el entramado de las relaciones sociales. Para ella, solo quien se muestra tal cual es, sea mejor o peor, pero sin máscaras, sin ser esclavo de la imagen que quiere dar a los demás, es digno de respeto y admiración. Y todo sin que el relato se convierta en un panfleto, sino integrado en los sucesos de la vida cotidiana de una joven que comienza a salir del regazo familiar y a conocer el mundo. Todavía entorpecida por sus gustos y manías adolescentes, pero aprendiendo poco a poco qué es lo que de verdad debe causar nuestros desvelos o ser objeto de nuestras esperanzas. Aprendiendo a vivir, lo cual a veces es más terrorífico y complicado que la más siniestra de las novelas góticas.


    José Luis Forte
    © Revista EAM / Cáceres.


    La abadía de Northanger
    de Jane Austen (1817)
    título original | Northanger Abbey
    traducción | Guillermo Lorenzo
    editorial | Alba
    colección | Alba minus, clásicos, 14
    nº de páginas | 287
    ISBN | 978-84-88730-03-9
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