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    La Atlántida de Pierre Benoit

    La Atlántida de Georg Wilhelm Pabst

    Reina en la ciudad perdida

    crítica a La Atlántida, de Pierre Benoit | 1919

    Es habitual escuchar decir acerca de un escritor de éxito, por lo general un autor de best-sellers, que el tiempo lo pondrá en su sitio, que no será recordado en el futuro porque sólo pasan ese filtro temporal los buenos escritores. Siempre me ha sorprendido cómo esta majadería mayúscula es lugar común entre los defensores de una cultura de élite, de esa “buena literatura” que lo único que hace es aferrarse a varios escritores de los que nos gustan a todos (un Dickens, un Dostoyevski, un Carroll, por citar tres autores no minoritarios de “alta literatura” que me encantan, y sé que a vosotros también) para defender sus premisas. No comparto en absoluto esa idea de que el tiempo es una especie de ente con inteligencia propia que da a quien lo merece lo que no obtuvo en su momento. De hecho, lo normal es encontrar y descubrir escritores olvidados que no deberían estarlo. El tiempo no es justo: el tiempo es cruel, y si es verdad que de vez en cuando nos ofrece algún regalo lo normal es que su manto cubra por igual a los “buenos” y a los “malos”. Es como la muerte: está por encima de distinciones humanas. Si el tiempo fuese ese filtro de calidad prometido, la pregunta es por qué hay tantos escritores maravillosos cuyas obras no hay manera de poder leer en nuestro idioma. Y sí, aquí entraría el negocio editorial, pero no todo es culpa suya. Lo que demandamos es lo que tenemos, nos guste o no, contando también, tampoco somos ciegos, que siempre hay libros de esos que intentan meternos en la cabeza con más insistencia que la colonia de los anuncios. Todo este rollo que os estoy soltando (perdonad mi presunción al utilizar el plural: de seguro aquí debería usar el singular, querido y solitario lector de estas líneas) viene a cuento porque si bien la novela que nos ocupa hoy no es difícil de encontrar en ediciones recientes, no sucede lo mismo con el resto de su obra. Y es una pena, pues tras leer esta prodigiosa y modélica novela de aventuras, La Atlántida (L’Atlantide, 1919) de Pierre Benoit, uno desea más.

    De entrada la premisa es sencilla: un par de soldados franceses en una misión de reconocimiento geográfico del terreno que les ocupará varias semanas se internan en el desierto del Sáhara y allí darán, en lo más oculto del corazón africano, con la ciudad perdida y mítica de la Atlántida. Benoit resulta fantástico en la forma en que nos hace sentir todo el aroma del desierto, toda su maravilla primigenia pero también el horror que palpita en su interior. Lo hermoso y lo terrible de la desolación se aúnan en sus descripciones precisas e intensas. Así la profunda e impresionante belleza, oscura y vibrante, de una tormenta de agua en el desierto que nos deslumbra por su fuerza, un diluvio descrito con una fiereza arrolladora. Benoit conoce al detalle de qué nos habla (vivió varios años en Túnez y Argelia) y alterna su relato con datos geográficos y lingüísticos que lejos de aburrir consiguen introducirnos de lleno en la atmósfera de la narración. Pareciera por momentos que el lector masticara arena con la boca reseca y los labios agrietados por el aire del yermo eterno. La novela está marcada por el devenir funesto de sus protagonistas, anunciado desde las primeras líneas, una historia escrita por un oficial tras escucharla de labios de otro, la cual es entregada por escrito a un tercer oficial que la cederá al editor… En fin, da la sensación de que llegamos a conocer la aventura gracias a que el tiempo, valga la paradoja, la ha sacado de su letargo como quien la extrajera de un pozo llegando a nosotros como un secreto susurrado a nuestros oídos. Para añadir verosimilitud a lo que se nos cuenta, Benoit hasta inserta de vez en cuando notas a pie de página del editor imaginado por él, un recurso excelente para explicar o aclarar cuando le conviene algún punto del relato. Tenemos pues que es el teniente Ferrieres quien comienza narrando la historia, para enseguida contarnos la que a éste le narrara el capitán De Saint-Avit protagonizada por él y el capitán Mohrange, su incursión en el corazón del Sáhara hasta encontrar la Atlántida y a su reina, la bella y fatal Antinea, descendiente directa de Cleopatra, nada más y nada menos. La confesión del capitán De Saint-Avit es pues el grueso de la aventura, una narración luminosa y fantástica herida por la oscuridad y lo trágico, pues todo empieza con el hecho de que este valiente capitán asesinó a su compañero de viaje, Mohrange. Descubrir el por qué de este crimen incomprensible nos tendrá atados sin piedad al libro durante sus casi trescientas páginas. Bueno, entendedme, esto y la mágica prosa del autor.

    La Atlántida de Georg Wilhelm Pabst
    La Atlántida de Georg Wilhelm Pabst

    «Desde el primer momento tenía la sensación de que caminábamos con rumbo a algo desconocido, a alguna monstruosa aventura...»


    Ya he indicado la belleza y la precisión de las descripciones de Benoit, marcándonos con su intensidad y trasladándonos al desierto primero, a la deslumbrante Atlántida después. Antes de llegar a la ciudad perdida, el relato se centra en ese viaje de los dos oficiales plagado de sorpresas y descubrimientos, siendo el momento del diluvio comentado más arriba uno de los más impresionantes. Pero hay más: no sólo esa manera con la que Benoit nos hace vivir la inmensidad y la gran soledad del desierto, sino también momentos tan divertidos como cuando nuestros dos oficiales con su guía prenden en una cueva en la que han entrado para protegerse una hoguera con unas plantas que resultan ser… ¡hachís! Imaginad el viaje aún más fantástico que el autor nos narra a través de sus alucinados personajes. También he hablado de la profunda erudición que desprende la novela sobre África, en especial en todo lo relativo a las lenguas nativas y la geografía, pero también a las costumbres de sus habitantes y toda esa locura de tribus enfrentadas. Cuando nos ha impregnado de realidad y datos precisos, nos tragamos sin problemas la teoría del mar interior que antes era el desierto del Sáhara y que rodeaba a esa Atlántida que en verdad está en el continente africano sin rechistar. Penetramos entonces en la profundidad y el misterio de la Atlántida convencidos de su implacable realidad: oculta entre una nube de montañas y riscos que la protegen y henchida de primitiva y bestial belleza. Y allí, la aparición casi celestial de Antinea, su reina, un objeto de placer al alcance de la mano, lo cual obnubila al amante elegido pues el deseo lo posee y se adueña de su sentido ante la seguridad de que podrá obtenerlo. Es una diosa que se nos entrega sin concesiones, pero en sus manos seremos arcilla y menos que barro primordial al final, objeto de coleccionismo macabro en la sala de los sarcófagos, el salón de mármol rojo, donde yacen momificados en oricalco todos los amantes de la diosa vengativa. Las ofensas a su sexo nunca serán retribuidas hasta que Antinea llene todos los nichos con los cadáveres de sus entregados amantes. Es en estas páginas cuando Benoit adopta un tono sepulcral, marcado por el horror de la tumba y el destino inevitable. Tras el deslumbramiento por la maravilla y el prodigio tomando forma, se sucede el terror de la realidad. Descubriremos qué llevó a Saint-Avit a cometer su atroz crimen, y en la huida final lucharemos con él enfrentados a lo más crudo y descarnado del desierto, una tierra donde la muerte encuentra su hábitat natural.

    Entre la fascinación, la maravilla y el horror se desarrolla La Atlántida, una fantástica novela que, pese a lo que os he contado, jamás deja de ser una extraordinaria narración de aventuras en la tradición del mejor Jules Verne o Henry Rider Haggard (hay en ésta muchos ecos de su mítica obra Ella, She, 1877). Existen varias adaptaciones cinematográficas de la misma, siendo a mi gusto las más interesantes tres de ellas: la primera, dirigida por Jacques Feyder al poco de publicarse la novela, en 1921; la segunda sería la dirigida por el gran Georg Wilhelm Pabst en 1932 protagonizada por Brigitte Helm; y la tercera una cinta al servicio de Maria Montez dirigida en 1949 por Gregg G. Tallas (y los no acreditados John Brahm y Arthur Ripley). Sólo resta dejaros ya con un pequeño fragmento de La Atlántida de Benoit que creo que refleja a la perfección esa “llamada” del desierto que empuja a sus protagonistas. La traducción, con un delicioso regusto arcaizante para nuestros ojos actuales, es obra de Rafael Cansinos-Assens. “Desde el primer momento tenía la sensación de que caminábamos con rumbo a algo desconocido, a alguna monstruosa aventura. No en balde se viven meses y años en el desierto. Tarde o temprano, acaba éste por apoderarse de nosotros, por dar al traste con el buen oficial, con el funcionario timorato, atenuando su preocupación de la propia responsabilidad. ¿Qué habrá detrás de esas peñas misteriosas, de esas opacas soledades, que desafiaron victoriosamente la curiosidad de los más ilustres exploradores de misterios?... Y uno sigue adelante.” (p. 91)

    José Luis Forte
    Redacción Cáceres


    La Atlántida de Pierre Benoit
    La Atlántida
    de Pierre Benoit (1919)
    título original | L’Atlantide
    traducción y notas | Rafael Cansinos-Assens
    ilustración de cubierta | Freixas
    editorial | Sociedad General Española de Librería, Diarios, Revistas y Publicaciones, S. A.
    año | 1952
    nº de páginas | 289
    encuadernación | cartoné con sobrecubierta
    ★★★★
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