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    Cine Alemán Siglo XXI

    Recap | Juego de tronos (4x08)

    Juego de tronos (4x08)

    Ni los dioses perdonan

    crítica de The Mountain and the Viper (4x08) | Game of Thrones (Temporada 4)
    Este artículo contiene spoilers

    HBO | EE.UU., 2014. Director: Alex Graves. Creador: David Benioff y D. B. Weiss. Guión: David Benioff y D. B. Weiss. Fotografía: Anette Haellmigk, Música: Ramin Djawadi. Diseño de producción: Deborah Riley. Dirección artística: Paul Ghirardani. Intérpretes: Peter Dinklage, Nikolaj Coster-Waldau, Lena Heady, Kit Harington, Emilia Clarke, Aidan Gillen, Charles Dance, Sophie Turner, Maisie Williams, John Bradley, Alfie Allen, Rose Leslie, Kristofer Hiviu, Hannah Murray, Iwan Rheon, Rory McCann, Conleth Hill, Iain Glen.

    Un techo de tablones de madera filtrando hilos de sangre, como cantaría Las lluvias de Castamere si fuera versionada por el norte más salvaje; un hombre desollado y empalado como un tótem macabro, firma de una Casa que conquista a través de las estrategias bélicas más rastreras y Hediondas; un desenlace de combate con un impacto hipersensorial, casi sinestésico, otro final antológico que sigue esculpiendo el culto masivo de una serie incomparable… Violencia, en definitiva. Violencia sin concesiones (no significa gratuita) que irrumpe en el plano a estallidos cada vez más frecuentes, a medida que nos acercamos al final de temporada y se alcanza el clímax en las distintas tramas. No en vano, el próximo episodio es el mítico número nueve, donde todo apunta que un muro blanco se va a convertir en un paredón rojo. Juego de tronos no es hipócrita televisivamente hablando, y aquello que debe ser explícito, cercano a la experiencia carnal, va a ser tratado y mostrado como tal. Parafraseando a Tyrion: “Si quieres concesiones, has venido al lugar equivocado”.

    Pero no todo es violencia en esta Canción de hielo y fuego, en absoluto. Aparte del ataque de los salvajes a Villa Topo (rasgado por una música tensional al más puro estilo hitchcockniano, partituras inspiradas en el Bernard Herrmann más “psicótico”), de la recuperación de un Foso Cailin pesadillesco por parte de la Casa Bolton (gracias a las tretas traicioneras de Ramsay y su fiel mascota, por las cuales el bastardo será recompensado con la honra de un apellido paterno y una vasta herencia cuyo dominio la vista no abarca desde una colina ventosa) y aparte del duelo entre Gregor Clegane y Oberyn Martell, hay otras escenas de distinta índole que merecen ser destacadas. Por ejemplo, la risa espontánea, improcedente y tremendamente contagiosa de Arya cuando después de todo lo vivido en el camino recibe la noticia de la muerte de su tía Lysa Arryn, ya frente a La Puerta de la Sangre. O la relación compleja entre Gusano Gris y una Missandei de belleza delirante, otro amor que busca superar sus crueles imposibilidades. Pero especialmente, y antes de pasar a la secuencia estrella, cabe ensalzar las escenas desarrolladas en el Nido de Águilas y aquella protagonizada por Jorah Mormont y Daenerys Targaryen.

    Juego de tronos (4x08)

    Meñique va a ser sometido a interrogatorio, una especie de juicio íntimo y privado realizado por miembros de alta cuna, Señores del Valle. La sospecha se cierne sobre el taimado personaje, a raíz de la incredulidad que despierta la posibilidad de un suicidio cometido por Lysa Arryn. Pero todo se resuelve una vez más a favor de Petyr Baelish cuando la testigo presencial de los hechos, llamada a comparecer, en vez de condenarle con la verdad le salva con la mentira. Sansa Stark apuesta a caballo ganador conocido y por primera vez juega al verdadero juego de tronos, haciendo uso de esas armas y esas artes propias que, tiempo atrás, la mismísima Cersei, enemiga y jugadora maestra, le pusiera en conocimiento. Con un dramatismo de celofán la chica vela el curso de la justicia y alcanza así una madurez fuera de toda duda, desprendiéndose de cualquier rastro de inocencia que pudiera quedarle. Esto queda fantásticamente representado en dos instantes. Primero, en la mirada que cruza con Meñique, por encima de un hombro consolador y a espaldas del mundo, con otro maravilloso acompañamiento sonoro que remarca sutilmente la disruptiva moral del personaje y el misterio de sus motivaciones. Y en segundo lugar, con el poderoso y elocuente silencio que brinda a su salvador salvado, cuando éste le visita en su estancia privada, respuesta más que suficiente y más que reveladora ante la pregunta de un hombre de ardientes deseos enconados. Todas las impresiones que dejan estos detalles se ven confirmadas poco después, en el preciso momento en el que vemos a una mujer diferente, con aspecto de Señora del Valle, descender la escalera curva de la sala del trono. Barbilla alta, seguridad y orgullo en cada paso, tonos negros y amoratados en el vestir, plumas oscuras sobre los hombros, nacidas del cambio de piel y de carácter, de la aceptación de un destino caprichoso; todo un cisne negro saliendo a escenario. Aronofsky quedaría tan embelesado como nosotros.

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    En la Bahía de los Esclavos, los acontecimientos se desencadenan a partir de un pergamino entregado a Ser Barristan de manos de un pequeño espía al servicio de Varys, por extensión, de la Corona. El mensaje ha sido enviado por Tywin Lannister con toda la mala intención. El secreto que revela va a dejar a Jorah Mormont a los pies de su khaleesi, suplicando el perdón por actos de traición cometidos en un pasado demasiado sufrido para poder olvidar. El rostro del actor Iain Glen transmite a la perfección el ruego, el arrepentimiento auténtico, la vergüenza y el sentido pesar que le invade. Como él mismo dice, la ha protegido, ha luchado por ella, ha matado por ella y, por encima de cualquier cosa, la ha amado. Pese a ello, Daenerys no cederá. Con una máscara de frialdad, la mirada alucinada y clavada en un infinito impersonal y tragándose un dolor venenoso con tal de no regalarle a su consejero la más mínima muestra de afección o de pena, le perdona la vida pero lo expulsa de Meereen para siempre. Lo extirpa de su lado con el grito sordo de las entrañas. La emotividad que trasciende el instante, palabras y actuaciones, se verá potenciada con un plano de Jorah Mormont fuera de las murallas de la ciudad, cabalgando un segundo destierro, el sino de su vida errante.

    Tañen las campanas y Tyrion y Jaime cortan su conversación, evocaciones de la infancia con múltiple interpretación pero con el retrato claro del personaje acusado de asesinato, alguien curioso y reflexivo desde pequeño, de una gran humanidad a pesar de la necesidad constante de mantener oculta dicha cualidad por pura supervivencia. Es la hora. La vida del enano depende del metal esgrimido por otros. Concretamente, depende del vencedor del combate entre el príncipe de Dorne y el hermano mayor de los Clegane. El enfrentamiento tiene lugar en una privilegiada localización croata, un espacio oval con unas vistas adriáticas que podrían disfrutar los asistentes en los graderíos del anfiteatro si pudiesen apartar los ojos del duelo. Pero no pueden, al igual que nosotros. Desde el sonido de viento que da comienzo a la justa permanecemos fascinados. Oberyn Martell, protegido tan solo por una ligera armadura de cuero que imita la piel escamosa de serpiente, despliega un asombroso repertorio de gráciles movimientos con la lanza. Giros y virguerías en el manejo del arma que le mueven en espiral hacia su imponente rival, lo que queda captado con frecuencia mediante encuadres cenitales que facilitan la percepción de desplazamientos laterales y movimientos de ataque – esquivo – retirada (este uso del plano picado, y en especial la inclusión al final de cierta prótesis destrozada, me retrajo fugazmente en algún momento la última película de Nicolas Winding Refn). Pedro Pascal exhibe una destreza con la lanza que ya sorprendió al maestro de armas de la serie, como ha reconocido en más de una ocasión el propio Tommy Dunne. El actor chileno se entrenó apenas un par de semanas en el Wushu, un arte marcial acrobático. Lo que pudo aprender del maestro Hu se vio mejorado por una práctica diaria en el interior de su apartamento, ya que Pedro Pascal ha admitido que debido a su timidez no practicaba demasiado en exteriores. Sea como fuera, el resultado es admirable. Solo hay que fijarse en el modo que proyecta esa lanza acabada en una hoja reptilesca de filo sinuoso, una extensión retráctil de su cuerpo, todo al son in crecento de una especie de mantra guerrero y vengador, un estribillo que acompaña a la genial coreografía de lucha: You raped her! You murdered her! You killed her children! Repetido una y otra vez, ganando ritmo e intensidad, acercándole en vueltas de sumidero hasta el desenlace. Hasta el horror. Hasta el grito de la amante que aruña la pantalla y mella las espadas. Hasta la condena proclamada en voz alta para oídos recién violados. Hasta el enfoque final del rostro de Tyrion, el cual refleja el desgarro de la desilusión y el shock de propio y extraños, de millones de espectadores.

    Juego de tronos (4x08)

    Se suele decir que una imagen vale más que mil palabras, y si pertenece a esta serie, seguramente vale más que un millón de ellas. No puedo gastar un millón de palabras en tratar de describir lo que se siente al ver morir de forma tan brutal a Oberyn Martell, un personaje carismático que se había ganado nuestra devoción y que recordaremos tal y como el actor que le encarnó le gustaría que hiciésemos: “A lover and a fighter”. Y es que de poder explayarme a mi antojo en este texto tampoco le haría justicia a la imagen, a la escena. Así que he optado por contar la historia de un modo diferente, yendo al extremo opuesto, teniendo las consideraciones que por suerte la HBO no tiene, escribiendo para aquellos sensibles a lo visual. Érase una vez un enano que se ve traicionado y juzgado por hombres y mujeres que le desprecian. Desesperado, recurre a los dioses, pero estos no escuchan su grito de socorro desde lo alto de su olimpo. El enano necesita su atención y la única forma de llegar hasta ellos y conseguir su bendición es derribando la enorme montaña sobre la que descansan. Sabe que no hay otro modo pero se trata de una proeza fuera de su alcance. De forma inesperada, una víbora roja se le aparece iluminada en la oscuridad de su celda. La serpiente tiene una cuenta pendiente con la montaña y por fin puede saldarla sin agraviar a los dioses ni a los hombres. Al enano le cuesta contener la alegría. Llegado el momento, la víbora escenifica un ritual, una clase de embrujo, mientras baila alrededor de la montaña y la muerde aquí y allá, en distintos puntos clave. La víbora cree haber logrado la gesta y, junto a la montaña agujereada, se detiene a saborear las mieles de la victoria, el plato frío de la venganza y a la espera de la ambrosía que los dioses le den en recompensa. Pero la vanidosa víbora olvida una cosa importante: una montaña vencida devuelve la derrota al derrumbarse. La victoria de la serpiente sellaba a un tiempo su perdición. Así, la montaña se derrumba y aplasta a la criatura en el último instante. La hace estallar y le coloca una aureola roja que ofende a los dioses, quienes solo ven a un horrible demonio travestido en falsa santería. Ellos mirarán hacia otro lado y ya nunca verán al enano en su lamento. Fin de la fábula. | ★★★ |

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