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    Cine Alemán Siglo XXI

    Recap | Juego de tronos (4x03)

    Juego de tronos - Game of Thrones (4x03)

    Encadenar la pérdida, catapultar la libertad

    crítica de Breaker of chains (4x03) | Game of thrones (Temporada 4)
    Este artículo contiene spoilers

    HBO | EE.UU., 2014. Director: Alex Graves. Creador: David Benioff y D. B. Weiss. Guión: David Benioff y D. B. Weiss. Fotografía: Anette Haellmigk. Música: Ramin Djawadi. Diseño de producción: Deborah Riley. Dirección artística: Paul Ghirardani. Intérpretes: Peter Dinklage, Nicolaj Coster-Waldau, Lena Heady, Emilia Clarke, Kit Harington, Aidan Gillen, Charles Dance, Natalie Dormer, Liam Cunningham, Stephen Dillane, Jack Gleeson, Sophie Turner, Maisie Williams.

    Con el mismo plano que dejábamos la Boda Púrpura abrimos el nuevo capítulo. Si la llama del impacto había menguado en los siete días de luto dudoso que el espectador había adoptado sin remedio, la sola instantánea del rostro cadavérico de Joffrey vuelve a encender los rescoldos. Volvemos a estar en tensión y envueltos de misterio tras solo un par de parpadeos. La secuencia de apertura empalma con el drama nupcial, como no puede ser de otra forma; el asesinato del rey es una bomba de racimo argumental. Se trata de un suceso que va a afectar a muchos protagonistas y, en consecuencia, al hilo de la trama comunitaria que van tejiendo. Seremos testigos de ello en este episodio, cuando escuchemos las reflexiones o el eco sordo de los pensamientos de personajes como la viuda doblemente tempranera y su abuela de vuelta de todo, el acusado en público y la supuesta cómplice a la huida, la madre que exorciza su rabioso dolor y el padre secreto que guarda el suyo, de tenerlo, en la mazmorra más oscura y oculta de su pecho bajo armadura, incluso provenientes del abuelo que no pierde lágrima o tiempo a la hora de asentar el poder de su Casa, bien con aquello de “a rey muerto, rey puesto”, bien a fuerza de desempolvar definitivamente el viejo enemigo para convertirlo en aliado y acabar sacándole lustre.

    Juego de tronos - Game of Thrones (4x03)

    En varias de las escenas apuntadas se anticipa el inevitable juicio de Tyrion, pintando su futuro cercano del negro más coagulado. Una de las mejores y más emotivas es desarrollada precisamente por el enano cautivo y su escudero, Podrick. El muchacho pone a su señor al corriente de la delicada situación, de las condiciones (muchas amañadas) bajo las que se esclarecerá su culpa o su inocencia. Podrick confiesa, justo antes de abandonar la celda, que él mismo ha sido tentado con la traición, que han intentado comprar su honor y su lealtad. Él declinó la oferta, por supuesto, y será Tyrion quien le haga ver el peligro mortal que conlleva su postura, hasta el punto de tener que ordenarle su marcha de la capital, por su propio bien. Podrick, entristecido, acata la palabra de su señor, como ha hecho siempre. Entiende y asume la amarga despedida (momento que nunca tiene otro sabor), mostrándose leal hasta el final. Tyrion, endeudado de vida y de por vida con él, se lo reconoce con el broche de un cumplido. El muchacho solo le dedica la mirada del adiós, como la denominaría un grande de la literatura. La secuencia ha conseguido hacernos cosquillas en los lagrimales, uno de tantos logros fantasma atribuibles a la serie que no deja de fascinarme; empatizamos de manera silenciosa e incluso subconsciente con personajes terciarios cuyos destinos, sorprendentemente, acaban por provocar una emoción en nosotros. Muchos seriales televisivos no consiguen consolidar ese vínculo ni siquiera a través de los protagonistas, exhibidos en pantalla hasta la hartera.

    Juego de tronos - Game of Thrones (4x03)

    Otro personaje de reparto por el cual creíamos poder llegar a sentir afecto es Ser Dontos, el bufón borracho de la corte, pero a diferencia del mencionado Podrick, su lealtad, su honestidad y sobre todo su altruismo queda bajo sospecha cuando averiguamos el destino de esa huida junto a Sansa Stark, en la secuencia de apertura. Ser Dontos guía a la esposa de Tyrion hasta un rincón apartado de la costa, enclave que nos regala algunas de las mejores fotografías del capítulo: las siluetas en hollín de los dos fugitivos sobre una orilla rocosa mordida por el ocaso; un primer plano de una Sansa encapuchada que en su miedo se nos antoja aún más preciosa; un bote de remos encuadrado frente a un horizonte difuso y bajo un arco de piedra. Penetrando a remo en la bruma, el bufón llega hasta un barco apenas esbozado en grises de un onírico profundo, inquietante. Allí dejará en manos de Petyr Baelish a la esposa de Tyrion. Meñique estaba detrás de la huida y quién sabe de cuántas cosas más. El sibilino personaje, tejedor de puntada retorcida, nos recuerda que siempre se le ha de considerar un sospechoso más en la sombra, culpable potencial por ajeno que parezca el crimen. Él siempre tiene planes propios, y en este caso, Ser Dontos solo es un peón del que valerse para llevarlos a cabo. Un peón prescindible que actuaba movido por el dinero, circunstancia que Meñique quiere revelar ante Sansa de forma interesada justo antes de ordenar la eliminación de su “salvador”. Dos ballesteros se asoman por la borda y acaban con la vida del bufón. La razón es sencilla y se subraya con una gema proveniente de un guión que es una mina: “El dinero compra el silencio de los hombres por un tiempo. Una flecha en el corazón lo compra para siempre”. Lo que no tenemos tan claro que pueda comprar de forma alguna es el amor de una Stark, por mucho que su obsesión por la difunta Catelyn sea heredable y alcance a su hija besada por el fuego, una Sansa que quizás no haya perdido aún la cantidad de inocencia necesaria para anticiparse a la mente y a la ambición de alguien como Meñique.

    Juego de tronos - Game of Thrones (4x03)

    Los salvajes cometen masacres en las cercanías del Castillo Negro, una estrategia a modo de anzuelo. Pretenden provocar a la Guardia de la noche, para que sus hombres abandonen la fortaleza y así el lugar quede desprotegido, sin mencionar las facilidades que encontrarían en un enfrentamiento en campo abierto. Jon Snow y compañía se percatarán de sus verdaderas intenciones y tratarán de sostener una mentira convertida en salvavidas: Mance Rayder piensa que el número de vigilantes en el muro es mucho mayor. Cuando descubra que no es el caso, los hombres que visten “el negro” estarán sentenciados. Jon Snow propone tomar medidas para salvaguardar su mentira, una mentira vital para todos ellos. A muchas millas del hielo y el celibato, el caballero de la cebolla parece dispuesto a tirarse un farol similar en beneficio de su rey y de su causa. Con la muerte del “usurpador”, Stannis ve más nítida que nunca la oportunidad de recuperar lo que considera suyo por derecho, pero le desespera la falta de medios con los que ejecutar una estrategia válida. Delegará urgencias y responsabilidades una vez más en su Mano, el ex contrabandista que ya le salvara tiempo atrás.

    Juego de tronos - Game of Thrones (4x03)

    Las dos secuencias más destacadas del tercer episodio tienen reinas por protagonistas: una que fue y otra que aspira a ser. Una de ellas pasa por su peor momento; la otra se agiganta con cada aliento. Son Cersei Lannister y Daenerys Targaryen. Esta última llega con su ejército a las puertas de Meereen, donde va a desarrollarse la secuencia de cierre, la más entretenida y estimulante. La entrada faraónica a la ciudad esclavista luce el símbolo de su condición, enormes esfinges femeninas y aladas, y guarda cierto parecido con la entrada a Abu Simbel, templo dedicado a Ramsés II y a Nefertari, inspiración egipcia que se percibe también en las impresionantes pirámides escalonadas que asoman por encima de los muros. Dichos muros parecen infranqueables hasta para las fuerzas armadas y disciplinadas de la madre de dragones. Sin embargo, Danny cuenta con recursos propios: tácticas de guerra inteligentes a la par que inesperadas por inusuales, una voz en alto valyrio y un discurso de influjo viral que mejora con la experiencia libertadora. Ante una ciudad amurallada y llena de esclavos, ella lanza su mensaje a golpe de lengua y catapulta, introduciendo su particular e invisible caballo de Troya. De forma astuta y deliberada, y dirigiéndose a todos aquellos privados de libertad, repite una y otra vez que ella no es la enemiga, y lanza jabalinas verbales tan acertadas como: “Yo no les he traído órdenes. Les he traído una opción”. La lluvia de cadenas sobre la ciudad hará el resto. Tarde o temprano. Previo a la magistral intervención de Daenerys, asistimos al pobre y fallido intento de defensa por parte de la ciudad sitiada. Sacan a la planicie a su campeón y esperan derrotar en un duelo significante al campeón escogido por Daenerys. Será Daario Naharis quien, tras proponerse candidato, derrote con sencillez y destreza al representante de Meereen. La escena es de taquicardia, con imágenes geniales que nos muestran el beso que da el mercenario a la mujer desnuda de su cuchillo (mango característico donde los haya) antes de lanzarlo, su sonrisa pícara y su chulería tácita tras la victoria o el consiguiente ejercicio de contención que realiza una Daenerys embelesada, cuyo rostro intenta sujetar cualquier rictus o evidencia. Pero para falta de contención, la que va a sentir en sus carnes la otra reina al otro lado del mundo.

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    En el septo principal de Desembarco del rey, asistimos a un velatorio íntimo. El cuerpo de Joffrey descansa en el túmulo, en una paz y un silencio impropios del personaje, abrazado a una espada con una ternura jamás alcanzada en vida y habiendo sido desentrañado para la ocasión como marcan los ritos fúnebres destinados a los dioses. Vasos canopos, guijarros sobre pestañas y la familia Lannister alrededor. Cersei se encuentra devastada por la pena, en esa media ausencia tan propia de un familiar en duelo cercano. La madre sufre la pérdida mientras el abuelo alecciona a su otro nieto y heredero real, sin consideración alguna por el fallecido de cuerpo presente. Lord Tywin procura que el joven y cándido Tommen llegue a discernir cuál es la mayor virtud de un rey. Ha empezado su moldeado; no puede permitirse otro Joffrey. Cersei llama tímidamente la atención a su padre, por lo inadecuado del momento y del lugar y en cierta medida por el desprecio latente hacia su hijo perdido, cuyo cadáver yace tibio junto a ellos. Tywin hará oídos sordos, pero su actitud resultará cuasi deferente en comparación con lo que está por ocurrir en la capilla ardiente. El abuelo pasa un brazo por encima de su nieto y abandona la sala en su compañía, mientras continúa hablándole con su imponente voz cavernosa acerca de las cosas de la vida que le interesa conocer de inmediato, dadas las circunstancias y la posición recién debilitada del león dorado. Cersei observa con impotencia cómo se alejan, en una escena de gran profundidad psicológica. Un instante antes, ella tenía un hijo a su vera; segundos después, un rey de arcilla se aleja camino del torno, acompasado el paso con el de su alfarero. No hay vuelta atrás. El corrosivo sentimiento maternal no se diluye del todo en el sentimiento de obediencia y deber real que asumió hace tiempo una mujer destinada a alumbrar príncipes y princesas. No en vano, de un modo u otro, Cersei ha perdido dos hijos de un plumazo, y su rostro apesadumbrado nos dice que es desgraciadamente consciente de ello. Poco más tarde, con Jaime a solas en la capilla, mostrará sus enquistadas emociones de forma más abierta. Escupirá un lamento rabioso y clamará venganza, pidiéndole a su hermano, amante y, a un tiempo, padre del hijo muerto que cometa fratricidio. Cuando él se niega, ella se desmorona en la súplica. Se besan, y Cersei acaba por separarse súbitamente de su lado, marcando las distancias. Son unas distancias que Jaime no comprende, no distingue dónde y cómo empezaron ni dónde y cómo acabarán. Toda esa incomprensión, toda esa inesperada repulsión que ella le ha brindado desde su regreso acaba por revolverle las tripas y desbordarse, llevando al Matarreyes a forzar un viejo y anhelado contacto físico. Aprieta el lazo de sangre que los une y la somete igual que el Buendía salido de una guerra solo para encontrar un amor en cenizas en una Macondo ya huérfana del genio. Ella se resiste a él y se resiste a resistirse, violentada especialmente por la solemnidad del escenario y cohibida por el hijo difunto (por respeto a aquel que nunca oyó hablar de semejante palabra). A Jaime no le importa en absoluto. Es más, si atendemos bien a la poderosa frase que suelta justo al agarrarla, el lugar podría llegar a verse como el idóneo: “¡¿Por qué los dioses me hicieron amar a una mujer llena de odio?!”. Culpa a lo divino, así que resulta hasta oportuno rebelarse ante sus ojos. Con la atención de los dioses o sin ella, quien seguro no verá nada de lo ocurrido es Joffrey. Su mirada lítica sigue la elevada alfombra de luz que despliega una claraboya del septo, ciego ante la realidad más allá de su final, aunque se restregué con ella. A sus pies, su madre sigue pidiéndole a su verdadero padre que se detenga, pero este no escuchará su rugido, por hacer referencia al lema de su Casa. Jaime también es un Lannister, y su rugido interior suena más alto que el de ella.

    Juego de tronos - Game of Thrones (4x03)

    Concluye así una secuencia… ¿controvertida? Sí, ha resultado serlo, si leemos algunas reacciones publicadas. Pero ¿extraordinaria? Eso sin duda. Ahí no debería haber discusión; por las líneas de diálogo, las interpretaciones, el profundo poso de sentimientos encontrados, inclusive por una luminaria majestuosa, casi geométrica (esos haces de luz solitarios que los responsables de iluminación cuelan en las estancias son fantásticos, ya casi una seña de identidad más de la obra). En lo que a mí respecta, el enfoque crítico que se le ha dado por ahí a la secuencia es un sinsentido, más aún visto lo visto en la serie y en un canal como HBO, donde nuestra sensibilidad se ha curtido a fuerza de latigazos de seda, siempre con estilo y elegancia, siempre en busca del arte en pantalla, y nosotros agradecidos. Incluso abstrayéndonos de este contexto, el punto final al debate es claro y conciso y vendría de boca de un premio nobel sudafricano: “En la ficción, los escritores no deben obedecer ninguna ley”. Los creadores piensan lo mismo, ya que la consideran su secuencia favorita del capítulo. Yo coincido con su opinión. Pero, en fin, ya se sabe, las opiniones son como las familias en Poniente: todas aspiran a ocupar el trono. | ★★★ |

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