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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Crónicas diplomáticas. Quai d'Orsay

    Quai d'Orsay

    Yo soy político

    crítica de Crónicas diplomáticas. Quai d’Orsay | de Bertrand Tavernier, 2013

    La sátira política es un subgénero de moda últimamente, aunque en España curiosamente parece que su tratamiento está prohibido. Al norte de los Pirineos no tienen reparos en adentrarse en el meollo del asunto, en los intríngulis de los políticos y funcionarios mostrando su trabajo diario de una forma tan realista como surrealista. Más al norte también es común este subgénero, aunque evidentemente el humor británico no es equiparable al francés. Si In the Loop (Armando Iannucci, 2009) nos mostraba las andaduras de un torpe ministro, con una acidez tan mordiente como desenfadada, en El ejercicio del poder (Pierre Schoeller, 2011) asistíamos a los traumas y los aires de grandeza de otro ministro, sólo aparentemente igual de mal parado que su colega británico. Pues aquí el humor llegaba de una manera más burlesca, más cínica… Más mediterránea, en definitiva, porque el gran referente de la película de Schoeller no era otro que Luis Buñuel. Pues bien, Quai d’Orsay (Bertrand Tavernier, 2013), presentada hace unos meses con éxito en el festival de San Sebastián, se aleja incluso más de su comparativo inglés, dando rienda suelta a lo jocoso y lo grotesco, pero evitando en todo momento la caricatura. Tavernier se mueve en un plano más ambicioso y a la vez más teatral, más exagerado en ocasiones pero también más comedido, y consigue encontrar el justo medio para evitar caer en el mal de los personajes esquemáticos y los trazos gruesos. Veamos cómo.

    El primer soporte es, como no podía ser de otra manera, el guion. Pero en este caso interesa remarcarlo porque, al margen de que fue el apartado en el que fue premiada la película en Donostia, está escrito a cuatro manos por Christophe Blain y Abel Lanzac, responsables también del cómic del que surge esta adaptación. Efectivamente, en el origen de todo hay un cómic, lo cual quizás ayude a explicar ese tono teatral ya mencionado, y algún otro elemento como su cadencia de metrónomo. Pero lo llamativo ahora no es eso, sino el hecho de que Blain tiene un origen militar muy marcado y Lanzac es un diplomático especializado en cuestiones culturales. Uniendo estos elementos es de donde resulta tanto la autenticidad de esta sátira ambientada en un departamento de asuntos exteriores, como el comportamiento castrense de sus personajes y en especial del mandamás del cotarro, de nuevo el ministro, interpretado de forma tan hilarante como indignante por el veterano Thierry Lhermitte. Y, como hemos adelantado, su sucesión de tics, gestos y ademanes exagerados logran esquivar milagrosamente la caracterización simplona, algo que también se debe, ya que nos hemos detenido en el guion, en el persistente doble significado de todo diálogo que emite su bocaza.

    Quai d'Orsay

    Esto nos conduce al ejercicio de estilo que se marca aquí el igualmente veterano Tavernier, de una elegancia casi imperceptible, ocultando de una manera muy hábil los movimientos de cámara. Pero a veces también recurre al efectismo y opta por sacar a relucir dichos movimientos de una forma tan basta como inteligente, en particular a través del montaje, como en esa sucesión de cortes en tamaño y ángulo diverso que se utilizan cada vez que el ministro da sus directrices alzando secamente su mano. Un ejemplo que sirve casi de leit motiv y que ilustra la mezcla de autoridad y desautoridad que desprende su persona, con la inevitable síntesis de confusión y desconcierto que provoca en su auditorio. Algo de sofista tiene incluso este personaje, pues en cualquier caso lo que está claro es que Quai d’Orsay recurre a la retórica helenística y a la elocuencia más burda y, a la vez rebuscada, para pintar este tragicómico retrato. Por lo dicho, el protagonismo de la función se lo vuelve a llevar el ministro, aunque sobre el papel el personaje que conduce la trama y con el que el espectador se debe sentir identificado es un joven recién llegado a este microcosmos tan estresante como incendiario.

    Quai d'Orsay

    Este nuevo personaje a priori más positivo es, en definitiva, el único islote en un mar de tiburones oportunistas, que muerden sin que uno se de cuenta al instante. Pero este hombre también está condenado, y su interacción con los demás, que al fin y al cabo son también de su especie, proporciona el incansable hilo conductor de una narración que, eso sí, no es redonda debido a su estructuración episódica y a sus vaivenes en torno a un par de temas constantes. Por ejemplo, la importancia del don de la palabra y la consabida manipulación del lenguaje, que ha de quedar impreso en un discurso que es menester elaborar cuánto antes y que sin embargo sólo se acaba al final del metraje. En cualquier caso, lo que también es constante en esta cinta es su dinamismo, lo cual es muy de agradecer, y casi lo son también las risas que provoca en la platea. ¿Recomendable para pasar un buen rato? Sin duda. Pero para reflexionar un poco, también. | ★★★

    Ignacio Navarro.
    61ª edición del Festival de San Sebastián 2013

    Francia, 2013. Director: Bertrand Tavernier. Guion: Christophe Blain & Abel Lanzac. Productora: Little Bear / Pathé / France 2 Cinéma / CN2 Productions / Alvy Développement. Presentación: Festival de Toronto 2013. Fotografía: Jérôme Alméras. Música: Bertrand Burgalat. Montaje: Guy Lecorne. Intérpretes: Raphaël Personnaz, Thierry Lhermitte, Niels Arestrup, Bruno Raffaelli, Julie Gayet, Anaïs Demoustier.

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