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    Crítica | La piedra de la paciencia

    La piedra de la paciencia

    Que tu silencio sea mi libertad

    crítica de La piedra de la paciencia | Syngué sabour, de Atiq Rahimi, 2012

    «La piedra escucha lo que nunca te atreverías a contarle a los demás. Díselo a la piedra. Háblale. Ella escucha todos tus secretos. Ella escucha todo. Y un día, la piedra se rompe, se rompe en pedazos. Y ese día... serás libre... libre de todo tu dolor».

    En occidente tenemos una visión muy sesgada de la sociedad musulmana. Selectiva y muy delicada. Sabemos que es una cultura milenaria, tradicional y con unos extremos muy marcados entre el papel que cada sexo debe desempeñar, siendo un mundo regido casi exclusivamente por los hombres, y en el que las mujeres son condenadas por la propia naturaleza de su género, por algo que ellas no han elegido. No vale la pena entrar en discursos condenatorios porque no son sencillos ni fáciles, pero sí es un hecho que el lugar de las mujeres en las distintas sociedades árabes ha sido ya abarcado por diversos cineastas y uno de los últimos ha sido el escritor Atiq Rahimi. Este director, nacido en Kabul y exiliado en Francia a los 23 años tras la invasión de su país por parte de la Unión Soviética, comenzó su carrera centrándose en la literatura antes que en la dirección. Hasta ahora, ha escrito cuatro obras, y ha adaptado dos de ellas al largometraje. El motivo que arguye es siempre el mismo: la curiosidad por profundizar en sus novelas descubriendo puntos de vista diferentes, o rincones desconocidos. Comprobar hasta donde puede llegar el cine a la hora de dar definición visual a unos personajes concebidos desde la libertad de las palabras, antes que desde el condicionamiento determinante de las imágenes.

    De esta forma, La piedra de la paciencia constituye su segunda incursión cinematográfica, y la primera que le ha dado a conocer a nivel internacional, resultando ganadora en el Festival de Gijón de los Premios a la Mejor Actriz y al Mejor Largometraje por parte del Jurado Joven, amén del siempre relevante Premio FIPRESCI (asociación internacional de críticos de cine). Rahimi viene a contarnos la vida de una mujer a través de las confesiones que realiza a su marido, en coma debido a una bala en el cuello provocada por una disputa iniciada con un insulto. La mujer, (que en el filme no tiene nombre, ojo al dato), es aislada deliberadamente por el autor, obligada a enfrentarse a sí misma. A conocerse a través de los secretos que, poco a poco, van aflorando a la superficie de su propia piel inundando la casa con el perfume de una feminidad pura y concebida sin restricciones morales, sociales o religiosas. Las familias de ambos han huido a un lugar seguro dejando a la joven en el camino. Su marido aún vive y en consecuencia, las decisiones que involucren a su mujer siguen siendo suyas. El barrio en el que reside es una de las primeras lineas de combate de las guerrillas enfrentadas que, asiduamente, suelen bombardear el lugar, destrozando paredes y ventanas. Boquetes que son tapados con plástico, porque no hay otra cosa. El único punto de anclaje será su tía, prostituta en un burdel al otro lado de la ciudad. Y es que, como ella misma dice, si les dices que eres puta... no te violarán...

    La piedra de la paciencia

    No es el único cineasta que ha dejado caer la dificultad de las mujeres en las sociedades árabes. El iraní Jafar Panahi, con circunstancias aún más duras, dirigió en el año 2000 un filme geométrico titulado El circulo que comenzaba y terminaba exactamente en el mismo lugar, creando un recorrido en el que, improvisadamente, la cámara iba trasladándose de un personaje a otro, todos desconocidos entre ellos, todas mujeres, todas asediadas de formas diferentes por el mundo en el que viven. La maternidad adquiría especial importancia, aunque, como en la obra de Rahimi, los temas acababan diversificándose para esbozar un retrato conjunto de las mujeres de su país. La piedra de la paciencia, por su parte, articula su núcleo en torno al matrimonio, y lo que significa para una mujer crecer y educarse sólo para servir a un marido, que, en el mejor de los casos, lo único que hará será ignorarla. La joven relata desde historias de su infancia concernientes a la ludopatía de su padre, quién llegó a utilizar a su propia hija como apuesta en una pelea de codornices, hasta sus propias emociones en torno a cómo percibió su casamiento a los 16 años con una fotografía, ya que él estaba combatiendo en la guerra, tildado de héroe, y la boda debía celebrarse utilizando su daga como símbolo de su presencia. En 10 años de matrimonio ella estará con él no más de dos o tres años. En una década, él no llegará a conocerla nunca.

    La piedra de la paciencia

    Atiq Rahimi concede una propuesta en la que debería respirarse una claustrofobia asfixiante. Y a veces la consigue. La pesadez y densidad de una atmósfera cargada de resentimiento y dolor. De una habitación (la del hombre encarnado en urna de secretos), en donde pasaremos la mayor parte del tiempo. El contraste que ofrece el montaje, otorgando a las imágenes una fluidez muy natural tal vez difuminen un poco la dureza del concepto, pero en ningún momento debilitan su discurso o sus conclusiones, enmarcadas en un trabajo de fotografía soberbio que, aún resaltando la belleza de algunas imágenes muy poderosas, evaden la frivolidad que podría añadir un esteticismo exacerbado. Sutilidad formal resaltada por la banda sonora de Max Richter, (conocido compositor de Vals con Bashir), tan invisible como una ligera brisa. Rahimi deja en el aire algunas ideas polémicas, incluso peligrosas, y otras muy necesarias. Comunicación es libertad. Cuando la mujer ha llegado a un punto en el que por fin cree haberse vaciado de secretos, su primera reacción es la de sentirse extraña, y su forma de describir esa emoción es la siguiente: “Me siento libre”. En mitad de esa nueva serenidad que otorga la aceptación de uno mismo y la ausencia de odio, el director planta otra semilla, sutil y certera. ¿Cómo cabría concebir una sociedad como la musulmana si el profeta hubiera sido una mujer? La pregunta queda en el aire, dibujada en el rostro de ella, con una media sonrisa con los labios pintados de rojo, el pelo suelto, y un vestido color vino. La piedra que contiene todos los secretos, esa que según dicen, se romperá algún día de tantos secretos que contenga, ha estallado, y el avecinado apocalipsis sólo ha traído una cosa: Libertad. | ★★★

    Gonzalo Hernández Espinosa
    redacción Madrid

    Afganistán, Francia, Alemania, Reino Unido. 2012. Título original: Syngué Sabour. Director: Atiq Rahimi. Guión: Jean Claude Carrière, Atiq Rahimi. Intérpretes: Golshifteh Farahani, Hamid Djavadan, Hassina Burgan, Massi Mrowat, Mohamed Al Maghraoui, Malak Djaham Khazal. Fotografía. Thierry Arbogast. Productoras: The Film, Razor Films, Corniche Pictures, Studio 37, arte France Cinéma, Jahan-e-Honar Productions. Fecha de estreno oficial: 9 de Septiembre de 2012 (Festival Internacional de Cine de Toronto).

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